Si bien la decadencia de una sociedad, o de un país, es un fenómeno que admite varias causas, es posible encontrar en la historia de los pueblos casos similares que nos pueden ayudar a comprenderlo. A partir de su comprensión, será posible intentar revertir la situación decadente.
Es oportuno, en estos casos, remitirnos a autores que han profundizado el tema (y que han vivido un tiempo en la Argentina), como es el caso de José Ortega y Gasset, de quien se citarán algunos párrafos. Sin embargo, analizando la situación desde el punto de vista de las actitudes individuales, puede afirmarse con cierta seguridad que la decadencia de una sociedad se debe al predominio del egoísmo, del odio y de la negligencia sobre toda actitud dirigida hacia la cooperación social. De ahí que pueda decirse que se trata de un problema moral y que habrá de resolverse, o no, desde ese ámbito.
El egoísmo exagerado lo vemos en los políticos y gobernantes que sólo buscan el éxito personal y poco les interesa la nación. Con la mentira siembran el odio entre sectores produciendo antagonismos que llevarán tarde o temprano a la decadencia. Para colmo, favorecen la vagancia de los sectores más humildes relegándolos de por vida a la pobreza sin que aspiren a mejorar por sus propios medios. Esta síntesis de errores puede asociarse principalmente a Juan D. Perón, el principal artífice de la decadencia nacional.
La actitud peronista, que permite ganar muchos votos en una contienda electoral, quedó implantada tanto en sus seguidores como posteriormente en varios opositores, motivados por apetencias de poder personal o sectorial. Ortega y Gasset observa un proceso similar en España: “Unos cuantos hombres, movidos por codicias económicas, por soberbias personales, por envidias más o menos privadas, van ejecutando deliberadamente esta faena de despedazamiento nacional, que sin ellos y su caprichosa labor no existiría” (De “España invertebrada”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1967).
Mientras que la España observada por Ortega se fue debilitando por las tendencias separatistas, la Argentina se fue debilitando por la tendencia populista que dividió a la nación en amigos y enemigos, en peronistas y decentes, principalmente. Resulta poco novedoso agregar que los pueblos divididos tarde o temprano terminan en una prolongada decadencia, mientras que, el primer paso para revertirla, ha de ser el de la unidad nacional. El citado autor escribió: “Franscesco Guicciardini cuenta que un día interrogó al rey Fernando: «¿Cómo es posible que un pueblo tan belicoso como el español haya sido siempre conquistado, del todo o en parte, por galos, romanos, cartagineses, vándalos, moros?». A lo que el rey contestó: «La nación es bastante apta para las armas, pero desordenada, de suerte que sólo puede hacer con ella grandes cosas el que sepa mantenerla unida y en orden». Y esto es –añade Guicciardini- lo que, en efecto, hicieron Fernando e Isabel; merced a ello pudieron lanzar a España a las grandes empresas militares”.
“Aquí, sin embargo, parece que la unidad es la causa y la condición para hacer grandes cosas. ¿Quién lo duda? Pero es más interesante y más honda, y con verdad de más quilates, la relación inversa; la idea de grandes cosas por hacer engendra la unificación nacional” (De “España invertebrada”).
En la Argentina, el sistema democrático no da los resultados esperados por cuanto predomina netamente la brecha social creada por el peronismo y fortalecida por el kirchnerismo. En un país normal, las elecciones sirven para cambiar de gobernante si éste fracasa en su gestión. Por el contrario, en la Argentina poco o nada cuenta la gestión de gobierno ya que predomina netamente el odio al sector rival, de ahí que tanto kirchnerismo como macrismo (continuador de la decadencia kirchnerista) ostentan la mayor intención de votos para las elecciones de 2019, siendo desastroso para la nación la reelección de cualquiera de los líderes respectivos.
También debe decirse que, si aparece un candidato que vislumbre cierta capacidad para revertir la situación, pocos votos habrá de lograr, porque seguramente dirá la verdad sobre la nación y su pueblo; un pueblo que vive de la mentira y la defiende a muerte por no reconocer haberse equivocado en elecciones anteriores y por no reconocer los graves errores de sus líderes preferidos.
Si bien el populismo y el totalitarismo peronista gozan aún de “buena salud”, la alternativa democrática y liberal no presenta gran atractivo por cuanto sus promotores suponen que todo el país se arreglará a partir de la implantación de una economía de mercado con una limitación en el derroche del Estado. Si bien este es un objetivo inmediato, se olvida que primeramente debe lograrse una mejora cultural, aspecto algo desdeñado por la mayor parte de ese sector. Ortega y Gasset escribió al respecto: “La sociedad es tan constitutivamente el lugar de la sociabilidad como el lugar de la más atroz insociabilidad, y no es en ella menos normal que la beneficencia, la criminalidad. Lo más a que ha podido llegarse es a que las potencias mayores del crimen queden transitoriamente sojuzgadas, contenidas, a decir verdad, sólo ocultas en el subsuelo del cuerpo social, prontas siempre a irrumpir una vez más de profundis”.
“No se diga, pues, tampoco que la sociedad es el triunfo de las fuerzas sociales sobre las antisociales. Ese triunfo no se ha dado nunca. Lo que hay, lo único que hay a la vista, es la lucha permanente entre aquellas potencias y las vicisitudes propias de toda contienda”. “Todas las cautelas, todas las vigilancias son pocas para conseguir que en alguna medida predominen las fuerzas y modos sociales sobre los antisociales”.
“El liberalismo, en cambio, creía que no había que hacer nada, sino, al contrario, laissez faire, laissez passer. Pensaba que, frente a la sociedad, lo único de que hay que ocuparse es de no ocuparse: a esto llamaba política liberal, y en esto consistía su ismo. Porque en materia política es casi siempre el ismo paroxismo, unilateralidad y monomanía”.
“Creía que la sociedad se regulaba miríficamente [admirablemente] a sí misma, como un organismo sano. Y claro está que, si no siempre, con máxima frecuencia consigue regularse; pero no miríficamente, ni espontáneamente, como el liberalismo suponía, sino lamentablemente, esto es, gracias a que la mayor porción de las fuerzas positivamente sociales tienen que dedicarse a la triste faena de imponer un orden al resto antisocial de la llamada sociedad. Esta faena, por muchas razones terrible, pero inexcusable, merced a la cual la convivencia humana es algo así como una sociedad, se llama mando, y su apartado, Estado”.
“En su libro «Sobre las leyes» hace constar solemnemente Cicerón que sin «mando o imperium no puede subsistir ni una simple casa, ni una ciudad, ni un pueblo, ni el género humano mismo». Ahora bien: el mando y, por consiguiente, el Estado son siempre, en última instancia, violencia, menor en las sazones mejores, tremenda en las crisis sociales. La mermelada intelectual que fue el dulce liberalismo no llegó nunca a ver claro lo que significa el fiero hecho que es el Estado, necesidad congénita a toda «Sociedad»” (De “Historia como sistema y Del Imperio romano”-Revista de Occidente-Madrid 1941).
A veces se confunde la divergencia de opiniones entre sectores que avanzan hacia un mismo objetivo, con la divergencia que surge entre sectores que avanzan hacia objetivos distintos, en cuyo caso resulta imposible ponerse de acuerdo. Así, en los países en decadencia puede observarse la existencia de un sector que promueve una mejora social generalizada y de otro sector que propone indirectamente la destrucción social (buscando objetivos personales o sectoriales) o bien buscando en forma directa la destrucción social, como es el caso de los sectores socialistas que aducen que debe destruirse la sociedad capitalista y burguesa previamente a la instalación del socialismo.
La sociedad en decadencia es aquella que no busca el bien ni la verdad, porque el relativismo moral, cognitivo y cultural reinante, hace que descrea de tales valores y objetivos. También descree del sistema económico que mejores resultados logra. La desorientación y el caos predominan en sectores cada vez más numerosos.
Carlos S. Nino definía a la Argentina como "un país al margen de la ley", ya que, para la mayoría de los argentinos, ser "libre" significa tener derechos ilimitados mientras se rechaza todo deber, ignorando además todo tipo de leyes y reglamentos. Maurice Schumann escribió: "Quienquiera que delire con una libertad sin límites y sin freno, llevará en sí el germen del fascismo, incluso si se desgañita proclamando su antifascismo. «El error de los errores -nos enseñaba Alain- es el de querer ser libre lejos del obstáculo». El obstáculo es la libertad de los demás" (De "Angustia y certeza"-EUDEBA-Buenos Aires 1981).
Tal como observaba Ortega, el argentino actúa como el personaje que pretendió ser, pero sin llegar a serlo. Es como una caricatura de sus propios ideales y anhelos. Cuando tal personaje llega a la Presidencia de la Nación, las consecuencias serán padecidas y lamentadas por varias generaciones.
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2 comentarios:
Esta unidimensionalidad materialista que llega a definir a cierto liberalismo es un evidente punto de contacto con el marxismo, y es grave no sólo porque se hace a despecho de toda noción ética o cultural, sino porque no se aplica el simple contraste de la teoría con los hechos humanos y sociales realmente existentes.
Un sector del liberalismo propone los intercambios en el mercado como vínculo de unión entre los hombres, mientras que el marxismo propone a los medios de producción como ese vínculo...En ambos casos, no se trata de vínculos afectivos (como el amor al prójimo) sino vínculos materiales.....
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