Así como en física teórica puede iniciarse una secuencia de razonamientos en un principio básico de la naturaleza, es necesario cuestionarse si también, en el ámbito de las ciencias sociales, podrá lograrse algo similar, dada la existencia de variados y complejos razonamientos que pocas veces permiten llegar a conclusiones claras y evidentes.
Es posible distinguir dos motivaciones básicas en el comportamiento humano; por un lado advertimos la búsqueda de libertad y responsabilidad individual, propia en quienes prevalece cierto principio de cooperación social. Por otra parte, existe en otros la perversa ambición de ascender en una escala de poder por el que se busca dominar o gobernar a sus semejantes, no sin una previa complicidad de quienes, por negligencia, sacrifican su libertad aceptando voluntariamente una situación de servidumbre.
Este planteo admite una descripción aún más básica, y es la asociada a las cuatro actitudes básicas del ser humano. Así, la cooperación social es la tendencia que surge de la empatía emocional, o amor al prójimo, mientras que la imposición de servidumbre proviene del odio y del egoísmo, con la necesaria complicidad de la negligencia.
Mientras que, desde la sociología, sin contemplar atributos individuales, se propone una "lucha de clases" para darle sentido a la historia, desde la psicología social se la interpreta como una lucha entre la actitud favorable a la cooperación social, por una parte, contra el odio y el egoísmo (con la complicidad de la negligencia), por otra parte, coincidiendo esencialmente con la propuesta bíblica que describe la historia de la humanidad como una lucha entre el bien y el mal.
A continuación se transcribe una síntesis de las principales tendencias políticas, en la cual se llega a la conclusión de que el complejo panorama de las diversas ideologías no es otra cosa que la resultante de una subyacente lucha entre libertad y servidumbre.
EL TOTALITARISMO (Conclusión)
Por William Ebenstein
Sistemas políticos tan complejos como la democracia, el autoritarismo y el totalitarismo, son mucho más que una constitución o un conjunto de instituciones determinadas. Una nación democrática como Gran Bretaña no tiene Constitución escrita y el Parlamento inglés podria sancionar por la vía legal una dictadura perfecta, aunque es muy improbable, desde luego, que llegara a ese extremo mientras el pueblo británico continúe siendo adicto a su actual forma de gobierno representativo y al imperio del derecho.
El nazismo nunca abolió formalmente la constitución democrática de la República de Weimar, sino que la desconoció simplemente al establecer un sistema totalitario. Análogamente, la constitución soviética de 1937 es en gran parte democrática en la letra, pero ello no ha impedido que el Estado y la sociedad conservaran su organización totalitaria lo mismo bajo Khruschev que bajo Stalin. Una sociedad es democrática no porque haya una constitución democrática que lo permite, sino a la inversa: cuando una sociedad es democrática, la constitución democrática tiene posibilidades de funcionar eficazmente. De otro modo no es sino letra muerta, un pedazo de papel sin la realidad de la práctica cotidiana.
Análogamente, la oposición entre república y monarquía no es tan importante como se solía creer en el pasado. Si bien a juicio de los fundadores de la nación norteamericana, democracia y monarquía eran incompatibles, algunas de las democracias más adelantadas del mundo, como Gran Bretaña, Holanda, Suecia, Noruega, Dinamarca, Australia y Canadá, han evolucionado al amparo de la forma monárquica de gobierno.
La experiencia demuestra asimismo que la transformación de una monarquía en república no siempre redunda en una mayor libertad. Al término de la primera guerra mundial Rusia y Alemania se convirtieron en repúblicas; el republicanismo ruso acabó en la tiranía comunista, mientras que el republicanismo germano creó las condiciones necesarias para la exaltación de Adolf Hitler al poder.
En cuanto a la estructura del gobierno, las preferencias norteamericanas se han inclinado siempre en favor del federalismo. Esta forma es practicada también en otras democracias, tales como Australia, Canadá y Suiza. Hay otras, en cambio (Gran Bretaña, Holanda y los Estados escandinavos) que han optado por la forma unitaria de gobierno. Por otra parte, la Unión Soviética es un sistema federal, al menos en el papel; empero, este federalismo no impide que el Estado sea fiscalizado totalitariamente desde Moscú, donde se concentra toda la autoridad.
Con respecto a las instituciones económicas, hemos visto que algunas democracias, como los EEUU y Canadá, dan mayor primacía que otras, como Gran Bretaña y Suecia, a la propiedad privada de los bienes productivos, pero ninguna practica capitalismo puro o socialismo puro: todas son una mezcla de principios y prácticas de la economía.
Del mismo modo advertimos que el fascismo es entre los tipos de totalitarismo el que tiende a permitir que los bienes de producción permanezcan en manos privadas, mientras que para el comunismo no hay otra alternativa que la propiedad pública. Sin embargo, los Estados comunistas han autorizado cierta ingerencia privada en la agricultura: de ínfimo grado en la Unión Soviética y mucho mayor en Polonia y Yugoslavia. Análogamente, Castro decidió, a mediados de 1962, que a fin de mitigar la escasez de alimentos en Cuba, se devolvieran a sus antiguos propietarios las granjas de extensión media y que los dueños de todas las parcelas pequeñas vendieran sus productos en el mercado libre.
Como hemos visto, la relación entre riqueza y democracia, autoritarismo y totalitarismo, es compleja. En América Latina, por ejemplo, naciones relativamente pobres como Chile, Costa Rica y México, han dado pasos agigantados hacia la democracia, mientras que la Argentina, una de las más ricas del continente, ha sufrido por largo tiempo la calamidad de gobiernos antidemocráticos. En cuanto a los países subdesarrollados, parece que la democracia estuviera afirmándose más en la India, Nigeria y Filipinas, naciones pobres pero decididas a llevar adelante el ideal democrático de gobiernos libres.
Los líderes totalitarios han esgrimido con frecuencia el argumento de que la democracia es un lujo accesible a naciones ricas, pretendiendo justificar así el totalitarismo hasta que sus respectivos países alcanzasen un alto nivel de vida. Esta pretensión confunde a menudo la causa con el efecto. Si hay muchas naciones democráticas que gozan de bienestar, es debido a que en la mayor parte de los casos la democracia las ha conducido a la riqueza y no a la inversa. Por ejemplo, Suiza y Noruega son extremadamente pobres en materia de recursos naturales. Y sin embargo la estabilidad y la libertad de sus instituciones democráticas durante un prolongado lapso ha permitido a ambas naciones desarrollar economías sanas y vigorosas, con un alto nivel de vida para el pueblo.
Las instituciones sociales, económicas y políticas están íntimamente ligadas a los sistemas democráticos y totalitarios, pero en última instancia todas las instituciones dependen de la calidad de los individuos humanos que las componen y las hacen funcionar. Platón dice en La República que los Estados no se levantan "piedra sobre piedra" sino "a causa de los hombres que por su personalidad preponderan en la nación y arrastran a los restantes tras ellos". Ningún sistema sociopolítico -ya sea democrático, autocrático y hasta totalitario- es en ningún caso mejor o peor que el pueblo que lo ha exaltado o vive sujeto al mismo. Siempre habrá muchos pequeños émulos de Hitler en potencia, del mismo modo que existe un gran número de los que procuran emular a los Jefferson de todos los tiempos.
Se ha dicho que dentro de la democracia las personas reciben el trato de adultos, dentro del autoritarismo el de adolescentes, y dentro del totalitarismo el de niños. Si bien todos los seres humanos alcanzan eventualmente su madurez biológica y fisiológica, difieren en la medida en que son capaces de madurar intelectual, moral y emocionalmente. El adulto que se siente seguro únicamente bajo la fuerte autoridad de un líder totalitario, no ha llegado a su madurez emocional porque aún sigue buscando la dependencia y la seguridad de la infancia.
Por el contrario, la persona orientada democráticamente no desea la protección que le pueda dar alguien desde afuera porque se siente segura de sí misma. El precio de esta independencia es alto -demasiado alto para algunos-, porque para lograrla una persona debe asumir responsabilidades y tomar decisiones (dolorosamente equivocadas a menudo), sin culpar a otros de sus errores y fracasos. En este sentido se podría definir la democracia como el derecho a cometer errores, porque no es posible un crecimiento moral y emocional sin elegir y decidir entre cursos alternados de acción, y no es posible elegir sin cometer errores.
Por el contrario, el totalitarismo sostiene que el Estado es tan omnisciente y omnipotente que puede impedir que el individuo cometa errores, y el modo más sencillo de impedir tales errores es privar al individuo de la oportunidad de elegir y tomar decisiones por sí mismo. Durante el régimen fascista (1922-1943) había en cada aula de escuela y en cada oficina pública de Italia un retrato de Mussolini debajo del cual se leía: "Mussolini ha sempre ragione" (Mussolini siempre tiene razón). Según lo comprobaron más tarde los italianos, Mussolini no siempre tenía razón.
Con toda probabilidad, la institución social más eficaz en la formación de la conducta de un individuo y en las influencias que recibe, es la familia. Por medio de la familia la sociedad transmite al nuevo miembro los ideales, valores y costumbres en boga. El papel de la familia es particularmente importante en los primeros años de vida del individuo, cuando funciona al mismo tiempo como sociedad, escuela, iglesia y gobierno. Para muchos psicólogos, la experiencia de estos primeros años es decisiva en la formación de la conducta fundamental del individuo: si será optimista o pesimista, tranquilo o agresivo, arrogante o sumiso, generoso o mezquino, sociable o retraído, tolerante o intolerante, confiado o suspicaz.
Aprender esta variedad de rasgos en la familia es de inmensa importancia política, porque la familia es, entre otras cosas, una forma de autoridad, la primera que encuentra el niño. En algunas sociedades los progenitores (particularmente el padre) tienen poder absoluto sobre sus hijos; la familia se parece entonces a un Estado absolutista en miniatura en el cual la palabra del jefe (el padre) es ley. En otras sociedades las relaciones democráticas de la familia brindan al niño la primera e inolvidable experiencia de democracia. Al niño norteamericano típico, por ejemplo, no se le inculca el significado de democracia mediante la sola lectura del discurso de Gettysburg de Lincoln, sino todo lo contrario; si el niño puede apreciar el profundo sentido de ese mensaje es porque en su hogar, mucho antes de ingresar a la escuela, ya ha experimentado el hábito del vivir democrático.
La escuela es otra de las poderosas influencias que moldean la conducta. En las sociedades totalitarias se considera a la escuela poco más que una fase previa a la instrucción militar o vocacional. El énfasis puesto en ciencia y tecnología antes que en arte y humanidades, evidencia el propósito de las escuelas totalitarias de incrementar el poderío del Estado antes que contribuir a que el estudiante se forme como persona. La principal tarea del maestro es implantar la disciplina y el orden en la mente de los alumnos. Al maestro le está vedada la libertad de expresión o de palabra y sólo le corresponde impartir a los alumnos la doctrina oficial del partido gobernante, sea cual fuere. La finalidad cardinal de este sistema educativo es obtener ciega obediencia y pensamiento dogmático, en vez del descubrimiento creador y la exploración intelectual.
En una sociedad libre la máxima función del educador es ayudar al niño a desarrollar su personalidad en virtud de que la democracia es partidaria de la variedad y no de la uniformidad. Aunque en cierto sentido todos los seres humanos tienen mucho en común, en otro cada persona es única, y la meta de la educación en un medio democrático es estimular el individualismo en vez de sofocarlo.
No puede haber progreso humano a menos que los individuos tengan espacio suficiente para destacarse de la multitud y crear algo nuevo, no intentado hasta entonces. A los seres humanos no se les puede fundir conforme a un molde, como suponen los totalitarios. Este proceso no es solamente doloroso y frustrador y convierte a los hombres en seres apáticos y hoscos, sino que obstruye el progreso, porque progreso equivale a hacer algo distinto y experimental. Tal como John Stuart Mill señala al final de su célebre ensayo Sobre la libertad (1859), "un Estado vale, en última instancia, lo que valen los individuos que lo componen" y "un Estado que empequeñece a sus hombres a fin de que puedan ser instrumentos más dóciles en sus manos, comprobará, aunque sus propósitos sean loables, que con hombres pequeños nada grande puede realmente lograrse".
¿Cuál es en último análisis, la máxima amenaza que supone para las naciones libres el totalitarismo del siglo XX? En algunos casos, la total represión de la libertad política; en otros las persecuciones de grupos minoritarios sociales o religiosos, el terror en masa o el asesinato en masa practicado en campos de concentración o de trabajo esclavo; o la supresión de los sindicatos obreros libres, la anulación de la libertad en el arte o la economía regimentada con miras a acentuar el poderío estatal.
Es comprensible que las naciones que practican -si bien imperfectamente- el sistema democrático de vida, experimentan aversión por las ideas y los métodos totalitarios, tanto en la versión fascista como en la comunista. Empero, la conducta interna de los Estados totalitarios no constituye una amenaza real para el mundo libre. Si las naciones totalitarias se limitasen a practicar sus sistemas únicamente dentro de sus dominios, el tiempo diría al cabo de un lapso de coexistencia pacífica cuál de los sistemas es más eficaz en satisfacer las necesidades espirituales y materiales del hombre. Pero el fascismo y el comunismo no se confinan a la mera competición pacífica mediante el ejemplo y la demostración. Tanto el fascismo como el comunismo han evidenciado su determinación a imponer a otras naciones sus ideas y prácticas, mediante la propaganda internacional, la infiltración y la subversión, la ocupación militar y la conquista armada. Lo más peligroso del imperialismo totalitario es su imperialismo precisamente, no su totalitarismo.
La disyuntiva clave entre naciones libres y el totalitarismo fascista o comunista, no reside en el dilema económico de capitalismo versus colectivismo, sino el viejo dilema de libertad humana versus servidumbre y esclavitud. Si las naciones libres son capaces de unir esfuerzos para defender y expandir la libertad humana en todos los frentes, se acentuará la esperanza de que poco a poco amaine y finalmente desaparezca la marea del totalitarismo imperialista.
(De "El totalitarismo"-Editorial Paidós-Buenos Aires 1965)
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2 comentarios:
La democracia está seriamente cuestionada cuando escuela y familia ya no son lo que debieran ser: en la primera se olvida la transmisión de conocimientos y valores y se concede el poder a los niños y adolescentes. El centro de gravedad pasa del adulto cultivado al menor mimado. En la familia se desdibuja el papel paterno de impartir orden y disciplina, todo se negocia y la única dimensión a tener en cuenta es la afectiva, abocando a los hijos a la frustración por choque con la realidad.
El niño mimado, como el hombre-masa, tiene sólo derechos, y no deberes. Es como un "noble déspota", acostumbrado a que se cumpla con sus exigencias...
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