lunes, 13 de abril de 2020

El objetivismo y sus problemas (II)

Por Francisco Capella

Sectarismo

El objetivismo ha sido criticado por su sectarismo. Puede parecer absurdo que una escuela filosófica que aparentemente defiende la razón, el individualismo y la libertad, pueda ser la base de un culto. Parte del problema es que los objetivistas dicen valorar la razón pero a menudo la usan de forma incorrecta y con poca o nula capacidad crítica: creen que han encontrado la verdad fundamental, completa y definitiva, y ya no siguen buscando, revisando, corrigiendo, ampliando; sufren de sesgo de confirmación y se fijan en sus aciertos, con ejemplos favorables, y no en sus límites, en sus problemas, en los casos conflictivos (porque los desconocen o porque eligen intencionadamente ocultarlos). La rigidez dogmática de las ideas objetivistas, junto con algunos absurdos arbitrarios distintivos, las hace adecuadas para que sirvan como credo de un grupo sectario.

Los objetivistas sufren de un hiperliderazgo de una sola persona carismática y persuasiva, una líder venerada, infalible, incapaz de equivocarse, a quien consideran la persona más brillante y genial de la humanidad. Los seguidores deben mostrar lealtad y admiración al líder y a sus ideas: hay una ortodoxia, un dogma presuntamente racional sobre el que no se admiten dudas, y el que no está plenamente de acuerdo es un hereje, un enemigo, alguien a quien excomulgar. Como ideología basada en una sola persona ególatra y con escasa capacidad autocrítica, el objetivismo comparte los sesgos y miserias de su creadora.

Según el objetivismo, con grave desconocimiento de la psicología humana, las emociones son resultado de las ideas: las emociones inadecuadas son causadas por ideas incorrectas, irracionales; siendo así, las críticas y las valoraciones negativas contra el objetivismo de algún enemigo o de algún seguidor potencial con crisis de fe pueden calificarse como errores de individuos no racionales, y por lo tanto intelectualmente incompetentes, que deben ser ignorados o corregidos.

En el movimiento objetivista ha habido diversas denuncias, expulsiones, luchas por el poder, purgas y cismas. El conflicto más relevante fue con Nathaniel Branden, mano derecha y amante secreto de Ayn Rand: solo sus respectivas parejas conocían inicialmente su relación, y les habían convencido para aceptarla porque rechazarla sería algo irracional (su forma favorita de manipulación, si tú no haces lo que yo quiero o piensas como yo pienso, entonces es que eres irracional); el hecho de que la mantuvieran en secreto quizás indicaba que se avergonzaban de ella, aunque seguramente habrían argumentado que el resto del mundo, siendo irracional, no los habría entendido y aceptado. Aunque su aventura prácticamente había terminado anteriormente, Rand rompió públicamente y de forma oficial con Branden cuando descubrió que este tenía otra amante: naturalmente racionalizó su ataque de celos con la excusa de que había traicionado al objetivismo. Leonard Peikoff fue nombrado formalmente heredero intelectual oficial.

Un ejemplo que ilustra el carácter sectario de los objetivistas es que consideraban que fumar era un signo de distinción, poder y capacidad intelectual (el control del fuego, el fuego de las ideas): como Ayn Rand fumaba y racionalizaba su adicción (o vicio), algunos la imitaban como señal de conformidad (naturalmente sin reconocer públicamente que se trataba de una señal de conformidad).

Los objetivistas han sido calificados como randroides: tal vez se deba a sus problemas para entender y gestionar las emociones, o a su frecuente falta de sentido del humor y espontaneidad.

Formación y valor intelectual de Ayn Rand

Ayn Rand tenía una formación filosófica sesgada y relativamente pobre: aparte de basarse casi exclusivamente en Aristóteles y criticar de forma disparatada a otros pensadores (especialmente de forma obsesiva y ridícula a Kant), casi nunca cita o referencia directamente en profundidad y detalle a ningún autor que no sea ella misma, tal vez porque sus lecturas de fuentes primarias eran relativamente escasas y sus interpretaciones de diversos pensadores frecuentemente constituían hombres de paja fáciles de quemar pero también de refutar por ser meros eslóganes, simplificaciones absurdas o tergiversaciones. Rand se consideraba a sí misma filósofa, pero apenas tuvo relación con otros filósofos profesionales, quienes por lo general o no conocían su trabajo o lo desdeñaban. Según Rand casi toda la filosofía moderna de los últimos siglos era decadente, y no estar de acuerdo con ella y su sistema implicaba estar en contra de la vida, la mente y la realidad. Advertía contra los “metafísicos sociales” y el uso de “anticonceptos”; tenía especial manía a los “analistas lingüísticos” o estudiosos del lenguaje, tema sobre el cual ella mostraba un total desconocimiento (en ocasiones confunde significado y referencia de las palabras o significantes).

Su formación científica era muy incompleta: no sabía nada de evolución, lo que al menos tuvo la sinceridad de reconocer. Rand no propone hipótesis, ni pone en duda, ni se pregunta, ni reconoce problemas o límites con sus ideas. En sus libros frecuentemente realiza afirmaciones rotundas sin contrastación empírica ni base científica y sin ningún tipo de referencia: pueden parecer ciertas o de sentido común, pero no son resultado de la experimentación o la observación cuidadosa. Opina sin fundamento sobre las capacidades y el desarrollo cognitivo del niño y del humano primitivo, sobre cómo aprenden a conceptualizar, sobre cómo funciona la mente humana y animal (presuntamente incapaz de abstracción), sobre el consciente y el inconsciente, la razón y la emoción. Por ejemplo, cree que la experiencia sensorial de un bebé es un caos indiferenciado, lo cual no es cierto: el recién nacido (incluso el embrión en fases avanzadas de la gestación) es capaz de detectar y diferenciar ciertos patrones sensoriales (imágenes, sonidos, sabores, olores); esta capacidad crece y se desarrolla, pero no es inicialmente nula porque el cerebro humano no es una tabula rasa al nacer como afirman los objetivistas. Afirma que las primeras palabras que aprende un niño denotan objetos visuales: no se pregunta cómo aprenden a hablar y conceptualizar los niños ciegos. Afirma que las capacidades matemáticas y conceptuales se desarrollan simultáneamente, y que el niño aprende a contar cuando está aprendiendo sus primeras palabras: desconoce que hay grupos humanos que hablan y conceptualizan pero apenas tienen aritmética.

Individuo y sociedad

Según Rand no se puede aprender nada del ser humano estudiando la sociedad: debe estudiarse el individuo como elemento más fundamental de la sociedad; la sociedad es útil solamente para comerciar bienes y servicios y para compartir información y conocimiento. Enfatiza tanto al individuo que no entiende por qué existe el grupo, la sociedad. Ignora la posibilidad de compartir ciertos bienes comunes (calles, plazas, parques, carreteras, infraestructuras como el alcantarillado), las relaciones no comerciales de ayuda mutua para la seguridad ante accidentes o malas rachas, y la producción y consumo de servicios comunes como la defensa.

Contra el anarcocapitalismo

Rand es muy crítica con los anarcocapitalistas, a quienes tacha de jipis irresponsables, irracionales y antisistema. Su crítica es breve, superficial y muy floja. Sus menciones al gobierno se refieren casi exclusivamente a la necesidad de un código objetivo de justicia: misma ley imperativa, conocida y predecible para todos los ciudadanos, y mismos procedimientos de resolución de conflictos; cree que la justicia privada sería arbitraria, como si no pudiera seguir principios objetivos. No especifica cuáles deben ser los contenidos detallados de esa ley objetiva o si pueden deducirse mediante la razón. Ignora los problemas legales del derecho internacional (países con leyes diferentes e incluso incompatibles), que implicarían la necesidad de un gobierno mundial para que no haya conflictos entre ciudadanos de diferentes países. Confunde la competencia violenta entre fuerzas armadas con la competencia comercial entre agencias de protección por ofrecer sus servicios en un mercado libre. Demuestra poca habilidad en lógica formal y en el manejo de los cuantificadores existencial y universal: confunde que todo conflicto deba tener un juez imparcial con que deba haber un único juez imparcial para todos los conflictos (uno de los errores inconscientes más habituales en defensa del Estado). Sobre la necesidad de cobrar impuestos para mantener al Estado, Rand ingenuamente cree que los ciudadanos racionales los pagarían voluntariamente porque entenderían su necesidad y los beneficios asociados: si esto fuera así, ni siquiera haría falta un contrato constitucional, ya que sus contenidos podrían deducirse por cualquier persona racional. No explora cómo surge históricamente el Estado ni por qué cada Estado tiene jurisdicción sobre un territorio y unos ciudadanos dados.

Definiciones y conceptos

Rand da mucha importancia a las definiciones de los términos y los conceptos como herramientas de identificación y clasificación rigurosa de las entidades a partir de rasgos comunes (el género, lo que comparten con un grupo más amplio) y diferentes (la especie, lo que separa de otros). Utiliza ejemplos didácticos simples para ilustrar sus ideas (por ejemplo, una mesa como caso particular de mueble), pero realiza simplificaciones excesivas, evita ejemplos conflictivos o problemáticos (quizás porque no ha pensado en ellos), y se equivoca con algunas definiciones; al menos reconoce que las definiciones pueden cambiar con el avance del conocimiento humano.

Define al ser humano como animal racional, definición filosófica clásica, pobre por incompleta y problemática (la racionalidad no es fácil de definir, no es el único rasgo distintivo de los humanos, y los humanos también son irracionales), y además arbitraria: ¿por qué no ser vivo, o primate, o cultural, o lingüístico, o moral, o hipersocial? Define al animal como ser vivo con facultades de consciencia y locomoción: parece desconocer clasificaciones taxonómicas o clasísticas básicas de biología más allá de animales y plantas; ignora que todos los seres vivos son sistemas cibernéticos y tienen ciertas capacidades más o menos desarrolladas de percepción y comprensión de su entorno; ignora que hay seres vivos con capacidades de locomoción que no son animales (procariotas), y que hay animales sin capacidades de locomoción (esponjas, anémonas); ignora rasgos esenciales de los animales como el ser eucariotas, heterótrofos y multicelulares; cree falsamente que el ser humano es el único animal capaz de compartir información y conocimiento mediante la cultura. Define a los organismos como entidades que poseen capacidades de acción generada internamente, de crecimiento mediante el metabolismo, y de reproducción: según esta definición los seres vivos incapaces de crecer o reproducirse (estériles) no serían organismos.

Rand afirma que el proceso de formación de conceptos no está completo hasta que sus unidades constituyentes estén integradas en una sola unidad mental mediante una palabra específica: ignora que hay conceptos representados por expresiones compuestas, como justicia social, número natural, cubiertos para pescado, etc.

La estructura de su sistema conceptual es jerárquica, con conjuntos y subconjuntos anidados de forma recursiva y particiones exhaustivas: las propiedades de las entidades se van añadiendo o especificando desde lo más abstracto hacia lo más concreto, pero no cabe la posibilidad de que se combinen, modifiquen o pierdan rasgos heredados de clases superiores, lo que sucede frecuentemente en la naturaleza. Fuerza a la realidad a encajar a golpes en una clasificación simplista y cuadriculada con la cual además parece querer impresionar a sus seguidores. Las ontologías más modernas no exigen jerarquías conceptuales sino que aceptan otras estructuras, como las redes semánticas.

Rand da mucha importancia a los conceptos como producto y herramienta de la razón humana. Sin embargo, el conocimiento humano no se basa solo en conceptos y sus expresiones lingüísticas (conocimiento simbólico): también es muy relevante el conocimiento subsimbólico, procedimental, tácito, no articulado (cómo hacer las cosas aun sin saber explicarlo).

Rand critica a los nominalistas (sin mencionar a ninguno) afirmando (falsamente) que estos defienden que los conceptos se forman arbitrariamente y por capricho. En el análisis de qué conceptos son necesarios y cuáles no, cuándo son necesarios nuevos conceptos, y qué entidades incluir en qué concepto cuando hay algún problema, Rand es autoritaria: basándose en una presunta economía conceptual (que para ella es obvia) afirma que los conceptos solo deben ampliarse cuando sea necesario (sin especificar para qué), y que son los filósofos los que deben velar por el rigor conceptual; ofrece varios ejemplos sencillos en los que impone su criterio particular (cisnes negros, marcianos racionales pero con aspecto de arañas), e ignora la posibilidad de que los filósofos pudieran no ponerse de acuerdo sobre el uso de los conceptos, algo que sucede con frecuencia. Su principal ejemplo para los casos límite es el de los colores y sus transiciones, un caso relativamente simple (parece que solo hay un parámetro esencial, la frecuencia o longitud de onda), pero en el cual muestra que no domina el problema de la percepción sensorial y la dependencia holística del contexto. No entiende que las palabras no tienen significados objetivos compartidos de forma universal, sino que los hablantes dan significados más o menos compartidos a las palabras en su uso práctico, y puede ser que no se pongan de acuerdo (véase por ejemplo términos éticos importantes como “libertad” o “justicia”, cómo significan cosas distintas para diferentes personas).

Rand critica a la mayoría de los seres humanos porque no son rigurosos en sus usos de los conceptos: utilizan aproximaciones vagas en lugar de definiciones precisas y claras, y a menudo hablan y no saben lo que quieren decir. Este problema existe, pero la filosofía del objetivismo, con sus errores asociados, no es la solución. Rand acusa a la gran mayoría de personas de usar palabras que “denotan sentimientos no identificados, motivos no admitidos, impulsos subconscientes, asociaciones aleatorias, sonidos memorizados, fórmulas rituales, señales de segunda mano […] son incapaces de distinguir pensamiento de emoción, cognición de evaluación, observación de imaginación, incapaces de discriminar entre existencia y consciencia, entre objeto y sujeto, incapaces de identificar el significado de cualquier estado interior—y pasan sus vidas como prisioneros asustados dentro de sus propios cráneos, temerosos de mirar fuera a la realidad, paralizados por el misterio de su propia consciencia—”. Es un discurso manipulador típicamente sectario, dirigido a que sus seguidores crean que ellos no son así, como el vulgo, sino que son especiales, valientes, conscientes, racionales.

Memética y cultura

La capacidad de copiar o imitar (junto con la capacidad de crear o innovar) es una característica esencial del ser humano y la base de la cultura, y no precisa de una racionalidad consciente o intencional. Rand solo enfatiza la creatividad y critica a los imitadores como parásitos intelectuales (o incluso ladrones) de los pensadores o artistas originales. Su defensa de la propiedad intelectual es floja y posiblemente interesada.

Amor y sexo

Rand afirma que el amor puede medirse, y cuando intenta demostrarlo lo único que hace es comparar ordinalmente unas preferencias o valoraciones con otras; no ofrece ninguna relación cuantitativa con una unidad básica de referencia, que es lo que según ella misma es una medición. Dice que el amor existe en diversos niveles (desde el gusto al afecto), de los cuales el más alto o intenso sería el amor romántico: no menciona el amor de una madre o un padre por sus hijos, e ignora que el enamoramiento del amor romántico es en realidad una adicción y no simplemente la expresión de un valor superior. Para ella la esencia de la feminidad es adorar al héroe, admirar al hombre, someterse al hombre.

Sobre la homosexualidad, Rand muestra su ignorancia sobre el tema al mencionar un ejemplo hipotético de un adolescente que se ha vuelto homosexual porque sus padres le han asustado con lo pecaminosas que son las mujeres.

Estética y valores

Las ideas estéticas de Rand son básicamente un intento de justificación de sus propias novelas y una defensa de sus preferencias particulares disfrazada de argumentación racional objetiva. Sus obras son maniqueas y con personajes de blanco y negro y de cartón piedra: buenos muy buenos y muy guapos y malos muy malos y muy feos.

Cuando habla de valores Rand no se refiere a preferencias subjetivas (que para ella serían hedonistas, arbitrarias o caprichosas), sino a valores filosóficamente objetivos, cosas buenas o malas, mejores o peores, según criterios presuntamente racionales, como por ejemplo la gran obra literaria de Víctor Hugo, muy superior en valor a una revista del corazón. Afirma que una persona racional solo disfruta una fiesta si esta es agradable, que es como no decir nada o negar la subjetividad de las valoraciones. Rand sufre la típica arrogancia del intelectual sofisticado que se cree que sus preferencias particulares por entidades más complejas y difíciles son objetivamente superiores a las preferencias vulgares de los demás; es un claro ejemplo del uso pedante del arte (su producción y su apreciación) como señal costosa de estatus intelectual, cultural y social. Según ellas los valores deben ser razonados, comprendidos: no basta con querer cosas, es necesario saber por qué uno quiere esas cosas.

Rand rechaza los bailes modernos de su época por ser histéricos, por buscar el placer en la inconsciencia (como el emborracharse): no entiende la importancia de la desinhibición, del estado de flujo, del bienestar que se puede alcanzar simplemente haciendo cosas, meditando o sintiendo sin necesidad de razonar. Su presunto uso de la razón es frecuentemente una racionalización de sus filias y fobias.

Kant

Las críticas contra Kant, a quien no cita directamente y a quien considera la cumbre del misticismo, son especialmente obsesivas y absurdas. Compara a su sistema con “un hipopótamo bailando la danza del vientre” y basado en que “el conocimiento humano no es válido porque su consciencia posee identidad”. Como la consciencia tiene una naturaleza específica y no otra, no es válida: “el hombre es ciego porque tiene ojos, sordo porque tiene oídos, engañado porque tiene mente; y las cosas que percibe no existen, porque las percibe”.

Kant no invalida el conocimiento humano sino que reconoce que es falible y procesado, e intenta compatibilizar racionalismo y empirismo: el conocimiento opera indirectamente mediante categorías innatas (espacio, tiempo, causalidad) y representaciones o modelos de la realidad (fenomenología).

Egoísmo frente a altruismo

El problema del egoísmo y el altruismo es que son términos y conceptos complejos que pueden fácilmente ser malinterpretados y que requieren explicaciones claras. También conviene especificar si son ideas descriptivas (positivas) o prescriptivas (morales, normativas). Rand entiende el altruismo como si fuera algo obligatorio, como si siempre fuera coactivo, violento, impuesto: el altruista sería alguien engañado o una víctima del parasitismo o la depredación. Llama sacrificio (autosacrificio) a la pérdida neta (intercambiar valor menor por valor mayor). Hace un hombre de paja del altruismo, como que defiende la muerte o se basa en la muerte, mientras que el egoísmo se basa en la vida. No comprende que si es posible interpretar de forma sensata y liberal el egoísmo, también puede hacerse lo mismo con el altruismo. Ignora los estudios biológicos, psicológicos y económicos acerca de la evolución de la cooperación, el altruismo recíproco, la reciprocidad indirecta y el altruismo ostentoso como señal honesta costosa de riqueza y poder que incrementa la reputación y estatus social del individuo. Que la moral deba basarse en el desarrollo humano, como Rand bien defiende, no implica que la respuesta correcta sea el egoísmo.

El objetivismo menciona el interés racional pero quizás no está claro qué es el interés y qué añade el calificativo “racional” a la idea de interés. No dice que actuar según el propio interés sea legítimo o esté permitido, sino que es obligatorio: pero si actuar de forma egoísta y por el propio interés es un deber moral, ¿cuál es el castigo por incumplir libre y voluntariamente ese deber, quién es el perjudicado por este incumplimiento y quién tiene derecho a castigarlo y exigir una compensación?

Razón y violencia

Rand rechaza y denuncia la violencia y afirma que su uso no puede ser racional: una cosa es la razón y otra incompatible la violencia. Ignora que según las circunstancias puede ser perfectamente racional (aunque ilegítimo o inmoral) para un individuo usar la violencia contra otros.

Errores varios

Sobre los nativos americanos, Rand afirmó que eran salvajes, que no estaban civilizados, que no utilizaban derechos de propiedad y que no tenían derecho a sus tierras, por lo cual era legítimo arrebatárselas y expulsarlos. Como guionista cinematográfica muy ligada al mundo del cine, su conocimiento del tema parece proceder de una película de indios (los malos) y vaqueros (los buenos).

En su novela y película El manantial hay una escena que se parece mucho a una violación (además realizada por Howard Roark, el héroe protagonista), pero que no merece ninguna denuncia: tal vez es que la mujer en el fondo quería ser forzada por el ser racional superior al cual al final se rinde (hay escenas similares en La rebelión de Atlas). El arquitecto Howard Roark demuele un edificio con explosivos porque considera que han distorsionado su proyecto original: su intento de justificación mediante un largo monólogo es especialmente flojo.

En la novela (y películas) La rebelión de Atlas el protagonista John Galt es un genio que inventa él solo un motor o generador de energía eléctrica a partir de electricidad estática ambiental, algo entre imposible, ineficiente o inútil según las leyes del desarrollo tecnológico y de la termodinámica. Hay un accidente de tren en el cual muchos pasajeros mueren en un túnel, y Rand repasa por qué ellos mismos son parcialmente culpables de su destino. Francisco d’Anconia sabotea y arruina su propia compañía (difunde rumores que provocan pánico), arruinando también a los demás accionistas (que serían parásitos de sus esfuerzos). En la Quebrada de Galt los protagonistas creen que van a prosperar mucho gracias a que son una sociedad libre y respetuosa del derecho de propiedad, pero ignoran factores como el pequeño tamaño de su mercado y la inexistencia de relaciones con el resto del mundo (lo cual dificultaría la división del trabajo y la acumulación de capital).

(De www.juandemariana.org)

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