Albert Einstein comparaba el egoísmo de los individuos con el nacionalismo de los pueblos. De ahí que pueda decirse que el egoísmo de los individuos que componen el grupo social se proyecta en una actitud generalizada dominante, que es el etnocentrismo, siendo el nacionalismo uno de sus aspectos. Juan José Sebreli escribió: “El nacionalismo es fundamentalmente espíritu de seriedad, pues sacrifica la libertad y la subjetividad a valores que, santificados por el respeto, se nos aparecen como absolutos e incondicionales; frente a ellos, el individuo no cuenta. Para el nacionalista, cada hombre y cada institución tienen su lugar establecido de antemano dentro de la sociedad; nada se pone en tela de juicio: la superioridad de la raza hispánica, la bondad de la Iglesia Católica, la moralidad de la familia, la utilidad de la violencia, la degeneración de todo rebelde o no conformista, etc.” (De “Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1997).
Respecto del etnocentrismo, Paul B. Horton y Chester L. Hunt escribieron: “El etnocentrismo es la tendencia de cada grupo a dar por supuesta la superioridad de la propia cultura. Suponemos, sin detenernos a pensarlo o discutirlo, que la monogamia es mejor que la poligamia, que la gente joven ha de ser la que elija a su propia pareja, y que es mejor que los matrimonios vivan en hogares aparte. Nuestra sociedad es «progresiva», mientras que el mundo de los pueblos no occidentales vive en el «atraso»; nuestro arte es noble y bello, en tanto que el de las sociedades retrógradas es grotesco y degenerado; nuestra religión es la verdadera, las otras sólo son supersticiones paganas”.
“El etnocentrismo hace que consideremos nuestra cultura como un modelo con el que se tienen que medir las otras culturas, que son buenas o malas, adelantadas o atrasadas, genuinas o extrañas, en la medida en que se parezcan a la nuestra. Esto queda reflejado en su parte positiva, frases tales como «pueblo elegido», «progresivo», «raza superior», «verdaderos creyentes» y, por el lado negativo, ciertos epítetos como «demonios extranjeros», «infieles», «paganos», «pueblos retrógrados», «bárbaros» y «salvajes». Al igual que aquel individuo de Boston que «no necesitaba viajar porque ya había llegado a donde tenía que estar», por lo general, reconocemos enseguida el etnocentrismo en los otros y muy difícilmente el nuestro” (De “Sociología”-McGraw Hill de México SA-México 1970).
La actitud opuesta al etnocentrismo es la del revolucionario que ve todo malo en su sociedad y por ello busca cambiarla de raíz, borrando en lo posible todo rastro de las costumbres previas, principalmente en lo que se refiere a la religión, para dar así lugar al socialismo. Esta vez la comparación se establece entre una sociedad real y una sociedad imaginaria, o utópica. Recordemos que “utopía” significa “en ninguna parte”. Luego, ninguna sociedad real podrá competir contra una sociedad imaginaria. Si, por el contrario, se hace referencia al socialismo real, se dirá entonces que el socialismo teórico fue “mal aplicado” por lo que se mantiene en vigencia la ilusión utópica.
Varias son las causas por las que existe el etnocentrismo, siendo la principal el sentimiento de poca valía individual que trata de evitarse exagerando los atributos del grupo al cual se pertenece. Los autores citados escriben: “Cinco de las categorías sociales más etnocéntricas están constituidas por las mujeres, los ancianos, los menos instruidos, los que llevan una vida poco activa en los asuntos de la comunidad, y los religiosos ortodoxos. Estas categorías son quizá más etnocéntricas porque estos grupos se relacionan menos con los demás grupos en nuestra sociedad”.
“Los grupos son etnocéntricos porque el hombre es un ser con hábitos. El hombre aprende a gozar de la cultura de su sociedad”. “Los grupos son etnocéntricos porque no comprenden lo que un rasgo significa para el que lo practica. Como no nos damos cuenta de cómo siente la gente en una situación determinada, les imputamos los mismos sentimientos que experimentaríamos nosotros en una situación semejante”. “Somos etnocéntricos porque nos han impulsado a serlo. El complejo cultural del patriotismo nacional, es quizás la fuente mayor del etnocentrismo deliberadamente cultivado”. “Algunos de nosotros somos etnocéntricos como una especie de defensa contra nuestras propias deficiencias”.
En cuanto a los efectos del etnocentrismo, escriben: “El etnocentrismo refuerza el nacionalismo y el patriotismo. Sin etnocentrismo, es imposible una fuerte conciencia nacional. El nacionalismo es otra faceta de la lealtad hacia el grupo. Los periodos de tensión y conflicto nacional van siempre acompañados de una intensa propaganda etnocentrista”.
Respecto de la protección contra el cambio: “Si nuestra cultura es la más perfecta del mundo, ¿por qué habríamos de recurrir a las innovaciones extranjeras?”. “El etnocentrismo ciega al grupo acerca de los propios hechos y los de los demás. Nuestro propio interés exige muchas veces la valoración segura de los motivos, aptitudes y realizaciones de los otros grupos. Si un gobierno se equivoca respecto a las intenciones y aptitudes de las otras naciones, esto conduce al pueblo a la destrucción, como lo demostraron recientemente los alemanes y los japoneses [hacen referencia a la Segunda Guerra Mundial]”.
Respecto del colonialismo: “El siglo XIX vio el desarrollo del espíritu colonial y de una filosofía que supuso, tranquilamente, que las naciones occidentales, como portavoces que eran de una cultura superior, tenían la obligación de asumir el gobierno en las regiones de Asia y África”. “El colonialismo terminó de una manera violenta; y el etnocentrismo occidental ha sido hoy sustituido por el etnocentrismo indígena, todavía más rígido e intolerante, de aquellos pueblos”.
Desde el punto de vista del etnocéntrico, existirá cierto “absolutismo cultural” centrado en la cultura de su país. Luego, el mundo entero se encontrará dividido en una gran variedad de estos “absolutismos”, por lo que tal conjunto podrá interpretarse mediante el relativismo cultural, el cual valida todas las posturas sin proponer un criterio de selección en la que alguna sea superior a otra. Sin embargo, desde el punto de vista de los resultados que producen las distintas culturas, en principio existe un criterio de selección, que es el que permite, además, que una sociedad incorpore las ventajas que observa en otra, reduciendo los conflictos que se derivan tanto del nacionalismo como del socialismo. Debe buscarse la emulación antes que la competencia y la destrucción de lo diverso.
El absolutismo cultural, no asociado a ninguna cultura en particular, adopta el criterio de la ciencia experimental, buscando leyes naturales de validez universal y verificando los distintos hechos culturales en función de los resultados que produzcan. De ahí que, por el ejemplo, el asesinato sea rechazado por la gran mayoría de los pueblos y grupos humanos. El “no matarás” enunciado por Moisés implica que tal hecho produce sufrimiento en ambas partes, en la victima y en sus familiares, y en el agresor cuando su conciencia le señala diariamente la falta cometida, como fue el caso del propio Moisés cuando las circunstancias lo llevaron a matar a un egipcio. Si el asesino carece de conciencia moral, no existirá sufrimiento por su acción criminal, pero tal ausencia le ocasionará un sufrimiento cotidiano con otras características.
Uno de los hechos que indica el grado de decadencia cultural de nuestra época, es la relativización del “no matarás”, actitud adoptada por los sectores totalitarios, y por gran parte de quienes confían en la validez del relativismo cultural. Tal es así que el revolucionario aduce la ausencia de respeto de los derechos humanos cuando se trata de la pérdida de vidas de sus correligionarios. Sin embargo, acepta y promueve tranquilamente los métodos violentos que tienen como objetivo el asesinato de quienes se oponen a la implantación del socialismo. Alexandr Solzhenitsyn escribió: “¡La organización mundial humana no ha podido pronunciar ni siquiera una condena moral del terrorismo! La mayoría codiciosa de la ONU ha opuesto a esta condena dubitaciones clasificatorias: ¿todo terrorismo es malo? ¿cuál es la definición científica del terrorismo?”. “En broma podría proponérseles: «Cuando nos atacan es terrorismo, pero cuando atacamos nosotros se trata de un movimiento guerrillero de liberación»”.
“Hablando en serio. Se niegan a reconocer como terrorismo el ataque inesperado, cobarde, pérfido, en situación de paz, contra gentes pacificas por parte de militares armados ocultamente y con frecuencia disfrazados de civil. Exigen que se estudien los propósitos de grupo de los terroristas que apoyan su base, su ideología, y así tal vez se acepten como sagradas «guerrillas». (En América del Sur se utiliza incluso el término humorístico de «guerrillas urbanas»)”.
Cuando los grupos terroristas logran el poder, incluyen en la legislación estatal las cláusulas que permitirán su dominio sobre el resto de la población. El citado autor continúa: “Esta violencia estatal sostenida de un modo permanente, que durante décadas de poder [en la URSS] ha tenido tiempo más que suficiente para adquirir todas las formas «jurídicas», codificar gruesos códigos de sus «leyes» violentas y colocar togas en los hombros de sus «jueces», es el peligro más grave del mundo de nuestros días, pese a que pocos lo reconocen. Esta violencia no precisa ya de colocar artefactos explosivos, ni lanzar bombas. Su proceder se consuma en absoluto silencio, raramente perturbado por el último grito del ahogado. Esta violencia se permite presentarse como venerable, amistosa, muy pacifica y, en general, soñolienta” (De “Alerta a Occidente”-Ediciones Acervo-Barcelona 1978).
Los “jóvenes idealistas” de los setenta, asesinaban policías, militares y empresarios con el mismo cargo de conciencia que la persona normal siente al pisar una cucaracha. Cuando se habla de derechos humanos en la Argentina, se sobreentiende que se trata de los derechos a la vida de los guerrilleros, mientras que, respecto de la vida de sus víctimas, se considera tácitamente que vale igual que la de una simple cucaracha. La “broma” de Solshenitsyn ha sido tomada muy en serio por un gran sector de la sociedad.
Existe una cultura universal, o mundial, que está ligada a una referencia concreta: las leyes naturales que rigen nuestra conducta y los efectos que producen nuestras acciones. De ahí que no existan incompatibilidades entre la cultura oriental y la occidental, al menos si tenemos presente a un asiático como el Mahatma Gandhi o a un africano como Nelson Mandela, quienes nos brindan la confirmación de que existe el hombre universal y una cultura universal, y que el camino para llegar a su cima es el mismo para todos los hombres del planeta.
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