Respecto del pasado de la humanidad, encontramos dos actitudes extremas que han predominado en distintas épocas. En un caso se le asocia una “edad de oro”, a la que deberíamos volver (veneración); en el otro caso extremo se lo considera como un conjunto de errores que deberíamos olvidar (desprecio). Las posturas intermedias valoran la historia como etapas previas y necesarias para el logro de progresos posteriores.
Una vez que logramos conocer con cierta precisión algún aspecto de la realidad (supongamos que se trata de una ley física), podremos entender la historia de su descubrimiento sin adoptar alguna de las actitudes extremas, es decir, sin venerar el pasado pero sin despreciarlo, y muchos menos sin adoptar una actitud de burla y soberbia que surge de considerar a nuestros antepasados casi como si hubiesen sido disminuidos mentales.
Durante la Edad Media se establece un avance tecnológico de gran importancia, ya que un inventor anónimo logra confeccionar el arnés para caballos. Despierta la atención que tal solución escapara a la inventiva de toda la antigüedad. Lo destacable del caso es la actitud (veneradora del pasado) por la cual pareciera que nadie antes hubiese intentado solucionar los problemas que presentaba la antigua collera. “Con el provecho que el hombre sacó del caballo, acto inventivo que nos parece insignificante por su antigüedad, el Medioevo revolucionó la técnica del tiro y del arte ecuestre poniendo a disposición de los hombres una energía que nunca habían sabido disfrutar plenamente”.
“En los tiempos antiguos el caballo era enjaezado con una especie de collar derivado del antiguo «yugo» para los bueyes, que hacía caer todo el peso de la dirección y del tiro sobre los músculos del cuello que comprimían la tráquea, estorbando los movimientos del animal e impidiéndole arrastrar cargas demasiado pesadas. Esta situación se mantuvo desde el año 3000 a de J.C. aproximadamente hasta el siglo X d. de J. C. Entre la segunda mitad del siglo X y el XII se difunde el nuevo tipo de collar que hace caer todo el peso del tiro sobre los músculos pectorales del animal permitiéndole aumentar su propia fuerza por lo menos en dos tercios y ser utilizado en trabajos para los que hasta entonces sólo se habían empleado bueyes, mucho más robustos pero también mucho más lentos”.
“Hasta ese momento los caballos habían sido enganchados en línea horizontal; en cambio ahora, en vez de ponerlos uno al lado del otro, son colocados en fila india. También este artificio aumenta notablemente la eficacia del tiro. Sólo en alguna miniaturas del año 1000 se ve este nuevo sistema de enganche”.
La innovación mencionada, junto a las herraduras, surgidos en esa época, favorece el reemplazo de esclavos por caballos, constituyendo una mejora social importante. “Con los nuevos arreos, un caballo convenientemente enjaezado podía hacer funcionar una máquina movida en otro tiempo por diez esclavos. El mundo antiguo que podía disponer de esclavos en abundancia, no había advertido este tipo de problema; la visión cristiana del mundo, tratando de extinguir la esclavitud hizo surgir problemas de ahorro de fuerza que obraban como estimulante sobre la capacidad inventiva. Se acrecentó enormemente la facilidad de los transportes de todo tipo, pues la mayor facilidad en el manejo del caballo ampliaba los confines del mundo” (De “Historia ilustrada de los inventos” de Umberto Eco y G. B. Zorzoli-Compañía General Fabril Editora SA-Buenos Aires 1962).
Puede decirse que el anónimo inventor medieval desconfió de los inventores del pasado y se atrevió a establecer una innovación tecnológica concentrándose en la realidad que veían sus ojos. Algo similar ocurrió en el ámbito de la religión, cuando Baruch de Spinoza analiza los escritos bíblicos, no tomando como referencia la propia Biblia sino las leyes de Dios (o leyes naturales). Una vez que el conocimiento ha sido “anclado” en la realidad (o vinculado a las leyes naturales) deja de depender de la época en que se establece. De ahí que algunos conocimientos aportados en épocas remotas siguen teniendo validez en la actualidad.
Spinoza, al adoptar como referencia las leyes de Dios, y no a la Biblia, resulta para algunos un innovador mientras que para otros es un despreciable hereje. Al respecto escribió: “La verdad no contradice a la verdad, ni puede la Escritura enseñar tonterías, como suele imaginar el vulgo. Pues, si halláramos en ella algo que fuera contrario a la luz natural, podríamos rechazarlo con la misma libertad con que rechazamos el Corán o el Talmud. Pero no seremos nosotros quienes pensemos que en la Sagrada Escritura se puede encontrar algo que repugne a la luz natural”.
“La Escritura no es una carta enviada por Dios del cielo a los hombres. Es un conjunto de textos que hay que analizar con el mismo rigor con que examinamos el nitro, la sangre o las pasiones humanas. Para comprender esos textos, hace falta conocer a fondo la lengua hebrea, averiguar quiénes fueron sus autores y en qué épocas los redactaron, cómo nos fueron transmitidos y cómo, en fin, fueron fijados en un canon de libros sagrados” (Del “Tratado teológico-político”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).
Algo similar ocurrió en el ámbito de la astronomía cuando el sacerdote Nicolás Copérnico pone en duda el modelo ptolemaico del sistema plantario solar, vigente desde unos 14 siglos atrás. Temeroso de publicar su libro, debido a la oposición de católicos y protestantes, aparece el primer ejemplar justo el día en que muere, evadiéndose de posibles inconvenientes. Por ser el movimiento de la Tierra contraintuitivo, ya que se ignoraba el principio de inercia, el modelo heliocéntrico resulta ser novedoso y revolucionario. Si bien tal modelo conceptual se conocía desde la época de los griegos, el sistema copernicano se basó en observaciones astronómicas.
En el ámbito de la física ocurre un proceso similar, siendo Galileo Galilei quien rechaza la física aristotélica, vigente desde unos 20 siglos atrás, iniciando la ciencia experimental y la utilización de entes matemáticos asociados a magnitudes físicas. En su caso, no sólo debe luchar contra la Iglesia (al defender el sistema copernicano) sino también contra los filósofos aristotélicos, quienes no aceptan ceder el lugar de preeminencia intelectual que ostentaban en esa época. Galileo no se considera rival de Aristóteles sino de sus obsecuentes seguidores.
En épocas recientes, José Ortega y Gasset se “atreve” a criticar a los principales filósofos griegos quienes son reverenciados en la actualidad en forma excesiva. Al respecto escribió: “La forma de mirar a Grecia ha sido siempre estática, de adoración y de culto. No hay peor actitud para enterarse de lo que una cosa es: comienza dando a esta por supuesta y se dedica desde luego a ejecutar ante el ídolo los grandes gestos rituales, el fervoroso descoyuntamiento. «¡Ah! ¡Oh! ¡Grecia! ¡El clasicismo!»”.
“Existe una beatería de lo griego. De todo cabe una beatería. Como la hay religiosa, la hay política. Casi todos los políticos radicales son, sincera o fingidamente, beatos de la democracia. Pues bien: existe una beatería de la cultura en general y del helenismo en particular. Y es curioso notar que, dondequiera, se presenta la beatería con idénticos síntomas: tendencia al deliquio y al aspaviento, postura de ojos en blanco, gesto de desolación irremediable ante el escéptico infiel, privado de la gracia suficiente”.
“Según este viejo uso, pensar consistía en reproducir fórmulas tradicionales, inmemoriales; responder al problema real con la figura de un mito. No hay duda de que esto es pensamiento: pensar mitológicamente es una entre las innumerables direcciones en que el aparato mental puede lanzarse. A esta nota negativa, la idea de ciencia añade otra positiva: la racionalidad. Y esta es la que nos fuerza la comunión con Grecia. Pero si se afina un poco, se advierte que racionalidad implica solo el uso de la demostración, de la prueba. Como antes el pensamiento fabrica o reproduce mitos, ahora elabora pruebas, razones”.
“El mito prendía en la mente por el prestigio emotivo de su antigüedad (inmemorialidad) y por la gracia de su dramatismo antropomórfico. La prueba, en cambio, gana la mente por su evidencia, es decir, que gana y regana a cada hombre normal en cada instante. No hay medio de rehuir su eficacia. Una demostración clara tiene el privilegio de rendir automáticamente todo espíritu. Hasta el punto de que una mente indócil a la prueba es llamada demente” (De “Espíritu de la letra”-Revista de Occidente-Madrid 1967).
La crítica de Ortega recae especialmente en Sócrates, escribiendo al respecto: “La admirable ecuación de ambos impulsos, que inspira la mente griega desde el siglo VII al V a.C., viene a descomponerse al chocar con el tremendo escollo de Sócrates. Para este hombre no hay más que salvación. No es curioso. Al contrario: pertrechado con las armas mejor buidas por dos siglos de racionalismo, persigue acerbamente todas las curiosidades. No hay más saber que el decisivo: en qué consiste la felicidad del hombre”.
“Todo otro saber es vanidad, petulancia, huida cobarde y torpe de lo esencial. Y como nadie sabe qué es el hombre –el Hombre, no el soldado, ni el médico, ni el escultor, ni el carpintero-, es preciso reconocer que no sabemos nada y resumir toda la ciencia en saber que no sabemos. Y decidirá su vida entera a esta agria tarea de atracar en las plazuelas toda presunción transeúnte y hacer morder el polvo, tras un certero boxeo dialéctico, a todo el que pretende estar seguro de algo, servir para algo, interesarse en algo”.
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3 comentarios:
Según lo que se apunta en esta entrada, y a pesar de su radicalidad, Sócrates no hace sino formular una cuestión que es capital, pues aunque consigamos cada vez más y mejor responder a los porqués de los hechos y fenómenos, siempre queda una cuestión que desborda lo científico pero que es consustancial y radicalmente humana, el ¿para qué?, la pregunta acerca del sentido último del mundo y de la propia existencia humana.
Sócrates fue esencialmente un filósofo especializado en cuestiones éticas, dejando el resto de lado, por lo que, quizás, ese aspecto le desagradaba a Ortega Y Gasset...
Bueno, tengo entendido que conocemos a Sócrates por una sola fuente contemporánea, su alumno Platón, por lo que en realidad no sabemos muy bien quien era o lo que dijo.
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