La primera impresión que surge en muchos lectores ante un texto filosófico, o sociológico, al observar una llamativa ausencia de claridad, es la aparente "profundidad intelectual" del autor. Ello se debe a que cada párrafo, de tal libro o artículo, requiere para su comprensión un esfuerzo mental y una dedicación nada despreciables. Sin embargo, ambos aspectos, claridad y profundidad, son independientes. Ante esta frecuente situación, y en forma premeditada, algunos autores escriben cosas confusas, o palabrerío hueco, con la intención de pasar por escritores profundos.
Además, y en forma simultánea, tales lectores tienden a menospreciar todo aquello que sea de fácil comprensión vinculándolo a una supuesta superficialidad subyacente. Este es el mismo caso en que se supone que todo artículo vendido a un precio accesible tiene que ser necesariamente de baja calidad, promoviendo una compensatoria e injustificada suba del precio por parte del vendedor. Paul Foulquié escribió: "Se tiene una idea clara de un objeto cuando se puede distinguirlo de los demás; si no, la idea es calificada de oscura. Para que una idea clara sea distinta es preciso saber además en qué difiere el objeto de los demás; si no, es confusa"(Del "Diccionario del Lenguaje Filosófico"-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).
También existen autores de difícil accesibilidad, como Baruch de Spinoza, que tienen en sus escritos mucha profundidad, entendida ésta como una adecuación cercana a la realidad, o a las leyes naturales que rigen todo lo existente. De ahí que pueden presentarse cuatro casos extremos:
a- Texto complejo y contenido profundo (Ej: Spinoza)
b- Texto complejo y contenido superficial (Ej: Pseudointelectuales)
c- Texto claro y contenido profundo (Ej: Divulgadores científicos)
d- Texto claro y contenido superficial (Ej: Intelectuales en formación)
Respecto de los textos filosóficos, puede decirse que muchos de ellos están escritos en forma compleja para ser leídos por lectores especializados, es decir, del propio ambiente filosófico. De ahí que sean poco efectivos para tener cierta influencia en el ciudadano común, evidenciando que la actitud de quien escribe, no apunta a solucionar problemas concretos, sino para entretenerse en debates estériles de incierta finalización.
En cierta ocasión, Richard P. Feynman comenta (respecto de un texto de Spinoza) que, "si en lugar de afirmar algo, lo niega, nadie nota la diferencia...". Este es un ejemplo interesante del efecto que un escrito puede producir en un ciudadano normal, porque nadie puede dudar de la inteligencia de uno de los más importantes físicos teóricos del siglo XX, por lo que, como siempre se ha dicho, la "Ética demostrada según el orden geométrico", especialmente, es uno de los textos de Spinoza de muy difícil comprensión.
La claridad de un escrito depende generalmente de asociar una imagen, más o menos concreta, y en lo posible, a cada palabra utilizada. Depende también del "lector ideal" a quien van dirigidas las palabras escritas. De ahí que un docente, o un periodista, tengan por lo general bastante claridad debido a este último aspecto. Depende también de su propia exigencia personal de comprender tan sólo lo que está expresado en forma clara, por lo que también publicará lo que a él le resulte comprensible.
Lo criticable no es la oscuridad en sí, sino la predisposición a despreocuparse de ese problema, o de acentuarlo con los fines antes mencionados. Por el contrario, es elogiable todo esfuerzo por buscar la máxima inteligibilidad en cada escrito. Como dijo J. Renard: "La claridad es la cortesía del escritor".
Mientras que un escrito oscuro se caracteriza por generar variadas interpretaciones, el mensaje claro permite la comunicación fidedigna de lo que ha pensado quien lo envía. Además, la oscuridad o la claridad del mensaje en cierta forma resultan ser un reflejo de la oscuridad o de la claridad asociadas a la mente del emisor. Julián Marías escribió: "Al cabo de algún tiempo, los discípulos de Zubiri hacíamos un descubrimiento sorprendente: el de su claridad. Cuando se habían leído las páginas necesarias de filosofía, cuando se había adquirido cierto hábito intelectual y se había conseguido la habitualidad de escribir veinte páginas de apuntes durante los cuarenta minutos de sus clases, se advertía hasta qué punto era claro aquel difícil y hondo pensamiento, de concisión casi irritante, reforzado por una claridad verbal inaudita" (Del "Diccionario del Lenguaje Filosófico").
Los problemas asociados al lenguaje no terminan en una cuestión de claridad u oscuridad, ya que algunos autores van mucho más allá y aducen que la realidad a describir es "una cuestión de lenguaje". Mario Bunge escribió al respecto: "El textualismo es, probablemente, la más absurda, dogmática, estéril y engañosa de todas las versiones del idealismo. Es, por ende, la más fácil de refutar. En efecto, basta notar que la gente cuerda distingue entre palabras y sus referentes, o que los átomos, las estrellas, las plantas, las sociedades y las cosas carecen de propiedades sintácticas, semánticas, fonológicas y estilísticas. No podemos leerlas o interpretarlas. Éste es el motivo por el cual las estudiamos experimentalmente y construimos modelos matemáticos de ellas sin esperar que un semiótico nos diga qué son o cómo tratar con ellas".
"Sin duda, los científicos exponen y discuten sus problemas y descubrimientos, pero sus discursos se refieren principalmente a objetos extralingüísticos y no a otros textos. Por ejemplo, los científicos conjeturan y ponen a prueba ecuaciones que tratan del movimiento de cuerpos en campos de propagación, no de palabras" (De "Crisis y reconstrucción de la filosofía"-Editorial Gedisa SA-Barcelona 2002).
La postura criticada por Bunge conduce a una oscuridad mental extrema porque surge de una oscuridad mental similar, agregando al respecto: "Estos profesores de oscuridad sostienen que, puesto que nada existe fuera de algún texto, la verdad objetiva no existe y no hay que intentar representar el mundo. Más aún, sospechan de toda teoría, no porque sepan que nuestras teorías acerca del mundo son imperfectas, sino porque creen que toda teoría es ilusoria y represiva. Así como los macarthystas veían comunistas debajo de cada cama, los desconstructivistas ven «el poder» detrás de cada idea, aunque sea matemática. Lo ven pero no prueban que esté allí".
"Para comprender o cambiar el mundo hay que enfrentarlo y estudiarlo en serio, en lugar de limitarse a leer o a escribir textos incomprensibles para pasar por profundo" (De "Elogio de la curiosidad"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1998).
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