Para establecer una ética, los pensadores del pasado observaban el comportamiento de muchos individuos, además de cierta introspección en ellos mismos, con la intención de mejorar las condiciones de vida de la sociedad en que vivían. Se acercaban, con distintos grados de aproximación, a una ética natural que no estaba escrita en ninguna parte. La mejor aproximación podía considerarse como una "ética natural", evaluada según los efectos que su puesta en práctica producía. El resto de las propuestas, alejadas de esa ética óptima o natural, podían considerarse como "éticas artificiales", es decir, creaciones humanas poco compatibles con la ley natural.
En el caso de la economía se produce un proceso similar: las distintas tendencias económicas se acercan, con distintos grados de aproximación, a una economía natural, que no está escrita en ninguna parte y que produce los mejores resultados. Las economías alejadas de ese óptimo podrán ser consideradas como "economías artificiales".
Así como una ética cercana a la ética natural permite hablar del gobierno de la ley natural sobre el hombre, el resto de las propuestas implicará, al menos parcialmente, el gobierno del hombre sobre el hombre. En el caso de las leyes económicas ocurrirá otro tanto.
Debido a que todo ser humano está regido por leyes naturales invariantes, como también está regido todo lo demás, y por ser el principal protagonista en el conjunto de decisiones que conforman el proceso económico de la sociedad, puede afirmarse que tal proceso también ha de estar asociado a la existencia de leyes naturales. Charles Gide escribió: "Las sociedades humanas están gobernadas por leyes naturales que no podríamos cambiar aunque quisiéramos, porque no somos nosotros quienes las hemos hecho, y porque, además, ningún interés tenemos en modificarlas aunque lo pudiéramos, porque son buenas, o, cuando menos, las mejores posibles. La tarea del economista se limita a descubrir el juego de esas leyes naturales, y el deber de los individuos y de los gobiernos consiste en tratar de ajustar a ellas su conducta".
"Esas leyes no son contrarias a la libertad humana: no son, al contrario, sino la expresión de las relaciones que se establecen espontáneamente entre los hombres que viven en sociedad, en todas partes en que dichos hombres están entregados a sí mismos y que tienen libertad de obrar según sus intereses. En este caso, establécese entre esos intereses individuales, antagónicos al parecer, una armonía que constituye precisamente el orden natural, el cual es con mucho superior a toda combinación artificial que pudiera imaginarse".
"El papel del legislador, si quiere asegurar el orden social y el progreso, se limita pues a desarrollar, en lo posible, esas iniciativas individuales, en apartar cuanto pudiera estorbarlas, en impedir únicamente que se perjudiquen unas a otras y, por consiguiente, la intervención de la autoridad debe reducirse a un minimum indispensable a la seguridad de cada uno y a la seguridad de todos; en una palabra, a dejar libertad de acción" (De "Curso de Economía Política"-Librería de la Vda. de Ch. Bouret-París 1937).
La economía natural es un proceso que surge espontáneamente en el caso de individuos que interactúan en libertad. Este proceso resulta ser autorregulado porque no necesita de un ordenamiento exterior ejercido por el Estado. Los sistemas autorregulados son descriptos como sistemas de realimentación negativa, como es el caso del tanque de agua de nuestra propia vivienda. El nivel de tanque lleno es la situación de estabilidad mientras que la entrada de agua es controlada por el nivel real de agua, sin que sea necesario intervenir a cada rato para llegar a la situación de estabilidad. Con el mercado ocurre algo similar. Henry Hazlitt escribió al respecto: “El sistema de empresa privada en régimen de libertad económica puede compararse a un gran mecanismo de miles de máquinas controladas cada una de ellas por su propio regulador automático; pero conectadas de tal forma que al funcionar ejercen entre sí influencia recíproca".
"Casi todos hemos observado alguna vez el «regulador automático» de una máquina a vapor. Generalmente consta de dos esferas o pesas que reaccionan por la fuerza centrífuga. Al aumentar la velocidad, las esferas se alejan de la varilla a la que están sujetas, estrechando o cerrando automáticamente una válvula de estrangulación que regula la entrada de vapor, con lo que disminuye la velocidad del motor. Si, contrariamente, marcha con excesiva lentitud, las esferas caen, la válvula se ensancha y aumenta la velocidad. De esa forma, cualquier desviación de la velocidad deseada pone por sí misma en movimiento fuerzas que tienden a corregir la anomalía”.
“Es precisamente de esta forma como se regulan las respectivas ofertas de miles de artículos diferentes, bajo el sistema económico de empresa privada en régimen de libre competencia de mercado. Cuando la gente necesita mayor cantidad de determinada mercancía, su propia demanda competitiva eleva el precio del producto. El aumento de beneficios que se produce para aquellos que lo fabrican estimula un incremento en la producción. Otros empresarios abandonan incluso la fabricación de otros artículos para dedicarse a la elaboración de aquel que ofrece mayores ganancias. Ahora bien, esto aumenta la oferta del producto, al mismo tiempo que reduce la de algunos otros. El precio de aquél disminuye, por consiguiente, en relación con los precios de otras mercancías, desapareciendo el estímulo existente para el incremento relativo de su fabricación” (De “La Economía en una lección”–Unión Editorial SA–Madrid 1981).
Así como el concepto de ley natural, como vínculo invariante entre causas y efectos, no resulta fácil de asimilar para quienes no tengan una formación técnica, o científica, el concepto de “sistema realimentado”, como sistema por el cual los efectos controlan a las causas que lo producen, resulta aún de mayor dificultad. De ahí que, por lo general, se lo ignora, o bien no se “cree” en su existencia. Incluso se supone que se trata simplemente de algo inventado por los economistas y que la “mano invisible” de Adam Smith es un concepto establecido para engañar a la gente, o cosas similares.
Si bien el proceso del mercado es autocontrolado, o autorregulado, ello no implica que, para que funcione adecuadamente, se deba prescindir totalmente del Estado. Es decir, el Estado no debería regularlo, en el sentido de interferir las leyes básicas que lo rigen, sino que debería controlarlo exteriormente para evitar los posibles desvíos propios del ser humano, especialmente cuando existen valores económicos de por medio.
Podemos hacer una analogía con el fútbol. Existen las reglas del juego y los jugadores que tienden a respetarlas. Pero es necesaria la existencia del árbitro para limitar o reprimir el incumplimiento de esas reglas. Las reglas del juego serían las leyes del mercado. Los jugadores serían los productores y los consumidores, mientras que el árbitro sería el Estado. De ahí que, mientras menos se note la presencia del árbitro tanto mejor será su desempeño y tanto más vistoso podrá ser el partido.
Nótese que la existencia de reglas del juego y la presencia del árbitro no garantizan un “partido atractivo”, ya que son los jugadores los que deben desarrollar su libre creatividad dentro del marco establecido. De ahí que las leyes del mercado y las leyes jurídicas impuestas por el Estado no bastan para asegurar el éxito económico de la sociedad. Es imprescindible la adecuada concurrencia de productores al mercado, algo que no ocurre en muchos países. Podemos sintetizar las características del mercado en la siguiente lista:
a) Se establece en forma espontánea
b) Es un sistema autorregulado
c) Es necesaria la adaptación de la sociedad a ese sistema
d) Es necesaria la presencia del Estado para asegurar la vigencia del sistema anterior
Para que el sistema sea eficaz, se requiere de cierta adaptación a nivel individual. De ahí que es necesario limitar nuestros gastos actuales previendo el futuro, lo que se traduce como ahorro en el individuo o capitalización de la empresa. Incluso se afirma que la riqueza de una sociedad viene determinada por la cantidad de capital per capita disponible. Por ello podemos esquematizar las acciones humanas tendientes a nuestra adaptación al sistema del mercado de la siguiente manera:
Economía de mercado = Trabajo + Ahorro productivo + Ética
El trabajo y el capital (ahorro productivo) son, históricamente, los factores esenciales de la producción, si bien en los últimos tiempos ha pasado a ser el conocimiento (o la información) el factor predominante en todo proceso productivo.
La ética necesaria para la economía no ha de ser distinta a la ética que nos exige la vida cotidiana, y ha de estar asociada a una actitud cooperativa en la cual se busca el beneficio simultáneo de ambas partes en todo tipo de vínculo comercial o laboral. La competencia debería existir respecto de uno mismo, llevando como meta nuestra propia superación personal. De ahí que debemos buscar ser más competentes (aptos para la producción) y a ser más competitivos (aptos para superarnos cada día). En la competencia de tipo egoísta, por el contrario, cuenta tanto nuestro propio éxito como el fracaso del rival, algo negativo en este caso.
En cuanto a las condiciones que se han de cumplir para el óptimo funcionamiento del proceso del mercado, tenemos las siguientes:
a) Los compradores y los vendedores deben ser demasiado pequeños para influir sobre el precio del mercado.
b) Todos los participantes deben disponer de información completa y no puede haber secretos comerciales.
c) Los vendedores deben soportar el coste completo de los productos que venden y trasladarlos al precio de venta.
d) La inversión de capital debe permanecer dentro de los límites nacionales y el comercio entre los países debe equilibrarse.
e) Los ahorros deben invertirse en la creación de capital productivo.
(De "El mundo post empresarial" de David C. Korten - Ediciones Granica SA - Barcelona 2000)
La ciencia económica está orientada a favorecer la producción y no para favorecer el enriquecimiento desvinculado de la producción y del trabajo. Es necesario distinguir entre el proceso en sí y las distintas distorsiones que se producen y que son favorecidas, inevitablemente, por la libertad inherente al sistema.
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1 comentario:
Un gran problema respecto del árbitro es que ya hace muchas décadas que no se dedica a hacer cumplir las normas inherentes al mercado y establecer las condiciones generales que lo permiten, sino que ha montado todo un engranaje jurídico, organizativo y propagandístico que desvirtúa completamente los principios de la economía libre, pero sin reconocer explícitamente ese empeño al que se ha entregado con verdadera fruición.
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