Una de las formas en que puede clasificarse a las distintas religiones es aquella en la que se tiene en cuenta quién, o qué, decide finalmente lo que le ha de suceder a cada hombre luego de que toma sus propias decisiones. Entre las principales opciones se encuentra la de los varios dioses especializados, o bien un dios único, que responde de alguna manera ante cada una de nuestras acciones o intenciones; siendo ésta la caracterización esencial de las religiones paganas, en donde predomina la voluntad de los dioses, o del dios único, antes que la moral puesta de manifiesto en cada una de nuestras acciones. En realidad, no se descarta que esos dioses invocados tengan exigencias de tipo moral, si bien tales exigencias han de ser interpretadas de una forma totalmente subjetiva por los creyentes respectivos.
La religión moral, tal el caso de las religiones bíblicas, hace recaer su importancia, no tanto en las respuestas cotidianas de Dios, sino en las propias acciones humanas en referencia a una ley natural, o ley de Dios, previamente establecida. En la religión ocurre algo similar a lo que acontece en la política. Así, las religiones paganas se parecen a los gobiernos dictatoriales en donde no existen leyes previamente establecidas sino que es el dictador, o el tirano, quien decide en cada caso lo que está, o no, de acuerdo a sus propios gustos personales. La religión moral por el contrario, se parece a una democracia en la cual las leyes han sido establecidas y en forma automática los infractores reciben su castigo o la recompensa quienes las tienen en cuenta.
La religión moral va perdiendo su eficacia cuando comienza el proceso de “paganización”, es decir, en lugar de cumplir estrictamente con los mandamientos establecidos, se procede a rendir homenajes, públicos o privados, a los diversos personajes bíblicos, incluso al mismísimo Dios, en la creencia de que tales manifestaciones nos reportarán beneficios inmediatos. Incluso se cree que los distintos fenómenos naturales, cuando nos resultan desfavorables, implican una venganza, o un castigo, impuesto por Dios ante la desobediencia a sus mandatos. Bertrand Russell escribió: “Cuando Benjamín Franklin inventó el pararrayos, el clero, tanto en Inglaterra como en Norteamérica, con el entusiasta respaldo de Jorge III, lo condenó como un impío intento de derrotar la voluntad de Dios. Porque, como se daba cuenta toda la gente que sabía pensar, el rayo es enviado por Dios para castigar la irreligiosidad o cualquier otro pecado grave –los virtuosos jamás son heridos por el rayo-. Por lo tanto, si Dios quiere golpear a alguien, Benjamín Franklin no tendría que oponerse a Sus designios: en verdad, hacer tal cosa es ayudar a los criminales a escapar”.
“Pero Dios se puso a la altura de la situación, si tenemos que creer al eminente doctor Price, uno de los principales teólogos de Boston. Como el rayo había sido tornado ineficaz por las «puntas de hierro inventadas por el sagaz doctor Franklin», Massachussets fue sacudido por temblores de tierra, que el doctor Price vio debidos a la ira de Dios contra las «puntas de hierro». En un sermón sobre el tema dijo: «En Boston se erigen en más cantidad que en cualquier otra parte de Nueva Inglaterra, y Boston parece ser la más espantosamente sacudida. ¡Oh!, es imposible escapar a la potente mano de Dios»”.
“Aparentemente, sin embargo, la Providencia abandonó toda esperanza de curar a Boston de su perversidad, porque, aunque los pararrayos se hicieron cada vez más comunes, los terremotos en Boston han seguido siendo raros. No obstante, el punto de vista del doctor Price, o algo sumamente parecido, era sostenido aún por uno de los hombres más influyentes de tiempos recientes. Cuando, en una oportunidad, hubo varios graves terremotos en la India, el Mahatma Gandhi advirtió solemnemente a sus compatriotas que esos desastres habían sido enviados en castigo por los pecados de ellos”.
“Este punto de vista existe incluso en mi propia isla natal [Inglaterra]. Durante la guerra de 1914-18 el gobierno británico hizo mucho para estimular la producción de alimentos en la metrópoli. En 1916, cuando las cosas no iban bien, un sacerdote escocés escribió a los periódicos para decir que el fracaso militar se debía al hecho de que, con la sanción del gobierno, se habían plantado papas en el día del descanso. Empero, se evitó el desastre gracias a que los alemanes desobedecieron todos los Diez Mandamientos, y no sólo uno de ellos” (De “Ensayos impopulares”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1963).
Con un criterio similar, durante la Edad Media se interpretaba que la aparición de los cometas eran señales enviadas por Dios preanunciando castigos por los pecados cometidos por la humanidad. Mientras que las estrellas estaban fijas en el cielo y los planetas tenían movimientos periódicos (la palabra planeta viene de “errante”), los cometas aparecían para desaparecer luego, por lo que se los interpretaba como señales provenientes de Dios. La palabra “desastre” proviene de “dis-astra”, es decir, algo que se mueve “contra los astros”.
Cuando Edmund Halley descubre que los cometas retornan luego de algunos años, llevó cierta tranquilidad a los creyentes. Carl Sagan escribió: “Los cometas siempre han suscitado temor, presagios y supersticiones. Sus apariciones ocasionales desafiaban de modo inquietante la noción de un Cosmos inalterable y ordenado por la divinidad. Parecía inconcebible que una lengua espectacular de llama blanca como la leche, saliendo y poniéndose con las estrellas noche tras noche, estuviera allí sin ninguna razón, que no trajera algún presagio sobre cuestiones humanas”.
“Así nació la idea de que los cometas eran precursores del desastre, augurios de la ira divina; que predecían la muerte de los príncipes y la caída de los reinos. Los babilonios pensaban que los cometas eran barbas celestiales. Los griegos las veían como cabelleras flotantes, los árabes como espadas llameantes. En la época de Tolomeo los cometas se clasificaban laboriosamente, según sus formas, en «rayos», «trompetas», «jarras» y demás. Tolomeo pensó que los cometas traían guerras, temperaturas calurosas y «desórdenes». Algunas descripciones medievales de cometas parecen crucifijos volantes no identificados”.
“Un «superintendente» u obispo luterano de Magdeburgo llamado Andreas Celichius publicó en 1578 una «Advertencia teológica del nuevo cometa», donde ofrecía la inspirada opinión según la cual un cometa es «la humareda espesa de los pecados humanos, que sube cada día, a cada hora, en cada momento, llena de hedor y de horror ante la faz de Dios, con trenzas rizadas, que al final se enciende por la cólera y el fuego ardiente del Supremo Juez Celestial». Pero otros replicaron que si los cometas fuesen el humo de los pecados, los cielos estarían ardiendo continuamente” (De “Cosmos”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1980).
Si los castigos de Dios vienen en forma de fenómenos naturales o como plagas que afectan a la mayor parte de una población, quienes cometen pecados “atraen” los males hacia todos, es decir, tanto a justos como a pecadores. De ahí que quienes se consideran libres de pecados tienden a castigar a los pecadores, siendo ésta, posiblemente, la causa principal de los conflictos religiosos. Tanto la Inquisición como una parte del Islam, han pretendido destruir el pecado destruyendo simultáneamente al pecador. “Por desgracia, los Savonarola modernos son una legión y el fanatismo puede socavar los cimientos de muchas naciones, del mismo modo que ha generado el ocaso de la República toscana cuando estaba en su esplendor” (De “La ira de Dios” de Claude Mossé-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2008).
Puede decirse que el paganismo es una forma de religión subjetiva ya que impera el “todo vale”, mientras que la religión moral tiende a ser una religión objetiva por cuanto cada respuesta individual puede ubicarse en el contexto referencial de la ley natural. Bertrand Russell escribió: “En cuanto abandonamos nuestra propia razón, y nos contentamos con confiar en la autoridad, nuestras dificultades no tienen fin. ¿La autoridad de quién? ¿La del Antiguo Testamento? ¿La del Nuevo Testamento? ¿La del Corán? En la práctica, la gente elige el libro considerado sagrado por la comunidad en el seno de la cual nacieron, y de ese libro escoge las partes que le agrada, haciendo caso omiso de las demás. En una época, el texto más influyente de la Biblia era: «No permitirás que una bruja viva». Ahora, la gente pasa por alto ese texto, si es posible, en silencio; si no, con una disculpa. Y así, aunque tengamos un libro sagrado, todavía seguimos eligiendo como verdadero lo que se acomoda a nuestros prejuicios”.
Respecto de la religión, existen dos posturas extremas: la de quienes pretenden mejorarla y ven en el paganismo un antecedente necesario e inevitable de la religión moral, y la de quienes consideran a la religión como simple superstición y abogan por su desaparición. Incluso los referentes de una parte importante de la Iglesia actual (Marx y Lenin) sostenían que el cristianismo ha sido promovido maliciosamente por las clases dominantes para explotar laboralmente, y con mayor facilidad, a las clases oprimidas. J. M. Guyau escribió: “Cuando os indignáis contra algún viejo prejuicio absurdo, pensad que es el compañero de viaje de la humanidad; hace diez mil años, acaso, que se ha apoyado en él en los malos pasos, que ha sido ocasión de muchas alegrías, que ha vivido, por decirlo así, la vida humana: ¿no hay para nosotros alguna cosa fraternal en todo pensamiento humano?”.
“Existe un fanatismo antirreligioso que es casi tan peligroso como el de las religiones. Todo el mundo sabe que Erasmo comparaba la humanidad a un hombre ebrio subido a un caballo y que a cada movimiento cae, ya a la derecha, ya a la izquierda. Con frecuencia los enemigos de la religión han cometido la falta de despreciar a sus adversarios; es la peor de las faltas: hay en las creencias humanas una fuerza de elasticidad que hace que su resistencia crezca en razón de la compresión que sufren”.
“Antiguamente, cuando una ciudad era víctima de un azote, el primer cuidado de sus habitantes principales, de los jefes de la ciudad, era ordenar rogativas públicas; hoy, cuando se conocen mejor los medios prácticos de luchar contra las epidemias y los demás azotes, se ha visto, sin embargo, en Marsella, en 1885, en el momento en que el cólera hacía estragos, al consejo municipal, casi únicamente ocupado en arrancar los emblemas religiosos de las escuelas públicas: este es un ejemplo notable de lo que se podría llamar una contra-superstición. Así es que las dos especies de fanatismos, el religioso y el antirreligioso, pueden igualmente alejar del empleo de los medios verdaderamente científicos contra los males naturales; empleo que es, después de todo, la tarea humana por excelencia. (De “La irreligión del porvenir”-Editorial Tupac-Buenos Aires 1947).
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