Si a un niño bien intencionado se le pregunta acerca de cómo hacer para que todas las personas adquieran riqueza suficiente para vivir cómodamente, es posible que responda que deben imprimirse y repartirse muchos billetes. Si se le informa que en una sociedad existe desigualdad económica y que existen ricos y pobres, seguramente responderá que, sacándole el exceso de dinero a los ricos y dándoselo a los pobres, se soluciona tanto el problema de la pobreza como el de la desigualdad social, o económica.
A pesar de las buenas intenciones, ambas sugerencias empeoran las cosas, ya que el exceso de dinero genera inflación y la redistribución de la riqueza limita la producción y la inversión, además de favorecer la vagancia del sector menos productivo. Tales conclusiones surgen, no del puro razonamiento, sino de las experiencias acumuladas en distintas épocas y sociedades. A pesar de ello, se siguen proponiendo las "soluciones" mencionadas teniendo presente que las masas se comportan como si tuviesen la mentalidad del niño bien intencionado.
Los comportamientos humanos no son tan simples como parecen, ya que existe en la sociedad un importante número de envidiosos, repartidos entre todos los sectores sociales. Para disminuir la envidia que sienten por quienes poseen más dinero que ellos, fingen preocuparse por las penurias de los pobres exigiendo la redistribución mencionada, pero con la intención de ver empobrecidos a los ricos y de esa manera sentirse menos afectados por la envidia que hace de sus vidas una pobre experiencia.
Debido al materialismo reinante, favorecedor de las diversas crisis, no resulta extraño que la lucha contra la pobreza sea bastante menos promovida que la lucha contra la desigualdad, ya que la envidia es una consecuencia necesaria del materialismo. Si, por el contrario, la mayoría buscara la felicidad en los aspectos emocionales del comportamiento humano, seguramente la envidia desaparecería en gran medida.
Los envidiosos aducen que la violencia en la sociedad se debe, no a fallas humanas como el egoísmo y el odio, sino a la "desigualdad social", llegando al extremo de exculpar al delincuente sosteniendo que incurre en el delito por haber sido "marginado previamente por la sociedad" y que sus acciones violentas constituyen una "justa venganza" contra esa sociedad.
A nivel de los países, utilizan un razonamiento similar, aduciendo que los desarrollados lo son a costa de los subdesarrollados y que todos los problemas que éstos padecen se deben a aquéllos. De esa manera tratan de quitarle todo mérito al que hace las cosas mejor e incluso tratan de mostrar a los demás que la economía capitalista "sólo funciona bien cuando un empresario o un país explotan a otras personas o a otros países".
De ahí que a pocos deba extrañar que Nicolás Maduro, el destructor final de la sociedad venezolana, tenga el apoyo incondicional de los sectores de izquierda, por cuanto en Venezuela existe bastante "igualdad social" (aunque predomine la pobreza extrema). Por otro lado, critican severamente al gobierno de Chile, a pesar de tener mucha menos pobreza y una aceptable movilidad social, por cuanto presenta importantes niveles de desigualdad económica. Si bien son aceptables muchos de los reclamos de los chilenos, es absurdo intentar destruir ese país pensando acercarse al "modelo chavista" prevaleciente en Venezuela.
Es oportuno mencionar la opinión de Mariano Grondona, quien escribió al respecto: "Desde el ángulo de mira de las democracias desarrolladas, el principal enemigo social es la pobreza, entendida como la condición de aquellos cuyos ingresos no alcanzan para brindarles los servicios de salud, educación, vivienda, abrigo, recreación, seguridad social y, en general, el bienestar que corresponde a su dignidad como seres humanos. Desde el ángulo de mira de las democracias desarrolladas, simplemente, no debe haber pobreza".
"De hecho, casi no la hay. El porcentaje de pobres en las democracias avanzadas es, en promedio, del 9 por ciento, pero sería aun más bajo si ellas midieran la pobreza con el criterio de los países subdesarrollados, ya que los considerados «pobres» en el Primer Mundo tienen un ingreso que duplica, en promedio, al de los considerados «pobres» en el Tercer Mundo".
"Una parte considerable de los pobres del Primer Mundo, además, son inmigrantes que confían en mejorar su condición, ya que para eso inmigraron, y que muchas veces logran mejorarla según pasan los años. Esto es verdad particularmente en los EEUU, el país desarrollado que alberga el mayor porcentaje de pobres pero que recibe también el mayor porcentaje de inmigrantes".
"A la inversa de la condena de la pobreza, que es absoluta, la condena de la desigualdad en las democracias desarrolladas es relativa. En la medida en que la desigualdad confirme la pobreza de los que están peor, es repudiable sin atenuantes. En la medida que premie la competitividad de los que están mejor entre los que han superado la pobreza es, al contrario, bienvenida. Después de todo, incluso el ideal de equidad social de la socialdemocracia de los países desarrollados no es «el Estado igualitario» sino «el Estado de Bienestar» (Welfare State). De bienestar, se entiende, de los que están peor".
"Se trata de igualar la suerte de los que están peor con la de los que están mejor hasta donde sea necesario para erradicar la pobreza, podría decirse que, hasta aquí, las democracias desarrolladas son igualitarias. Pero la igualdad pasa a considerar disfuncional si, atravesando esta frontera, empieza a castigar a los más competitivos, desalentándolos e induciéndolos a emigrar personal o económicamente en busca de sociedades que los reconozcan".
"Si este tipo de igualitarismo disfuncional se produjera, al caer como consecuencia la riqueza general por falta de inversiones, las sociedades desarrolladas indicriminadamente igualitarias correrían el riesgo de asomarse otra vez a la pobreza. Este riesgo corrieron países nórdicos como Suecia y Dinamarca hasta que, moderando a tiempo su impulso igualitario, acogieron de nuevo a la desigualdad cuando ella demostraba ser funcional al desarrollo económico, sin merma por eso de la equidad social".
"En las democracias subdesarrolladas encuentra más favor en cambio la idea de que la pobreza, en lugar de ser un mal que debe ser combatido en sí mismo, es el producto de la desigualdad, con lo cual ésta y no aquélla pasa a ser el enemigo principal".
"Aquí es donde chocan las dos soluciones propuestas al problema de la pobreza: el capitalismo y el populismo" (De "El desarrollo político"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2011).
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1 comentario:
La izquierda, y muy especialmente la extrema izquierda populista, nunca se refiere como causa última de la pobreza a la baja productividad relativa de una economía determinada, pero lo cierto es que ésta contribuye en buena medida a la existencia del resto de los problemas económicos y sociales. Y es que la mejora en ese campo significa el reconocimiento de que el trabajo bien hecho, la cualificación y la inversión son las fuentes de la riqueza que realmente puede repartirse sin agotarse, siempre tras su previa y continuada creación, y porque apostar por ello deja en entredicho su siempre presente estrategia rapaz y cortoplacista de subida de impuestos.
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