En grupos en que prevalece el egoísmo o la indisciplina, los conflictos se atenúan bajo la presencia y el mando de un líder que impone una fuerte personalidad. En el caso de las naciones, en forma similar, el nacionalismo (o egoísmo colectivo) tiende a hacer perdurar los conflictos y las guerras, encontrando en un imperialismo la solución provisoria de tales conflictos. Como los imperialismos son conducidos generalmente por líderes nacionalistas, ambiciosos de poder, la solución no resulta tan eficaz. Fernando Savater escribió: "Quienes menos debieran proclamarse adversarios del Imperio son sin duda los pacifistas a ultranza. Después de todo, la principal función de los imperios ha sido asegurar la paz -entiéndase, la «no guerra entre comunidades o facciones»- en grandes extensiones de territorio".
"Todos los imperios han comenzado de un modo expansivo y conquistador, agresivamente justificado con razones poco limpias (Gibbon aseguraba que «leyendo a Tito Livio, uno diría que Roma conquistó el mundo en defensa propia»), pero luego han sometido sus posesiones a una ley común y a un desarme forzoso de los enfrentamientos particulares. El auge imperial de Roma, China o Inglaterra fue siempre un periodo de baja conflictividad bélica dentro del territorio bajo su hegemonía, por dominio avasallador de una potencia que no permitía discordias subversivas".
"El final de los imperios, en cambio, ha solido venir señalado por desórdenes guerreros. Incluso hoy, pese a la poca afición imperial de la mayoría de los politólogos, hay quien expresa nostalgia en la Europa postcomunista por el Imperio austrohúngaro y hasta por el Imperio ruso, que sofocaron tantas querellas interétnicas, mientras que los partidarios de una solución exclusivamente regional de los problemas de Oriente Medio suspiran disimuladamente al acordarse del Imperio Otomano...Si de lo que se trata es suspender la discordia suprema, la guerra abierta civil o internacional, los imperios fueron soluciones transitorias y conflictivas, pero no totalmente nefastas"(De "Sin contemplaciones"-Ariel-Buenos Aires 1994).
Las reacciones democráticas y nacionalistas contra los imperios nunca terminaron, debido principalmente a las naturales ambiciones de libertad que cada pueblo mantiene. Savater agrega: "Contra la centralización imperial ha militado en la modernidad la tradición republicana democrática y nacionalista, el pueblo en armas alzado para defender libertades y derechos igualitarios. Los imperios han pretendido pacificar a fuerza de unificar las diferencias bajo una hegemonía indiscutible, las repúblicas nacionales han afirmado belicosamente unas contra otras sus identidades diversas para de ese modo saberse libres. ¿Puede unirse de algún modo la pacificación imperial con el respeto a la pluralidad democrática? Hasta ahora ambos objetivos han sido incompatibles".
Mientras que gran parte de los pueblos europeos, desde varios siglos atrás, debieron padecer los efectos de la concentración de poder en manos de monarquías absolutas, clamando por el surgimiento de monarquías constitucionales y, luego, por democracias, en gran parte de Latinoamérica, acostumbrados a un pasado anárquico, se aspira por el contrario a promover gobiernos liderados por caudillos que concentrarán el poder en sus manos. Mariano Grondona escribió: "Aunque a veces no los necesitemos, nosotros queremos caudillos. Es que nuestro temor ancestral no es la opresión; es la anarquía, que es lo que hemos conocido por más tiempo. Todos los países latinoamericanos retienen en la memoria de sus viejos el recuerdo de alguna anarquía. El hispanoamericano teme la anarquía porque es peor que la tiranía, porque en ella todos son tiranos. El hispanoamericano es discípulo de Hobbes aun sin saberlo. En cambio los anglosajones, más disciplinados, temen la opresión pues no tienen noción de la anarquía. Lucharon contra el absolutismo. Son dos culturas muy distintas y sobre ellas se ha reflejado con opuestas tonalidades la institución presidencial" (De "Los pensadores de la libertad"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).
Luego de arrojadas las dos bombas nucleares durante la Segunda Guerra Mundial, y se vislumbraba el peligro de futuras guerras nucleares entre naciones, surgen algunas propuestas para asegurar la paz en el mundo. Una de ellas es la de Albert Einstein, quien sugiere la creación de una especie de "organismo internacional armado" para ser respetado por todos los países y acatada sus decisiones. Tal propuesta no tuvo eco por cuanto, si los diversos sectores no pueden ponerse de acuerdo fuera de tal organismo, tampoco lo harían dentro del mismo. Tanto la Liga de las Naciones como posteriormente las Naciones Unidas cumplieron parcialmente esa función, sin que se hayan terminado las guerras sobre el planeta. Al respecto escribió: "En vista de estos hechos evidentes sólo hay, en mi opinión, una única salida".
"Es necesario que se establezcan condiciones que garanticen a los Estados el derecho de resolver sus conflictos con otros Estados sobre una base legal y bajo una jurisdicción internacional".
"Es necesario que una organización supranacional, apoyada por un poder militar que se halle bajo su exclusivo control, prohiba a los Estados hacer la guerra".
"Sólo el establecimiento total de estas dos condiciones pueden asegurarnos que el día menos pensado no nos volatilizaremos en la atmósfera, desintegrados en átomos" (De "Un mundo o ninguno"- D. Masters y K. Way (Ed.)-American Books-Buenos Aires 1946).
La restante alternativa, seguramente definitiva, implicará esta vez una concientización masiva de la humanidad acerca del lugar que ocupamos en el universo y de las ventajas individuales y colectivas que presenta adoptar una predisposición favorable hacia la cooperación social. En otras palabras, significa adoptar una actitud que vaya más allá de las leyes humanas y de las creencias subjetivas buscando regirnos por las leyes naturales que regulan nuestras conductas. El gobierno de tales leyes equivale a un autogobierno que deja sin efecto, y sin necesidad de otros gobiernos, como es el ejercido por otros seres humanos. Sería una teocracia directa, distinta de las teocracias indirectas que están lejos de resolver y de limitar los propios conflictos que crean.
La vinculación mental del hombre, respecto del orden natural, no es otra cosa que la religión del futuro. Tal religión universal, si bien no necesariamente ha de resolver todos los problemas humanos, es la mejor opción que disponemos para asegurar la supervivencia de la humanidad con niveles aceptables de felicidad. Tampoco sería imposible limitar el sufrimiento a niveles mínimos.
El sentido de la religión natural no es distinto del proceso de adaptación cultural del hombre al orden natural. Cuando el hombre ignora tal proceso y se aleja de tales leyes, el sufrimiento es inevitable. Christopher Dawson escribió: "Esta desviación espiritual de sus más grandes espíritus es el precio que debe pagar toda civilización cuando pierde sus bases religiosas, y se contenta con un éxito puramente material. Estamos apenas comenzando a comprender cuán mínima y profundamente está ligada la vitalidad de una sociedad con su religión".
"El impulso religioso es el que proporciona la fuerza cohesiva que unifica una sociedad y una cultura. Las grandes civilizaciones del mundo no producen las grandes religiones como una especie de subproducto cultural; en un sentido muy real, las grandes religiones son los cimientos sobre los cuales descansan las grandes civilizaciones. Una sociedad que ha perdido su religión se convierte más tarde o más temprano en una sociedad que ha perdido su cultura" (De "Progreso y religión"-La Espiga de Oro-Buenos Aires 1943).
El párrafo mencionado adquiere toda su significación si tenemos presente que todo constructor de viviendas, por ejemplo, debe conocer antes las leyes de la estática y de la resistencia de materiales; que todo proveedor de energía eléctrica debe antes conocer las leyes del electromagnetismo, etc. De la misma forma, no podemos sustentar una sociedad y una humanidad que se adapte a las leyes naturales que nos rigen sin antes haberlas conocido y, a veces, sin ni siquiera tener en cuenta que existen.
Como, desde hace tiempo, lo señalan varios autores, el camino hacia la paz provendrá de la unión definitiva entre ciencia y religión, ya que la ciencia describe las leyes naturales mientras que la religión moral se basa en las leyes de Dios, que no son otra cosa que aquellas leyes que describe la ciencia experimental (o las ciencias sociales, en el caso indicado). Sin embargo, el cristianismo debería abandonar parcialmente su "aspecto exterior", de los misterios y las intervenciones de Dios, para que la atención recayera en las leyes mencionadas, que tienen un carácter objetivo siendo sus efectos evidenciados con cierta facilidad. Dawson escribió: "La Europa occidental fue incorporada primeramente a una unidad cultural con el advenimiento del cristianismo, y solamente como consecuencia de ese desarrollo el Occidente estuvo en condiciones de heredar también la tradición intelectual de la cultura helénica".
"Sin embargo, puesto que las dos tradiciones tienen distinto origen, aun queda la posibilidad de que no teniendo consistencia por sí mismas, pudiera lograrse una síntesis más completa si una doctrina religiosa más racional y naturalista substituyera al sobrenaturalismo cristiano. En este sentido, no repugna a la lógica la idea de una religión de la ciencia, siempre que se reconozca claramente que pertenece al dominio de la religión y no al de la ciencia".
"Antiguamente, lejos de ser excepción, la regla general es que la religión esté vinculada al conocimiento de la naturaleza. Los orígenes mismos de la ciencia se hallan entre los hombres dedicados a la medicina y los sacerdotes de los pueblos primitivos, y en una etapa superior de la civilización la especulación cosmológica ocupa un lugar considerable en el desarrollo de las grandes religiones".
Mientras Albert Einstein se preguntaba acerca de las ideas que tuvo el Creador para hacer el mundo, el religioso se pregunta por los deseos del Creador respecto del comportamiento humano. Tales preguntas, un tanto simbólicas, hacen referencia a lo que "existe detrás" del conjunto de leyes naturales que gobiernan todo lo existente.
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2 comentarios:
Este texto de César Vidal (en su serie de artículos "Razones de una diferencia") puede ayudar a comprender de dónde procede ese diferente temor que existe entre anglosajones y latinos respecto del ejercicio del poder:
“En el año 1538, Calvino y algunos de sus amigos fueron expulsados de la ciudad de Ginebra por las autoridades. El momento fue aprovechado por el cardenal Sadoleto para enviar una carta a los poderes públicos de la ciudad instándoles a rechazar la Reforma y regresar a la obediencia a Roma. La carta del cardenal Sadoleto estaba muy bien escrita, pero lo cierto es que no debió de convencer a los ginebrinos ya que éstos solicitaron en 1539 a Calvino (que seguía desterrado) que diera respuesta epistolar al cardenal. Calvino redactó su respuesta al cardenal Sadoleto en seis días y el texto se convirtió en un clásico de la Historia de la teología…
...en él se puede contemplar dos visiones de la ley que diferenciaron –¡como tantas otras cosas!– a las naciones en las que triunfó la Reforma de aquellas en que no sucedió así.
El dilema que se planteaba era si el criterio que marcara la conducta debía estar en el sometimiento a la ley o, por el contrario, a la institución que establecía sin control superior lo que dice una ley a la que hay que someterse. Sadoleto defendía el segundo criterio mientras que Calvino apoyaba el primero. Para Calvino, era obvio que la ley –en este caso, la Biblia– tenía primacía y, por lo tanto, si una persona o institución se apartaba de ella carecía de legitimidad. El cardenal Sadoleto, por el contrario, defendía que era la institución la que decidía cómo se aplicaba esa ley y que apartarse de la obediencia a la institución era extraordinariamente grave. La Reforma optó por la primera visión, mientras que en las naciones donde se afianzó la Contrarreforma se mantuvo un principio diferente, el que establecía no sólo que no todos no eran iguales ante la ley sino que, por añadidura, había sectores sociales no sometidos a la ley. Se creaba así una cultura de la excepción justificada”.
Vemos aquí cómo en los países latinos se asentó la doctrina que hace a los poderosos (Gobierno e Iglesia) independientes de la ley. En ella no sólo no se ve mal, sino que se defiende que el poder sea arbitrario.
Muy bueno. Intuía un poco este asunto, pero no sabía que la actitud de la Iglesia fuera la mencionada.....
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