Por lo general, el socialista es alguien predispuesto a redistribuir lo que produce el “empresario egoísta y explotador”, aunque nunca esté predispuesto a repartir algo propio. De ahí la supuesta superioridad moral de la que se enorgullecen quienes, en forma permanente, reclaman la expropiación estatal de los medios de producción mientras promueven una eficaz discriminación social de todo un sector de la población, que es el que mantiene económicamente al resto.
Cuando pretenden establecer el socialismo, constituido por una sola empresa, el Estado, nunca advierten que de esa forma se establece un monopolio bastante mayor que los monopolios privados que combaten, por lo cual, bajo el socialismo, se acentúan todos los defectos atribuidos al capitalismo privado. Sin embargo, ellos ven una diferencia importante: la empresa privada está dirigida por personas egoístas y explotadoras mientras que, bajo el socialismo, el monopolio estatal ha de estar dirigido por personas con una “superioridad moral” absoluta respecto del resto de los mortales.
Para encontrar una explicación de la actitud socialista, se los debe contemplar, no tanto desde la política o la economía, sino desde la psicología. Así, el socialista encuadra en un tipo de personalidad definida como el “ayudador”. Sin embargo, debe distinguirse entre el ayudador auténtico, el que está motivado por una predisposición a la cooperación social, del ayudador promedio y del ayudador malsano, figura psicológica que cuadra en la típica actitud socialista.
Una descripción de tal tipo psicológico ha sido establecida, desde la Psicología social, por Don Richard Riso, quien escribió respecto del ayudador malsano: “Puede ser manipulador y funcionar en beneficio propio, haciendo sentir culpables a los demás, endeudándolos con él. Se autoengaño respecto a sus propias motivaciones y conducta. Dominante y coercitivo: se siente con derecho a obtener lo que quiera de los demás. La «víctima y mártir» se siente objeto de abusos, amargamente resentido e iracundo, todo lo cual resulta en hipocondría y problemas psicosomáticos”.
“Los ayudadores malsanos están entre los tipos de personalidad más insidiosos, porque son extremadamente egoístas en nombre del total desprendimiento. Hacen terribles males a los demás, mientras creen que son completamente buenos”.
“Actúan en forma agresiva sólo si pueden convencerse de que sus agresiones son por el bien de alguna otra persona, y jamás por su propio interés. Los ayudadores promedio a malsanos temen que si fueran abiertamente egoístas o agresivos, su conducta negativa no sólo desmentiría su autoimagen virtuosa, sino que también alejaría a los demás. por lo tanto, se niegan a sí mismos (y a los demás) que tienen alguna motivación egoísta o agresiva, mientras interpretan su conducta real de un modo completamente favorable a ellos. A la larga llegan a tener tanta práctica en esto, que se engañan totalmente respecto a la contradicción entre sus verdaderas motivaciones y su conducta real. Los ayudadores malsanos se tornan capaces de actuar en forma muy egoísta y muy agresiva, mientras que, en su mente, no son ni egoístas ni agresivos”.
“La fuente de su motivación es la necesidad de ser amados. Sin embargo, los ayudadores siempre están en peligro de permitir que su deseo de ser amados se deteriore en un deseo de controlar a los demás. Al hacer que los demás gradualmente dependen de ellos, los ayudadores promedio inevitablemente despiertan resentimientos en su contra mientras exigen que los demás confirmen cuán virtuosos son. Cuando se producen conflictos interpersonales, como inevitablemente ocurre debido a sus intentos de controlar a los demás, los ayudadores promedio a malsanos siempre sienten que «más se peca contra ellos que pecadores son». Se consideran mártires que se han sacrificado desinteresadamente sin ser apreciados por ello en lo más mínimo” (De “Tipos de personalidad”-Editorial Cuatro Vientos-Santiago de Chile 1993).
Un alto porcentaje de la población acepta que los terroristas de los años setenta eran mártires que ofrendaban sus vidas por un mundo mejor, mientras asesinaban, secuestraban y colocaban explosivos en diversos lugares. El socialista desprecia la vida de los demás, ya que acepta como simple “necesidad” la tarea purificadora de opositores que culminó con decenas de millones de víctimas en la etapa de implantación del socialismo en la URSS y China, principalmente. Pero, por el contrario, la vida de un terrorista le resulta mucho más valiosa que la de aquellos millones de inocentes. Sin embargo, aun la defensa de sus “mártires” lleva la intención de descalificar y atacar al sector opositor al socialismo. El odio hacia el enemigo supera cualquier posible amor hacia otros seres humanos.
A cualquier persona bienintencionada le resulta asombroso que existan todavía promotores del socialismo aun cuando haya fracasado estrepitosamente a lo ancho y a lo largo del mundo. Pedirle al socialista que acepte la realidad histórica implica negarle su personalidad, de ahí que resulte imposible que reconozca la realidad. La creencia en sus propias virtudes impide tal reconocimiento. El citado autor agrega: “Los ayudadores promedio a malsanos hacen todo lo posible para ser buenos en su propia mente –y para conseguir que los demás refuercen su evaluación sobre sí mismos. Por esto es que el autoengaño resulta tan importante para los ayudadores malsanos, y por esto es que se pueden tornar tan destructivos de la vida emocional de los demás mientras siguen absolutamente convencidos de su propia virtud”.
“El «amor» de los ayudadores malsanos no es más que un barniz que cubre el deseo de dominar a los demás. No sienten un cariño genuino por los demás, ni les preocupa su bienestar; sólo les interesa satisfacer sus necesidades neuróticas. Los ayudadores malsanos hacen el mal en nombre del bien, y ya no pueden detectar la diferencia”.
Mucha gente parece no advertir que quien lleva malas intenciones, como es el caso del vulgar estafador, siempre ha de mostrar una falsa personalidad por cuanto todo engaño requiere de un disfraz adecuado; de lo contrario no podría embaucar a nadie. La peligrosidad del socialista estriba, entre otros aspectos, en que él mismo no sabe que lleva en forma permanente un disfraz para sus ilimitadas aspiraciones de poder; de un poder absoluto para ser ejercido sobre los demás. Don Richard Riso agrega: “Naturalmente, es por completo enervante tratar con los ayudadores malsanos. Se colocan en una posición moralmente superior, sea lo que sea que hayan dicho o hecho. Y al insistir en la pureza absoluta de sus motivaciones, ponen en tela de juicio las de los demás”.
“Nadie puede cuestionar sus conductas o motivaciones sin que los ayudadores le adscriban cierta maldad. Incluso la evidencia tangible no tiene ningún efecto en ellos, ya que puede ser descartada como ajena a sus buenas intenciones. Siempre se puede contar con que los ayudadores malsanos se defiendan apelando a las buenas intenciones y a las leyes del corazón para sancionar cualquier cosa que hagan”.
“Utilizan racionalizaciones religiosas para eximirse de culpa o responsabilidad por sus acciones; hacen que el intento de otra persona de un análisis objetivo de una situación parezca fútil e inferior en comparación a su ética superior, que sigue una moralidad preeminente. Han convertido la sentencia «ama y haz lo que quieras» en un permiso para hacer todo lo que quieran en nombre del «amor»”.
“El autoengaño es el mecanismo de defensa que permite a los ayudadores malsanos evitar la discrepancia entre las virtudes que creen poseer y sus conductas reales. No importa cuán destructivos sean, los ayudadores malsanos son capaces, mediante el autoengaño, de interpretar positivamente cualquier cosa que hagan. En su mente, siempre siguen siendo seres humanos bien intencionados y amorosos. Su conciencia siempre está limpia”.
“Es importante entender que los ayudadores malsanos están en paz con ser manipuladores, porque no tienen que racionalizar actos individuales. Con ayuda del autoengaño han conseguido racionalizar su vida entera. Una vez que se han definido como buenos, son capaces de justificar cualquier cosa que digan o hagan sin sentirse culpables y sin sentir que ya no son buenos”.
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1 comentario:
La superioridad moral de los progresistas se basa en puras falacias. Y es que siempre están comparando la imperfecta realidad de las sociedades de economía de mercado con las fantasías de sus variadas utopías (socialismo, ecologismo, ideología de género…) y no con las espantosas concreciones que hasta ahora han conseguido desde su ideología (la injusticia, hambre, tortura y muerte de los socialismos históricamente dados).
Por otra parte, como combustible intelectual y moral del cambio que proponen no recurren al fomento de sentimientos genuinamente humanitarios, al uso de la razón y a los argumentos contrastados, sino que abusan de la envidia, el resentimiento y la mentira, elementos que inciden con demasiada facilidad y amplitud en unas masas mitad desinformadas mitad envilecidas que son en buena parte el resultado de la creciente influencia izquierdista en la educación y en los medios de comunicación.
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