Debido a que eran más las coincidencias que las diferencias entre comunistas y nazis, Friedrich Hayek comentaba que en la Alemania nazi era muy común la “conversión” de comunistas en nazis. Algo muy distinto es el paso del comunismo al liberalismo, cuya única explicación es que hubo una prédica embaucadora y mentirosa promovida por los ideólogos marxistas. Quien intenta comparar, luego, la ideología con la realidad, pronto, o no tanto, se dará cuenta del engaño y por ello es posible que acepte los lineamientos básicos del liberalismo.
La ideología marxista propone la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, si bien en muchos casos implica la eliminación de toda propiedad privada. Ello asegura la pérdida total de libertad de una población que quedará supeditada a las decisiones de quienes dirigen el Estado, que son los “dueños” efectivos de toda forma de propiedad, ya que son quienes toman las decisiones generales.
Justifican toda expropiación aduciendo que el burgués es en extremo egoísta y que por ello es necesaria la generosa acción de los marxistas a cargo del Estado, quienes cumplirán la función de redistribuir la producción equitativamente, al menos en teoría. Se advierte una discriminación moral y social previa que justificará la violencia y las catástrofes sociales que ocurrieron en varios países. Sin embargo, los incautos, al encontrar cierta veracidad en tales afirmaciones, tienden a creer todas las fantasías deducidas a partir de tales verdades parciales.
Como en todo sector de la sociedad, o en toda clase social, no existe uniformidad de valores, resulta frecuente la “generalización fácil”, por la cual se escuchan expresiones como “todos los empresarios”, “todos los políticos” o “todos los judíos”, que resulta el primer eslabón de una serie de “razonamientos” que conducen tarde o temprano a alguna forma de violencia. De ahí que sea necesario establecer juicios a nivel individual y no colectivo.
Entre los casos más conocidos de intelectuales que fueron engañados por la prédica marxista, encontramos a Arthur Koestler, que le llevó 8 años advertir su error. También Mario Vargas Llosa transitó por una etapa socialista hasta llegar a ser una figura reconocida del sector liberal. A continuación se transcribe un artículo sobre el distinguido escritor peruano:
VARGAS LLOSA ENTRA EN LA ETERNIDAD
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
Con Mario Vargas Llosa desaparece el último gran liberal del Siglo XX cuando las ideas por las que luchó a lo largo de su dilatada vida, la democracia liberal y el capitalismo de libre empresa, las dos expresiones intelectuales de la sociedad abierta sufren el embate del colectivismo de izquierdas y de derechas. Ambos arrogan al poder el privilegio de controlar no sólo las acciones de los hombres sino de gobernar sus fantasías, sus sueños y su memoria. Contra esto luchó en su obra de ficción, en la ensayística, en la periodística, en sus innumerables apariciones públicas. Sus novelas eran un ejercicio de rebelión contra la voluntad autoritaria y totalitaria de inmovilizar el presente, ideal supremo de todas las dictaduras y sus escritos de no ficción eran la expresión de esa misma visión.
Vargas Llosa fue la encarnación del intelectual comprometido con la verdad y la libertad. Comprendió muy pronto el carácter letal de las utopías de izquierdas, esas bellísimas mujeres con la cabeza en las nubes y los pies en un charco de sangre. Eso le llevó a una ruptura temprana y dolorosa con algunos/muchos intelectuales que habían abrazado y seguían profesando la fe marxista leninista a pesar de sus crímenes. Ello le convirtió en un traidor a la “Causa” y le ganó el odio y la descalificación perenne de buena parte de sus antiguos amigos. Dejó de ser un compañero de viaje de los peregrinos a La Habana y a Moscú cuando la mayoría de los intelectuales de su mundo seguían admirando y rindiendo pleitesía al Ogro Filantrópico.
Si se tuviese que elegir una contrafigura de Vargas Llosa no sería, como se señala a veces, la de García Márquez sino la de Jean Paul Sartre. Este mantuvo su Fe en el comunismo hasta llegar a aplaudir los Juicios de Moscú y negar la inexistencia del Gulag, un invento progandístico de la derecha reaccionaria e imperialista. Y mantuvo esas ideas hasta su muerte. Vargas Llosa nunca sucumbió a lo que Julien Benda denominó en su libro de 1927 la “trahison des clercs” aunque eso le dejase en un aislamiento poco espléndido en una escena dominada por la izquierda fósil y reaccionaria satelizada por la URSS. Y Mario no adoptó frente a ella un “laissez faire, laissez passer”, un lavarse las manos, una retirada al Olimpio del arte, a una torre de marfil, sino la combatió de manera constante e irreductible a lo largo de su existencia.
La evolución ideológica de Vargas Llosa fue popperiana; esto es un ejercicio de racionalismo crítico. Toda pretensión de verdad y de conocimiento ha de pasar el tamiz de la consistencia lógica de las hipótesis que se plantean y de su contrastación empírica. Y los resultados de ese proceso nunca son definitivos. Este enfoque es antitético con la conversión de las ideas políticas en una especie de religiones seculares adoptadas de manera acrítica por sus seguidores. Este es el auténtico antídoto contra el sectarismo, contra la conversión de los idearios en teología y una vacuna de sano escepticismo frente al pensamiento mágico y único. El mundo avanza a través de un proceso de ensayo-error y eso implica libertad de pensamiento y de acción.
De igual modo, Vargas Llosa denunció a los regímenes autoritarios de derechas. Nunca mostró complacencia alguna respecto a ellos y siempre consideró inseparable la unión entre la democracia y la libertad. Para él, el liberalismo era un sistema integral de principios y no un menú a la carta cuyos ingredientes se combinaban a gusto del consumidor. De ahí, su nula tolerancia hacia las dictaduras de derechas aunque, algunas de ellas, fuesen favorables a la libertad económica. El nacionalismo, bandera de las dictaduras conservadoras en Hispanoamérica y fuera de ella, era para Mario una expresión del colectivismo, una manera de sacrificar los derechos individuales en los altares de un interés nacional cuyo único propósito era legitimar el abuso de poder por los gobernantes; una inflamación patológica y tóxica del patriotismo.
Como autor de ficción, Vargas Llosa rechazaba todo intento de manipular la historia, de emplearla como un instrumento al servicio de los Gobiernos de turno para proporcionarles una coartada legitimadora de todas sus fechorías. En esta línea siempre recordaba el ejemplo de los incas. Muerto el Emperador, el nuevo rehacía la memoria oficial, corregía y reconstruía el pasado ayudado en esa tarea por la intelligentsia de su corte, los Amautas. La construcción de una historia oficial y la prohibición de ofrecer alternativas a ésta ha sido uno de los recursos constantes y favoritos de los sistemas autocráticos y, aunque parezca mentira, de algunos autodenominados democráticos en el Hemisferio Occidental.
Por último, Vargas Llosa tenía un don especial, el de hacer llegar con claridad, con precisión y de manera atractiva los ideales de la libertad a un público masivo. Su capacidad dialéctica rivalizaba con sus dotes literarias y quienes han tenido el honor y el placer de escucharle pueden dar testimonio de ello. También quienes han tenido la fortuna de ser sus amigos y de acompañarle durante años son testigos de su encanto, de su accesibilidad, de su magna generosidad. Era la antítesis de la pretenciosidad y de la arrogancia. De él queda una obra inmortal pero, sobre todo, un monumento al coraje y a la coherencia de un pensador liberal que ya ha entrado con pleno derecho en el panteón de los grandes.
Este artículo fue publicado originalmente en La Vanguardia (España) el 18 de abril de 2025.
(De elcato.org)
jueves, 1 de mayo de 2025
miércoles, 30 de abril de 2025
Goethe descubre a Spinoza
Aunque en el continente americano ya existían habitantes, se dice que Colón “descubre América”; esta vez ante el conocimiento de los europeos. En forma similar, puede decirse que Johann Wolfgang von Goethe “descubre a Spinoza” ante el conocimiento de los alemanes y demás europeos, aún cuando, en Holanda, Spinoza fuera conocido por muchos de sus compatriotas. Había pasado más de un siglo sin que la obra de Spinoza adquiriera la enorme trascendencia posterior, la cual necesitó de un divulgador tan conocido como Goethe. El espinosismo, sin Goethe, quizás hubiese pasado inadvertido como le hubiese ocurrido al cristianismo sin San Pablo.
Los seres humanos, desde el punto de vista cognitivo, ocupamos una especie de ventana personal en un gran edificio con muchas de ellas. La realidad es vista y descripta desde esa posición, mientras que otros individuos, ocupando ventanas alejadas, ven la realidad en forma algo distinta. Cuando Goethe conoce los escritos de Spinoza, intuye que el filósofo ocupa una “ventana” próxima a la suya y de ahí que comienza a ver un paisaje similar pero con muchos más detalles. Manuel García Morente escribió: “Al abrir nuestro espíritu a la contemplación de la naturaleza, ya de antemano nos hemos reservado nuestro personal lote de sensaciones. Un mismo lugar del universo reviste tantas diferentes formas como espectadores distintos. El pintor ve luz y colores; el botánico, plantas; otros, sentimientos; otros, conceptos”.
“El naturalista que examina los seres vivos verá claramente en ellos, ora las diferencias específicas, ora las semejanzas universales, según haya concebido previamente el mundo como diverso o como idéntico en sus manifestaciones. Y la originalidad del artista, y aun del sabio, no consiste en otra cosa sino en que enseñan a ver el mundo de una manera inédita, añadiendo así al tesoro de la cultura humana una nueva forma, un nuevo cristal a través del cual podemos percibir un mundo también nuevo y desconocido” (De “Estudios y ensayos”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 2005).
El citado autor escribe acerca de la influencia de Spinoza en Alemania: “Más que una filosofía, ha sido y es el espinosismo una sensibilidad. No tuvo su hora en los años en que vivió el autor de la Ética. Era una sensibilidad romántica, y fue preciso que aguardara un siglo para prender en la generación de los jóvenes que, en Alemania, empezaron a predicar un nuevo credo sentimental y a realizarlo, plasmándolo en obras inmortales. Goethe es la cúspide suprema de esta imponente cordillera de genios”.
“Las primeras impresiones que Goethe recibió de Spinoza fueron de índole moral. He aquí cómo las describe: «Hallé, en nuestra biblioteca un librito, cuyo autor combatía con pasión a Spinoza, el originalísimo pensador… El librito no me hizo ninguna impresión, porque no me gustaban las controversias y prefería enterarme directamente de lo que un hombre piensa, en vez de oír decir a otro lo que hubiera debido pensar. La curiosidad, sin embargo, me hizo leer el artículo 'Spinoza' en el Diccionario de Bayle… Empieza por calificar al hombre de ateo y dice que sus doctrinas son en extremo condenables. Mas luego confiesa que era hombre tranquilo, meditativo, aplicado a sus estudios, buen ciudadano, expansivo, muy pacífico; de suerte que parecía haber olvidado el autor del artículo aquellas palabras del Evangelio: 'Por sus frutos los conoceréis'; porque, en efecto, ¿cómo puede derivarse de máximas funestas una vida tan grata a Dios y a los hombres?».
«Recordaba yo muy bien la tranquilidad y claridad que se apoderaron de mí, cuando recorrí las obras dejadas por Spinoza. Aún estaba muy impuesto en mi ánimo el efecto que me produjo su lectura; pero los detalles se habían borrado de mi memoria. Me apresuré a volver a leer los escritos de ese hombre notable y respiré de nuevo el mismo hálito de paz. Me entregué a la lectura de Spinoza y, al considerarme luego a mí mismo, pensé que jamás había tenido una visión tan clara del mundo…»”.
“El temperamento de Goethe fue especialmente sensible a la impresión moral que se desprende de la Ética. El cuadro que Spinoza traza de la vida del hombre libre, el dominio de las pasiones, esa especie de absoluto poder sobre sí mismo, eran para Goethe como la pintura de una vida heroica y excepcional, sobre la que se cierne una belleza tranquila y serena, como la de un templo griego. Goethe aspiró, durante toda su vida, a esa superioridad ideal que domina lo bajo, lo grosero, lo feo”.
Los seres humanos, desde el punto de vista cognitivo, ocupamos una especie de ventana personal en un gran edificio con muchas de ellas. La realidad es vista y descripta desde esa posición, mientras que otros individuos, ocupando ventanas alejadas, ven la realidad en forma algo distinta. Cuando Goethe conoce los escritos de Spinoza, intuye que el filósofo ocupa una “ventana” próxima a la suya y de ahí que comienza a ver un paisaje similar pero con muchos más detalles. Manuel García Morente escribió: “Al abrir nuestro espíritu a la contemplación de la naturaleza, ya de antemano nos hemos reservado nuestro personal lote de sensaciones. Un mismo lugar del universo reviste tantas diferentes formas como espectadores distintos. El pintor ve luz y colores; el botánico, plantas; otros, sentimientos; otros, conceptos”.
“El naturalista que examina los seres vivos verá claramente en ellos, ora las diferencias específicas, ora las semejanzas universales, según haya concebido previamente el mundo como diverso o como idéntico en sus manifestaciones. Y la originalidad del artista, y aun del sabio, no consiste en otra cosa sino en que enseñan a ver el mundo de una manera inédita, añadiendo así al tesoro de la cultura humana una nueva forma, un nuevo cristal a través del cual podemos percibir un mundo también nuevo y desconocido” (De “Estudios y ensayos”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 2005).
El citado autor escribe acerca de la influencia de Spinoza en Alemania: “Más que una filosofía, ha sido y es el espinosismo una sensibilidad. No tuvo su hora en los años en que vivió el autor de la Ética. Era una sensibilidad romántica, y fue preciso que aguardara un siglo para prender en la generación de los jóvenes que, en Alemania, empezaron a predicar un nuevo credo sentimental y a realizarlo, plasmándolo en obras inmortales. Goethe es la cúspide suprema de esta imponente cordillera de genios”.
“Las primeras impresiones que Goethe recibió de Spinoza fueron de índole moral. He aquí cómo las describe: «Hallé, en nuestra biblioteca un librito, cuyo autor combatía con pasión a Spinoza, el originalísimo pensador… El librito no me hizo ninguna impresión, porque no me gustaban las controversias y prefería enterarme directamente de lo que un hombre piensa, en vez de oír decir a otro lo que hubiera debido pensar. La curiosidad, sin embargo, me hizo leer el artículo 'Spinoza' en el Diccionario de Bayle… Empieza por calificar al hombre de ateo y dice que sus doctrinas son en extremo condenables. Mas luego confiesa que era hombre tranquilo, meditativo, aplicado a sus estudios, buen ciudadano, expansivo, muy pacífico; de suerte que parecía haber olvidado el autor del artículo aquellas palabras del Evangelio: 'Por sus frutos los conoceréis'; porque, en efecto, ¿cómo puede derivarse de máximas funestas una vida tan grata a Dios y a los hombres?».
«Recordaba yo muy bien la tranquilidad y claridad que se apoderaron de mí, cuando recorrí las obras dejadas por Spinoza. Aún estaba muy impuesto en mi ánimo el efecto que me produjo su lectura; pero los detalles se habían borrado de mi memoria. Me apresuré a volver a leer los escritos de ese hombre notable y respiré de nuevo el mismo hálito de paz. Me entregué a la lectura de Spinoza y, al considerarme luego a mí mismo, pensé que jamás había tenido una visión tan clara del mundo…»”.
“El temperamento de Goethe fue especialmente sensible a la impresión moral que se desprende de la Ética. El cuadro que Spinoza traza de la vida del hombre libre, el dominio de las pasiones, esa especie de absoluto poder sobre sí mismo, eran para Goethe como la pintura de una vida heroica y excepcional, sobre la que se cierne una belleza tranquila y serena, como la de un templo griego. Goethe aspiró, durante toda su vida, a esa superioridad ideal que domina lo bajo, lo grosero, lo feo”.
Vargas Llosa y su error ante Borges
Artículo de www.infobae.com
LA INSULTANTE OPINIÓN DE BORGES SOBRE VARGAS LLOSA Y LA OFENSA QUE NUNCA LE PERDONÓ
El Nobel peruano visitó al máximo escritor de las letras argentinas en su casa porteña para hacerle una entrevista. Lo admiraba profundamente, pero una observación desafortunada arruinó el vínculo.
La ceguera de Borges era avanzada cuando Vargas Llosa empezó a dar a conocer su producción literaria.
Desde siempre, Mario Vargas Llosa ha sido un gran admirador de la obra de Jorge Luis Borges. El Nobel peruano recuerda al célebre autor argentino como uno de los principales referentes de la literatura latinoamericana y universal del siglo XX.
Su primer acercamiento al autor de El Aleph se produjo cuando visitó la Argentina para presenciar una conferencia de Borges. “Quedé absolutamente maravillado con la manera en la que aprendía de memoria las conferencias por su timidez. Las decía de una manera muy rigurosa y con una enorme tensión sobre sí mismo para poder hablar con la comunidad”, señaló alguna vez Vargas Llosa, cuyo último relato, “Los vientos”, fue editado por el sello Leamos en exclusiva y puede descargarse gratis desde la plataforma Bajalibros.
A la vez, su admiración por el célebre creador de Ficciones e Historia universal de la infamia, dos clásicos de la literatura en Latinoamérica, proviene desde las antípodas ideológicas. “Yo era muy resistente a su influencia porque, en esa época, yo era un marxista-leninista, así que tenía muchas reservas al respecto. Lo leía a escondidas e iba manifestando poco a poco mi admiración indirectamente. Mis relaciones políticas no me permitían reconocer la importancia que él tenía en mi formación. El Partido Comunista nos obligaba a leer y admirar la novela Así se templó el acero”, ha dicho el autor de La ciudad y los perros.
¿Pero, qué sentía Jorge Luis Borges sobre Mario Vargas Llosa? ¿Cómo lo recordaba? Borges nunca se ocupó de opinar de la obra de Vargas Llosa. Cabe señalar que cuando el autor peruano comenzó a publicar sus obras, el escritor, poeta y ensayista argentino tenía ya más de 60 años y su ceguera era considerable. Su trastorno de la visión hacía que le resultara muy difícil poder interesarse por autores que solamente escribían novelas.
Es que a Borges no le gustaban tanto las novelas, ya que le parecía un género inferior en comparación a la narración de poesías y cuentos. Y en casi toda su obra literaria, Vargas Llosa escribió principalmente obras más bien largas.
En cambio, el escritor hispano-peruano manifestó en reiteradas ocasiones su profunda admiración por Borges. En 2020 publicó Medio siglo con Borges (Alfaguara) en el que reúne artículos, conferencias, reseñas y notas que narró sobre el argentino. Incluye también dos entrevistas que le hizo: una en París en 1964 y una en Buenos Aires, en 1981. El segundo reportaje se realizó en el famoso departamento que Borges tenía en la calle Maipú 994, en Buenos Aires. Vargas Llosa contó que en la casa de Borges había una mancha de humedad en el techo. El anfitrión se sintió ofendido por esa descripción. Le pareció de mal gusto.
Vargas Llosa quedó sorprendido de que el autor de Fervor de Buenos Aires viviera un departamento tan modesto y pequeño. “Me tocó conocer su piso, que era muy modesto, extraordinariamente sencillo y despojado de libros. No tenía un solo libro suyo. Tenía muy pocos libros, pero muy seleccionados”, relató.
Es más: el autor de Conversación en La Catedral publicó un artículo sobre lo transcurrido, y eso provocó el distanciamiento de Borges. “Escribí un artículo en el que, gravísimo error, mencioné que en su casa había una gotera”.
“Vive en un departamento de dos dormitorios y una salita comedor, en el centro de Buenos Aires, con un gato que se llama Beppo (por el gato de Lord Byron) y una criada de Salta, que le cocina y sirve también de lazarillo. Los muebles son pocos, están raídos y la humedad ha impreso ojeras oscuras en las paredes. Hay una gotera sobre la mesa del comedor”, escribió entonces Vargas Llosa.
Días después de ese episodio, Borges comentó la entrevista entre sus pares y con mucha ironía dijo que lo había visitado un peruano que seguramente debía trabajar en una inmobiliaria. La gotera en el techo del departamento de Borges fue “la gota que rebasó el vaso” y Vargas Llosa bien lo sabe. Por más austero que fuera el lugar donde habitaba uno de los escritores más aclamados de las letras universales, el peruano intentó describir ese episodio con cierta simpatía, aunque Borges opinaba lo contrario.
“Recuerdo clarísimamente que había una gotera y que nos interrumpía constantemente la conversación. Se me ocurrió en ese artículo, que era muy entrañable y de gran admiración y cariño hacia la figura de Borges, mencionar ese detalle. Entonces, él diría que por ahí había aparecido un peruano, que seguramente era vendedor de casas, y que había tratado de persuadirle sobre una casa porque la anterior tenía goteras”, recordó.
Con impecable prosa, plagada de reverencias y admiraciones hacia la figura del argentino, Vargas Llosa contó lo sucedido. Pero Borges jamás se lo perdonó. “Esto provocó una distancia muy grande entre él y esa cosa pequeñita que era yo, de tal modo que nunca más lo vi hasta que visité su tumba”, afirmó el escritor peruano, el único latinoamericano integrante de la Academia Francesa.
Jorge Luis Borges, considerado uno de los escritores más grandes de la literatura universal, murió el 14 de junio de 1986 a los 86 años en Ginebra. Sus restos descansan en el cementerio Plainpalais de la capital suiza. Desde ese momento, Vargas Llosa escribió trece novelas, dos cuentos y doce ensayos. En 2010 ganó el Premio Nobel de Literatura y en 2021 ingresó a la Academia Francesa. Sin embargo, y pese a esta pequeña gran anécdota, el escritor hispano-peruano aún recuerda con admiración al gran escritor, poeta, y ensayista argentino.
“Es el escritor más universal que tenemos. Creo que fue profundamente argentino y, seguramente, nunca pensó que tendría tanta influencia en el mundo. Los latinoamericanos y los argentinos en especial deben estar orgullosos de que un hombre solo hubiera provocado una revolución semejante en el mundo entero. Probablemente sea la influencia más extraordinaria que ha tenido la lengua española”, reflexionó alguna vez Vargas Llosa.
El Nobel no se privó de dar una recomendación al momento de escribir sobre las personas a quien uno le tiene cariño o profunda admiración. “Cuando visiten casas de escritores, no miren al techo. Si lo hacen, no mencionen las goteras para que no haya conflictos con quienes ustedes admiran”.
LA INSULTANTE OPINIÓN DE BORGES SOBRE VARGAS LLOSA Y LA OFENSA QUE NUNCA LE PERDONÓ
El Nobel peruano visitó al máximo escritor de las letras argentinas en su casa porteña para hacerle una entrevista. Lo admiraba profundamente, pero una observación desafortunada arruinó el vínculo.
La ceguera de Borges era avanzada cuando Vargas Llosa empezó a dar a conocer su producción literaria.
Desde siempre, Mario Vargas Llosa ha sido un gran admirador de la obra de Jorge Luis Borges. El Nobel peruano recuerda al célebre autor argentino como uno de los principales referentes de la literatura latinoamericana y universal del siglo XX.
Su primer acercamiento al autor de El Aleph se produjo cuando visitó la Argentina para presenciar una conferencia de Borges. “Quedé absolutamente maravillado con la manera en la que aprendía de memoria las conferencias por su timidez. Las decía de una manera muy rigurosa y con una enorme tensión sobre sí mismo para poder hablar con la comunidad”, señaló alguna vez Vargas Llosa, cuyo último relato, “Los vientos”, fue editado por el sello Leamos en exclusiva y puede descargarse gratis desde la plataforma Bajalibros.
A la vez, su admiración por el célebre creador de Ficciones e Historia universal de la infamia, dos clásicos de la literatura en Latinoamérica, proviene desde las antípodas ideológicas. “Yo era muy resistente a su influencia porque, en esa época, yo era un marxista-leninista, así que tenía muchas reservas al respecto. Lo leía a escondidas e iba manifestando poco a poco mi admiración indirectamente. Mis relaciones políticas no me permitían reconocer la importancia que él tenía en mi formación. El Partido Comunista nos obligaba a leer y admirar la novela Así se templó el acero”, ha dicho el autor de La ciudad y los perros.
¿Pero, qué sentía Jorge Luis Borges sobre Mario Vargas Llosa? ¿Cómo lo recordaba? Borges nunca se ocupó de opinar de la obra de Vargas Llosa. Cabe señalar que cuando el autor peruano comenzó a publicar sus obras, el escritor, poeta y ensayista argentino tenía ya más de 60 años y su ceguera era considerable. Su trastorno de la visión hacía que le resultara muy difícil poder interesarse por autores que solamente escribían novelas.
Es que a Borges no le gustaban tanto las novelas, ya que le parecía un género inferior en comparación a la narración de poesías y cuentos. Y en casi toda su obra literaria, Vargas Llosa escribió principalmente obras más bien largas.
En cambio, el escritor hispano-peruano manifestó en reiteradas ocasiones su profunda admiración por Borges. En 2020 publicó Medio siglo con Borges (Alfaguara) en el que reúne artículos, conferencias, reseñas y notas que narró sobre el argentino. Incluye también dos entrevistas que le hizo: una en París en 1964 y una en Buenos Aires, en 1981. El segundo reportaje se realizó en el famoso departamento que Borges tenía en la calle Maipú 994, en Buenos Aires. Vargas Llosa contó que en la casa de Borges había una mancha de humedad en el techo. El anfitrión se sintió ofendido por esa descripción. Le pareció de mal gusto.
Vargas Llosa quedó sorprendido de que el autor de Fervor de Buenos Aires viviera un departamento tan modesto y pequeño. “Me tocó conocer su piso, que era muy modesto, extraordinariamente sencillo y despojado de libros. No tenía un solo libro suyo. Tenía muy pocos libros, pero muy seleccionados”, relató.
Es más: el autor de Conversación en La Catedral publicó un artículo sobre lo transcurrido, y eso provocó el distanciamiento de Borges. “Escribí un artículo en el que, gravísimo error, mencioné que en su casa había una gotera”.
“Vive en un departamento de dos dormitorios y una salita comedor, en el centro de Buenos Aires, con un gato que se llama Beppo (por el gato de Lord Byron) y una criada de Salta, que le cocina y sirve también de lazarillo. Los muebles son pocos, están raídos y la humedad ha impreso ojeras oscuras en las paredes. Hay una gotera sobre la mesa del comedor”, escribió entonces Vargas Llosa.
Días después de ese episodio, Borges comentó la entrevista entre sus pares y con mucha ironía dijo que lo había visitado un peruano que seguramente debía trabajar en una inmobiliaria. La gotera en el techo del departamento de Borges fue “la gota que rebasó el vaso” y Vargas Llosa bien lo sabe. Por más austero que fuera el lugar donde habitaba uno de los escritores más aclamados de las letras universales, el peruano intentó describir ese episodio con cierta simpatía, aunque Borges opinaba lo contrario.
“Recuerdo clarísimamente que había una gotera y que nos interrumpía constantemente la conversación. Se me ocurrió en ese artículo, que era muy entrañable y de gran admiración y cariño hacia la figura de Borges, mencionar ese detalle. Entonces, él diría que por ahí había aparecido un peruano, que seguramente era vendedor de casas, y que había tratado de persuadirle sobre una casa porque la anterior tenía goteras”, recordó.
Con impecable prosa, plagada de reverencias y admiraciones hacia la figura del argentino, Vargas Llosa contó lo sucedido. Pero Borges jamás se lo perdonó. “Esto provocó una distancia muy grande entre él y esa cosa pequeñita que era yo, de tal modo que nunca más lo vi hasta que visité su tumba”, afirmó el escritor peruano, el único latinoamericano integrante de la Academia Francesa.
Jorge Luis Borges, considerado uno de los escritores más grandes de la literatura universal, murió el 14 de junio de 1986 a los 86 años en Ginebra. Sus restos descansan en el cementerio Plainpalais de la capital suiza. Desde ese momento, Vargas Llosa escribió trece novelas, dos cuentos y doce ensayos. En 2010 ganó el Premio Nobel de Literatura y en 2021 ingresó a la Academia Francesa. Sin embargo, y pese a esta pequeña gran anécdota, el escritor hispano-peruano aún recuerda con admiración al gran escritor, poeta, y ensayista argentino.
“Es el escritor más universal que tenemos. Creo que fue profundamente argentino y, seguramente, nunca pensó que tendría tanta influencia en el mundo. Los latinoamericanos y los argentinos en especial deben estar orgullosos de que un hombre solo hubiera provocado una revolución semejante en el mundo entero. Probablemente sea la influencia más extraordinaria que ha tenido la lengua española”, reflexionó alguna vez Vargas Llosa.
El Nobel no se privó de dar una recomendación al momento de escribir sobre las personas a quien uno le tiene cariño o profunda admiración. “Cuando visiten casas de escritores, no miren al techo. Si lo hacen, no mencionen las goteras para que no haya conflictos con quienes ustedes admiran”.
martes, 29 de abril de 2025
Entrevista a Loris Zanatta
Por Ignacio Hutin
Loris Zanatta: “El poder de la Iglesia disminuye pero en la política mantiene una enorme influencia”
El historiador italiano publicó “El Papa, el peronismo y la fábrica de pobres”, donde postula una relación entre religión, política y decadencia. Dice que se impuso una idea de “pueblo” que no es una relación civil sino una “comunidad de fe”.
Casualmente, el 2023 en que se cumple una década desde el día en que Jorge Bergolio se convirtió en Papa Francisco, es también un año electoral en su país. Estas dos aristas, la religión católica y la política argentina, se entremezclan en el nuevo libro del historiador italiano Loris Zanatta, El Papa, el peronismo y la fábrica de pobres, en el que indaga en esta relación histórica y cómo deriva en decadencia económica. Su hipótesis es que la cosmovisión católica ha imbuido a las lógicas socioeconómicas de cierta aversión al progreso individual y a la riqueza, aun por fuera de los sectores practicantes o creyentes, de forma tal que la repetición de ciclos de declive resulta inevitable. En el medio aparece el populismo, concepto que el autor utiliza para describir al Sumo Pontífice. Incluso, describe al 13 de marzo de 2013, el día en que Bergoglio fue elegido Papa, como un día “fatídico”.
“Dediqué muchos estudios al populismo latinoamericano, que es un fenómeno de raigambre religiosa. Y a Bergoglio específicamente no lo tenía muy bien identificado entonces”, cuenta Zanatta. “Me llamaba la atención la elección de un Papa argentino porque en Argentina se impuso un modelo en el que la separación entre política y religión no logró asentarse. La Iglesia argentina terminó siendo, en nombre de su representación de la patria y del pueblo, una especia de tutela sobre la definición de identidad nacional y de cultura popular. La Iglesia siempre mantuvo una extraordinaria influencia, casi una hipoteca, sobre las instituciones políticas y representativas. Por lo tanto, elegir un Papa de una Iglesia con una tradición de ese tipo me parecía inoportuno.”
-¿Bergoglio encarna esa tradición?
-Yo no sabía entonces en qué medida. Hoy puedo decir que está totalmente identificado con esa tradición que identifica lo nacional con lo católico. No entendía por qué se buscó a un Papa en un país que tiene una tradición en la que el catolicismo no puede salir puro, desde un punto de vista espiritual, porque toda su historia está demasiado mezclada con la historia política y con las divisiones, con una política fanática y hasta violenta. Eso es lo fatídico. Yo escribí un libro que se llama La larga agonía de la nación católica, en el que analizo la grave crisis que atravesó la política y la religión argentina en los años 60 y 70 como una especie de guerra de religión, en donde todos los actores se mataban entre ellos invocando el Evangelio y la cruz de Cristo. Montoneros, Fuerzas Armadas, peronistas ortodoxos, todos invocaban al Evangelio, a la nación católica y, en su nombre, querían eliminar a los adversarios.
-¿Cómo definiría al Papa?
-Es el representante típico, paradigmático, prototípico y arquetípico del populista latinoamericano. Al ser un religioso y no un político, es un populista con características peculiares. No uso la palabra “populista” en forma denigratoria, sino desde la idea de que el fundamento de la legitimidad política, que es la soberanía del pueblo, está basada en un pueblo que no es un pueblo constitucional, construido desde un pacto político racional, sino sobre un pueblo entendido como pueblo de Dios, una comunidad de fe. Este pueblo, por lo tanto, se basa en un vínculo natural. Puede ser la etnia, la fe, la clase social. Pero no es un pacto político racional sino un elemento romántico identitario, que en el caso del populismo latinoamericano suele ser la fe católica. Es una forma extraordinariamente peligrosa y autoritaria de transformar a una parte en todo el pueblo.
-¿Eso pasa en Argentina?
-Sí, a través del peronismo, que es el brazo secular de esa tradición nacional católica. Una parte del pueblo, que puede ser o no mayoritaria, encarna ese elemento identitario de la tradición. Este pueblo parcial se transforma en el único pueblo verdadero. Los que no pertenecen a ese pueblo se vuelven extranjeros en su propia patria. Y la política de dialéctica plural, por lo tanto, se transforma en una guerra de religión entre fieles e infieles, entre ortodoxos y heréticos, patria y antipatria, pueblo y anti pueblo. Este es el fundamento cultural de la famosa grieta en Argentina. Bergoglio es así porque su idea mítica del pueblo es esa. Para los regímenes políticos de tipo liberal constitucional, el pueblo son todos los ciudadanos porque forman parte del pacto político representado por la Constitución. Pero en el populismo latinoamericano, existe un pueblo mítico, que finalmente es el pueblo de Dios y que tiene mayor legitimidad. Aunque tenga una fe imperfecta, basada en supersticiones, este pueblo es más puro que los demás porque conserva la simplicidad de la pobreza, una pureza que las otras clases sociales han perdido con la prosperidad. De ahí viene la sacralización de la pobreza.
-En su libro se repite la palabra “pueblo” y usted apunta a que tanto la Iglesia como el peronismo se apropian de esa palabra, ¿es lo mismo hablar de “pueblo” que de “la gente”?
-La palabra “pueblo” es tan linda como peligrosa porque implica un universo ideal potencialmente autoritario. “Pueblo” es la idea de una comunidad que anula a los individuos. La colectividad prima por sobre el individuo, no como en el mundo protestante en el que el individuo tiene su autonomía. La mayoría usa las dos palabras, “pueblo” y “gente”, como una colectividad uniforme, unívoca, que comparte una identidad, cosa que no esté mal.
-¿Entonces?
-Hay que usar la palabra “pueblo” con cuidado porque, si se lo usa como fuente de legitimación de la política, entonces se genera un “pueblo” puro que siempre tendrá como enemigo a una élite corrupta por definición y la política se transforma en una guerra maniquea entre el bien y el mal. En Europa usamos la palabra “pueblo” con sumo cuidado porque quienes se apropiaron de ella fueron los fascismos. Decían que ellos eran el pueblo y los demás, antipueblo, extraños a la identidad de la patria, a los valores de la cultura del pueblo. En ese sentido, el peronismo forma parte de la familia de los fascismos. Es tan obvio, tan evidente para quien conoce los fascismos europeos que llama la atención que no se admita. Eso no significa que el peronismo en 2023 sea fascismo. El fascismo es cosa del pasado. Pero la idea de un pueblo, que por alguna razón, es el único custodio de la identidad colectiva sigue muy presente en la cultura política argentina.
-Usted dice que, al menos parcialmente, pueden encontrarse las raíces de las sucesivas crisis argentinas en la cultura económica de la Iglesia, ¿pero no tiene ésta un menor peso progresivamente? Pienso en leyes que fueron claramente en contra, como el aborto legal, el matrimonio gay y el divorcio vincular. Además del crecimiento de las iglesias pentecostales.
-El tema del declive económico no está solamente vinculado al peso de la Iglesia Católica, sino que es también debido a que el triunfo de la Nación Católica hace que la Iglesia tenga una especie de poder de veto sobre el orden político-social, sobre las políticas económicas, educacionales. Es así por lo menos desde 1943, cuando se termina la Argentina liberal y comienza la Argentina nacional católica, con peronistas y militares de diferentes vertientes. Pero, más relevante aun, la grandísima mayoría de los partidos políticos y los sectores corporativos, empresarios, sindicales, grupos estudiantiles, profesionales, todos buscan una legitimación de tipo religiosa. Todos han intentado demostrar que sus ideas y programas están basados en alguna de las vertientes del catolicismo argentino. Eso limitó enormemente el proceso de separación entre la doctrina religiosa y la doctrina económica. Todos se sentían en deber de complacer a la Iglesia porque era un factor de poder y de legitimación ideológica demasiado importante como para separarse de su doctrina.
-¿Y hoy?
-El panorama ha cambiado profundamente, no solamente en Argentina. Hoy la práctica católica es extraordinariamente minoritaria, el mercado religioso se ha pluralizado y hay competencia con sectas evangélicas o con grupos religiosos de otros tipos. Para no hablar de la secularización, especialmente en los núcleos urbanos.
-¿Esto qué efectos tiene?
-Esto implica que el poder de la Iglesia va disminuyendo en el largo plazo, pero, en cuanto a los comportamientos fácticos en la política concreta, por ahora, mantiene una enorme capacidad de influencia. La gran parte de los actores políticos sigue buscando una forma de legitimación religiosa. El kirchnerismo, por un lado, apoyó el aborto legal, pero, por el otro, nunca dejó de cultivar a los Curas en Opción por los Pobres, que le dan una extraordinaria legitimidad religiosa en los sectores pobres. Los peronistas siguen peleándose entre ellos para ver quién es el que mejor encarna la tradición nacional católica de los orígenes del peronismo. Los sindicatos argentinos son de los pocos en el mundo que siguen reivindicando la doctrina social católica como fundamento de sus idearios social-político.
-Entonces esta lectura trasciende a la política partidaria.
-Todas las fuerzas políticas o sociales invocan al “pueblo”. La Iglesia logró imponer la idea de que “pueblo” significa implícitamente un pueblo impregnado de valores de la moral cristiana, más de tipo social, económico. Persiste la idea de que algunas cosas son malas: el empresario es pecaminoso, quien se enriqueció debe haber robado, el pobre es puro, el rico no ingresará al paraíso. Estos valores tan básicos, que hemos asumido con el tiempo, podría parecer que no tienen ninguna influencia, pero plasman nuestros comportamientos económicos. La Iglesia puede perder poder, pero ese tipo de mentalidad se conserva también entre los no creyentes.
-¿Qué pasa con otros partidos? Por ejemplo, Gabriela Michetti, vicepresidenta de Mauricio Macri, era muy cercana a Bergoglio.
-La idea de la nación católica no está identificada con un partido. Eso no estaría mal porque un partido significa reconocer que hay otros con otras ideas sobre la identidad cultural de la nación, que quizás no me gustan pero cuya legitimidad reconozco. En cambio, esta idea de la cultura de la patria y del pueblo que se funda, para ser legítimo, en la tradición católica, es una idea que abarca a todos, que no conoce límites más allá del que señalaba Bergoglio en los 70: de un lado, el pueblo, el campo nacional y popular, que es más que el peronismo; y del otro lado, decía Bergoglio, las clases coloniales, que refiere a extranjeros en su propia tierra, gente que por sus costumbres o creencias, no pertenece a la patria. En el gobierno de Macri había muchos representantes de la Argentina católica, no sólo Michetti, también Vidal, Carolina Stanley, el mismo Macri. Tengo clara la impresión de que la Iglesia Católica, que sale muy frustrada después de haber invertido en la unificación del peronismo en 2019, esta vez está poniendo sus fichas en Rodríguez Larreta. Está apostando a una coalición panperonista, hecha por peronistas y peronistas vergonzosos, que comparten con el peronismo la visión católica de origen nacional.
Tantos pobres, tantos católicos
América Latina es un continente con muchos católicos y muchos pobres, le gusta decir al papa Francisco. Es un hecho objetivo, aunque los católicos sean cada vez menos y los pobres, siempre demasiados. Bergoglio y la Iglesia han perdido la voz al denunciar el “escándalo de la pobreza”, la vergüenza de los “descartados”, la exclusión dramática de una parte creciente de la sociedad. La fábrica de pobres parece ser la única que produce a pleno rendimiento. ¿Cómo se puede explicar?
En uno u otro momento, han culpado a gobiernos de todo tipo y color, a la “clase dominante”, a la “explotación imperialista”, al individualismo y al egoísmo. A todo y a todos. Desde el púlpito de las fiestas patrias, en los documentos de las asambleas episcopales, en las declaraciones de la Pastoral Social, llueven las denuncias y las acusaciones, las críticas y las condenas. Sin embargo, nadie piensa nunca en dar un pequeño pero lógico paso adelante. Si hay tantos católicos y tantos pobres, ¿habrá alguna relación entre las dos cosas? ¿Existirá un vínculo entre la historia religiosa y la historia social, la fe y la economía, la pobreza y la catolicidad?
Son preguntas retóricas: obviamente, ¡el vínculo existe! ¿Cómo podría no ser así? Nadie debería saberlo mejor que Bergoglio, que siempre invoca la “cultura” del “pueblo” para celebrar sus virtudes. Imbuido de espíritu evangélico, el “pueblo mítico” conserva una moral cristiana “sencilla” y “genuina”. Es solidario, comunitario, altruista. Es un “pueblo puro”.
Sin embargo, la misma “cultura” que en cinco siglos de cristianismo ha sembrado tantos dones no se diría al mismo tiempo responsable de las plagas. La pobreza y la desigualdad, la corrupción y la ilegalidad no son imputables a la herencia histórica cristiana, sino a una “élite corrupta” sometida a “ideologías foráneas”. En fin, las raíces de las virtudes están en el humus católico del pasado hispanoamericano, ¡las de los defectos en el jardín de los vecinos! ¿No será acaso una lectura de conveniencia, maniquea, interesada, ideológica? Si hay tanta pobreza, nos dice, la herencia católica no tiene nada que ver. Por lo tanto, la Iglesia busca culpables en todas partes, chivos expiatorios en cualquier lugar, menos en su casa.
Ni que decir tiene que no se trata de encontrar causas unívocas de problemas complejos, de buscar “culpables” y erigir patíbulos. Pero sí de poner las cosas en su lugar, de buscar las robustas raíces de la pobreza argentina y latinoamericana en su propia historia, no en la de los demás, en su “cultura”, no en otras. Es una cuestión de sentido común, el paso previo para identificar los tabúes culturales y los obstáculos institucionales que hacen que se reproduzca e impiden que se erradique. Mientras las causas se busquen en las conjuras de los “poderosos”, en la injusticia del “sistema”, en la especulación de las “finanzas”, como suele hacer Bergoglio, se seguirá recogiendo el agua con el colador, mirar la paja en el ojo ajeno para no ver la viga en el propio.
No debe haber muchas dudas sobre la relación entre “cultura” y “economía”, sobre la influencia decisiva que las “ideas” tienen en las condiciones económicas. Si un evento trágico destruyera por entero un sistema productivo salvando, al mismo tiempo, a la población que lo ha creado, observó Karl Popper, sus “ideas” y su “cultura” le permitirían reconstruirlo. Pero si sucediera lo contrario, que se salvaran las máquinas y las fábricas pero pereciera la población, aquella que sobreviniera no sabría qué hacer con ambas si no tuviera la “cultura” y las “ideas” para atesorarlas.
Tampoco debe haber dudas acerca de la influencia decisiva de las tradiciones religiosas de las diversas “civilizaciones” en los valores e instituciones económicas. Las diferentes declinaciones de la teoría de la secularización, tan diversas en muchos aspectos, en esto están de acuerdo. Hubo un vínculo entre la ética protestante y el nacimiento del capitalismo, para utilizar la expresión de Max Weber. Hay una relación directa entre la expansión del capitalismo y el “gran enriquecimiento” mundial de los últimos dos siglos: ¡basta con recorrer el mapa de los países que han tenido más éxito en salir de la prisión de la pobreza! ¿Por qué Argentina no siguió los pasos de Canadá o Australia?, nos preguntamos desde tiempos inmemoriales. ¿Cuestión de economía o cuestión de “cultura”?
La religión importa. Afecta la actitud hacia el dinero, el comercio, el crédito, el consumo, el mercado, la desigualdad, los bancos, el Estado, la relación entre el individuo y la comunidad, el ciudadano y las instituciones, la libertad y la obediencia, la creatividad y la obsecuencia. No considerar su influencia a la hora de abordar el problema de la pobreza en América Latina es tener un compás en el ojo, tener un elefante en casa y fingir que no pasa nada. Si la pobreza es tan “estructural”, como solemos escuchar y es tan evidente, si es tan resistente a los esfuerzos por erradicarla que en otros lugares dan resultados, a planes sociales y proyectos educativos, reformas urbanas e incentivos de todo tipo, ¿no habrá también motivos “culturales”?
(De www.infobae.com)
Loris Zanatta: “El poder de la Iglesia disminuye pero en la política mantiene una enorme influencia”
El historiador italiano publicó “El Papa, el peronismo y la fábrica de pobres”, donde postula una relación entre religión, política y decadencia. Dice que se impuso una idea de “pueblo” que no es una relación civil sino una “comunidad de fe”.
Casualmente, el 2023 en que se cumple una década desde el día en que Jorge Bergolio se convirtió en Papa Francisco, es también un año electoral en su país. Estas dos aristas, la religión católica y la política argentina, se entremezclan en el nuevo libro del historiador italiano Loris Zanatta, El Papa, el peronismo y la fábrica de pobres, en el que indaga en esta relación histórica y cómo deriva en decadencia económica. Su hipótesis es que la cosmovisión católica ha imbuido a las lógicas socioeconómicas de cierta aversión al progreso individual y a la riqueza, aun por fuera de los sectores practicantes o creyentes, de forma tal que la repetición de ciclos de declive resulta inevitable. En el medio aparece el populismo, concepto que el autor utiliza para describir al Sumo Pontífice. Incluso, describe al 13 de marzo de 2013, el día en que Bergoglio fue elegido Papa, como un día “fatídico”.
“Dediqué muchos estudios al populismo latinoamericano, que es un fenómeno de raigambre religiosa. Y a Bergoglio específicamente no lo tenía muy bien identificado entonces”, cuenta Zanatta. “Me llamaba la atención la elección de un Papa argentino porque en Argentina se impuso un modelo en el que la separación entre política y religión no logró asentarse. La Iglesia argentina terminó siendo, en nombre de su representación de la patria y del pueblo, una especia de tutela sobre la definición de identidad nacional y de cultura popular. La Iglesia siempre mantuvo una extraordinaria influencia, casi una hipoteca, sobre las instituciones políticas y representativas. Por lo tanto, elegir un Papa de una Iglesia con una tradición de ese tipo me parecía inoportuno.”
-¿Bergoglio encarna esa tradición?
-Yo no sabía entonces en qué medida. Hoy puedo decir que está totalmente identificado con esa tradición que identifica lo nacional con lo católico. No entendía por qué se buscó a un Papa en un país que tiene una tradición en la que el catolicismo no puede salir puro, desde un punto de vista espiritual, porque toda su historia está demasiado mezclada con la historia política y con las divisiones, con una política fanática y hasta violenta. Eso es lo fatídico. Yo escribí un libro que se llama La larga agonía de la nación católica, en el que analizo la grave crisis que atravesó la política y la religión argentina en los años 60 y 70 como una especie de guerra de religión, en donde todos los actores se mataban entre ellos invocando el Evangelio y la cruz de Cristo. Montoneros, Fuerzas Armadas, peronistas ortodoxos, todos invocaban al Evangelio, a la nación católica y, en su nombre, querían eliminar a los adversarios.
-¿Cómo definiría al Papa?
-Es el representante típico, paradigmático, prototípico y arquetípico del populista latinoamericano. Al ser un religioso y no un político, es un populista con características peculiares. No uso la palabra “populista” en forma denigratoria, sino desde la idea de que el fundamento de la legitimidad política, que es la soberanía del pueblo, está basada en un pueblo que no es un pueblo constitucional, construido desde un pacto político racional, sino sobre un pueblo entendido como pueblo de Dios, una comunidad de fe. Este pueblo, por lo tanto, se basa en un vínculo natural. Puede ser la etnia, la fe, la clase social. Pero no es un pacto político racional sino un elemento romántico identitario, que en el caso del populismo latinoamericano suele ser la fe católica. Es una forma extraordinariamente peligrosa y autoritaria de transformar a una parte en todo el pueblo.
-¿Eso pasa en Argentina?
-Sí, a través del peronismo, que es el brazo secular de esa tradición nacional católica. Una parte del pueblo, que puede ser o no mayoritaria, encarna ese elemento identitario de la tradición. Este pueblo parcial se transforma en el único pueblo verdadero. Los que no pertenecen a ese pueblo se vuelven extranjeros en su propia patria. Y la política de dialéctica plural, por lo tanto, se transforma en una guerra de religión entre fieles e infieles, entre ortodoxos y heréticos, patria y antipatria, pueblo y anti pueblo. Este es el fundamento cultural de la famosa grieta en Argentina. Bergoglio es así porque su idea mítica del pueblo es esa. Para los regímenes políticos de tipo liberal constitucional, el pueblo son todos los ciudadanos porque forman parte del pacto político representado por la Constitución. Pero en el populismo latinoamericano, existe un pueblo mítico, que finalmente es el pueblo de Dios y que tiene mayor legitimidad. Aunque tenga una fe imperfecta, basada en supersticiones, este pueblo es más puro que los demás porque conserva la simplicidad de la pobreza, una pureza que las otras clases sociales han perdido con la prosperidad. De ahí viene la sacralización de la pobreza.
-En su libro se repite la palabra “pueblo” y usted apunta a que tanto la Iglesia como el peronismo se apropian de esa palabra, ¿es lo mismo hablar de “pueblo” que de “la gente”?
-La palabra “pueblo” es tan linda como peligrosa porque implica un universo ideal potencialmente autoritario. “Pueblo” es la idea de una comunidad que anula a los individuos. La colectividad prima por sobre el individuo, no como en el mundo protestante en el que el individuo tiene su autonomía. La mayoría usa las dos palabras, “pueblo” y “gente”, como una colectividad uniforme, unívoca, que comparte una identidad, cosa que no esté mal.
-¿Entonces?
-Hay que usar la palabra “pueblo” con cuidado porque, si se lo usa como fuente de legitimación de la política, entonces se genera un “pueblo” puro que siempre tendrá como enemigo a una élite corrupta por definición y la política se transforma en una guerra maniquea entre el bien y el mal. En Europa usamos la palabra “pueblo” con sumo cuidado porque quienes se apropiaron de ella fueron los fascismos. Decían que ellos eran el pueblo y los demás, antipueblo, extraños a la identidad de la patria, a los valores de la cultura del pueblo. En ese sentido, el peronismo forma parte de la familia de los fascismos. Es tan obvio, tan evidente para quien conoce los fascismos europeos que llama la atención que no se admita. Eso no significa que el peronismo en 2023 sea fascismo. El fascismo es cosa del pasado. Pero la idea de un pueblo, que por alguna razón, es el único custodio de la identidad colectiva sigue muy presente en la cultura política argentina.
-Usted dice que, al menos parcialmente, pueden encontrarse las raíces de las sucesivas crisis argentinas en la cultura económica de la Iglesia, ¿pero no tiene ésta un menor peso progresivamente? Pienso en leyes que fueron claramente en contra, como el aborto legal, el matrimonio gay y el divorcio vincular. Además del crecimiento de las iglesias pentecostales.
-El tema del declive económico no está solamente vinculado al peso de la Iglesia Católica, sino que es también debido a que el triunfo de la Nación Católica hace que la Iglesia tenga una especie de poder de veto sobre el orden político-social, sobre las políticas económicas, educacionales. Es así por lo menos desde 1943, cuando se termina la Argentina liberal y comienza la Argentina nacional católica, con peronistas y militares de diferentes vertientes. Pero, más relevante aun, la grandísima mayoría de los partidos políticos y los sectores corporativos, empresarios, sindicales, grupos estudiantiles, profesionales, todos buscan una legitimación de tipo religiosa. Todos han intentado demostrar que sus ideas y programas están basados en alguna de las vertientes del catolicismo argentino. Eso limitó enormemente el proceso de separación entre la doctrina religiosa y la doctrina económica. Todos se sentían en deber de complacer a la Iglesia porque era un factor de poder y de legitimación ideológica demasiado importante como para separarse de su doctrina.
-¿Y hoy?
-El panorama ha cambiado profundamente, no solamente en Argentina. Hoy la práctica católica es extraordinariamente minoritaria, el mercado religioso se ha pluralizado y hay competencia con sectas evangélicas o con grupos religiosos de otros tipos. Para no hablar de la secularización, especialmente en los núcleos urbanos.
-¿Esto qué efectos tiene?
-Esto implica que el poder de la Iglesia va disminuyendo en el largo plazo, pero, en cuanto a los comportamientos fácticos en la política concreta, por ahora, mantiene una enorme capacidad de influencia. La gran parte de los actores políticos sigue buscando una forma de legitimación religiosa. El kirchnerismo, por un lado, apoyó el aborto legal, pero, por el otro, nunca dejó de cultivar a los Curas en Opción por los Pobres, que le dan una extraordinaria legitimidad religiosa en los sectores pobres. Los peronistas siguen peleándose entre ellos para ver quién es el que mejor encarna la tradición nacional católica de los orígenes del peronismo. Los sindicatos argentinos son de los pocos en el mundo que siguen reivindicando la doctrina social católica como fundamento de sus idearios social-político.
-Entonces esta lectura trasciende a la política partidaria.
-Todas las fuerzas políticas o sociales invocan al “pueblo”. La Iglesia logró imponer la idea de que “pueblo” significa implícitamente un pueblo impregnado de valores de la moral cristiana, más de tipo social, económico. Persiste la idea de que algunas cosas son malas: el empresario es pecaminoso, quien se enriqueció debe haber robado, el pobre es puro, el rico no ingresará al paraíso. Estos valores tan básicos, que hemos asumido con el tiempo, podría parecer que no tienen ninguna influencia, pero plasman nuestros comportamientos económicos. La Iglesia puede perder poder, pero ese tipo de mentalidad se conserva también entre los no creyentes.
-¿Qué pasa con otros partidos? Por ejemplo, Gabriela Michetti, vicepresidenta de Mauricio Macri, era muy cercana a Bergoglio.
-La idea de la nación católica no está identificada con un partido. Eso no estaría mal porque un partido significa reconocer que hay otros con otras ideas sobre la identidad cultural de la nación, que quizás no me gustan pero cuya legitimidad reconozco. En cambio, esta idea de la cultura de la patria y del pueblo que se funda, para ser legítimo, en la tradición católica, es una idea que abarca a todos, que no conoce límites más allá del que señalaba Bergoglio en los 70: de un lado, el pueblo, el campo nacional y popular, que es más que el peronismo; y del otro lado, decía Bergoglio, las clases coloniales, que refiere a extranjeros en su propia tierra, gente que por sus costumbres o creencias, no pertenece a la patria. En el gobierno de Macri había muchos representantes de la Argentina católica, no sólo Michetti, también Vidal, Carolina Stanley, el mismo Macri. Tengo clara la impresión de que la Iglesia Católica, que sale muy frustrada después de haber invertido en la unificación del peronismo en 2019, esta vez está poniendo sus fichas en Rodríguez Larreta. Está apostando a una coalición panperonista, hecha por peronistas y peronistas vergonzosos, que comparten con el peronismo la visión católica de origen nacional.
Tantos pobres, tantos católicos
América Latina es un continente con muchos católicos y muchos pobres, le gusta decir al papa Francisco. Es un hecho objetivo, aunque los católicos sean cada vez menos y los pobres, siempre demasiados. Bergoglio y la Iglesia han perdido la voz al denunciar el “escándalo de la pobreza”, la vergüenza de los “descartados”, la exclusión dramática de una parte creciente de la sociedad. La fábrica de pobres parece ser la única que produce a pleno rendimiento. ¿Cómo se puede explicar?
En uno u otro momento, han culpado a gobiernos de todo tipo y color, a la “clase dominante”, a la “explotación imperialista”, al individualismo y al egoísmo. A todo y a todos. Desde el púlpito de las fiestas patrias, en los documentos de las asambleas episcopales, en las declaraciones de la Pastoral Social, llueven las denuncias y las acusaciones, las críticas y las condenas. Sin embargo, nadie piensa nunca en dar un pequeño pero lógico paso adelante. Si hay tantos católicos y tantos pobres, ¿habrá alguna relación entre las dos cosas? ¿Existirá un vínculo entre la historia religiosa y la historia social, la fe y la economía, la pobreza y la catolicidad?
Son preguntas retóricas: obviamente, ¡el vínculo existe! ¿Cómo podría no ser así? Nadie debería saberlo mejor que Bergoglio, que siempre invoca la “cultura” del “pueblo” para celebrar sus virtudes. Imbuido de espíritu evangélico, el “pueblo mítico” conserva una moral cristiana “sencilla” y “genuina”. Es solidario, comunitario, altruista. Es un “pueblo puro”.
Sin embargo, la misma “cultura” que en cinco siglos de cristianismo ha sembrado tantos dones no se diría al mismo tiempo responsable de las plagas. La pobreza y la desigualdad, la corrupción y la ilegalidad no son imputables a la herencia histórica cristiana, sino a una “élite corrupta” sometida a “ideologías foráneas”. En fin, las raíces de las virtudes están en el humus católico del pasado hispanoamericano, ¡las de los defectos en el jardín de los vecinos! ¿No será acaso una lectura de conveniencia, maniquea, interesada, ideológica? Si hay tanta pobreza, nos dice, la herencia católica no tiene nada que ver. Por lo tanto, la Iglesia busca culpables en todas partes, chivos expiatorios en cualquier lugar, menos en su casa.
Ni que decir tiene que no se trata de encontrar causas unívocas de problemas complejos, de buscar “culpables” y erigir patíbulos. Pero sí de poner las cosas en su lugar, de buscar las robustas raíces de la pobreza argentina y latinoamericana en su propia historia, no en la de los demás, en su “cultura”, no en otras. Es una cuestión de sentido común, el paso previo para identificar los tabúes culturales y los obstáculos institucionales que hacen que se reproduzca e impiden que se erradique. Mientras las causas se busquen en las conjuras de los “poderosos”, en la injusticia del “sistema”, en la especulación de las “finanzas”, como suele hacer Bergoglio, se seguirá recogiendo el agua con el colador, mirar la paja en el ojo ajeno para no ver la viga en el propio.
No debe haber muchas dudas sobre la relación entre “cultura” y “economía”, sobre la influencia decisiva que las “ideas” tienen en las condiciones económicas. Si un evento trágico destruyera por entero un sistema productivo salvando, al mismo tiempo, a la población que lo ha creado, observó Karl Popper, sus “ideas” y su “cultura” le permitirían reconstruirlo. Pero si sucediera lo contrario, que se salvaran las máquinas y las fábricas pero pereciera la población, aquella que sobreviniera no sabría qué hacer con ambas si no tuviera la “cultura” y las “ideas” para atesorarlas.
Tampoco debe haber dudas acerca de la influencia decisiva de las tradiciones religiosas de las diversas “civilizaciones” en los valores e instituciones económicas. Las diferentes declinaciones de la teoría de la secularización, tan diversas en muchos aspectos, en esto están de acuerdo. Hubo un vínculo entre la ética protestante y el nacimiento del capitalismo, para utilizar la expresión de Max Weber. Hay una relación directa entre la expansión del capitalismo y el “gran enriquecimiento” mundial de los últimos dos siglos: ¡basta con recorrer el mapa de los países que han tenido más éxito en salir de la prisión de la pobreza! ¿Por qué Argentina no siguió los pasos de Canadá o Australia?, nos preguntamos desde tiempos inmemoriales. ¿Cuestión de economía o cuestión de “cultura”?
La religión importa. Afecta la actitud hacia el dinero, el comercio, el crédito, el consumo, el mercado, la desigualdad, los bancos, el Estado, la relación entre el individuo y la comunidad, el ciudadano y las instituciones, la libertad y la obediencia, la creatividad y la obsecuencia. No considerar su influencia a la hora de abordar el problema de la pobreza en América Latina es tener un compás en el ojo, tener un elefante en casa y fingir que no pasa nada. Si la pobreza es tan “estructural”, como solemos escuchar y es tan evidente, si es tan resistente a los esfuerzos por erradicarla que en otros lugares dan resultados, a planes sociales y proyectos educativos, reformas urbanas e incentivos de todo tipo, ¿no habrá también motivos “culturales”?
(De www.infobae.com)
lunes, 28 de abril de 2025
La burla papal
En la Argentina todavía estamos esperando, de los directivos de la Iglesia Católica, alguna declaración de arrepentimiento por el apoyo ideológico y material brindado al grupo terrorista Montoneros, que desató la violencia extrema en los años setenta del siglo XX. La responsabilidad de la Iglesia está señalada por el arzobispo Héctor Aguer, quien expresó: "Los Montoneros han sido una creación de la Iglesia, es decir, han salido de la Iglesia, del nacionalismo católico, de la acción Católica, de la pastoral universitaria, de los curas del tercer mundo, de la teología de la liberación"(De "El último cruzado" de Pablo Morosi y Andrés Lavaselli-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2018).
Lo indignante del caso es que no sólo la Iglesia tuvo una activa participación en la siembra de odio marxista durante el pasado, sino que actualmente, mediante la Teología de la Liberación, intenta la “conversión” de millones de católicos hacia posturas marxistas, o al menos ese ha de ser el resultado de dicha prédica. Jorge Bergoglio expresó: “Son los comunistas los que piensan como los cristianos” (De www.abc.es).
Fidel y Raúl Castro promovieron a los grupos terroristas marxistas en toda la América Latina, excepto en México, como aceptó el propio Fidel Castro. Estimaciones indican que esos grupos produjeron unas 150.000 víctimas a lo largo y a lo ancho del continente. Sin embargo, Bergoglio no tuvo inconvenientes de hablar amigablemente con los que “piensan como los cristianos”. Incluso expresó: “Confieso que con Raúl Castro tengo una relación humana” (ver YouTube), es decir admite que tiene cierta amistad personal con un delincuente que nunca se arrepintió de promover tantos asesinatos. Los familiares de las miles de víctimas del terrorismo castrista seguramente recibieron como una burla el acercamiento de Bergoglio hacia tales personajes.
Luego de la generalizada represión del gobierno cubano contra los integrantes de la masiva protesta contra dicho gobierno, el 11 de julio de 2021, y al ser consultado Bergoglio al respecto, hizo un silencio cómplice ya que la afinidad ideológica con los delincuentes al mando de Cuba fue más importante que todas las sugerencias y mandatos que aparecen en la Biblia, y de la cual la Iglesia se siente responsable de su interpretación y difusión.
En cuanto a que "Son los comunistas los que piensan como los cristianos" podemos tomar como referencia a la principal figura del comunismo, Vladimir Ulianov Lenin, a quien se le atribuye haber promovido más de 1 millón de asesinatos durante su mandato en la Unión Soviética y de haber diseñado el sistema represivo que floreció en manos de Stalin, con unas 30 millones de víctimas. También Mao Zedong promovió más de 40 millones de asesinatos, vía hambrunas y represión. Asociar a los cristianos cierta "igualdad de pensamiento" con tales monstruos resulta ser una ofensa manifiesta.
Lo indignante del caso es que no sólo la Iglesia tuvo una activa participación en la siembra de odio marxista durante el pasado, sino que actualmente, mediante la Teología de la Liberación, intenta la “conversión” de millones de católicos hacia posturas marxistas, o al menos ese ha de ser el resultado de dicha prédica. Jorge Bergoglio expresó: “Son los comunistas los que piensan como los cristianos” (De www.abc.es).
Fidel y Raúl Castro promovieron a los grupos terroristas marxistas en toda la América Latina, excepto en México, como aceptó el propio Fidel Castro. Estimaciones indican que esos grupos produjeron unas 150.000 víctimas a lo largo y a lo ancho del continente. Sin embargo, Bergoglio no tuvo inconvenientes de hablar amigablemente con los que “piensan como los cristianos”. Incluso expresó: “Confieso que con Raúl Castro tengo una relación humana” (ver YouTube), es decir admite que tiene cierta amistad personal con un delincuente que nunca se arrepintió de promover tantos asesinatos. Los familiares de las miles de víctimas del terrorismo castrista seguramente recibieron como una burla el acercamiento de Bergoglio hacia tales personajes.
Luego de la generalizada represión del gobierno cubano contra los integrantes de la masiva protesta contra dicho gobierno, el 11 de julio de 2021, y al ser consultado Bergoglio al respecto, hizo un silencio cómplice ya que la afinidad ideológica con los delincuentes al mando de Cuba fue más importante que todas las sugerencias y mandatos que aparecen en la Biblia, y de la cual la Iglesia se siente responsable de su interpretación y difusión.
En cuanto a que "Son los comunistas los que piensan como los cristianos" podemos tomar como referencia a la principal figura del comunismo, Vladimir Ulianov Lenin, a quien se le atribuye haber promovido más de 1 millón de asesinatos durante su mandato en la Unión Soviética y de haber diseñado el sistema represivo que floreció en manos de Stalin, con unas 30 millones de víctimas. También Mao Zedong promovió más de 40 millones de asesinatos, vía hambrunas y represión. Asociar a los cristianos cierta "igualdad de pensamiento" con tales monstruos resulta ser una ofensa manifiesta.
domingo, 27 de abril de 2025
Ética = Empatía emocional + Conciencia moral
La conducta individual ha de contemplar nuestro aspecto emocional tanto como nuestro aspecto cognitivo. De ahí que una ética puramente emocional habrá de ser incompleta, ya que le faltará el aspecto cognitivo para determinar los efectos, buenos o malos, que nuestras acciones o nuestras actitudes producirán. También a una ética puramente racional le faltará el aspecto emocional, ya que, mediante tal aspecto habremos de conocer a las diversas personas, interactuando emocionalmente con ellas.
Sintetizando: toda ética propuesta debe describir en forma aceptable las actitudes básicas que generan el bien tanto como las que generan el mal, para acentuar las primeras y evitar las segundas. Debe también describir los efectos que generan las diversas actitudes, que son la esencia de nuestra naturaleza humana.
La empatía emocional nos permite compartir penas y alegrías ajenas como propias, siendo la actitud que produce el bien, tanto individual como social. La principal forma de evitar el mal implica conocer las actitudes que lo generan. Luego, al ser conscientes del proceso asociado al mal, evitaremos realizarlo pensando primeramente en nuestra propia estima y no tanto en los demás.
Mediante un ejemplo se puede describir mejor este proceso. Así, se comenta que en Finlandia, como posiblemente ocurra en otros países, existen comercios sin vendedores y sin controles para evitar posibles robos. El cliente lleva lo que necesita y paga por lo comprado depositando el dinero respectivo o bien en forma electrónica. Este proceso puede funcionar bien en aquellas sociedades en las cuales los individuos valoran negativamente toda forma de robo y a toda persona que lo realiza. Si acaso hiciera lo mismo cuando la ocasión lo permite, su conciencia moral le avisaría a cada rato que es un ladrón y que poco vale como persona.
Cuando existe cierto respeto a uno mismo, y se busca vivir con la conciencia tranquila, será imposible que cometa un robo aun cuando nunca pueda ser descubierto. Su tranquilidad emocional valdrá muchísimo más que cualquier objeto que pueda adquirir "gratuitamente". Esto implica que una conducta social recomendable se debe asociar, no tanto pensando en otras personas, sino pensando en uno mismo.
En sectores de los Estados Unidos es común observar puestos de venta de periódicos sin ningún tipo de control. Si alguien o varios optaran por llevar ejemplares sin pagar, casi de inmediato se retiraría el servicio de venta con el mayor perjuicio para los compradores, que se quedarían sin periódicos. El sistema funciona aceptablemente cuando la gente piensa en el largo plazo, además de tener un buen control moral. De ahí que en los países “mentalmente” subdesarrollados, además de no existir tal control moral, predomina el pensamiento para el corto plazo. Así nos va.
En los países en que predomina la actitud moral que no necesita controles, se produce un gran ahorro de recursos económicos como también existe una favorable confianza para facilitar todo tipo de actividades. En los países subdesarrollados, por el contrario, es casi imposible que tal comercio sin controles pueda funcionar. El retraso social y económico se debe precisamente a la ausencia de suficiente amor propio en la mayoría de sus habitantes ya que por lo general se busca la ventaja económica aunque ello conduzca a alguna acción poco ética o inmoral.
Con cierta ironía a veces comento la definición de “milagro” mediante un ejemplo. En décadas pasadas concurro al centro de la ciudad de Mendoza en bicicleta, dejando la misma junto a un poste, olvidando colocarle la cadena y el candado respectivo. Luego de caminar un buen rato, encuentro la bicicleta sin que nadie la haya llevado. Eso es un “milagro”, al menos en la Argentina.
Para colmo, en la Argentina, el hecho de efectuar un robo o hacer trampa en alguna actividad como el deporte es considerado por muchos como una “viveza” (habilidad mental). Incluso en cierta oportunidad, el Presidente de la Nación proclamó en el Congreso Nacional: “No vamos a pagar la deuda externa”, recibiendo un masivo aplauso por parte de los integrantes del Poder Legislativo Nacional.
En este país se discute acerca de economía, de política, de educación, de seguridad, etc., con el fin de llegar a apuntar hacia una necesaria mejora generalizada. Sin embargo, mientras sigamos convalidando el pobre nivel moral predominante en la población, poco o nada cambiará. Por el contrario, si pudiésemos llegar a adoptar actitudes como las vigentes en Finlandia y otros países, seguramente mejorará la economía, la política, la educación, la seguridad y todo lo vinculado con las acciones y decisiones humanas.
Sintetizando: toda ética propuesta debe describir en forma aceptable las actitudes básicas que generan el bien tanto como las que generan el mal, para acentuar las primeras y evitar las segundas. Debe también describir los efectos que generan las diversas actitudes, que son la esencia de nuestra naturaleza humana.
La empatía emocional nos permite compartir penas y alegrías ajenas como propias, siendo la actitud que produce el bien, tanto individual como social. La principal forma de evitar el mal implica conocer las actitudes que lo generan. Luego, al ser conscientes del proceso asociado al mal, evitaremos realizarlo pensando primeramente en nuestra propia estima y no tanto en los demás.
Mediante un ejemplo se puede describir mejor este proceso. Así, se comenta que en Finlandia, como posiblemente ocurra en otros países, existen comercios sin vendedores y sin controles para evitar posibles robos. El cliente lleva lo que necesita y paga por lo comprado depositando el dinero respectivo o bien en forma electrónica. Este proceso puede funcionar bien en aquellas sociedades en las cuales los individuos valoran negativamente toda forma de robo y a toda persona que lo realiza. Si acaso hiciera lo mismo cuando la ocasión lo permite, su conciencia moral le avisaría a cada rato que es un ladrón y que poco vale como persona.
Cuando existe cierto respeto a uno mismo, y se busca vivir con la conciencia tranquila, será imposible que cometa un robo aun cuando nunca pueda ser descubierto. Su tranquilidad emocional valdrá muchísimo más que cualquier objeto que pueda adquirir "gratuitamente". Esto implica que una conducta social recomendable se debe asociar, no tanto pensando en otras personas, sino pensando en uno mismo.
En sectores de los Estados Unidos es común observar puestos de venta de periódicos sin ningún tipo de control. Si alguien o varios optaran por llevar ejemplares sin pagar, casi de inmediato se retiraría el servicio de venta con el mayor perjuicio para los compradores, que se quedarían sin periódicos. El sistema funciona aceptablemente cuando la gente piensa en el largo plazo, además de tener un buen control moral. De ahí que en los países “mentalmente” subdesarrollados, además de no existir tal control moral, predomina el pensamiento para el corto plazo. Así nos va.
En los países en que predomina la actitud moral que no necesita controles, se produce un gran ahorro de recursos económicos como también existe una favorable confianza para facilitar todo tipo de actividades. En los países subdesarrollados, por el contrario, es casi imposible que tal comercio sin controles pueda funcionar. El retraso social y económico se debe precisamente a la ausencia de suficiente amor propio en la mayoría de sus habitantes ya que por lo general se busca la ventaja económica aunque ello conduzca a alguna acción poco ética o inmoral.
Con cierta ironía a veces comento la definición de “milagro” mediante un ejemplo. En décadas pasadas concurro al centro de la ciudad de Mendoza en bicicleta, dejando la misma junto a un poste, olvidando colocarle la cadena y el candado respectivo. Luego de caminar un buen rato, encuentro la bicicleta sin que nadie la haya llevado. Eso es un “milagro”, al menos en la Argentina.
Para colmo, en la Argentina, el hecho de efectuar un robo o hacer trampa en alguna actividad como el deporte es considerado por muchos como una “viveza” (habilidad mental). Incluso en cierta oportunidad, el Presidente de la Nación proclamó en el Congreso Nacional: “No vamos a pagar la deuda externa”, recibiendo un masivo aplauso por parte de los integrantes del Poder Legislativo Nacional.
En este país se discute acerca de economía, de política, de educación, de seguridad, etc., con el fin de llegar a apuntar hacia una necesaria mejora generalizada. Sin embargo, mientras sigamos convalidando el pobre nivel moral predominante en la población, poco o nada cambiará. Por el contrario, si pudiésemos llegar a adoptar actitudes como las vigentes en Finlandia y otros países, seguramente mejorará la economía, la política, la educación, la seguridad y todo lo vinculado con las acciones y decisiones humanas.
sábado, 26 de abril de 2025
Orientación ideológica de la Iglesia Católica actual
Liberales y socialistas, como también los adeptos a alguna religión, coinciden en advertir los males existentes en este planeta (corrupción, guerras, hambrunas, etc.). Pero unos los atribuyen a defectos morales, en mayor medida, y otros a fallas del sistema político-económico. Los socialistas culpan al sistema capitalista y los liberales al socialismo; es de esperar que la Iglesia, predicadora de la religión moral, admita que la base de los problemas sean de origen moral. Sin embargo, al igual que los socialistas, sus jerarcas suponen que los problemas se deben principalmente al sistema capitalista, Y de ahí la amplia participación política de Jorge Bergoglio.
Se menciona un artículo al respecto:
Por Dardo Gasparré
FRANCISCO, UN PAPA CASI LIBERAL
La prédica del Pontífice puede haber sido popular, pero no es la que le conviene a quienes quería ayudar.
A efectos de este trabajo, la afinidad del difunto Pontífice con el peronismo, es, para esta columna, similar a su afinidad con San Lorenzo de Almagro, un hinchismo que nada tiene que ver ni con el dogma, ni con la prédica católica, una suerte de costado humano frágil pero comprensible, un error que en nada se relaciona con su misión apostólica.
Es tal vez más oportuno y adecuado enfocarse en su interpretación y modificaciones a la llamada Doctrina Social de la Iglesia, que comenzara a fraguarse en 1891 con la encíclica Rerum Novarum de León XIII, y que ha sido a lo largo de más de un siglo motivo de disputas ideológicas y acusaciones de procomunismo y anticapitalismo.
La Doctrina fue cambiando de intensidad y aun de enfoque con los diversos Papas y algunas encíclicas, que la acercaron o alejaron más al colectivismo y al estatismo según la percepción de cada Pontífice y al momento social universal que cada uno enfrentó, o a las tendencias imperantes en las masas no conversas, para ser sinceros. Una especie de clientelismo sagrado, con perdón de la herejía.
Luego de la caída de la URSS y el fugaz eclipse del comunismo, Juan Pablo II, a un siglo de la Rerum Novarum, lanza su encíclica Centesimus annus, que trata de poner un equilibrio al apoyar el criterio del Capitalismo, pero que puntualizaba las falencias inherentes a ese sistema, que podían distorsionarlo.
Al mismo tiempo, se ofrecía casi como una alternativa a los dos modelos antagónicos de izquierda y derecha, sin puntualizar -como siempre ocurre con las ideologías solidaristas, el modo de alcanzar los pregonados objetivos de la Doctrina. Sin embargo, la encíclica, que este autor analizara para algún medio en 1991 en sucesivas entregas, era un reencauzamiento de los preceptos que habían sido radicalizados por Juan XXIII en su encíclica y por el Concilio Vaticano II.
La bandera de la Justicia Social
Bergoglio, tras los acuerdos plasmados en el Documento de Aparecida al cierre de la V Conferencia Episcopal del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, (CELAM) de 2007 (del cual fue el redactor principal y líder ideológico) con fuerte influencia sobre Benedicto XVI, (documento que plasmara más adelante su correlato político con el Grupo Puebla del progresismo patriagrandista) fue también la cabeza del sector de la Iglesia que enarbolara la bandera de la Justicia Social, concepto de triste fama para muchos argentinos, como principio señero. Su destino como Papa Francisco estaba trazado de antemano por la Conferencia.
Una vez que Bergoglio fue Francisco, sus dos encíclicas, y sobre todo su constante prédica mediática y personal radicalizaron la Doctrina, al extremo que muchos católicos revisaron su postura de fe ante su discurso, que atribuyeron a convicciones personales y no a un movimiento interno eclesiástico anticapitalista y a veces antioccidental.
En ese proceso, abrazó por cercanía o demagogia las teorías del wokismo, a las que dio entidad de infalibilidad, sin cambiar los difusos argumentos que defienden las von der Leyen, la UE, Ocasio-Cortez, Kamala Harris y muchos sectores que van variando su prédica cuando sus propios argumentos se desmoronan o se prueban falsos.
Como sus autores, no atinó a explicar cómo se solucionarían ni los problemas ambientales ni los económicos ni los migratorios, sólo a condenar al capitalismo, la industrialización, los emprendimientos extractivos, la agricultura, la ganadería, la generación de energía y todas las actividades humanas que generan empleo y crecimiento. También alentó la teoría de la confiscación del ahorro o el capital de los que llamaba ricos o poderosos, en un formato aún más rústico que el marxismo, pero respaldando su postura de culpar a los que más tienen o quienes más han progresado de la pobreza de los demás. O de la falta de trabajo de los demás.
Su oposición a la meritocracia es de poco nivel intelectual y retorcida. Por meritocracia no se entiende el premio a cualquier formato de riqueza, como sostenía, sino el resultado del esfuerzo personal en el trabajo, las ideas o la formación de los individuos. Sin embargo transformó el término en un estigma al aplicarlo a quienes lucraban ilegalmente o fuera de la ley. Y hasta transformó en delito antisocial la elusión impositiva - una forma de defender el ataque del socialismo al sistema capitalista- como si el Estado tuviera el derecho de confiscar por esa vía todos los ingresos que se le ocurran sin apelación posible.
No es muy diferente su enfoque al que sostenía el inefable Zaffaroni, que culpaba a la sociedad del delito porque no había protegido o cuidado a los delincuentes y entonces era responsable de sus crímenes, no los maleantes, que no merecían castigo.
Y aquí conviene hacer algunas puntualizaciones que tienen que ver con el liberalismo, como se planteaba al comienzo.
Un error papal recurrente
Por una cómoda facilidad para la argumentación, el neomarxismo mundial califica por sistema al concepto liberal como de derecha o de extrema derecha, sea lo que fuere que eso signifique. Un error deliberado, una errata en la que Francisco incurría todo el tiempo.
El liberalismo no considera sano ni aceptable ni normal el delito de guante blanco ni la ambición delictuosa. Condena la corrupción en todos sus formatos. El monopolio, la prebenda, la estafa, la coima, el proteccionismo, el contubernio con el Estado cualquiera fuera el lugar que ocupase el beneficiado. Juan Pablo II estaba más en línea con estos conceptos.
Cuando Francisco, el neomarxismo o la izquierda condenan por todas esas prácticas al Capitalismo, y aún a Occidente, no difieren en nada del liberalismo. Lo que ocurre es que este último cree que hay que luchar contra la corrupción, no contra el sistema. En cambio, la izquierda en todos sus formatos omite ese accionar y considera que lo que falla es el sistema, como si dentro de la propuesta de la fatal burocracia no existieran los mismos vicios. Y de paso parece creer que esa bondad celestial debe imponerse por la fuerza a la sociedad.
Eso le facilita la tarea de culpar a los ricos de todos los males, lo que le da razón y pie para confiscarle vía impuestos u otros mecanismos sus bienes y ahorros.
Del mismo modo, considera el proteccionismo de izquierda mejor que el proteccionismo de derecha, como si alguna vez hubiera tenido éxito en algún lado.
Justamente el liberalismo está en contra del proteccionismo, en contra de la corrupción, en contra del prebendarismo y la colusión con el Estado, y está siempre en favor de una justicia independiente, imparcial y rápida, que es el mecanismo idóneo para resolver todos los excesos.
Porque lo que siempre quiso ignorar Francisco fue que la mejor manera de que el sistema económico juegue en favor del individuo, principio rector de la Doctrina Social, es garantizando la competencia, que es, en términos económicos, el principio fundamental liberal, no importa quien infrinja o eluda ese principio. Y esa es la función central de un gobierno. Garantizar la competencia, e indirectamente la propiedad, el derecho, sobre todo lo que se llama el derecho administrativo y la justicia, que es esencial para defender esos conceptos.
Por supuesto que es mucho más cómodo, en la dialéctica marxista o papal, no importa, declarar derechos a todas las necesidades o expectativas, o aprobar a todos los alumnos, o pagar por no trabajar lo mismo que si se trabajara, o dejar libres a todos los delincuentes, o prohibir la existencia de empresas, o repartir alegremente los bienes ajenos (quedándose con un diezmo laico).
El Papa hoy llorado por tantos no intentó explicar cómo lograr plasmar sus prédicas, afortunadamente. Pero colaboró con el andamiaje moral y dialéctico para que se ensayaran todo tipo de experimentos siempre infalibles, siempre autoritarios y siempre fallidos.
Los iluminados
El odio al mercado, a la acción humana, a la decisión de miles de millones de personas todos los días, para ser esas decisiones reemplazadas por un grupo de iluminados, repugna al liberalismo. El mundo actual no es liberal, lejos de serlo. Es un mundo donde la Justicia está vendida, corrupta, licuada o confiscada por el poder de turno al amparo del voto, que es un formato de estafa universal. Como cuando nuestra condenada Cristina Kirchner sostiene “a mí me juzga el pueblo”, que significa que no la juzga nadie, como es evidente.
Y eso no es privilegio de Argentina y su vacío de jueces y su prevaricato. Basta repasar país por país. O recordar la justicia venezolana, o brasileña, o española, o ver que Trump quiere destituir ilegalmente al presidente de la Reserva Federal buscando argumentos para doblarle el brazo a la Corte. El mundo es autoritario porque la justicia no conviene porque defiende al individuo. El mundo no es liberal. Aun los que se dicen liberales no lo son cuando llegan al poder.
En 1982 un Juez del distrito de Columbia ordenó a la ATT, (ex Bell) a desmembrar su monopolio y dividir efectivamente la propiedad de todas sus empresas, acusándola de infracción a la Ley Sherman de monopolio. Difícil de entender para un país que tiene el más escandaloso monopolio de comunicaciones y servicios de Internet como Personal-Fibertel-Arnet-Cablevisión-Flow-Telecom, que tiene además la pretensión de anexarse un residual de Telefónica. Pero un movimiento clave para la economía estadounidense.
Por eso tampoco es liberal justificar ningún monopolio, salvo los naturales que requieren un escrutinio especial. No es mercado. Es antimercado.
Ahora que se está eligiendo el sucesor de Pedro (y Francisco) sería bueno que el Elegido repasara los principios del liberalismo y los apoyara. Son más prácticos y efectivos para lograr lo que todo ser humano decente anhela, que no es muy distinto al bienestar universal que quiere la Doctrina Social. La diferencia es cómo lograrlo. Y la forma estatista, totalitaria y solidarista no lo logra.
Por si no bastara mencionar la parábola de la moneda de Jesús: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, alguien le debió recordar a Francisco – y ahora a su sucesor - la frase de Confesiones de San Agustín: “Buscad lo que buscáis, pero no está donde lo buscáis”.
(De www.laprensa.com.ar)
Se menciona un artículo al respecto:
Por Dardo Gasparré
FRANCISCO, UN PAPA CASI LIBERAL
La prédica del Pontífice puede haber sido popular, pero no es la que le conviene a quienes quería ayudar.
A efectos de este trabajo, la afinidad del difunto Pontífice con el peronismo, es, para esta columna, similar a su afinidad con San Lorenzo de Almagro, un hinchismo que nada tiene que ver ni con el dogma, ni con la prédica católica, una suerte de costado humano frágil pero comprensible, un error que en nada se relaciona con su misión apostólica.
Es tal vez más oportuno y adecuado enfocarse en su interpretación y modificaciones a la llamada Doctrina Social de la Iglesia, que comenzara a fraguarse en 1891 con la encíclica Rerum Novarum de León XIII, y que ha sido a lo largo de más de un siglo motivo de disputas ideológicas y acusaciones de procomunismo y anticapitalismo.
La Doctrina fue cambiando de intensidad y aun de enfoque con los diversos Papas y algunas encíclicas, que la acercaron o alejaron más al colectivismo y al estatismo según la percepción de cada Pontífice y al momento social universal que cada uno enfrentó, o a las tendencias imperantes en las masas no conversas, para ser sinceros. Una especie de clientelismo sagrado, con perdón de la herejía.
Luego de la caída de la URSS y el fugaz eclipse del comunismo, Juan Pablo II, a un siglo de la Rerum Novarum, lanza su encíclica Centesimus annus, que trata de poner un equilibrio al apoyar el criterio del Capitalismo, pero que puntualizaba las falencias inherentes a ese sistema, que podían distorsionarlo.
Al mismo tiempo, se ofrecía casi como una alternativa a los dos modelos antagónicos de izquierda y derecha, sin puntualizar -como siempre ocurre con las ideologías solidaristas, el modo de alcanzar los pregonados objetivos de la Doctrina. Sin embargo, la encíclica, que este autor analizara para algún medio en 1991 en sucesivas entregas, era un reencauzamiento de los preceptos que habían sido radicalizados por Juan XXIII en su encíclica y por el Concilio Vaticano II.
La bandera de la Justicia Social
Bergoglio, tras los acuerdos plasmados en el Documento de Aparecida al cierre de la V Conferencia Episcopal del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, (CELAM) de 2007 (del cual fue el redactor principal y líder ideológico) con fuerte influencia sobre Benedicto XVI, (documento que plasmara más adelante su correlato político con el Grupo Puebla del progresismo patriagrandista) fue también la cabeza del sector de la Iglesia que enarbolara la bandera de la Justicia Social, concepto de triste fama para muchos argentinos, como principio señero. Su destino como Papa Francisco estaba trazado de antemano por la Conferencia.
Una vez que Bergoglio fue Francisco, sus dos encíclicas, y sobre todo su constante prédica mediática y personal radicalizaron la Doctrina, al extremo que muchos católicos revisaron su postura de fe ante su discurso, que atribuyeron a convicciones personales y no a un movimiento interno eclesiástico anticapitalista y a veces antioccidental.
En ese proceso, abrazó por cercanía o demagogia las teorías del wokismo, a las que dio entidad de infalibilidad, sin cambiar los difusos argumentos que defienden las von der Leyen, la UE, Ocasio-Cortez, Kamala Harris y muchos sectores que van variando su prédica cuando sus propios argumentos se desmoronan o se prueban falsos.
Como sus autores, no atinó a explicar cómo se solucionarían ni los problemas ambientales ni los económicos ni los migratorios, sólo a condenar al capitalismo, la industrialización, los emprendimientos extractivos, la agricultura, la ganadería, la generación de energía y todas las actividades humanas que generan empleo y crecimiento. También alentó la teoría de la confiscación del ahorro o el capital de los que llamaba ricos o poderosos, en un formato aún más rústico que el marxismo, pero respaldando su postura de culpar a los que más tienen o quienes más han progresado de la pobreza de los demás. O de la falta de trabajo de los demás.
Su oposición a la meritocracia es de poco nivel intelectual y retorcida. Por meritocracia no se entiende el premio a cualquier formato de riqueza, como sostenía, sino el resultado del esfuerzo personal en el trabajo, las ideas o la formación de los individuos. Sin embargo transformó el término en un estigma al aplicarlo a quienes lucraban ilegalmente o fuera de la ley. Y hasta transformó en delito antisocial la elusión impositiva - una forma de defender el ataque del socialismo al sistema capitalista- como si el Estado tuviera el derecho de confiscar por esa vía todos los ingresos que se le ocurran sin apelación posible.
No es muy diferente su enfoque al que sostenía el inefable Zaffaroni, que culpaba a la sociedad del delito porque no había protegido o cuidado a los delincuentes y entonces era responsable de sus crímenes, no los maleantes, que no merecían castigo.
Y aquí conviene hacer algunas puntualizaciones que tienen que ver con el liberalismo, como se planteaba al comienzo.
Un error papal recurrente
Por una cómoda facilidad para la argumentación, el neomarxismo mundial califica por sistema al concepto liberal como de derecha o de extrema derecha, sea lo que fuere que eso signifique. Un error deliberado, una errata en la que Francisco incurría todo el tiempo.
El liberalismo no considera sano ni aceptable ni normal el delito de guante blanco ni la ambición delictuosa. Condena la corrupción en todos sus formatos. El monopolio, la prebenda, la estafa, la coima, el proteccionismo, el contubernio con el Estado cualquiera fuera el lugar que ocupase el beneficiado. Juan Pablo II estaba más en línea con estos conceptos.
Cuando Francisco, el neomarxismo o la izquierda condenan por todas esas prácticas al Capitalismo, y aún a Occidente, no difieren en nada del liberalismo. Lo que ocurre es que este último cree que hay que luchar contra la corrupción, no contra el sistema. En cambio, la izquierda en todos sus formatos omite ese accionar y considera que lo que falla es el sistema, como si dentro de la propuesta de la fatal burocracia no existieran los mismos vicios. Y de paso parece creer que esa bondad celestial debe imponerse por la fuerza a la sociedad.
Eso le facilita la tarea de culpar a los ricos de todos los males, lo que le da razón y pie para confiscarle vía impuestos u otros mecanismos sus bienes y ahorros.
Del mismo modo, considera el proteccionismo de izquierda mejor que el proteccionismo de derecha, como si alguna vez hubiera tenido éxito en algún lado.
Justamente el liberalismo está en contra del proteccionismo, en contra de la corrupción, en contra del prebendarismo y la colusión con el Estado, y está siempre en favor de una justicia independiente, imparcial y rápida, que es el mecanismo idóneo para resolver todos los excesos.
Porque lo que siempre quiso ignorar Francisco fue que la mejor manera de que el sistema económico juegue en favor del individuo, principio rector de la Doctrina Social, es garantizando la competencia, que es, en términos económicos, el principio fundamental liberal, no importa quien infrinja o eluda ese principio. Y esa es la función central de un gobierno. Garantizar la competencia, e indirectamente la propiedad, el derecho, sobre todo lo que se llama el derecho administrativo y la justicia, que es esencial para defender esos conceptos.
Por supuesto que es mucho más cómodo, en la dialéctica marxista o papal, no importa, declarar derechos a todas las necesidades o expectativas, o aprobar a todos los alumnos, o pagar por no trabajar lo mismo que si se trabajara, o dejar libres a todos los delincuentes, o prohibir la existencia de empresas, o repartir alegremente los bienes ajenos (quedándose con un diezmo laico).
El Papa hoy llorado por tantos no intentó explicar cómo lograr plasmar sus prédicas, afortunadamente. Pero colaboró con el andamiaje moral y dialéctico para que se ensayaran todo tipo de experimentos siempre infalibles, siempre autoritarios y siempre fallidos.
Los iluminados
El odio al mercado, a la acción humana, a la decisión de miles de millones de personas todos los días, para ser esas decisiones reemplazadas por un grupo de iluminados, repugna al liberalismo. El mundo actual no es liberal, lejos de serlo. Es un mundo donde la Justicia está vendida, corrupta, licuada o confiscada por el poder de turno al amparo del voto, que es un formato de estafa universal. Como cuando nuestra condenada Cristina Kirchner sostiene “a mí me juzga el pueblo”, que significa que no la juzga nadie, como es evidente.
Y eso no es privilegio de Argentina y su vacío de jueces y su prevaricato. Basta repasar país por país. O recordar la justicia venezolana, o brasileña, o española, o ver que Trump quiere destituir ilegalmente al presidente de la Reserva Federal buscando argumentos para doblarle el brazo a la Corte. El mundo es autoritario porque la justicia no conviene porque defiende al individuo. El mundo no es liberal. Aun los que se dicen liberales no lo son cuando llegan al poder.
En 1982 un Juez del distrito de Columbia ordenó a la ATT, (ex Bell) a desmembrar su monopolio y dividir efectivamente la propiedad de todas sus empresas, acusándola de infracción a la Ley Sherman de monopolio. Difícil de entender para un país que tiene el más escandaloso monopolio de comunicaciones y servicios de Internet como Personal-Fibertel-Arnet-Cablevisión-Flow-Telecom, que tiene además la pretensión de anexarse un residual de Telefónica. Pero un movimiento clave para la economía estadounidense.
Por eso tampoco es liberal justificar ningún monopolio, salvo los naturales que requieren un escrutinio especial. No es mercado. Es antimercado.
Ahora que se está eligiendo el sucesor de Pedro (y Francisco) sería bueno que el Elegido repasara los principios del liberalismo y los apoyara. Son más prácticos y efectivos para lograr lo que todo ser humano decente anhela, que no es muy distinto al bienestar universal que quiere la Doctrina Social. La diferencia es cómo lograrlo. Y la forma estatista, totalitaria y solidarista no lo logra.
Por si no bastara mencionar la parábola de la moneda de Jesús: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, alguien le debió recordar a Francisco – y ahora a su sucesor - la frase de Confesiones de San Agustín: “Buscad lo que buscáis, pero no está donde lo buscáis”.
(De www.laprensa.com.ar)
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