Se dice que lo que produce efectos en cada uno de nosotros, no es la realidad misma, sino la visión que de ella tengamos. De ahí que un mismo conjunto de hechos son observados de una forma positiva por el optimista, negativa por el pesimista y "tal como son" por el realista. De esto surge la posibilidad de que, a partir de una visión distorsionada de la realidad, podamos sin embargo alcanzar niveles de felicidad superiores a los alcanzados a partir de un estricto realismo. Sin embargo, la experiencia indica que resulta conveniente no alejarse demasiado de la realidad (como tampoco del suelo, ya que las caídas suelen ser dolorosas).
Las "mentiras piadosas", emitidas por médicos y familiares, le permiten al enfermo pasar sus días en mejor forma que aquella en que son plenamente conscientes del mal que padecen. También los políticos y economistas tienden a esconder parte de la realidad para evitar males mayores, aunque también con ello tienden a enmascararla, imposibilitando la opción de mejorarla.
El fenómeno religioso viene asociado a verdades, errores y simbologías que pueden producir efectos diversos, desde la unión de los adeptos hasta enajenaciones mentales que más tarde originarán verdaderas catástrofes sociales, como las guerras de religión. De ahí la conveniencia de adaptarnos a las leyes naturales antes que a las propuestas religiosas, especialmente cuando estas últimas no las tienen en cuenta. William James escribió: "Dios es real porque produce efectos reales", mientras que Miguel de Unamuno escribió: "Creer en Dios es anhelar que le haya, y es, además, conducirse como si le hubiera".
En otras épocas, la creencia religiosa podía actuar como un freno que limitaba las acciones negativas, por lo que el Quijote recomendaba: "Primeramente, has de temer a Dios, porque en el temerle está toda sabiduría; y siendo sabio, no podrás errar en nada".
Si consideramos que todo lo existente está regido por leyes naturales invariantes, como lo acepta la ciencia experimental y la religión natural, es oportuno mencionar los efectos que produce la creencia (compatible con la anterior) en un Dios que interviene en los acontecimientos humanos, premiando o castigando a los seres humanos según sea su conducta. Sholem Asch escribió: "El hombre creyente, sea judío o cristiano, que ha sido inculcado por una fe profética, acepta cada castigo, no importa cuán duro sea sobre su destino, no como un signo de rechazo o indiferencia por parte de la divinidad, como lo hace el fatalista, sino como un signo de su porción en la divinidad".
"Ve en cada castigo la mano de Dios. El hombre creyente hace de sus tribulaciones motivos de análisis propio, pasando revista de todas sus acciones y confesando sus defectos. Inclina su cabeza, humilla su orgullo, y con un corazón purificado, continúa por el sendero que le ha sido preparado por el destino. De este modo, el hombre creyente transforma cada castigo, de una maldición en una bendición de Dios; cada degradación, de una derrota en una victoria; cada vergüenza, de una humillación en una purificación que trae consigo una nueva disciplina en su personalidad".
"Puede decirse, sin exageración, que el creyente debe más, por su progreso espiritual y aun material, a los fracasos que a los éxitos obtenidos en el curso de su existencia. Aquello que él consideró como un desastre, en el momento de ocurrir, se transforma, por medio de la enseñanza que ha recibido, en una porción de buena suerte. Y esta verdad valedera para los individuos, es aplicable, igualmente a los pueblos y religiones".
"En estos días (1941), cuando el castigo de Dios ha llegado no sólo a los individuos, sino a pueblos enteros, mientras los países se transforman de la noche a la mañana de tierras de libertad en campos de esclavitud; cuando un continente íntegro está en proceso de extinción; cuando pueblos civilizados son reducidos al estado de tribus primitivas bajo el manto de una raza dominante; en estos días, cuando Dios mismo está pisoteado y la fe profética humillada, ¿no ha llegado el tiempo para tal consideración y repaso, no sólo para los individuos, sino para todos nosotros? ¿No ha llegado el tiempo para escudriñar el corazón, para un examen detenido de nuestros actos y fracasos, con el fin de aprender la gran lección que encierran?".
"Como uno de los muchos que sienten sobre sus hombros el peso aplastante del tiempo, como uno que sufre en el tormento común, he tomado sobre mí la tarea de reavivar ciertas memorias de antaño, indicando los antiguos valores morales que están cargados con el poder de la salvación para nosotros y para nuestros días".
"La voluntad de ver al mundo surgir fortalecido y purificado de la calamidad bajo la cual yace postrado, el anhelo de ayudar a transformar el castigo de Dios en su bendición, constituye mi derecho y me provee del valor necesario para escribir este libro con mis convicciones más íntimas, y ofrecerlas al público" (De "Mi creencia"-Biblioteca Nueva-Buenos Aires 1946).
Desde el punto de vista de la religión natural, se supone que no es Dios quien castiga a los hombres, sino que es el hombre mismo quien se autocastiga cuando su comportamiento se aleja de la finalidad implícita en el orden natural. Recordemos que, para Cristo, la fuente de premios y castigos reside en uno mismo, por lo que expresó: "El Reino de Dios está dentro de vosotros", y también: "Porque Dios sabe que os hace falta antes de que se lo pidáis".
De la misma manera en que determinado acontecimiento puede producir distintos efectos en distintas personas, es posible que distintas creencias, o visiones de la realidad, produzcan un mismo efecto ético. Así, la idea de un Dios que interviene en los acontecimientos humanos (alterando las leyes naturales o las condiciones iniciales de una secuencia de causas y efectos) puede producir el mismo efecto ético que la idea de un universo regido por leyes naturales invariantes, sin interrupciones de ningún tipo.
Esto implica que los premios y castigos, ya sea que provengan de Dios o bien de cada uno de nosotros, son posturas que conducen a la necesidad de una mejora ética, para aumentar los premios y disminuir los castigos. Desde este punto de vista, los Evangelios son compatibles con ambas posturas, teniendo en cuenta las antes citadas expresiones de Cristo.
Mientras que el pagano le pide a Dios que interrumpa o cambie sus leyes, para ser beneficiado personalmente, desde la religión natural se promueve la adaptación del ser humano a las leyes naturales (o leyes de Dios). En el primer caso se advierte cierta actitud de rebeldía contra Dios (similar a la observada en las sociedades corruptas que no respetan la Constitución y piden permanentemente cambiarla), mientras que en el segundo caso se advierte una actitud de respeto y obediencia respecto a esas leyes y a su aparente Creador. ¿Quién es el creyente y quién el ateo? ¿El que respeta las leyes buscando adaptarse a ellas o el que pide a Dios que las cambie para beneficio personal?
Una misma actitud, o predisposición, puede observarse en distintos ámbitos del pensamiento. Mientras que un sector de la sociedad aboga por un Estado que lo proteja en situaciones de emergencia y rechaza la posibilidad de encontrar la seguridad personal en una eficaz labor productiva (reproduciendo la actitud del creyente en un Dios intervencionista), otro sector desconfía del Estado y busca seguridad en su propia capacidad e iniciativa (reproduciendo la actitud adoptada y sugerida por la religión natural).
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2 comentarios:
Hoy en día hemos de reconocer que no está de moda lo de la mejora ética. Todo el mundo a lo que aspira es a la mejora económica. Y precisamente, y de forma ampliamente mayoritaria, no basándose en un mejor desempeño personal y colectivo sino en un mayor acceso a las partidas de gastos previstas en los presupuestos públicos que administra el aparato estatal. Y no sólo para situaciones de necesidad como se apunta en la entrada sino simplemente para mejorar el nivel de vida, y siempre al margen del trabajo o rendimiento personal que se haya tenido.
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