Los problemas existentes en toda nación, o en toda sociedad, se tratan de solucionar a partir de dos actitudes diferentes: la del reformista y la del revolucionario. El primero mediante métodos pacíficos y el segundo mediante la violencia. Los recientes conflictos sociales en Chile (2019) permitieron observar ambas formas de protesta. Víctor Massuh escribió: "El reformista es una conciencia moral que cuida escrupulosamente los medios más que los fines. Algunas veces su actitud social se funda en una visión esperanzada que confía en el cumplimiento progresivo de las metas históricas. En cambio el revolucionario tiene una visión apocalíptica de la historia, quiere interrumpir por la fuerza un proceso que transcurre inevitablemente hacia su agravamiento, o violentando su curso quiere cambiar la orientación. No espera que un orden ideal se instaure en un lejano futuro; quiere imponerlo sin detenerse a examinar demasiado los medios. La majestad del acontecimiento borrará el recuerdo de sus pequeñas miserias".
"El reformista teme al desorden total porque en el seno del caos generalizado las reformas carecen de valor o aparecen como conquistas opacas; no propicia ni estimula la subversión. Al revolucionario, por el contrario, no lo arredran la destrucción ni el desorden: su sensibilidad apocalíptica y su ubicuidad estratégica lo llevan a operar más a gusto en el seno del caos social. En la catástrofe total se está más cerca, piensa, de la redención total" (De "La libertad y la violencia"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1968).
Si bien la violencia existe desde épocas remotas, fue "disfrazada" casi siempre con fines y actos nobles o heroicos, mientras que, desde el siglo XIX en adelante, fue establecida como una variante en las luchas por alcanzar reinvindicaciones sociales; se pasó de la era de la hipocresía a la era del cinismo. El citado autor escribió: "La violencia es vieja como el mundo, es la atmósfera en la que invariablemente transcurre la historia de los hombres. Esto no es una novedad, es cierto, pero pareciera serlo el empeño que pensadores e ideólogos de las más diversas corrientes pusieron en reflexionar sobre ella a partir de los últimos cien años".
"A lo largo de este periodo, el hombre quiso tomar conciencia de su significado y de su valor. Exaltó la violencia como el gran estimulante de la vida histórica (Nietzsche), la valorizó como la «partera» que hace posible el nacimiento de un mundo nuevo (Marx), la consideró una gimnasia callejera que restaura la juventud social (Sorel), el verdadero antídoto de la decadencia (Spengler), la aceptó como paso inevitable hacia su disolución definitiva (Lenin) o la anatematizó como el origen de todos los males (Tolstoi y Gandhi)".
Toda descripción de la violencia que no tenga en cuenta la actitud del odio, menciona los efectos sin nombrar la principal causa. Los síntomas del odio son la envidia (entristecerse por la alegría ajena) y la predisposición a la burla (alegrarse por la tristeza ajena). En el caso de Nietzsche y los nazis, el odio surge de un complejo de superioridad compensador de un previo complejo de inferioridad. En el caso de los marxistas, incitan a la violencia buscando una compensación ante una inferioridad social o económica. Una vez logrado el poder, no existen diferencias esenciales entre el "odio desde arriba" y el "odio desde abajo".
Mientras que el reformista busca mejoras generales, sin exclusión de ningún sector, el revolucionario excluye al sector "enemigo", incluso hasta su eliminación. El odio destructor implica intentar construir una nueva sociedad (y el hombre nuevo) sobre los escombros de la sociedad anterior. Tanto nazis como marxistas reniegan del cristianismo por cuanto la empatía emocional es desconocida por los psicópatas y por quienes están envenenados por el odio. Víctor Massuh escribió: "A partir de la obra y la prédica de Marx, la violencia aparece como la condición misma del cambio revolucionario. Con ello se quiere advertir, sobre todo, que ya no se piensa en modificar partes de la sociedad, sino totalmente. La magnitud de la violencia asegura la profundidad del cambio. Esto hace que la doctrina de Marx se caracterice por un fuerte rasgo apocalíptico que no podemos dejar de lado por su enorme significación".
"Esta valoración de la violencia está definiendo, en Marx, una cierta filosofía de la historia y una metodología de la lucha social. Según ellas no debe esperarse el advenimiento de la sociedad justa por las vías de un compromiso entre las clases ni por los procedimientos apaciguadores o graduales. La lucha por la nueva sociedad tiene el carácter de una lucha total: «guerra sangrienta o nada», he ahí el pathos constante de la revolución".
"Se trata de no olvidar que la historia enfrenta a dos clases irreconciliables. Ellas no sólo representan dos esferas económicas opuestas, sino también dos mundos culturales heterogéneos y enemigos. Porque no hay lugar a la conciliación entre ambos términos, la revolución nunca podrá ser concebida como un enfrentamiento pacífico; es preciso culminar en la destrucción de uno de los términos, abatir no sólo la clase dominante sino el conjunto de sus ideas, sus valores, sus superestructuras culturales: su religión, su derecho, su arte y su filosofía".
"Estas formas no son más que «prejuicios burgueses tras los cuales se esconden otros tantos intereses burgueses». Y más adelante Marx agrega: «No tratéis de embrollarnos juzgando la abolición de la propiedad privada con el canon de vuestras ideas burguesas de libertad, de cultura, de derecho, etc. Vuestras ideas mismas tienen su origen en las condiciones burguesas de producción y de la propiedad, del mismo modo que vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase erigida en ley, voluntad cuyo objeto está dado por las condiciones de la existencia de vuestra clase»".
Para el revolucionario marxista, el caos y la anarquía es la "gran fiesta", esperada y soñada, por cuanto toda su vida fue preparada para ese acto final, que ha de ser el punto de partida del socialismo. Mientras no llegue ese día, procederá a sembrar en la sociedad el odio de clases, buscando la lenta y permanente destrucción de todos sus ámbitos, costumbres y creencias.
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2 comentarios:
Si lo prefieres también se puede hablar de las distintas concepciones de la praxis política que tienen demócratas y revolucionarios.
Para los demócratas existen adversarios con los que se compite de acuerdo a la legislación establecida y con los que, pese a las diferencias, se puede llegar a acuerdos. Pero los revolucionarios no aceptan a quienes no son como ellos y buscan la ruptura de la legalidad vigente (no su reforma) para iniciar un proceso violento de acceso al poder en cuanto se esté en condiciones de desarrollarlo con posibilidades de éxito. Mientras tanto procuran crear un clima de exacerbación social por medio de la exageración de los conflictos existentes o de la invención de otros artificialmente instigados, de la descalificación furiosa de los que consideran del otro bando, atribuyéndole las taras que son más propias del propio para así velarlas, y así hasta que el buscado cambio rápido y radical esté maduro para implantarse. Pese a su discurso oficial podemos hoy enmarcar dentro de los grupos revolucionarios a los diversos grupos de extrema izquierda (pretendida vanguardia o élite revolucionaria) y a los nacionalistas, quienes están convencidos de representar al espíritu de todo el pueblo que convive en el territorio que quieren liberar de una supuesta opresión que sólo ellos ven.
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