Considerado en Francia (al menos por algunos autores) el sucesor de Raymond Aron, como defensor del sistema democrático liberal y de la civilización occidental, Jean-François Revel constituye una excepción entre los intelectuales en el sentido de atenerse estrictamente a los hechos sin ser confundido por la propaganda socialista, soviética o prosoviética, lo que constituye toda una rareza en nuestra época. En el año 1989 fue consultado por un periodista de La Nación; entrevista que se transcribe a continuación:
LA LARGA MARCHA CONTRA EL TOTALITARISMO
Por Germán Sopeña
Es un arquetipo del periodista-escritor de una gran tradición francesa: la del polemista brillante, provocador casi, ansioso de la controversia para sacar luz de las chispas que origina la confrontación de ideas. Pero no es polemista quien quiere, sino quien puede, para atreverse a una lucha que llega a ser despiadada en el mundo intelectual francés.
Jean-François Revel tiene esas armas bajo el brazo. O en su mente, mejor dicho. Una sólida base cultural, el gusto por la historia, la capacidad analítica de quien ha pasado su vida tratando de separar lo esencial de lo secundario y lo verdadero de lo engañoso.
Durante muchos años transmitió esas impresiones desde las paginas de L'Express. En los últimos tiempos prefirió el puesto de tiro más pausado, pero de mayor alcance, del escritor de libros de éxito mundial. En ambos casos, sin embargo, subsiste el mismo estilo: Revel es un peleador nato, seguro de la fortaleza de sus argumentos y capaz de irritar al extremo a sus adversarios precisamente porque no suele dejar flancos débiles para la crítica.
Su enemigo principal es el totalitarismo. Con un lenguaje contundente, tanto al hablar cuanto al escribir, Revel defiende con profunda convicción la superioridad del sistema democrático pluralista, y se indigna con singular vehemencia contra los líderes occidentales que vacilan en defender la diferencia cualitativa en favor de las democracias.
En el centro del análisis, Revel entiende que la tentación totalitaria es propia de la esencia humana, como también lo es su rechazo por parte de quienes sufren los abusos del poder absoluto. "La democracia -define entonces Revel durante la entrevista mantenida con La Nación en su departamento de la Île Saint-Louis, en París- es un sistema de contrapesos al poder, capaz de limitar la expresión de esas tentaciones totalitarias".
El siglo XX ha sido fiel testigo de esa larga lucha sin cuartel en la cual Revel no admite términos medios. Su crítica -implacable, según se puede advertir al leer su último gran éxito, El conocimiento inútil- alcanza particularmente a intelectuales y periodistas del mundo occidental industrializado.
Sus agumentos son difíciles de contrastar. La esencia de esas ideas está en las respuestas desarrolladas en el diálogo con La Nación. En varias de ellas, además, surge la intuición del periodista que anticipa los hechos. La entrevista tuvo lugar a fines de noviembre, cuando aún no se habían producido los acontecimientos de Rumania y Panamá. Con sorprendente semejanza, Revel parece referirse a ellos por adelantado, al sostener que debe llegar una etapa de defensa de la democracia que permita la intervención exterior en los asuntos internos de un país para desalojar del poder a un dictador que ejerce el totalitarismo.
-Usted ha pintado, a través de los años, un cuadro más bien sombrío sobre la evolución de los regímenes políticos contemporáneos, ante el avance de los distintos socialismos y, por lo tanto, las amenazas cada vez mayores sobre la libertad del individuo. ¿Estima que hay ahora algunas razones para ser más optimista que en el pasado?
-Yo escribí en 1970 un libro que se llamaba Ni Marx ni Jesús. Allí manifestaba mi neta oposición a lo que se llama el marxismo y, a la vez, mi rechazo a una forma de religión política que se denominó la teología de la liberación. Allí desarrollaba una tesis que es la siguiente: la verdadera revolución de nuestra época tiene lugar en los países capitalistas democráticos. Yo sostenía allí que la revolución rusa había sido un fracaso, y que la revolución china también había sido un fracaso. Lo mismo vale para las diversas revoluciones tercermundistas que, en el fondo, siempre copiaron el modelo estatista del comunismo, aunque no lo adoptaron totalmente. Lo notable del caso es que esas revoluciones no modificaron las estructuras sociales de sus países, que son cada vez más atrasadas, en tanto que las democracias del capitalismo occidental produjeron transformaciones sociales enormes.
Por lo tanto, no me asombra el fracaso del socialismo. Lo que sí me sorprendió siempre es lo siguiente: ¿Por qué, si es tan evidente que el comunismo es un fracaso, hay tantos individuos de los países democráticos occidentales que quieren el totalitarismo? ¿Por qué el terrorismo que hubo en la Argentina, en Uruguay, ahora en Perú, para imponer un tipo de régimen que cualquiera sabe que es más bárbaro que cualquier democracia por imperfecta que sea? Para resumirlo, mi pregunta de fondo es siempre la misma: ¿Por qué existe la tentación totalitaria?
-¿Ha variado su respuesta con los años?
-Si lo juzgamos por los últimos acontecimientos en el Este europeo, se podría pensar que sí. Pero cabe preguntarse cómo es posible que un fracaso tan absoluto como el del comunismo haya podido durar tantos años. Eso es lo grave, y lo que nos debe preocupar.
El otro punto que siempre me ha preocupado es observar la pasividad con que reaccionan las políticas exteriores de los principales países democráticos occidentales. La verdad es que este proceso de liberación del Este sorprendió a todos los líderes occidentales y que las primeras reacciones en las cancillerías reflejan más bien el temor a una desestabilización. Hasta la señora Thatcher llegó a decir que no era el momento de plantear la reunificación de Alemania, porque se sobreentiende que no quiere irritar a Gorbachov. ¿Y qué nos importa, a nosotros, occidentales, de los problemas de Gorbachov? En lugar de felicitarnos por los acontecimientos, demostramos una falta de visión estratégica que ha sido siempre característica de las democracias occidentales.
Ideología y propaganda
-Esa falta de visión estratégica, ¿puede deberse a la propia naturaleza del sistema democrático occidental?
-Es curioso. Si hay, actualmente, una inestabilidad es la del sistema comunista que se desagrega velozmente, no la del sistema occidental. Y vemos, sin embargo, que el propio presidente francés, en lugar de mostrarse satisfecho por el triunfo definitivo de la causa democrática occidental, teme una desestabilización global, según los términos de una larga entrevista concedida recientemente a París-Match. Allí, François Mitterrand sostiene que la evolución de los últimos meses no debería modificar los grandes compromisos internacionales de la región europea central.
Eso me parece una falta de visión estratégica que no toma en cuenta lo siguiente: ¿Cómo imaginar que si esos países de Europa central eligen realmente Parlamentos libres e independientes no van a rechazar pactos políticos y militares que les habían sido impuestos por la fuerza? Yo creo que el punto fundamental de la diplomacia occidental sería el de expresarle claramente a Gorbachov que eso será inevitable en los países de Europa del Este, que sea razonable y acepte la caída de todo un sistema rechazado por las sociedades que lo sufrían.
Pero es cierto que hay algo propio de las sociedades democráticas que impide hacer el análisis correcto. El problema es que la mayor parte de los hombres de Estado y de los diplomáticos occidentales jamás han estudiado como corresponde el funcionamiento de un régimen totalitario. No saben cómo funciona. Creen, hasta ahora, que se puede reformar una economía de Estado comunista y llegar a una suerte de socialismo de mercado, algo que parece imposible si observamos que allí no hay prácticamente ningún mercado posible.
En segundo lugar, no se comprende en Occidente la fuerza de la ideología y de la propaganda que sirve de instrumento fundamental para los totalitarismos. Tomemos por caso la eterna propaganda soviética de defensa de la paz mundial, del desarme, de la vocación pacifista. Toda esa propaganda es insostenible si se advierte, con los números en la mano, que la Unión Soviética destina el 25% de su presupuesto a los gastos militares, cuando los Estados Unidos utilizan sólo un 5% y los países europeos occidentales un 2,5%; o cuando se sabe que aún permanecen en Alemania del Este divisiones de elite del ejército ruso en número muy superior al de las fuerzas de la OTAN. Sin embargo, Gorbachov es capaz de hacer creer a gran parte de la opinión pública occidental que es el gran campeón del pacifismo y del desarme. La eficacia de la propaganda de los regímenes totalitarios ha sido siempre una ventaja mayor sobre las democracias occidentales y es un gran error no advertir la magnitud de ese problema, que es el del predominio de la idelogía marxista a lo largo de todo el siglo XX.
Cambio de predominio
-¿No cree usted que el fracaso del sistema comunista en Europa marca el fin de ese predominio de la ideología marxista?
-Si, hay un cambio de ideologías dominantes. Yo estoy muy feliz de levantarme cada mañana y leer en los diarios que intelectuales o políticos que me aborrecían hace diez años dicen hoy casi lo mismo que yo sostenía entonces. Pero no lo aceptan abiertamente, sino que lo presentan como una evolución favorable de esos sistemas totalitarios sin denunciar concretamente los horrores cometidos en nombre de la naturaleza misma de esos regímenes.
Esas categorías de análisis del marxismo subsisten todavía, y será necesario combatirlas por largo tiempo. Tome usted por ejemplo el caso de países como Nicaragua o El Salvador: para la terminología occidental habitual, los sandinistas o el Frente Farabundo Martí siguen siendo gente "progresista", en tanto que sus adversarios son gente "conservadora y reaccionaria" aunque allí se encuentren, precisamente, los defensores de una democracia realmente libre y mucho más progresista que la que proponen los sandinistas o la guerrilla salvadoreña. Duarte, presidente elegido libremente, legítimamente, y de origen socialcristiano, es presentado casi como un fascista. Ése es el éxito tradicional de la propaganda comunista. Pero es cierto que eso perderá fuerza inexorablemente, aunque vemos todavía -en una comparación con la astronomía- la luz de estrellas que han muerto pero que todavía llega a la Tierra. Mientras dure, esa luz provocará penurias que debemos combatir. Ésa es mi apreciación. Particularmente, en el terreno del automatismo del vocabulario y la dimensión de las reacciones mundiales.
Si Pinochet hubiera fusilado oponentes políticos como lo hizo Fidel Castro en 1959, hubiera sido un escándalo mundial. Castro lo hizo tranquilamente y dos días después no era una noticia en los diarios. ¿Por qué? Porque Castro conserva la imagen de un héroe revolucionario aunque no sea más que un tirano comparable con Ceausescu. Eso es una buena evidencia del efecto de la propaganda, que ha sido exitosa en difundir esas imágenes que llegan a ser más fuertes que las cifras incontrastables del nivel de vida, el nivel de alfabetización, de protección social o de simple progreso individual. Y aun periodistas e intelectuales competentes y honestos, sin ser comunistas, recurren a menudo a esos cassettes grabados en sus mentes inconscientemente por años de propaganda.
Las tendencias totalitarias
-Sus libros han tratado recurrenemente ese tema, en particular El conocimiento inútil, dando a veces la sensación de que usted se siente un poco solitario en una cruzada en pos de la verdad. ¿Se siente efectivamente solo en ese combate de ideas?
-No me siento solitario a título personal. Lo que me inquieta es que el cambio tan positivo que vemos en estos tiempos no se vea fundamentado por una verdadera comprensión de lo que sucede. Hay que analizar los errores de análisis cometidos, los mecanismos que dieron origen a esta barbarie del siglo XX y no limitarse a constatar, con alegría, que ha caído el muro de Berlín. Si no profundizamos el análisis, lo más probable es que esa amenaza del totalitarismo se volverá a presentar bajo otra forma distinta.
-¿Piensa en alguna forma totalitaria en particular?
-No. Las posibilidades del totalitarismo son muy vastas, porque el hombre es un genio para fabricar sistemas falsos. Una vez que ha ideado un sistema, el hombre lo quiere aplicar a cualquier costo; y una vez que ha logrado la aplicación, aun si no marcha, el hombre rechaza la evidencia de que no marcha. En una escala más limitada y más al alcance de su país, ¿no es lo que ha pasado con el peronismo, que nunca funcionó y que sin embargo hasta hoy pretende ser aplicado por quienes se dicen peronistas? Pero, para volver al problema central, el del comunismo, hay que tener en claro que sólo es un totalitarismo entre otros, y que es imprescindible saber cómo pudo desarrollarse para impedirlo en el futuro. Y, además, porque el problema está lejos de haber terminado. Es un sistema antihumano que gobierna a casi 2000 millones de personas en el planeta, de los cuales los 1100 de la China parecen sólidamente condenados a seguir sufriendo la tiranía del partido, como también se vio en los episodios trágicos de la plaza Tienanmen en el mismo 1989 en que se liberan los países de Europa oriental.
-¿Por qué, a su juicio, no se exploran suficientemente las causas y orígenes del totalitarismo?
-Hay muchas explicaciones posibles para esa pregunta. Pero una razón muy importante, en mi opinión, es que muchos intelectuales prefieren los regímenes totalitarios. Puedo citar a Günter Grass o a Gabriel García Márquez como casos contemporáneos representativos, aunque hubo una infinidad en el siglo XX. En muchos intelectuales existe siempre la secreta ambición de la aplicación política de sus ideas. Esto vale desde Platón hasta nuestros días, y la mejor forma de aplicación –para quienes están convencidos de que sus ideas son indiscutiblemente mejores que las de los demás- es a través de un esquema de poder total y absoluto.
En segundo lugar, para la clase política también es más cómodo moverse en una dictadura que en una democracia, donde siempre habrá alguien que los critique. Muchos dirigentes políticos han comprendido, sin embargo, las ventajas del sistema de poder limitado que se desarrolló con las democracias liberales. Pero no es el tipo de poder que quieren los supuestos revolucionarios progresistas, para quienes el poder debe ser absoluto…cuando lo detentan ellos, por supuesto.
El gran problema
-Cuando se observa el mapamundi político hay que admitir que los países democráticos son minoritarios frente a los distintos tipos de regímenes que van del autoritarismo al totalitarismo más extremo. ¿Cuál es su respuesta al dilema que planteaba Aron cuando se interrogaba sobre si la democracia liberal no era acaso una anomalía histórica, un producto casi ideal y por lo tanto naturalmente endeble frente a las amenazas totalitarias que, como usted dice, subyacen en la esencia del hombre?
-Es el gran problema. Yo mismo me he preguntado, en Cómo terminan las democracias, si el sistema democrático no es acaso un paréntesis entre siglos de totalitarismos. Para plantear correctamente el problema, sin embargo, me parece que no hay que pensar la democracia sólo en relación con el totalitarismo. En realidad, los regímenes totalitarios como los que se produjeron en el siglo XX han falseado totalmente la visión de los sistemas políticos.
Estos regímenes totalitarios han sido un producto particularmente monstruoso y perfectamente excepcional. El totalitarismo del siglo XX no es una derivación de otros absolutismos conocidos en la Edad Media o la Edad Antigua. Por el contrario, es un sistema que abolió totalmente la sociedad civil, que quiere determinar hasta los mínimos detalles de la educación o la vida familiar y que, por lo tanto, retira toda autonomía a la sociedad y al individuo, algo que nunca llegó a producirse en siglos anteriores en tal magnitud.
Esta situación extrema ha falseado en cierta forma el análisis porque nos llevó –utilizando, finalmente, el esquema de análisis totalitario- a la oposición que parece natural entre democracia o totalitarismo, cuando en realidad existen y han existido una cantidad de regímenes intermedios que, sin ser democracias, no son totalitarios en cuanto permiten un grado considerable de autonomía a la sociedad civil.
En el magnífico libro de Octavio Paz sobre Sor Juana Inés de la Cruz hay una descripción del México colonial del siglo XVII donde se explica muy bien que el virrey español de aquel entonces tenía mucho menos poder que un presidente actual de México. Es cierto que aquél no era un sistema de elección democrática pero también es cierto que los cabildos o las cortes judiciales eran verdaderos contrapesos al poder central. E incluso en la Francia de antes de la Revolución, la monarquía no era el poder absoluto que se ha caricaturizado después.
Las cortes judiciales –denominadas Parlamentos- disponían de una autonomía muy grande. Fue justamente la independencia del Parlamento de Burdeos la que originó en Montesquieu su idea de la necesaria división de poderes. De allí la tomó también Jefferson, el notable defensor norteamericano de la división de poderes, que era un gran lector de Montesquieu.
Es decir que las sociedades tradicionales también habían establecido reglas para no permitir que el gobernante pudiera hacer lo que se le ocurriera. Si dejamos de lado el oscurantismo de algunas épocas dominadas por los dogmas teológicos, en su conjunto los sistemas políticos de siglos anteriores dejaron suficiente espacio para la creación artística, intelectual o científica que se transmitió hasta nuestros días. ¿Qué fueron, si no, el Renacimiento italiano, el Siglo de Oro español, el racionalismo francés?
Para volver a la pregunta, por lo tanto, hay que plantearse que la democracia puede ser difícil de alcanzar; pero que el totalitarismo no es, de ninguna manera, una organización política natural, sino todo lo contrario. Y que el principal desafío contemporáneo es terminar alguna vez con esa deformación inhumana que asesina a la sociedad en la Unión Soviética, China, Etiopía, Angola, Cuba y muchos otros países del planeta que se organizarían en forma muy distinta si sus habitantes tuvieran la libertad de manifestar su opinión al respecto.
No hace falta que todos ellos se transformen en sociedades democráticas occidentales como las que nos gustan a nosotros, europeos o americanos. Pero, al menos, que vuelvan a una etapa pretotalitaria, para permitir que la sociedad civil evolucione espontáneamente.
-¿Lo ve posible como una perspectiva de corto plazo?
-Creo que sí, a causa del monumental fracaso del comunismo evidenciado en 1989. Lo único que me aflige realmente es ese temor de los jefes de Estado occidentales que siguen pensando en la eventual inestabilidad que surgiría de ese naufragio del comunismo en Europa oriental.
-Y desde el punto de vista de la pluma, de la acción simplemente intelectual, ¿cuál es el libro o los libros que -a su juicio- han hecho más contra el totalitarismo?
-Citaría más de uno en realidad. Pienso que la biografía de Stalin por Boris Souvarine, un libro de 1937, brindó una descripción extraordinaria del fenómeno totalitario. Evidentemente hay que citar los análisis de Karl Popper o de Raymond Aron, o las terribles descripciones de Solyenitzin. Un análisis teórico es particularmente importante para comprobar no sólo los totalitarismos existentes sino los gérmenes de totalitarismo que estaban presentes en otras obras teóricas tan importantes como las de Platón, Tomás Moro o Jean-Jacques Rousseau, por ejemplo.
Cuando nos asombramos del terror de la KGB, que no deja viajar al exterior a una familia completa, ¿cómo no recordar que en su Utopía, Tomás Moro escribe con total precisión que en el régimen perfecto, para que todos cumplan exactamente con su función, nunca hay que dejar viajar a una familia completa sino que se debe mantener a distintos miembros de ella como rehenes? La semejanza es prodigiosa, ¿verdad? Pero no hay de qué asombrarse. El germen totalitario es propio de la naturaleza humana. La democracia es, por lo tanto, el éxito de un sistema capaz de utilizar las otras tendencias del hombre, las mejores, para establecer una red de contrapesos al poder. Hay que felicitarse de una evolución favorable en América latina o, ahora, en los países del Este, pero la batalla está muy lejos de haber terminado.
(Extractos de "Testimonios de nuestra época"-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991)
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1 comentario:
Ciertamente la batalla dista mucho de haber terminado. Se fue muy optimista por parte de los defensores de la democracia liberal ante los acontecimientos posteriores a la caída del Muro de Berlín. Por otra parte ha sido sorprendente la capacidad de renovación del discurso que ha desplegado la izquierda tradicional y también la receptividad popular ante sus nuevas falacias. Y es que si no se llena el vacío simbólico y espiritual con ideas coherentes y de calidad se deja el campo libre a materiales de derribo pero con apariencia liberadora y gratificante.
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