martes, 31 de marzo de 2020

Hayek, un liberal ortodoxo

KEYNES TENDRÍA HOY CIEN AÑOS ¿SUS TEORÍAS TAMBIÉN?

Por Germán Sopeña

Fue en 1983 el centenario del nacimiento de John Maynard Keynes. Lamentablemente, el economista inglés no fue longevo y hace ya cuatro décadas que desapareció de este mundo, pese a lo cual dejó una marca enorme en la evolución económica del siglo. Un presidente norteamericano -Richard Nixon- llegó a decir una vez "hoy somos todos keynesianos" aludiendo así al triunfo absoluto de sus teorías que vulgarmente se sintetizan bajo la idea de regular la evolución económica de un país desde el Estado, gracias al instrumento básico del déficit presupuestario.

Es una lástima que Keynes no hubiera vivido al menos 20 años más. En tal caso,¿habría cambiado radicalmente su concepción teórica? ¿Se consideraría -involuntariamente desde luego- el padre de la inflación crónica que se abatió sobre el mundo como un cáncer generalizado desde la segunda mitad del siglo XX en adelante?

Su principal adversario académico de toda la vida -Friedrich von Hayek- es en cambio un alarde de longevidad. A los 80 y tantos años de edad Hayek continúa trabajando en la universidad de Friburgo (Alemania Occidental) y defendiendo una posición definida como "liberal ortodoxa" (paleoliberal según sus críticos, ante lo cual Hayek sonríe diciendo "¿y qué puedo contestar, si de todos modos yo tengo razón?"). Sólo revalorizada mundialmente en la década del 70 -Hayek fue Premio Nobel en 1974- a medida que las consecuencias de una inflación mundial generalizada desnudaron la crisis que se vive hasta hoy.

Esa longevidad le permite sin duda criticar mejor a Keynes a la luz de lo que sucedió en el mundo en los últimos 40 años. Pero en sus grandes líneas el pensamiento de Hayek sigue sosteniendo los mismos conceptos de su discusión de los años 30 con Keynes y su misma percepción crítica sobre la enorme influencia que ejerció lord Keynes en los políticos de todo el mundo. En una reciente colaboración para la revista The Economist, consagrada al centenario de Keynes, Friedrich von Hayek sostenía taxativamente que "su objetivo principal fue siempre tratar de influir en las políticas en curso para lo cual la teoría económica fue para Keynes simplemente una herramienta para tal propósito". Y continúa después: "Admiré a Keynes, que fue ciertamente uno de los hombres más notables que yo haya conocido por su cultura, su pensamiento y su capacidad de exposición. Pero por paradójico que esto pueda sonar, Keynes no era ni un economista experimentado ni siquiera estaba realmente interesado en el desarrollo de la economía como una ciencia".

Tales conceptos lapidarios son proferidos por Hayek en el tono respetuoso pero implacable de un catedrático absolutamente seguro de sus experiencias. Desde su sillón en el despacho de la universidad de Friburgo, Hayek nos lo afirma como quien lo ha repetido en infinidad de ocasiones.

"Así como se ha dicho muchas veces que, si Marx viviera, no sería marxista, yo estoy seguro de que Keynes no sería keynesiano. En rigor Keynes ya no era keynesiano en los últimos meses de su vida. Lo lamentable del caso es que Keynes murió en el momento más inoportuno posible, ya que en gran parte la influencia de sus ideas se propagó por el mundo cuando él ya desconfiaba de sus propias teorías. Yo se lo puedo asegurar, porque en varias conversaciones personales con el propio Keynes él me confiaba poco después de la Segunda Guerra Mundial -o sea poco antes de su muerte- que estaba muy preocupado por la propagación inflacionista que había ganado a la mayoría de sus alumnos. Con profunda indignación Keynes llegó a decirme textualmente lo siguiente: 'Están locos; no toman en cuenta que mis teorías fueron pensadas para combatir un periodo de deflación y no para ser aplicadas en momentos de inflación'".

Resulta sorprendente sin embargo suponer que, si Keynes había comenzado a advertir ese riesgo, ninguno de sus discípulos hubiera profundizado la brecha. “Pero es que hubo algunos que sí lo advirtieron –continúa Hayek- como la señora June Ovenson por ejemplo que hizo una famosa declaración pública en la cual afirmó que `Keynes no había comprendido enteramente sus propias teorías`. Pero la influencia de sus teorías ya había sido muy grande entre todos los políticos de la época, especialmente por su famoso informe sobre `El pleno empleo en una sociedad libre`, donde se relaciona erróneamente el nivel de empleo al nivel de demanda final, lo cual es falso por una razón muy simple: el curso de la producción es como un largo resorte que puede ser comprimido o estirado según las circunstancias. Alguna veces, el nivel de empleo puede tener resultado sobre la demanda de productos; pero otras veces no es beneficioso invertir –aun si la demanda no se ha restringido- porque el capital disponible es escaso o muy caro. La demanda no gobierna por lo tanto rígidamente al empleo. Ésa fue la base de toda mi discusión de los años 30 con Keynes y en la cual su posición resultó francamente victoriosa influyendo definitivamente sobre todos los gobiernos posteriores”.

Aquel enfrentamiento absoluto y total con Keynes le valió a Hayek el mote vulgarmente adjudicado de “pensador conservador” por cuanto Keynes pasaba por ser un hombre de ideas sociales y progresistas, generalización en la cual se confundían imperdonablemente dos cosas distintas; que Keynes poseía realmente elevados ideales sociales dignos de todo elogio pero que otra cosa muy diferente es querer interpretar fenómenos económicos simplemente bajo esa óptica.

Así, cuando Milton Friedman, el monetarismo y la llamada escuela de Chicago se erigieron en nuevos apóstoles de la crítica ortodoxa a las teorías keynesianas, numerosas opiniones académicas un poco simplistas identificaron de inmediato a Hayek y Friedman como las dos cabezas de un mismo cuerpo de pensamiento. Hayek se preocupa sin embargo de precisarnos con todo cuidado que tal apreciación es errónea: “Puesto que hablamos de Friedman y el monetarismo –nos explica- debo puntualizar lo siguiente: yo coincido en muchos aspectos con las teorías de Milton Friedman pero no coincido justamente en la política monetaria por él aconsejada. Creo que Friedman sobresimplifica el problema porque una de las peores cosas que pueden suceder económicamente es que uno supedite todo a la cantidad de dinero en circulación. Eso lo lleva a uno a un error inevitable, ya que en realidad no se puede determinar nunca con precisión cuál es la masa monetaria circulante total en una economía. Los Bancos centrales tienen así una capacidad limitada de acción para determinar la masa monetaria total, y por lo tanto confiar todas sus esperanzas a ese instrumento lo lleva a uno a intentar políticas experimentales”.

En esa respuesta de gran densidad de Friedrich von Hayek se dibuja en realidad el fondo de su filosofía económica: no es posible actuar con éxito manejando simplemente un instrumento estatal. Keynes lo propone a través del déficit. Friedman, a través de un rígido control monetario. Pero ni uno ni otro –en la visión de Hayek- debieran olvidar que la capacidad de influencia es limitada y en última instancia produce consecuencias que escapan al control de la situación que se pensaba dominar.

También allí asoma una vez más la desconfianza absoluta de Hayek hacia cualquier forma de controles estatales que pueden derivar en evoluciones hacia el totalitarismo. Lo curioso del caso es que tales preocupaciones del economista austriaco –soberbiamente resumidas en su famoso libro Camino de servidumbre en el cual explica la naturaleza económica del totalitarismo nazi o soviético- parecían también ser compartidas por Keynes, quien en una carta privada poco antes de morir le relataba a un colega que “yo me encuentro en profundo acuerdo moral y filosófico con lo que Hayek propone en Camino de servidumbre”.

Pero Keynes no parecía advertir que dicha reflexión moral y filosófica se apoyaba sobre un andamiaje económico fundamental, respetuoso de la ley del libre mercado como la única forma de control disponible contra las tentaciones del poder estatal. A su manera, Friedman también confía en demasía en las posibilidades que ofrece el control monetario ejercido desde el Banco central, lo cual inquieta a Hayek, para quien la única actitud estatal debe ser la de tratar de mantener en su forma más pura posible la vigencia de una economía de libre competencia. “Por cierto que no puede ser perfecta –agrega- pero es la mejor defensa posible contra los riesgos totalitarios”.

Asimismo, Hayek advierte un segundo punto de discordancia con Friedman. “Estoy en desacuerdo con Friedman y la escuela de Chicago en algo que me parece fundamental: yo no creo que se pueda detener la inflación despaciosamente o gradualmente como lo proponen Friedman y sus seguidores. Yo sostengo en cambio que la inflación debe ser combatida de la manera más abrupta y veloz posible por una sencilla razón que hemos verificado en estos últimos años en todo el mundo; el descenso lento y gradual de la inflación provoca inevitablemente un desempleo masivo porque las empresas se van readecuando gradualmente al proceso recesivo engendrado por políticas monetarias restrictivas y eso deriva naturalmente en reducción de empleos”.

“Si uno aplica una política radical de control de la inflación también habrá desempleo inmediato pero el restablecimiento de condiciones económicas más sanas permitirá un rápido equilibrio de la situación del empleo. Y creo firmemente que si una política de control inflacionario muy rígida puede provocar un pico de desempleo, en términos políticos es posible aguantar seis meses con un desempleo del 20% mientras que resulta políticamente muy difícil aguantar tres o cuatro años con `sólo` un 10% de desempleo permanente”.

Lo atractivo –lo embriagante casi- de la teoría keynesiana es que proponía una vía económica que prometía una estabilidad y prosperidad creciente con pleno empleo para toda la sociedad. A la inversa, lo chocante de las ideas de Friedman es que proponen austeridades, desempleo y sacrificios que por lógica no atraen a nadie. Pero aun si Hayek no se identifica con uno ni con otro, es indudable que su posición es más próxima a la de Friedman en cuanto sólo advierte un camino de austeridad y esfuerzo para solucionar años de prácticas equivocadas y de gastos descontrolados a nivel mundial.

Hayek reconoce que si bien no le satisface la política gradualista –palabra que nos suena conocida a los oídos argentinos- al menos ciertos éxitos evidentes se han logrado en los países occidentales en la lucha contra la inflación. “Es cierto, la tendencia es alentadora, especialmente en Estados Unidos, pero allí el desempleo sigue siendo muy alto y para combatirlo todo el mundo espera ansiosamente el retorno a la expansión económica que dé por terminada la (cura) inflacionaria. Pues bien; yo creo que la inflación debe ser combatida hasta llegar al 0 por ciento, a la inflación nula, porque si no corremos el riesgo de recomenzar con el mismo problema”. Y en efecto, esas palabras tienen especial vigencia en este momento en la economía mundial donde a caballo de la auténtica fase expansiva americana comenzada en 1983, ciertos índices inflacionarios parecen querer volver a trepar, especialmente en países europeos.

El resultado de diez años de crisis –desde fines de 1973, día del aumento brutal del petróleo, hasta ahora (1984)- indica ciertamente que “ya no somos todos keynesianos” como se creía en una época. Tampoco friedmanianos y mucho menos hayekianos. Pero nada satisface tanto al propio Hayek. “Lo erróneo es la adscripción ciega a una teoría. No hay que confiar en esos instrumentos mágicos, hay que convencerse de que nuestras posibilidades son limitadas y que por lo tanto nadie mejor que el mercado es capaz de regular adecuadamente el funcionamiento económico. Lo único que hay que hacer es asegurar su capacidad de acción”.

¿Qué advierte Hayek para los años próximos? “Soy relativamente optimista –concluye- ya que si bien la actual fase expansiva norteamericana puede provocar un rebrote inflacionario confío en que un incremento veloz de la producción pueda derivar incluso hacia una reducción de los precios de esos productos, lo cual ayudaría a seguir descendiendo el nivel de inflación….”.

Ya no somos todos keynesianos. Hayek no podía solicitar nada mejor para el final de su vida. ¿O es que quedan algunos keynesianos atrasados en países periféricos como la Argentina? Tal posibilidad no es de descartar. Si en la Argentina se instauró el fascismo por largos años justo cuando desaparecía del terreno en Europa, no sería raro que algunos nostálgicos neokeynesianos –alguien nos señala que el ministro Grispun sería uno de ellos, aunque preferimos esperar un poco más para juzgar- sobrevivieran en las lejanas tierras del Sud. En dicho caso, muchos tememos que la tremenda inflación endémica en que vivimos dure todavía muchos años.

(De “Testimonios de nuestra época”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991)

1 comentario:

agente t dijo...

Todos los gobiernos del sur de Europa son keynesianos y encima presumen de ello, confían en más gasto público para salir de los baches donde se han metido aunque sus países tengan una deuda y un déficit descomunales, pero es que, además, esperan que ese gasto corra a cuenta de los países del norte, con cuentas públicas bastante más saneadas y controladas porque allí sí existe la pertinente cultura administrativa y social de control del gasto.