Es posible establecer una analogía entre las distintas formas de civilización surgidas a lo largo de la historia, con la “ley de los tres estados” (por los que transitaría cada rama del conocimiento) establecida por Auguste Comte. Estas etapas son: teológica, metafísica o filosófica, y positiva o científica. La analogía implica asociar la fe como motor de la teología, la razón como motor de la filosofía y la actitud empática como producto del conocimiento científico alcanzado en el presente. En realidad, la ciencia experimental se caracteriza justamente por la verificación empírica de toda hipótesis, sin embargo, si hemos de asociar alguna actitud predominante para la civilización del futuro, bien podría ser la predisposición empática. Al menos ésta ha sido la manera de describir la historia empleada por Jeremy Rifkin, quien escribió: “La edad de la razón está siendo eclipsada por la edad de la empatía”.
“La ansiedad empática es tan antigua como nuestra especie y se remonta a nuestro pasado ancestral, a los lazos con nuestros parientes primates y, antes aún, con nuestros antepasados mamíferos. No hace mucho que los científicos cognitivos y los biólogos han empezado a descubrir manifestaciones conductuales primitivas de la empatía en toda la clase de los mamíferos –los animales que cuidan de sus crías- y señalan que los primates, y sobre todo el ser humano con su neocórtex más desarrollado, están «cableados» especialmente para la empatía” (De “La civilización empática”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2010).
Es oportuno mencionar el hecho de que la futura era de espiritualidad plena, vislumbrada por Teilhard de Chardin, en la cual no se menciona en forma explícita cuál debería ser la actitud predominante en cada ser humano, se implementaría seguramente con la actitud empática. Incluso la profecía bíblica de la Parusía, o Segunda Venida, que habría de fortalecer la ética cristiana, implica a la empatía, ya que el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, interpretado como “compartirás las penas y las alegrías ajenas como propias”, no es otra cosa que el proceso empático del cual hablan los científicos cognitivos y los neurocientíficos de la actualidad.
Esta confluencia entre religión, filosofía y ciencia no es algo que deba llamar demasiado la atención, ya que el proceso empático está presente en cada momento de nuestra vida y, tarde o temprano, debería elevarse a un nivel consciente. Rifkin escribió: “Nuestros cronistas oficiales –los historiadores- han desestimado de plano la empatía como fuerza motriz en el desarrollo de la historia humana. En general, los historiadores escriben sobre guerras y otros conflictos sociales, sobre grandes héroes y grandes malvados, sobre el progreso tecnológico y el ejercicio del poder, sobre injusticias económicas y sociales. Cuando mencionan la filosofía, suelen hacerlo en relación al poder. Muy rara vez los oímos hablar de la otra cara de la experiencia humana, la que se refiere a nuestra naturaleza profundamente social, a la evolución y la extensión del afecto humano y a su impacto en la cultura y en la sociedad”.
Puede advertirse que toda ética compatible con la naturaleza humana debe contemplar la existencia de nuestros principales atributos, como lo es nuestra capacidad empática. Rifkin escribió: "Lo que la disciplina por inducción realmente enseña al niño es la base de la moralidad humana: responsabilidad por los propios actos, compasión, voluntad de ayudar y confortar a los demás, y un sentido adecuado de la justicia y el juego limpio. En el fondo, el desarrollo de un sentido moral y el desarrollo de la empatía son lo mismo".
La sensación y la materialización de la igualdad entre las personas se establece una vez que podemos compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, algo deducible desde el mandamiento cristiano y también desde la psicología social. "La extensión empática es la única expresión humana que crea verdadera igualdad entre las personas. Cuando una persona siente empatía con otra, las distinciones se empiezan a desvanecer. El acto mismo de identificación con la lucha de otra persona como si fuera nuestra es la expresión suprema del sentido de igualdad".
"No podemos sentir verdadera empatía con una persona si no nos situamos en el mismo plano emocional que ella. Si alguien se cree superior o inferior a otro y, en consecuencia, diferente de él, es difícil que sienta su tristeza o su alegría como propia. Podemos sentir lástima o compasión por otros, pero para experimentar verdadera empatía debemos sentir y responder como si fuéramos ellos".
"Esto no significa que los momentos empáticos eliminen las distinciones. Sólo significa que, cuando extendemos el abrazo empático, las restantes barreras sociales -riqueza, educación, profesión- se suspenden temporalmente en el acto de sentir, consolar y apoyar al otro como si su lucha fuera nuestra. La sensación de igualdad que se expresa no tiene nada que ver con la igualdad de derechos legales o económicos, sino con la idea de que el otro ser es tan único y mortal como nosotros y merece el mismo derecho a prosperar".
La ética individual tiende a expandirse como una ética social a partir de la igualdad derivada del proceso empático. Es por ello que la ética empática del cristianismo adquiere un alcance universal. El citado autor agrega: "La capacidad de reconocernos en el otro y de reconocer al otro en nosotros es profundamente democratizadora. La empatía es el alma de la democracia. Es el reconocimiento de que cada vida es única y digna de la misma consideración que la esfera pública. La evolución de la empatía y de la democracia han ido de la mano a lo largo de la historia. Cuanto más empática es una cultura, más democráticos son sus valores y sus instituciones de gobierno".
Si se considerara al cristianismo como una religión natural, que prescindiera de las intervenciones de Dios (sobrenaturalismo) y se centrara en las decisiones accesibles a cada uno de nosotros, tendría una eficacia superlativa. Para ello habría que superar la etapa de la fe, sin rechazarla, entrando en una etapa de la razón y del sentido común. De lo contrario, si sigue manteniendo el conjunto inabordable de misterios inaccesibles al sentido común, se prolongará su ineficacia y seguirá alejado de satisfacer la imperiosa necesidad de orientación en una época de severa crisis moral. George Santayana escribió respecto de las posibles intervenciones de Dios: "Si Dios se ajustase a la moral humana, ¿podría ser bueno? Si estuviera obligado, por ejemplo, a obrar en toda ocasión como el buen samaritano, ningún hombre ni animal alguno sufriría jamás desgracia ninguna, con lo que quedaría abolido totalmente el orden de la Naturaleza y las presuposiciones de la moral humana. Al abolir así al mundo bajo la presión de su supuesta conciencia humana, Dios aboliría sus propias funciones de creador, gobernador y padre, dejando de ser, por tanto, el objeto ideal de la religión" (De "La idea de Cristo en los Evangelios"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1966).
Una vez que se logra el fundamento científico que pone en evidencia al proceso empático, se establece una especie de síntesis entre ciencia y religión moral, lo que no es otra cosa que la religión natural. Respecto al fundamento encontrado por los neurocientíficos, Jeremy Rifkin escribió: "Los biólogos hablan con entusiasmo del descubrimiento de las neuronas espejo -también llamadas neuronas de la empatía-, que establecen la predisposición genética a la respuesta empática en algunos mamíferos. La existencia de las neuronas espejo ha suscitado un debate muy intenso en la comunidad académica en torno a antiguos supuestos sobre la naturaleza de la evolución biológica y, especialmente, de la evolución humana".
Por poseer también los mamíferos la capacidad empática, se vislumbra la existencia de la empatía como el principal proceso natural que permite nuestra adaptación al orden natural tanto como nuestra supervivencia. El amor al prójimo constituye la base de la adaptación cultural al orden natural y no es otra cosa que una prolongación de una ley existente en el ámbito de lo biológico. Quien duda que resulte posible la unificación de ciencia y religión, debe tener presente que las leyes naturales que describe el científico son las mismas leyes de Dios que trata de respetar la religión moral.
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