Las acciones humanas, así como las predisposiciones para la acción, dependen de una compleja interacción entre emociones y razonamiento. La razón limita y corrige las emociones (como si fuese la dirección de un automóvil) mientras que las emociones empujan al vehículo (como si fuese el motor). Necesitamos, además, un camino que nos conduzca hacia metas propuestas por el orden natural (sentido objetivo de la vida) como también que nos oriente hacia metas personales (sentido individual de la vida).
Hay quienes aducen estar motivados por ideales de todo tipo, sin apenas mencionar su predisposición emocional previa. De ahí que la “lucha por ideales” se considera una virtud, aunque muchas veces tales ideales pueden ser negativos para los demás. H. T. Dickinson escribió: “Quien quiera establecer la ideología política del siglo XVIII deberá enfrentar el desafío propuesto por sir Lewis Namier y sus discípulos, que han trabajado mucho y con gran eficiencia para demostrar que las ideas y principios de los políticos del siglo XVIII no eran más que mera racionalización de ambiciones egoístas y viles motivos. Los namieristas aducen que el comportamiento político se puede entender mejor si estudiamos específicamente la estructura de la política y la pugna por el poder”.
“Afirman que los hombres que toman parte en el accionar político lo hacen sólo por el deseo de obtener y ejercer el poder. Los protagonistas políticos invocan ideas y principios políticos sólo para disfrazar sus ambiciones personales y enaltecer la lucha por el mando. Los historiadores que seriamente quieren encontrar una explicación realista del comportamiento político deben pasar por alto las razones políticas y despojar el anhelo de poder de las apariencias respetables; tienen que reconocer que las convicciones y razones políticas fueron inventadas a posteriori para cubrir el comportamiento político con un manto falso de lógica y raciocinio”.
“Las ideas y principios no producen (aunque a menudo se discuta y reitere) ningún efecto real en el accionar político y, por lo tanto, no deben aparecer en la explicación que un historiador da del comportamiento político. No constituyen una guía útil para la comprensión de las realidades subyacentes de la vida política. Como estaban destinadas a confundir a sus ingenuos contemporáneos, las ideas no deberían ya embaucar a los rigurosos historiadores, quienes conocen más a fondo las fuentes psicológicas (más profundas y egoístas) de la motivación del hombre” (De “Libertad y propiedad”-EUDEBA-Bunos Aires 1981).
Si bien la postura mencionada puede ser un tanto exagerada, permite sospechar que también en el ámbito de la religión, de las letras y de las restantes actividades intelectuales, existe algo similar. Así, en el caso de la religión existe la posibilidad de encubrir actitudes egoístas en extremo bajo el disfraz de la creencia y la sumisión absoluta ante Dios. De ahí que sea imperiosa la necesidad de separar creencias (o posturas filosóficas) de las respuestas éticas, ya que no existe una vinculación estricta entre actitud filosófica y actitud moral.
Mientras que la religión tradicional pretende universalizar determinada visión de la realidad, algo que nunca ha dado los resultados esperados, sería más útil universalizar determinada respuesta ética para que se adapte a las diversas posturas filosóficas. Así, mientras que el ateo o el nihilista adoptan la “peor” postura (desde el punto de vista del creyente en un Dios personal, incluso desde el punto de vista de la religión natural), también es posible encontrar buenas respuestas éticas aun en estos casos.
Se dice que tales posturas son las “peores” teniendo presente los estudios realizados por Víktor Frankl respecto al sentido de la vida y los inconvenientes de su ausencia (vacío existencial). Así, mientras el creyente religioso tiene “resuelto” el problema del sentido objetivo de la vida, el ateo y el nihilista carecen de ese sentido. Sin embargo, algunos autores, como Albert Camus, han logrado reconducirse hacia una ética de cooperación a pesar de mantener la creencia básica en un universo absurdo o en la vida humana sin un sentido objetivo. José Ferrater Mora escribió: “Para que el mundo adquiera sentido es menester dárselo; en este sentido, Camus reconoce que filósofos como Kierkegaard, los fenomenológicos y Heidegger han respondido a la «llamada» del hombre por un mundo dotado de sentido. No obstante, la «llamada» del hombre choca con un «silencio no razonable del mundo»” (Del “Diccionario de Filosofía”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1994).
Desde el punto de vista de la religión natural, y de la ciencia experimental, resulta evidente que todo lo existente está regido por leyes naturales invariantes y que el sentido objetivo de la vida implica adaptarnos a ese orden natural a través de la evolución cultural. Aún así, para quienes no intuyen, o no aceptan esa realidad, quizás podrán ser de utilidad los planteos establecidos por Albert Camus.
La base emocional de Camus es la que impulsó su vida más allá de su razón, un tanto alejada del sentido objetivo asociado al orden natural. Respecto de su infancia, escribió: “Mi familia carecía casi de todo, pero no envidiaba prácticamente nada. Con el solo silencio, reserva y natural sobriedad orgullosa de mi gente –que ni siquiera sabía leer-, se me iban dando a mí las más valiosas lecciones…El amable calor familiar que reinó sobre mi infancia me libró de todo resentimiento. Yo vivía casi con nada, pero en una especie de rapto feliz. Sentía infinitas fuerzas dentro de mí, y todo lo que tenía que hacer era encontrar el camino en qué usarlas” (Citado en “Interpretaciones de la vida” de Will y Ariel Durant-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1973).
Entre las figuras literarias consideradas nihilistas, además de Camus, quien padecía levemente tal “enfermedad”, se encuentra a Jean-Paul Sartre, quien la padece en forma “aguda”. Victor Massuh escribió al respecto: “El nihilista cede a la tentación de la hybris y comercia con la desmesura. Quien destacó este rasgo con gran penetración fue Albert Camus en su libro El hombre rebelde. Al teorizar sobre la esencia de la rebelión Camus se ocupó de diferenciarla del nihilismo. La negación rebelde se detiene ante un límite, pero la nihilista no porque ama la desmesura y pone en ella los contenidos que sustrajo a la religión: «da a la negación la intransigencia y la pasión de la fe»”.
“El rebelde conoce las fronteras de su voluntad y sabe que para equilibrar un «delirio histórico» es preciso aceptar una regla moral o metafísica. El nihilista barre con estos contenidos y pone lo absoluto tanto en la negación como en el asentimiento: es rechazo total con la misma facilidad con que es asentimiento total. En ambos casos es aliado del terrorismo y conduce a la confianza en el poder iluminador de la destrucción” (De “Nihilismo y experiencia extrema”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1973).
En cuanto al vinculo entre nihilismo y totalitarismo, Massuh escribió: “Sobre todo, Camus acierta al señalar como un principio del nihilismo «la certeza de la infinita plasticidad del hombre y la negación de la naturaleza humana». En efecto, el nihilismo niega que el hombre tenga una naturaleza, una imagen esencial, porque las considera resabios de una antropología religiosa. Pero prefiere la noción de «plasticidad infinita» porque se adapta mejor a los fines de manipulación inagotable de lo humano y su conformación arbitraria en manos del Estado, de un caudillo tiránico, de una minoría de audaces deseosa de «experimentar» con los hombres, o de cínicos que sometiéndolos a las técnicas de propaganda quieren convertirlos en consumidores de cualquier cosa”.
Así como la “invención” de un sentido de la vida puede ser beneficiosa para un individuo particular, la invención y posterior implantación masiva de un sentido de la vida “artificial”, ha sido la meta esencial del marxismo-leninismo. De ahí la simpatía por Stalin mostrada por Sartre (actitud que conduce a la ruptura con Camus). Massuh escribe sobre Sartre: “Su nombre es el símbolo de la destrucción, de la denuncia furibunda y la esterilidad nihilista. No da para más. Sus piedras son buenas para arrojarlas contra el enemigo, pero no para construir. Esto lo sabían bien aquellos simpatizantes suyos que estaban empeñados seriamente en una tarea”.
Mientras que el político a veces disimula sus ambiciones egoístas bajo la apariencia de elevados ideales, Camus mantiene viva la enseñanza cristiana que recibe desde niño, aun cuando su razonamiento lo conduce a un mundo absurdo y sin sentido. Will y Ariel Durant escriben: “La Rusia comunista había repudiado al cristianismo, y la Alemania nazi había interpretado a Nietzsche como propiciador no sólo de la guerra, sino también del genocidio: un Estado había redefinido la moral al servicio de la Revolución, y el otro al servicio del Estado. Todo cuanto ayudara a esos nuevos dogmas era tenido allí por bueno y virtuoso, y todo lo que se oponía parecía malo y vicioso, y había que suprimirlo. El pecado ya no era una ofensa contra Dios y el código moral dado por Dios, sino que era cualquier acto, publicación o pensamiento que, según las nuevas autoridades, se opusiera a la Revolución, el Partido o el Gobierno. Camus retenía demasiado de su educación cristiana, para que se alarmase ante esas nuevas concepciones de la moral, y sabía reducirlas todas al principio, que lamentablemente practican casi todos los Gobiernos, de que «el fin justifica los medios»”.
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1 comentario:
Uno de los políticos en los que más claramente se ve la distancia entre su discurso público y la realidad de su actuar es Napoleón, quien defendiendo los ideales de la Revolución y su necesaria exportación al resto de Europa y el mundo se convirtió de facto en un déspota que extendió la guerra de botín por todo el Continente, un asesino de masas, supresor de las libertades públicas, ladrón de partidas presupuestarias, reintroductor de la esclavitud en las Antillas y promulgador de leyes abiertamente racistas en una Francia supuestamente faro de la Ilustración, pero que sin embargo logró que, pese a todo ello, le venerase. El primer populista.
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