Si se ha de presentar un vino para venderlo en el mercado, se deben contemplar con un mismo interés tanto el contenido como el envase. Puede darse el caso de que un contenido de buena calidad no tenga un éxito en las ventas por cuanto se descuidó la etiqueta, o bien no fue respaldado por una empresa de cierto prestigio. También puede darse el otro caso extremo por el cual un envase con buen aspecto sólo sirve para engañar al consumidor con un contenido poco acorde con la expectativa despertada.
Se comenta que el Gral. San Martín, para exaltar las cualidades del vino mendocino, lo presentaba a sus invitados en envases de vinos españoles, de reconocida calidad. De esa forma los sorprendía al mencionarles el cambio realizado posteriormente a la degustación.
En el caso de una ideología, como conjunto de ideas que transmiten cierta información destinada a orientar o modificar conductas, puede hacerse una analogía con el caso del vino. Incluso el propio Cristo la utiliza cuando advierte que “El vino nuevo no se echa en odres viejos…”, indicando que el contenido de sus prédicas no puede ser interpretado acertadamente con las ideas preconcebidas que predominaban en la alicaída religión de su pueblo y de su época.
Si bien el vino de poca calidad, con buen envase, sólo puede tener éxito en el corto plazo, ha de ser el vino de calidad el que ha de tener éxito en el largo plazo, excepto que el envase sea irremediablemente malo. Este último caso posiblemente sea el del cristianismo alicaído de nuestra época, en la cual los predicadores dan malos ejemplos o bien tienen pocas aptitudes o vocación para la misión.
El cristianismo original, con un “envase” muy simple, se fue imponiendo por su buen contenido; esencialmente constituido por una ética social e individual asociada a los Evangelios. Alfred Adler, que no debe confundirse con el psiquiatra austriaco del mismo nombre, escribió: “Se puede decir que estas células de organización y de expansión del cristianismo se mantenían en conexión por virtud de tres factores. En primer lugar, por obra de la misma lucha preparadora de la gran revolución universal. En segundo lugar, merced a la pelea en pro de la fe verdadera y de la conducta a ella acomodada; merced al intercambio recíproco en torno a esta fe y a los principios del comportamiento”.
“En tercer lugar, finalmente, se mantenía la cohesión por medio de la esencia ético-práctica de la conducta misma, es decir, por medio de la moral de la caridad, que era la nueva argamasa de tales comunidades, la cual constituía en su tipo y en su incondicionalidad algo nuevo en el mundo y un vínculo social decisivo. Esta argamasa era tanto más fuerte y alcanzaba tanta mayor importancia, cuanto que ya no era sólo el hombre insignificante sino también el profesional pudiente quien encontraba el camino hacia esa comunidad de amor, que era algo tan elevado espiritualmente y que tenía una tonalidad y una actitud tan peculiares” (De “Historia de la cultura”-Fondo de Cultura Económica-Buenos Aires 1980).
Es interesante advertir que el propio Cristo no presentaba un buen “envase” personal, al menos según los valores estéticos vigentes en la actualidad. El citado autor, refiriéndose al historiador Josefo, escribió: “Si este relato es auténtico, entonces resulta inapreciable, sobre todo por la notable descripción naturalista que hace de Jesús, descripción que, claro es, resulta extrapolada e inaceptable para los cristianos posteriores con el conjunto de toda narración. En esta descripción naturalista de Jesús se nos dice que era de tez oscura, de pequeña estatura, de tres codos de alto, giboso, con rostro alargado, con cejas que se juntaban, «las cuales podían asustar a los que le veían», con poco cabello desmelenado y partido por una raya sobre la frente al modo de los nazarenos, con escasa barba, pero actuando con una fuerza invisible, influyendo decisivamente con una palabra, con un mandato”.
Con la posterior difusión del cristianismo surgen conflictos, no tanto respecto del contenido ético de las prédicas originales, sino respecto del “envase” con el cual se debía presentar la nueva religión. Adler escribió al respecto: “Nos preguntamos cómo puede explicarse el hecho de que el mundo antiguo, que entonces, desde el Concilio de Nicea, celebrado en el año 325, se había hecho cristiano, convirtiese en asuntos esenciales de Estado aquellas controversias dogmáticas, ultrasutilizadas en innumerables sínodos orientales y occidentales y en seis grandes concilios ecuménicos, y que el concilio las pusiese decisivamente bajo la influencia del emperador, cuando se planteaban cuestiones como las siguientes: si Cristo fue, como parte de la Trinidad y como Redentor, puramente divino –homousios- o tan sólo semejante a Dios –homöusios-; si Cristo, de ser divino, tiene dos naturalezas, una plenamente humana y otra divina, o si, por el contrario, tiene sólo una como Redentor aparecido bajo figura humana –monofisitismo o lo contrario-. Pues bien, estas preguntas y otras análogas se convirtieron en problemas de primer rango, para los cuales se tuvieron que encontrar compromisos políticos”.
Cabe señalar que el cristiano debe cumplir con los mandamientos éticos en forma independiente de la naturaleza divina o humana de Cristo. Sin embargo, en la actualidad, al dársele mayor importancia al “envase” que al “contenido”, se le da mayor importancia al que cree en la divinidad del mensajero negándose en caso contrario la denominación de “cristiano” al que cumple con los mandamientos éticos aunque descrea de la divinidad del maestro.
En la actualidad se ha llegado al extremo de que algunos “cristianos” ubican en un lugar secundario al contenido ético priorizando alguna forma misteriosa de vínculo del creyente con el propio Cristo. Este es el caso de la máxima autoridad de la Iglesia Católica, Jorge Bergoglio, quien expresó en Twitter: “Ser cristianos no es ante todo una doctrina o un ideal moral, es la relación viva con el Señor Resucitado” (18/4/21).
Al menospreciar o incluso rechazar el “vino nuevo” propuesto por el propio Cristo, surge en el “cristiano seguidor del envase” la necesidad de darle un nuevo contenido, que se conoce en estos tiempos como “la cuestión social”. Y tanto Bergoglio como otros tantos católicos han reemplazado el contenido ético de los Evangelios por la Teología de la Liberación, que no es otra cosa que marxismo-leninismo auténtico.
Alguien que expresó la idea con mayor precisión y sinceridad fue Pierre Teilhard de Chardin. Este autor trata de compatibilizar (supuestamente) la religión cristiana con la ciencia experimental, lo que constituye, en nuestra época, una urgente necesidad. De la misma manera en que, en épocas pasadas, guiados por la creencia en una única verdad, se trató de buscar la compatibilidad de religión con filosofía, en la actualidad debe encontrarse la compatibilidad entre religión y ciencia, cuya primera consecuencia ha de ser el rechazo de las creencias incompatibles con la ley natural.
Teilhard pretende incorporar en su esquema lo que “está de moda”, lo que parece constituir alternativas válidas para la orientación del ser humano. Admite tácitamente que Cristo no es el único camino a la verdad, ya que interpreta que existen otras alternativas válidas al “amarás al prójimo como a ti mismo”. Al respecto escribió: “A diferencia de las venerables cosmogonías asiáticas que acabo de eliminar, los panteísmos humanitarios representan a nuestro alrededor una forma muy joven de religión. Religión poco codificada o sin codificar (aparte del Marxismo). Religión sin Dios aparente, y sin revelación. Pero Religión en el verdadero sentido, si con esa palabra designamos la fe contagiosa en un Ideal al que hay que entregar la vida propia. A pesar de extremas diversidades de detalle, un número rápidamente creciente de nuestros contemporáneos está ya de acuerdo en reconocer que el interés supremo de la existencia consiste en dedicarse en cuerpo y alma al Progreso universal, y que éste se expresa a través de los desarrollos tangibles de la Humanidad. Desde hace mucho tiempo, el mundo no había asistido a semejante efecto de «conversión». Lo cual significa que, bajo formas variables (comunistas o nacionalistas, científicas o políticas, individuales o colectivas), vemos sin lugar a dudas que a nuestro alrededor nace y se constituye, desde hace un siglo, una nueva Fe: la Religión de la Evolución” (De “Yo me explico”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1968).
Aquí parece aceptar sin inconvenientes a los nacionalismos; causas principales de las Guerras Mundiales. También al comunismo y a los colectivismos (generalmente totalitarios) que produjeron decenas de millones de víctimas. Al respecto agregó: “Comunismo, fascismo, nazismo, etc., todas estas corrientes mayores a donde vienen a confluir la multitud de los grupos deportivos, escolares, sociales, son con frecuencia condenados como un retorno a condiciones gregarias primitivas. Error. La vida no ha conocido, ni podía conocer nada comparable a estos movimientos en masa que, para producirse, exigen una napa homogénea de conciencia” (Citado en “Teilhard de Chardin o la Religión de la Evolución” de Julio Meinvielle-Ediciones Theoria SRL-Buenos Aires 1965).
Pareciera que tal visión evolucionista del mundo pretende compatibilizar ideologías de adaptación con falsas ideologías promotoras de violencia. Parece no distinguir entre el Bien y el Mal. La tibieza y la irresponsabilidad de su postura puede simbolizarse en la actitud de los “espíritus conciliadores” que razonan más o menos de la siguiente forma: Si para Cristo 2+2=4, y para Marx 2+2=5; entonces aceptamos como verdad que 2+2=4,5, y así quedamos todos contentos.
Teilhard está lejos de colocarse en una postura antagónica hacia la barbarie marxista-leninista aun cuando ya se conocían las catástrofes sociales ocurridas principalmente en la URSS y China. Pero el párrafo más inverosímil es el siguiente: “Como me gusta decir, la síntesis del «Dios» (cristiano) de lo alto y del «Dios» (marxista) de lo adelante, he aquí el solo Dios que podemos aquí en adelante adorar «en espíritu y verdad»” (Carta de mayo-junio de 1952) (Citado por J. Meinvielle).
En realidad, en lugar de buscar una compatibilidad entre cristianismo y ciencia, Teilhard busca compatibilizar cristianismo con marxismo. En lugar de representar a los máximos promotores del amor (Cristo) y del odio (Marx), en oposición, los representa como dos vectores desplazados un ángulo de 90º, y cuya resultante, a 45º, representa la síntesis esperada y promovida. Al respecto escribió: “En virtud de lo que acabo de decir, la figura adjunta representa simbólicamente el estado de tensión en que se halla al presente, más o menos conscientemente, instalado todo individuo humano a consecuencia de la aparición, en su propio corazón, junto a las tradicionales fuerzas ascensionales de adoración (Oy) [Eje vertical], una modernísima acción propulsiva (Ox) [Eje horizontal] ejercida sobre cada uno de nosotros por las recién nacidas fuerzas de trans-hominización. Para concretar más el problema, reduzcámoslos a sus términos más perfectos o más expresivos. Es decir, convengamos en que Oy representa simplemente la tendencia cristiana, y Ox representa simplemente la tendencia comunista o marxista, tal como cristianos y marxistas se expresan comúnmente en torno a nosotros, en este mismo momento”.
“Como un conflicto –y aun como un conflicto en apariencia irreductible- nos es forzoso responder. Aquí (siguiendo Oy) una Fe en Dios indiferente, si no hostil, a toda idea de una ultra-evolución de la especie humana. Allí (siguiendo Ox) una fe en el Mundo, formalmente negativa (al menos verbalmente) de todo Dios trascendente”.
“Oy y Ox, en lo alto y hacia delante: dos fuerzas religiosas, repito, que ahora ya se afrontan en el corazón de todos los hombres; dos fuerzas, acabamos de verlo, que se debilitan y marchitan si se aíslan; dos fuerzas, por consiguiente (y es lo que me falta por demostrar), que sólo esperan una cosa: no que hagamos una elección entre ambas, sino que hallemos el modo de combinarlas a la una con la otra” (Extractos de “El porvenir del hombre”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1962).
Según Teilhard, el marxismo-leninismo, que produjo en el mundo unas cien millones de victimas al intentar imponer el socialismo, no debe desaparecer, sino que debemos “combinarlo” y compatibilizarlo con el cristianismo. Ésta parece ser la semilla que ha crecido dentro de la Iglesia hasta relegarla al lugar más denigrante en toda su historia, ya que la propia Iglesia de Cristo trata de asociarse a las fuerzas del Anti-Cristo.
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1 comentario:
La conclusión de varios investigadores independientes es que todo el testimonio flaviano es una interpolación, así como las referencias a Cristo en las obras de otros tres historiadores paganos, Tácito, Suetonio y Plinio el Joven.
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