Si en pueblos y gobiernos predominaran tanto las ideas políticas como las económicas del liberalismo, cesarían los conflictos entre naciones. Sin embargo, los intercambios económicos entre países son sólo una causa favorable a la paz. Ello se debe a que también existen países que advierten las ventajas de la economía de mercado, pero rechazan las ventajas y el espíritu de la democracia, por lo que siguen latentes las causas que conducen a futuros conflictos.
Si bien los enfrentamientos bélicos no sólo se deben a los nacionalismos exagerados o a las divisiones étnicas y religiosas, tales enfrentamientos tienden a disminuir si existen fuertes lazos comerciales entre los sectores en conflicto. Recordemos que la causa principal del surgimiento de la Unión Europea se debió a la necesidad de unir comercialmente a Francia y Alemania, países tradicionalmente enfrentados, como ocurrió con las invasiones napoleónicas y la guerra franco-prusiana del siglo XIX, y las dos guerras mundiales del siglo XX. Si bien existió voluntad política para dejar de lado un pasado tan violento, la asociación económica implicó un importante paso para el sostenimiento de la paz. Ludwig von Mises escribió: "Bajo el mando de Napoleón...los ejércitos galos lanzáronse a unas inacabables conquistas territoriales a las que sólo la coalición de todas las potencias europeas puso término".
"Pese a ese bélico intermedio, el anhelo de una paz permanente nunca se desvaneció. El pacifismo fue uno de los más firmes pilares en que se asentó el liberalismo decimonónico, cuyos principios fueron fundamentalmente elaborados por la hoy tan motejada escuela de Manchester".
"Los liberales británicos y sus amigos del continente, sin embargo, sagazmente advirtieron que, para salvaguardar la paz, no bastaba la democracia; para que el gobierno por el pueblo fuera, a los efectos deseados, fecundo, necesario resultaba que se apoyara en un inadulterado laissez faire. Sólo una economía de mercado, tanto dentro como fuera de las fronteras políticas, podía garantizar la paz. En un mundo carente de barreras mercantiles y migratorias, los incentivos mismos que militan por la conquista y la guerra se desvanecen".
"El intervencionismo engendra el nacionalismo económico, y el nacionalismo económico genera la belicosidad. ¿Por qué no acudir a las fuerzas armadas para que abran aquellas fronteras que el intervencionismo cierra a gentes y mercancías?" (De "La acción humana"-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).
Durante la Edad Media también se advertía que los intercambios comerciales favorecían la paz entre regiones. Jacques Le Goff escribió: "El comercio, aunque suscita conflictos, es también uno de los principales vínculos entre las zonas geográficas, entre las civilizaciones y entre los pueblos. Inclusive en la época de las Cruzadas no cesó el intercambio comercial -base de otros contactos- entre la Cristiandad occidental y el mundo musulmán. Más aún, hasta podría afirmarse que la constitución del Islam, lejos de separar Oriente de Occidente, fusionó ambos mundos, y que sus grandes centros urbanos de consumo crearon la demanda de productos que determinó la renovación comercial del Occidente bárbaro".
"La revolución comercial de la que fue teatro la Cristiandad medieval entre los siglos XI y XIII se halla estrechamente unida a algunos grandes fenómenos de la época, y no resulta fácil determinar si fue causa o efecto de los mismos. En primer lugar, cesan las invasiones. En cuanto dejan de penetrar en el corazón de la Cristiandad o de arribar a sus costas germanos, escandinavos, nómadas de las estepas eurasiáticas y sarracenos, los intercambios pacíficos -nacidos, por otra parte, modestamente en el mismo seno de las luchas- suceden a los combates. Y aquellos mundos hostiles se revelan como grandes centros de producción o de consumo".
"La paz -relativa- sucede a las incursiones y a los pillajes, creando una seguridad que permite renovar la economía y, sobre todo, al ser menos peligrosas las rutas de tierra y de mar, acelerar si no reanudar el comercio. Más aún; al disminuir la mortalidad por accidente y mejorar las condiciones de alimentación y las posibilidades de subsistencia, se produce un extraordinario aumento demográfico que provee a la Cristiandad de consumidores y productores, mano de obra y un stock humano del que tomará sus hombres el comercio. Y cuando el movimiento cambia, cuando la Cristiandad ataca a su vez, el gran episodio militar de las Cruzadas no será más que la fachada épica a la sombra de la cual se intensificará el comercio pacífico" (De "Mercaderes y banqueros de la Edad Media"-EUDEBA-Buenos Aires 1966).
Si bien el libre comercio entre naciones presenta ventajas para lograr una paz duradera, no debe olvidarse que, sin una previa predisposición individual, de pueblo y gobernantes, hacia la cooperación social, no podrá lograrse tal objetivo. Las actitudes individuales están más allá de los sistemas económicos y más cerca de las éticas propuestas. Ludwig von Mises escribió: "Los modernos conflictos, tan tremendos precisamente por ser vitales, desaparecerán únicamente cuando la humanidad consiga desterrar los idearios hoy imperantes, que predican la existencia de antagonismos irreconciliables entre los diversos grupos sociales, políticos, religiosos, lingüísticos y raciales, y en su lugar logre implantarse una filosofía de mutua cooperación".
Una ética favorable a la cooperación social, de aceptación generalizada, provendrá seguramente de la religión, de la filosofía y más probablemente, de la psicología social. Esto se opone a los sistemas económicos con "éticas incorporadas", como lo sugieren tanto marxistas como liberales. Si así fuese, todas las ciencias sociales dependerían de la economía, lo que parece algo absurdo.
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1 comentario:
Desde un punto de vista estrictamente económico el "dejar pasar" es un principio que suena muy bien, pero no debería operar en una sola dirección ni ser absoluto. Se debiera exigir reciprocidad entre los países que comercian en lo relativo al paso de mercancías por las fronteras (igualdad de dificultades para las introducidas o exportadas en cualquiera de los dos sentidos), y como no opera en el vacío ni da resultados neutros, también debe considerarse su repercusión en la economía nacional. Porque una cosa son los inestimables beneficios de la competencia internacional y otra el arrasamiento de una de las partes gracias a las ventajas comparativas de la otra basadas en una menor o nula vigilancia de las condiciones de la producción.
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