Los intercambios comerciales, en una economía de mercado, requieren de una previa producción orientada por la división del trabajo. Mientras que, en economías primitivas, cada integrante del grupo social cultivaba sus propias verduras, criaba sus propios animales de consumo, confeccionaba su ropa, y así con todo, no tenía necesidad de realizar intercambio alguno. Con el tiempo se advirtió que mejoraba la calidad de los productos, y también sus precios, si cada individuo se especializaba en producir sólo un bien o un servicio para, luego, intercambiarlo con otros especialistas.
Vista de esta manera se advierte que el intercambio comercial, luego de la especialización del trabajo, todavía no constituye una economía de mercado por cuanto se trata de intercambios entre muchos pequeños "monopolios". La economía de mercado propiamente dicha se establece a partir de la competencia entre varios productores que producen un bien o un servicio determinado.
Cuando se recomienda que tal país debiera adoptar una economía de mercado, se supone que previamente debe existir en la población cierta capacidad e inventiva para producir distintos bienes y servicios, para su posterior intercambio. Ello implica que debe establecerse en la gente una mentalidad favorable a una "justicia productiva", es decir, a inculcar masivamente que todo individuo debe producir por lo menos lo que consume y renunciar, por simple dignidad personal y moral, a ser mantenido por el resto de la sociedad por aportar menos, o bastante menos, de lo que consume.
En principio, se supone que todos los integrantes de la sociedad son aptos para especializarse en la producción de determinado bien o servicio. Si esto ocurre efectivamente, nadie tiene necesidad de vivir a costa del resto de la sociedad, por lo que carece de sentido la popular "justicia distributiva" o "justicia social", por la cual ciertos individuos, poco aptos para el trabajo (debido al desinterés por capacitarse para tal actividad), necesitan ser mantenidos por el resto de la sociedad vía Estado. Ello implica que la "justicia social" es realmente una injusticia social por cuanto el Estado expropia, vía impuestos, al sector productivo para mantener económicamente al sector poco o nada productivo, que con el tiempo se convierte en un sector parasitario, que exige del Estado una obligación institucional por la cual lo debería proteger y mantener.
La "justicia productiva" es desalentada tanto por los políticos de tipo socialista, que suponen que el Estado tiene como principal misión establecer la "igualdad social", entendida como una igualdad económica, quitándole, via impuestos, al sector productivo para mantener vagos y parásitos sociales de todo tipo. Como el que poco o nada produce seguramente tendrá menos nivel económico que aquellos que generan riquezas, reclamará por la "igualdad económica" para limitar la envidia respecto del sector productivo. Lo absurdo de todo esto es que, en la mayoría de las sociedades actuales, es el sector productivo el que en cierta forma se adapta al sector parasitario en lugar de ser este sector el que se adapte al trabajo productivo.
Los ataques a la "desigualdad social" implican limitar las ganancias del sector productivo, en lugar de promover la igualdad social promoviendo una mentalidad favorable en quienes poco se preocupan por mejorar su productividad personal.
Por este camino se desincentiva la producción y se estimula la vagancia, conduciendo a un deterioro económico y social considerable.
Los sectores socialistas, por simples cuestiones ideológicas y de poder, descalifican y tergiversan todo lo asociado a las economías capitalistas, o economías de mercado. Tal es así que desconocen que se trata de un sistema autorregulado, que no requiere de las intervenciones del Estado, es decir, tal proceso no admite distorsiones como los controles de precios, por ejemplo, pero sí requiere del Estado cierta protección legal y material. Para justificar y promover la "justicia distributiva", el sector socialista tiende a hacer creer a toda la población de que la economía de mercado implica un "caos económico", y no un sistema autorregulado.
Cuando la imaginación no alcanza a advertir que "la mano invisible" implica autoorganización, se promueve "la mano visible" del Estado, necesaria para reemplazar el supuesto "caos". Para evidenciar la efectividad de este proceso, puede ponerse como ejemplo la producción de pan en enormes ciudades como México, San Pablo o Buenos Aires. Sin que el Estado planifique u organice la producción diaria de pan, se produce lo suficiente para que no exista sobreproducción ni subproducción, lo que conduciría a pérdidas importantes a los productores si fuese algo cotidiano.
En cuanto a la "explotación laboral", que se aduce desde el sector socialista, puede decirse que el mayor capital que tiene una empresa es el capital humano, y que ninguna empresa está dispuesta a perderlo, e incluso a que se vaya a favorecer a empresas competidoras como capital humano adicional. Este es el mismo caso de los clubes de fútbol, que tratan de mantener a sus jugadores y de ahí que les pagan lo mejor que pueden, en lugar de "explotarlos" pagándoles lo mínimo, arriesgando su permanencia en el club.
sábado, 31 de mayo de 2025
jueves, 29 de mayo de 2025
La invasión china al Tibet
En el proceso de adaptación cultural al orden natural, no todo cambio social implica una mejora adaptativa, ya que muchas veces ocurren retrocesos en tal proceso. Uno de los más importantes retrocesos se produjo en épocas de Mao Zedong cuando los chinos invaden y destruyen gran parte del Tibet. Así, un colectivismo similar a un hormiguero o a una colmena combate ferozmente contra una sociedad netamente humana. Matthieu Ricard escribió al respecto: "A raíz de una disputa, el Tibet rompió prácticamente las relaciones diplomáticas con China entre 1915 y 1945. Tenía un gobierno y mantenía relaciones con varios países extranjeros".
"Luego China empezó a infiltrarse en el Tibet. Los funcionarios chinos iban a visitar el país, diciendo que simpatizaban con el pueblo y la cultura tibetana. Hacían incluso ofrendas en los monasterios. Proponían ayudar a los tibetanos a modernizar su país, etc. Pero en 1949 invadieron militarmente el Tibet comenzando por el este, la región de Kham. La invasión fue implacable, y con el tiempo quedó claro que iban a conquistar el Tibet central y a hacerse con el poder y el Dalai Lama".
"Éste huyó entonces a la India, en 1959. Inmediatamente después se cerraron las fronteras y empezó una represión brutal. Hombres, mujeres y niños fueron encarcelados o encerrados en campos de trabajo, y ya fuera que cayesen víctimas de las ejecuciones o de las torturas y el hambre en los campos y en las cárceles, el hecho es que más de un millón de tibetanos -uno de cada cinco habitantes- murieron a raíz de la invasión china. Inmensas fosas comunes se fueron llenando una tras otra. Ya antes de la revolución cultural se destruyeron seis mil monasterios, casi la totalidad. Las bibliotecas fueron quemadas, las estatuas rotas y los frescos destrozados".
"Se han censado seis mil cincuenta monasterios destruídos. ¡Y si pensamos que los monasterios eran los centros de cultura del Tibet! Esto me recuerda a Goering, que proclamaba: «Cuando oigo la palabra cultura, saco mi revólver». Hecho posiblemente sin precedentes en la historia humana, las órdenes monásticas absorbían a casi un 20% de la población tibetana: monjes, monjas, ermitaños retirados en las grutas, eruditos que enseñaban en los monasterios... La prática espiritual era el objetivo principal de la existencia, sin ningún género de duda, y los mismos laicos consideraban que sus actividades cotidianas, por necesarias que fueran, tenían una importancia secundaria frente a la vida espiritual".
"Toda la cultura estaba, pues, centrada en la vida espiritual, por lo que al destruir esos monasterios, esos centros de estudio y esas ermitas se estaba aniquilando el alma, la raíz misma de la cultura tibetana. Sin embargo, no pudieron destruir la fuerza espiritual de los tibetanos. La sonrisa, el dinero, la propaganda, la tortura y el exterminio; los chinos lo intentaron todo para cambiar el espíritu de los tibetanos, mas no lo consiguieron. La esperanza que tienen estos últimos de salvar su cultura y recuperar su independencia permanece incólume" (De "El monje y el filósofo" de Jean-François Revel y Matthieu Ricard-Ediciones Urano SA-Barcelona 1998).
A pesar del salvajismo extremo de Mao Zedong, todavía en la actualidad le rinden homenajes en China e incluso tiene seguidores y admiradores en otros países. Al respecto se menciona un artículo:
QUIEN ERA MAO ZEDONG, EL ÍDOLO DE PETRO QUE MATÓ A 65 MILLONES DE CHINOS
Por Jimmy Nomesqui Rivera
El presidente de Colombia afirmó que el fundador del Partido Comunista de China fue una de sus inspiraciones en la política.
Durante su visita a China, Gustavo Petro visitó el mausoleo en el que se encuentran los restos del dictador Mao Zedong. Desde el 23 de octubre, Gustavo Petro se encuentra en China, en donde se llevó a cabo un encuentro con el jefe del régimen chino, Xi Jinping, en el que abordaron temas de la relación diplomática y comercial entre los países, además del metro de Bogotá.
Sumado a ello, Gustavo Petro visitó el sitio en el que se encuentran los restos de Mao Zedong, en donde el mandatario colombiano firmó el libro de visitantes con un recuerdo sobre el líder del partido comunista, que según reveló, fue parte de su inspiración para ser político.
“Tenía 15 años cuando leí a Mao, sus cinco tesis filosóficas y sus estudios sobre la contradicción. El fluir de la vida y de la historia. Sembraste ilusiones en la juventud entera del mundo y abriste el camino para que tu pueblo fuera grande en la tierra, comandante. La historia sigue y el conflicto puede sumergirnos en la extinción humana, hoy o es el capital o es la vida. Nosotros vamos por la ‘Gran Marcha’ por la vida”, escribió el presidente colombiano en el libro de visitantes.
¿Quién fue Mao Zedong?
Fue un político, estratega militar, filósofo, intelectual y dictador chino. Fundó el Partido Comunista de China y fue el primer presidente de la República Popular China.
Mao Zedong estuvo en el poder de China entre 1949 y 1976, durante ese tiempo empleó varias campañas de reafirmación ideológica que denominó Gran Salto Adelante y La Revolución Cultural.
La primera era un programa de industrialización con la que se buscaba que China estuviera al mismo nivel de Occidente, pero esta estrategia fracasó y fue el factor que provocó la muerte por hambre de millones de personas.
Con la segunda campaña se cambiaron varios detalles, pero esto provocó una depresión en 1967, lo que fue una herencia que tomó Xi Zhongxun, padre del actual mandatario chino, que fue víctima de la contrarrevolución de Mao Zedong.
A pesar del sufrimiento que causó Mao Zedong en China, los dirigentes del Partido Comunista no hablan de los factores negativos que tuvo esta dictadura, ya que se tiene la ideología que sin él no hubiera sido posible alcanzar la legitimidad de lo que se conoce como la República Popular China.
¿Cuántas personas murieron durante la dictadura de Mao Zedong?
Con su llegada al poder y con el objetivo de convertir a China en una nación industrial, Zedong hizo que la agricultura fuera dejada a un lado, esto provocó que la producción de granos mermara de una forma alarmante, pero el dictador culpó a las plagas de comerse el alimento de las personas, por lo que ordenó que iniciará una campaña para matar moscas, mosquitos, ratas y gorriones.
Esta iniciativa sólo funcionó contra las aves, lo que hizo que los demás animales no tuvieran un depredador cercano, lo que aumentó la crisis del grano, esto generó la peor hambruna de la historia de esta nación; y mientras gran parte de los alimentos eran enviados a la Unión Soviética a cambio de fábricas y armas, en China la gente moría.
Sumado a ello, el dictador ordenó construir varias represas que terminaron estallando, lo que hizo que se desperdiciara una cantidad incalculable de agua.
Se estima que por la hambruna murieron más de 20 millones de personas, más de 700.000 fueron asesinadas por no estar de acuerdo con la ideología de Mao Zedong. Durante los 27 años que duró la dictadura de Zedong, se prevé que murieron más de 65 millones de personas, ya que los historiadores suman el número de bebés que no nacieron producto de la hambruna.
(De www.infobae.com)
"Luego China empezó a infiltrarse en el Tibet. Los funcionarios chinos iban a visitar el país, diciendo que simpatizaban con el pueblo y la cultura tibetana. Hacían incluso ofrendas en los monasterios. Proponían ayudar a los tibetanos a modernizar su país, etc. Pero en 1949 invadieron militarmente el Tibet comenzando por el este, la región de Kham. La invasión fue implacable, y con el tiempo quedó claro que iban a conquistar el Tibet central y a hacerse con el poder y el Dalai Lama".
"Éste huyó entonces a la India, en 1959. Inmediatamente después se cerraron las fronteras y empezó una represión brutal. Hombres, mujeres y niños fueron encarcelados o encerrados en campos de trabajo, y ya fuera que cayesen víctimas de las ejecuciones o de las torturas y el hambre en los campos y en las cárceles, el hecho es que más de un millón de tibetanos -uno de cada cinco habitantes- murieron a raíz de la invasión china. Inmensas fosas comunes se fueron llenando una tras otra. Ya antes de la revolución cultural se destruyeron seis mil monasterios, casi la totalidad. Las bibliotecas fueron quemadas, las estatuas rotas y los frescos destrozados".
"Se han censado seis mil cincuenta monasterios destruídos. ¡Y si pensamos que los monasterios eran los centros de cultura del Tibet! Esto me recuerda a Goering, que proclamaba: «Cuando oigo la palabra cultura, saco mi revólver». Hecho posiblemente sin precedentes en la historia humana, las órdenes monásticas absorbían a casi un 20% de la población tibetana: monjes, monjas, ermitaños retirados en las grutas, eruditos que enseñaban en los monasterios... La prática espiritual era el objetivo principal de la existencia, sin ningún género de duda, y los mismos laicos consideraban que sus actividades cotidianas, por necesarias que fueran, tenían una importancia secundaria frente a la vida espiritual".
"Toda la cultura estaba, pues, centrada en la vida espiritual, por lo que al destruir esos monasterios, esos centros de estudio y esas ermitas se estaba aniquilando el alma, la raíz misma de la cultura tibetana. Sin embargo, no pudieron destruir la fuerza espiritual de los tibetanos. La sonrisa, el dinero, la propaganda, la tortura y el exterminio; los chinos lo intentaron todo para cambiar el espíritu de los tibetanos, mas no lo consiguieron. La esperanza que tienen estos últimos de salvar su cultura y recuperar su independencia permanece incólume" (De "El monje y el filósofo" de Jean-François Revel y Matthieu Ricard-Ediciones Urano SA-Barcelona 1998).
A pesar del salvajismo extremo de Mao Zedong, todavía en la actualidad le rinden homenajes en China e incluso tiene seguidores y admiradores en otros países. Al respecto se menciona un artículo:
QUIEN ERA MAO ZEDONG, EL ÍDOLO DE PETRO QUE MATÓ A 65 MILLONES DE CHINOS
Por Jimmy Nomesqui Rivera
El presidente de Colombia afirmó que el fundador del Partido Comunista de China fue una de sus inspiraciones en la política.
Durante su visita a China, Gustavo Petro visitó el mausoleo en el que se encuentran los restos del dictador Mao Zedong. Desde el 23 de octubre, Gustavo Petro se encuentra en China, en donde se llevó a cabo un encuentro con el jefe del régimen chino, Xi Jinping, en el que abordaron temas de la relación diplomática y comercial entre los países, además del metro de Bogotá.
Sumado a ello, Gustavo Petro visitó el sitio en el que se encuentran los restos de Mao Zedong, en donde el mandatario colombiano firmó el libro de visitantes con un recuerdo sobre el líder del partido comunista, que según reveló, fue parte de su inspiración para ser político.
“Tenía 15 años cuando leí a Mao, sus cinco tesis filosóficas y sus estudios sobre la contradicción. El fluir de la vida y de la historia. Sembraste ilusiones en la juventud entera del mundo y abriste el camino para que tu pueblo fuera grande en la tierra, comandante. La historia sigue y el conflicto puede sumergirnos en la extinción humana, hoy o es el capital o es la vida. Nosotros vamos por la ‘Gran Marcha’ por la vida”, escribió el presidente colombiano en el libro de visitantes.
¿Quién fue Mao Zedong?
Fue un político, estratega militar, filósofo, intelectual y dictador chino. Fundó el Partido Comunista de China y fue el primer presidente de la República Popular China.
Mao Zedong estuvo en el poder de China entre 1949 y 1976, durante ese tiempo empleó varias campañas de reafirmación ideológica que denominó Gran Salto Adelante y La Revolución Cultural.
La primera era un programa de industrialización con la que se buscaba que China estuviera al mismo nivel de Occidente, pero esta estrategia fracasó y fue el factor que provocó la muerte por hambre de millones de personas.
Con la segunda campaña se cambiaron varios detalles, pero esto provocó una depresión en 1967, lo que fue una herencia que tomó Xi Zhongxun, padre del actual mandatario chino, que fue víctima de la contrarrevolución de Mao Zedong.
A pesar del sufrimiento que causó Mao Zedong en China, los dirigentes del Partido Comunista no hablan de los factores negativos que tuvo esta dictadura, ya que se tiene la ideología que sin él no hubiera sido posible alcanzar la legitimidad de lo que se conoce como la República Popular China.
¿Cuántas personas murieron durante la dictadura de Mao Zedong?
Con su llegada al poder y con el objetivo de convertir a China en una nación industrial, Zedong hizo que la agricultura fuera dejada a un lado, esto provocó que la producción de granos mermara de una forma alarmante, pero el dictador culpó a las plagas de comerse el alimento de las personas, por lo que ordenó que iniciará una campaña para matar moscas, mosquitos, ratas y gorriones.
Esta iniciativa sólo funcionó contra las aves, lo que hizo que los demás animales no tuvieran un depredador cercano, lo que aumentó la crisis del grano, esto generó la peor hambruna de la historia de esta nación; y mientras gran parte de los alimentos eran enviados a la Unión Soviética a cambio de fábricas y armas, en China la gente moría.
Sumado a ello, el dictador ordenó construir varias represas que terminaron estallando, lo que hizo que se desperdiciara una cantidad incalculable de agua.
Se estima que por la hambruna murieron más de 20 millones de personas, más de 700.000 fueron asesinadas por no estar de acuerdo con la ideología de Mao Zedong. Durante los 27 años que duró la dictadura de Zedong, se prevé que murieron más de 65 millones de personas, ya que los historiadores suman el número de bebés que no nacieron producto de la hambruna.
(De www.infobae.com)
miércoles, 28 de mayo de 2025
La moral del deber; premios y castigos
Toda ética explícita o concreta establece sugerencias o mandamientos a ser observados. Será premiado su cumplimiento y castigado su incumplimiento. Entre las distintas morales sugeridas, y dependiendo de su origen y del origen de sus premios y castigos asociados, podemos mencionar las siguientes:
Morales artificiales: son las establecidas por los ideólogos o líderes totalitarios. Los más conocidos fueron Lenin, Mao, Hitler y Mahoma, quienes proponen "mandamientos" para ser cumplidos por toda la sociedad e incluso por toda la humanidad, si las circunstancias lo permiten. Luego, premian a sus adeptos, generalmente con promesas mientras castigan con violencia y muerte a sus detractores y opositores.
Morales sobrenaturales: los mandamientos bíblicos, se supone, derivan Dios, por lo que Dios premiaría con la felicidad y la vida eterna a sus seguidores y castigaría con el infierno a quienes los desconozcan. Luego, el "amor al prójimo" quedaría desvirtuado cuando las acciones humanas están destinadas a "sumar puntos" para el premio final, sin apenas existir empatía respecto del prójimo. En todos los casos, virtud implica obediencia y pecado desobediencia.
Moral natural: el orden natural "nos exige y nos presiona" al cumplimiento de los mandamientos bíblicos, beneficiándonos con su cumplimiento y "castigándonos" a nosotros mismos con su incumplimiento.
Morales mixtas: son aquellas en las que se adopta parcialmente la moral bíblica como un disfraz para lograr fines poco compatibles con tal moral. Este es el caso de Vladimir Putin, quien, "cristianamente", pretende expandir su poder aun a costa de miles de vidas humanas.
Acerca de estos temas, Félicien Challaye escribió: "Kant cree que no existe moralidad sino cuando el hombre se siente obligado, es decir, cuando obra por puro respeto a la ley moral. El imperativo categórico nos manda sin condiciones ni restricciones. No hace llamamiento ni al interés ni al sentimiento: «No mentirás»".
"Desde el momento en que algún interés, o algún sentimiento, aunque sea altruísta, se mezcla al móvil moral, pierde su pureza. Por ejemplo, la decisión de ayudar a los desgraciados, si está inspirada en la simpatía o en la piedad, no tiene valor moral: ahí no hay, dice Kant, sino un «amor patológico», es decir, pasivo, impuesto por nuestro temperamento y por las circunstancias. Al contrario, una obra de beneficencia a que no nos lleva ninguna inclinación sino sólo el deber, es un «amor práctico», único que tiene valor moral" (De "Filosofía moral"-Editorial Labor SA-Barcelona 1936).
Pareciera que Kant interpreta al amor al prójimo como algo distinto o alejando de la empatía emocional, actitud por la cual intentamos adoptar la predisposición a compartir tristezas y alegrías ajenas como propias. Challaye agrega: "Kant pone como ejemplo de la más elevada moralidad a un hombre desengañado, indiferente, por naturaleza o por efecto de las circunstancias, a los sufrimientos del prójimo, que hace a éste un bien únicamente por deber, porque se siente obligado a hacerlo".
"A esta concepción se han hecho diversas críticas. Schopenhauer censura a Kant el basar su moral, aunque sin confesarlo, sobre una idea teológica, sobre la idea del dios bíblico. Este deber absoluto no puede proceder sino de un dios. Sólo un dios me puede obligar a la manera del imperativo categórico. Tal moral descansa, en realidad, sobre una teología".
"Schiller ha resumido esta crítica de la moral kantiana en un fino epigrama: «Con gusto presto un servicio a mis amigos; pero como lo hago con placer, tengo el remordimiento de no ser completamente virtuoso»".
Muchos asocian el mérito moral al sufrimiento o a la incomodidad asociada a cierta acción en beneficio del prójimo. Ello implica que tal acción no está sustentada en una actitud empática, por lo cual tal predisposición sólo será momentánea y se disipará en el futuro. Por el contrario, la actitud empática será la base de muchas acciones morales futuras.
Morales artificiales: son las establecidas por los ideólogos o líderes totalitarios. Los más conocidos fueron Lenin, Mao, Hitler y Mahoma, quienes proponen "mandamientos" para ser cumplidos por toda la sociedad e incluso por toda la humanidad, si las circunstancias lo permiten. Luego, premian a sus adeptos, generalmente con promesas mientras castigan con violencia y muerte a sus detractores y opositores.
Morales sobrenaturales: los mandamientos bíblicos, se supone, derivan Dios, por lo que Dios premiaría con la felicidad y la vida eterna a sus seguidores y castigaría con el infierno a quienes los desconozcan. Luego, el "amor al prójimo" quedaría desvirtuado cuando las acciones humanas están destinadas a "sumar puntos" para el premio final, sin apenas existir empatía respecto del prójimo. En todos los casos, virtud implica obediencia y pecado desobediencia.
Moral natural: el orden natural "nos exige y nos presiona" al cumplimiento de los mandamientos bíblicos, beneficiándonos con su cumplimiento y "castigándonos" a nosotros mismos con su incumplimiento.
Morales mixtas: son aquellas en las que se adopta parcialmente la moral bíblica como un disfraz para lograr fines poco compatibles con tal moral. Este es el caso de Vladimir Putin, quien, "cristianamente", pretende expandir su poder aun a costa de miles de vidas humanas.
Acerca de estos temas, Félicien Challaye escribió: "Kant cree que no existe moralidad sino cuando el hombre se siente obligado, es decir, cuando obra por puro respeto a la ley moral. El imperativo categórico nos manda sin condiciones ni restricciones. No hace llamamiento ni al interés ni al sentimiento: «No mentirás»".
"Desde el momento en que algún interés, o algún sentimiento, aunque sea altruísta, se mezcla al móvil moral, pierde su pureza. Por ejemplo, la decisión de ayudar a los desgraciados, si está inspirada en la simpatía o en la piedad, no tiene valor moral: ahí no hay, dice Kant, sino un «amor patológico», es decir, pasivo, impuesto por nuestro temperamento y por las circunstancias. Al contrario, una obra de beneficencia a que no nos lleva ninguna inclinación sino sólo el deber, es un «amor práctico», único que tiene valor moral" (De "Filosofía moral"-Editorial Labor SA-Barcelona 1936).
Pareciera que Kant interpreta al amor al prójimo como algo distinto o alejando de la empatía emocional, actitud por la cual intentamos adoptar la predisposición a compartir tristezas y alegrías ajenas como propias. Challaye agrega: "Kant pone como ejemplo de la más elevada moralidad a un hombre desengañado, indiferente, por naturaleza o por efecto de las circunstancias, a los sufrimientos del prójimo, que hace a éste un bien únicamente por deber, porque se siente obligado a hacerlo".
"A esta concepción se han hecho diversas críticas. Schopenhauer censura a Kant el basar su moral, aunque sin confesarlo, sobre una idea teológica, sobre la idea del dios bíblico. Este deber absoluto no puede proceder sino de un dios. Sólo un dios me puede obligar a la manera del imperativo categórico. Tal moral descansa, en realidad, sobre una teología".
"Schiller ha resumido esta crítica de la moral kantiana en un fino epigrama: «Con gusto presto un servicio a mis amigos; pero como lo hago con placer, tengo el remordimiento de no ser completamente virtuoso»".
Muchos asocian el mérito moral al sufrimiento o a la incomodidad asociada a cierta acción en beneficio del prójimo. Ello implica que tal acción no está sustentada en una actitud empática, por lo cual tal predisposición sólo será momentánea y se disipará en el futuro. Por el contrario, la actitud empática será la base de muchas acciones morales futuras.
martes, 27 de mayo de 2025
Reflexiones sobre el islamismo
Por Mauricio Rojas
La brutal expansión del denominado Estado Islámico en Irak y Siria ha dejado estupefacto al mundo. Nada parecido se había visto desde los tiempos de Stalin, Hitler y Pol Pot, y la amenaza no se circunscribe al Oriente Medio. Las redes del Estado Islámico se extienden muy lejos de las fronteras de los países musulmanes, tal como lo muestra su capacidad de enrolar como combatientes a miles de jóvenes provenientes de Europa Occidental y Estados Unidos. Se trata de una de las manifestaciones más violentas del islamismo o "islam político", como se autodenomina, y por ello es importante hacer un esfuerzo por entender los fundamentos de esta corriente político-religiosa.
¿Qué es el islamismo?
El islamismo no es más que el fundamentalismo movilizado políticamente en torno a tres objetivos fundamentales. En primer lugar está el objetivo estratégico de la gran cruzada emprendida ya por Mahoma, a saber, la islamización del mundo, extendiendo la así llamada Casa del Islam (Dar al Islam) hasta absorber completamente ese mundo exterior llamado Casa de la Guerra (Dar al Harb), donde aún reina la ignorancia (yahiliyah) acerca del mensaje divino transmitido por Mahoma. En segundo lugar tenemos la islamización plena de las sociedades musulmanas, es decir, su sometimiento integral e irrestricto a la ley islámica, de acuerdo al arquetipo de la umma o "comunidad de los creyentes" instituida por Mahoma en Medina. Esta intención restauradora es la que hace del islamismo un fundamentalismo militante o, en sus variantes yihadistas, un fundamentalismo armado.
A estas dos finalidades, ampliamente reconocidas como características del islamismo, se suma un tercer gran objetivo, que no es otro que destruir toda interpretación del islam que no sea la propia. Ello explica el carácter de guerra civil musulmana que adopta el islamismo en su versión yihadista. Aquí, simplemente, no hay perdón, y hay que recordar que se trata de una lucha fratricida que, al menos entre sunitas y chiitas, lleva ya más de 1.300 años, es decir, desde la batalla de Kerbala, el año 680, aún recordada con gran devoción por los musulmanes chiitas.
La lista de enemigos definida por el Estado Islámico en sus proclamas, por ejemplo aquella en la que declaraba instaurado el califato, el 29 de junio de 2014, refleja nítidamente estos objetivos. Primero están los rafidah (chiitas), luego los murtadin (apóstatas) y tawaghit (idólatras o falsos líderes musulmanes), y finalmente las naciones del kufr (pecado), alusión al mundo no islámico donde habitan los kufar (infieles).
Resumiendo, podemos decir que la lucha islamista –ya sea de raigambre sunita o chiita– tiene un horizonte global, pero su punto de partida son los propios países islámicos, que habrían abandonando la pureza del credo original de Mahoma, cayendo nuevamente en aquella yahiliyah que los caracterizaba antes de la revelación del Corán. Esta es la visión, extraordinariamente influyente, lanzada por Sayid Qutb (1906-1966; especialmente en su obra Hitos en el camino), el principal teórico de los Hermanos Musulmanes de Egipto. La profesión de fe de los Hermanos Musulmanes es, a su vez, la mejor síntesis posible de las ideas islamistas, cualquiera que sea su expresión concreta:
Alá es nuestro fin, el Profeta nuestro guía, el Corán nuestra constitución, la yihad nuestro camino y la muerte por Alá nuestro objetivo supremo.
Utopía islamista y carácter totalizante del islam
La utopía del islamismo es la creación de la ummat al Islamiyah o comunidad islámica universal, regida, de acuerdo a la tradición sunita ampliamente mayoritaria, por un califa o vicario (jalifa) del "mensajero de Alá" (rasul Alá, denominación de Mahoma). De allí el título, jalifa rasul Alá, adoptado desde el primer sucesor de Mahoma, Abú Bakr, hasta el jefe del Estado Islámico, Abú Bakr al Bagdadi.
Esta posición es muy distinta de, por ejemplo, la de los papas católicos (vicarios de Cristo), ya que el califa es, simultáneamente, un jefe espiritual, político y militar. Esta diferencia es clave, ya que alude a dos características cardinales que separan al cristianismo del islam y que, a su vez, son vitales para entender la fuerza del mensaje islamista entre muchos musulmanes. En primer lugar, el cristianismo no es fundacionalmente totalizante (si bien tendería a serlo al pasar a ser, en distintos lugares y épocas, una religión de Estado), y por ello no se articula originalmente como una religión que pretenda regir los asuntos de este mundo. "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" y “Mi Reino no es de este mundo” son dos síntesis bíblicas de esta distancia respecto del orden social y político terrenal que no existe en el islam.
Esto hace que para el cristianismo sea posible, sin alterar sus fundamentos últimos, aceptar una sociedad secularizada, mientras que para el islam una sociedad no regida por la ley islámica o sharia es, en principio, inaceptable. También lo es la democracia, ya que ésta se basa en la plena soberanía popular, mientras que en el islam la soberanía siempre recae, en último término, en Alá, y los hombres deben limitarse a reconocerla y aplicarla. Los musulmanes pueden tolerar, por razones de hecho, el vivir en sociedades secularizadas y democráticas, pero nunca pueden dejar de aspirar, sin faltar a su fe, a crear una sociedad plenamente islamizada. Esto no implica, sin embargo, que todos deban ser musulmanes, pudiendo existir otras fes monoteístas en calidad minorías protegidas, siempre que se sometan a la ley islámica. Al respecto, hay que recordar que de acuerdo al Corán la conversión forzosa al islam no está permitida ("No ha de existir coacción en la religión", dice la famosa aleya 2:256).
En segundo lugar, a diferencia de Mahoma, Cristo no fue ni pretendió jamás ser un jefe político-militar, tampoco el creador de un orden social determinado. La figura de Cristo dirigiendo sus ejércitos espada en mano es tan ajena a los evangelios como es natural la figura de Mahoma combatiendo en las célebres batallas de Badr (624) y Uhud (625), donde incluso resulta herido. De esta manera, Mahoma definió mediante sus actos el amplio campo de la yihad (esfuerzo, especialmente en la expresión coránica al yihad fi sabil Alá, es decir, "esfuerzo en el camino de Alá"), que va desde la lucha espiritual interior (la así denominada yihad mayor) a la lucha, pacífica o violenta, contra otros (la yihad menor). Esta última puede ser tanto defensiva (proteger los territorios ya incorporados a la Casa del Islam) como ofensiva (extender los dominios del islam a nuevas tierras).
En suma, mientras que el cristianismo nació para resistir al mundo o incluso para apartarse de él, el islam lo hizo para conquistarlo y gobernarlo. El cristianismo pretende originalmente divulgar una "buena nueva" (evangelio) espiritual, mientras que la buena nueva del islam trata del conjunto de la sociedad y de un reino que sí es de este mundo.
Raíces históricas del islamismo
Una explicación común sobre la razón de ser del islamismo plantea que éste sería una reacción ante la modernización que se difunde globalmente bajo la influencia occidental. Otros ponen el acento en la amenaza o intromisión político-militar de las potencias occidentales en el mundo musulmán. Este tipo de explicaciones tiene, sin duda, mucho de verdad, pero tiende a olvidar que las primeras reacciones islamistas anteceden en mucho a estos fenómenos y constituyen un rasgo permanente de la historia islámica.
Un breve recorrido por esa historia puede aclarar este punto. La expansión inicial del islam fue extraordinaria, y apenas cien años después de la muerte de Mahoma (632) el imperio árabe-musulmán se extendía desde el Indo hasta el Atlántico. Este desarrollo espectacular puso a una sociedad tribal en contacto con grandes culturas, como la helenística, la persa y la hindú. Bajo su atracción, el centro político del imperio islámico basculó rápidamente desde Medina hacia esas zonas más desarrolladas, asentándose primero en Damasco (bajo la dinastía de los Omeyas, 661-750) y luego, bajo los Abasíes, en la recién construida Bagdad, en plena Mesopotamia. Esta expansión creó un impulso dentro del islam similar a aquel que tempranamente experimentó el judeocristianismo, es decir, a dejar de ser una religión tribal para convertirse en una religión universal, capaz de difundirse entre otros pueblos e incorporar parte de la rica herencia cultural de los mismos (así, del mestizaje simbólico entre Jerusalén y Atenas nació el cristianismo).
Esta aspiración más abierta y cosmopolita fue el secreto del momento más esplendoroso de la civilización islámica: los dos primeros siglos del califato de Bagdad (750-944). Es en ese ambiente que surgen, ya en el siglo VIII, escuelas de pensamiento islámico como la de los mutazilíes, claramente influencidos por el racionalismo griego y hasta hoy objeto de odio de parte de las corrientes tradicionalistas del islam.
Ahora bien, fue justamente este inicio prometedor lo que desencadenó la primera reacción fundamentalista en la historia del islam, en lo que sería una de sus características recurrentes, donde los intentos de apertura y mestizaje cultural se ven revertidos por largos períodos de reacción islamista bajo la bandera del retorno a la pureza de los orígenes, es decir, al espíritu tribal del primer islam.
Con la desintegración del califato de Bagdad, ese mundo islámico en que las elites eran fieles al Corán pero leían también las traducciones de los clásicos de la Antigüedad grecolatina, tal como se inspiraban en la cultura jurídico-política de Bizancio y en los sofisticados estilos de vida persas, terminó siendo destruido por el localismo y la reacción popular, guiada por los ulemas ("doctores de la religión" y líderes locales). La consecuencia fue el surgimiento de una férrea ortodoxia jurídico-religiosa basada exclusivamente en el Corán y la sunna del Profeta (recolección de relatos autentificados de la vida y los dichos de Mahoma o hadices). A partir de ello se fija la ley divina o sharía, que rige toda la vida social, y el islam, especialmente en su versión sunita, pasa a ser una religión del recuerdo o la imitación (taqlid), que no conoce concepto más aborrecido que el de bida o innovación (sinónimo de herejía).
Wahabismo e islamismo
Durante la larga evolución histórica del islam se dieron nuevos ejemplos, habitualmente en las periferias del mundo islámico, de mestizaje y pluralismo. Fue así como se construyó el esplendor del califato de Córdoba (929-1031) o del reinado de Akbar en la India (1556-1605). En el caso de la España musulmana, la reacción vino, primero, desde Mauritania y Malí, origen de la expansión almorávide, y luego se intensificó con los almohades, de origen bereber. En el caso de la India musulmana, fue el emperador Aurangzeb (1658-1707) quien destruyó la notable obra de apertura y sincretismo religioso-cultural de Akbar.
Sin embargo, el caso más extremo y relevante de reacción islamista se da en la propia cuna del islam, la Península Arábiga. Se trata del wahabismo, también conocido bajo la denominación genérica de salafismo (de salaf o ancestro, referido a las primeras tres generaciones de seguidores de Mahoma, como ideal del musulmán). Esta es la principal corriente fundamentalista sunita, de la que provienen, entre otros, Al Qaeda, el Estado Islámico, Boko Haram (Nigeria), Al Shabaab (Somalia), Al Nur (Egipto) y los talibanes. Deriva su nombre de Mohamed ben Abdul Wahab (1703-1792), cuyas doctrinas ascéticas fueron una reacción extremadamente virulenta contra lo que interpretaba como una degeneración del islam, particularmente bajo los impulsos místicos del sufismo. Esto lo llevó a predicar la absoluta unidad y centralidad de Alá (al Tauhid), lo que incluso indujo a destruir cúpulas, minaretes y monumentos funerarios, especialmente aquellos asociados con Mahoma y sus compañeros, que pudiesen distraer al creyente del culto único a Alá. Esta obra de destrucción, que el Estado Islámico sigue promoviendo, conoció su momento culminante a comienzos en el siglo XIX, cuando las fuerzas saudíes conquistaron La Meca, Medina, Kerbala y Nayaf.
Una de las principales fuentes de inspiración de Mohamed ben Abdul Wahab fue Taqi al Din ben Taimiya (1263-1328), gran predicador fundamentalista de la yihad militar y el uso de la excomunión (takfir) contra otros musulmanes, que pasaban de esa manera a ser apóstatas. En su caso, los enemigos y falsos musulmanes eran los conquistadores mongoles y sus colaboradores, pero su llamado a la yihad contra otros (falsos) musulmanes fue retomado de manera genérica por Wahab, que pasa a constituir la referencia clave de todo el pensamiento salafista hasta nuestros días, tal como lo demuestran, entre otros, Osama ben Laden y los líderes del Estado Islámico.
Tanto el papel histórico de Wahab como su importancia actual se fundan en su alianza con un jefe tribal, Mohamed ben Saud, que adoptó sus doctrinas como base religiosa de sus intentos por unificar Arabia. Los descendientes de Ben Saud fundarían, en 1932, la Arabia Saudita que hoy conocemos, y que es la base de un fundamentalismo wahabí que extiende su influencia dentro y fuera del mundo musulmán con la ayuda de la riqueza petrolera de ese país. No es por ello ninguna casualidad que Osama ben Laden provenga de Arabia Saudita ni que muchas de las tribus iraquíes que sostienen el Estado Islámico estén emparentadas con tribus sauditas.
Tiempos de guerra
Vivimos en tiempos de guerra, global, implacable y prolongada, con el islamismo armado o yihadismo. El avance genocida del Estado Islámico y sus ramificaciones internacionales nos ha obligado a reconocer esta penosa realidad. El escenario actual de la guerra es el Oriente Medio, pero pronto lo veremos extenderse, bajo nuevas formas, por otras latitudes. Hay miles de jóvenes que viven en las sociedades occidentales que ya son parte o están deseosos de ser parte de la yihad global. Esto es lo urgente, lo que debemos combatir aquí y ahora con toda decisión. Sin embargo, lo decisivo será enfrentar la corriente ideológico-religiosa de la que se nutre el yihadismo y que, como hemos visto, está enraizada en los fundamentos mismos del islam.
Debemos, en otras palabras, reconocer que existe un problema dentro del islam que reside en su aspiración central, incompatible con una sociedad abierta y democrática, de regir la vida social en su integridad. Esta aspiración, y no sólo los métodos más o menos extremos para alcanzarla, es el quid del problema. En este sentido, es sintomático que la crítica al yihadismo proveniente del islam institucionalizado (como la del gran muftí de Egipto y otras autoridades similares) se centre en la brutalidad de los métodos usados o en la proclamación ilegítima del califato, sin entrar en el fondo del asunto, ya que en ese terreno el islamismo tiene muchos triunfos en la mano.
Esta es la gran encrucijada del islam contemporáneo, y debiera también ser encarada, clara y honestamente, por aquellos musulmanes reformistas que quieren hacer del islam una religión moderna. Para sobrevivir en el largo plazo, el islam debe iniciar una retirada desde su concepción original totalizante hacia la esfera puramente espiritual y privada. Queda por ver si ello será posible.
(De liberalismo.org) -
La brutal expansión del denominado Estado Islámico en Irak y Siria ha dejado estupefacto al mundo. Nada parecido se había visto desde los tiempos de Stalin, Hitler y Pol Pot, y la amenaza no se circunscribe al Oriente Medio. Las redes del Estado Islámico se extienden muy lejos de las fronteras de los países musulmanes, tal como lo muestra su capacidad de enrolar como combatientes a miles de jóvenes provenientes de Europa Occidental y Estados Unidos. Se trata de una de las manifestaciones más violentas del islamismo o "islam político", como se autodenomina, y por ello es importante hacer un esfuerzo por entender los fundamentos de esta corriente político-religiosa.
¿Qué es el islamismo?
El islamismo no es más que el fundamentalismo movilizado políticamente en torno a tres objetivos fundamentales. En primer lugar está el objetivo estratégico de la gran cruzada emprendida ya por Mahoma, a saber, la islamización del mundo, extendiendo la así llamada Casa del Islam (Dar al Islam) hasta absorber completamente ese mundo exterior llamado Casa de la Guerra (Dar al Harb), donde aún reina la ignorancia (yahiliyah) acerca del mensaje divino transmitido por Mahoma. En segundo lugar tenemos la islamización plena de las sociedades musulmanas, es decir, su sometimiento integral e irrestricto a la ley islámica, de acuerdo al arquetipo de la umma o "comunidad de los creyentes" instituida por Mahoma en Medina. Esta intención restauradora es la que hace del islamismo un fundamentalismo militante o, en sus variantes yihadistas, un fundamentalismo armado.
A estas dos finalidades, ampliamente reconocidas como características del islamismo, se suma un tercer gran objetivo, que no es otro que destruir toda interpretación del islam que no sea la propia. Ello explica el carácter de guerra civil musulmana que adopta el islamismo en su versión yihadista. Aquí, simplemente, no hay perdón, y hay que recordar que se trata de una lucha fratricida que, al menos entre sunitas y chiitas, lleva ya más de 1.300 años, es decir, desde la batalla de Kerbala, el año 680, aún recordada con gran devoción por los musulmanes chiitas.
La lista de enemigos definida por el Estado Islámico en sus proclamas, por ejemplo aquella en la que declaraba instaurado el califato, el 29 de junio de 2014, refleja nítidamente estos objetivos. Primero están los rafidah (chiitas), luego los murtadin (apóstatas) y tawaghit (idólatras o falsos líderes musulmanes), y finalmente las naciones del kufr (pecado), alusión al mundo no islámico donde habitan los kufar (infieles).
Resumiendo, podemos decir que la lucha islamista –ya sea de raigambre sunita o chiita– tiene un horizonte global, pero su punto de partida son los propios países islámicos, que habrían abandonando la pureza del credo original de Mahoma, cayendo nuevamente en aquella yahiliyah que los caracterizaba antes de la revelación del Corán. Esta es la visión, extraordinariamente influyente, lanzada por Sayid Qutb (1906-1966; especialmente en su obra Hitos en el camino), el principal teórico de los Hermanos Musulmanes de Egipto. La profesión de fe de los Hermanos Musulmanes es, a su vez, la mejor síntesis posible de las ideas islamistas, cualquiera que sea su expresión concreta:
Alá es nuestro fin, el Profeta nuestro guía, el Corán nuestra constitución, la yihad nuestro camino y la muerte por Alá nuestro objetivo supremo.
Utopía islamista y carácter totalizante del islam
La utopía del islamismo es la creación de la ummat al Islamiyah o comunidad islámica universal, regida, de acuerdo a la tradición sunita ampliamente mayoritaria, por un califa o vicario (jalifa) del "mensajero de Alá" (rasul Alá, denominación de Mahoma). De allí el título, jalifa rasul Alá, adoptado desde el primer sucesor de Mahoma, Abú Bakr, hasta el jefe del Estado Islámico, Abú Bakr al Bagdadi.
Esta posición es muy distinta de, por ejemplo, la de los papas católicos (vicarios de Cristo), ya que el califa es, simultáneamente, un jefe espiritual, político y militar. Esta diferencia es clave, ya que alude a dos características cardinales que separan al cristianismo del islam y que, a su vez, son vitales para entender la fuerza del mensaje islamista entre muchos musulmanes. En primer lugar, el cristianismo no es fundacionalmente totalizante (si bien tendería a serlo al pasar a ser, en distintos lugares y épocas, una religión de Estado), y por ello no se articula originalmente como una religión que pretenda regir los asuntos de este mundo. "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" y “Mi Reino no es de este mundo” son dos síntesis bíblicas de esta distancia respecto del orden social y político terrenal que no existe en el islam.
Esto hace que para el cristianismo sea posible, sin alterar sus fundamentos últimos, aceptar una sociedad secularizada, mientras que para el islam una sociedad no regida por la ley islámica o sharia es, en principio, inaceptable. También lo es la democracia, ya que ésta se basa en la plena soberanía popular, mientras que en el islam la soberanía siempre recae, en último término, en Alá, y los hombres deben limitarse a reconocerla y aplicarla. Los musulmanes pueden tolerar, por razones de hecho, el vivir en sociedades secularizadas y democráticas, pero nunca pueden dejar de aspirar, sin faltar a su fe, a crear una sociedad plenamente islamizada. Esto no implica, sin embargo, que todos deban ser musulmanes, pudiendo existir otras fes monoteístas en calidad minorías protegidas, siempre que se sometan a la ley islámica. Al respecto, hay que recordar que de acuerdo al Corán la conversión forzosa al islam no está permitida ("No ha de existir coacción en la religión", dice la famosa aleya 2:256).
En segundo lugar, a diferencia de Mahoma, Cristo no fue ni pretendió jamás ser un jefe político-militar, tampoco el creador de un orden social determinado. La figura de Cristo dirigiendo sus ejércitos espada en mano es tan ajena a los evangelios como es natural la figura de Mahoma combatiendo en las célebres batallas de Badr (624) y Uhud (625), donde incluso resulta herido. De esta manera, Mahoma definió mediante sus actos el amplio campo de la yihad (esfuerzo, especialmente en la expresión coránica al yihad fi sabil Alá, es decir, "esfuerzo en el camino de Alá"), que va desde la lucha espiritual interior (la así denominada yihad mayor) a la lucha, pacífica o violenta, contra otros (la yihad menor). Esta última puede ser tanto defensiva (proteger los territorios ya incorporados a la Casa del Islam) como ofensiva (extender los dominios del islam a nuevas tierras).
En suma, mientras que el cristianismo nació para resistir al mundo o incluso para apartarse de él, el islam lo hizo para conquistarlo y gobernarlo. El cristianismo pretende originalmente divulgar una "buena nueva" (evangelio) espiritual, mientras que la buena nueva del islam trata del conjunto de la sociedad y de un reino que sí es de este mundo.
Raíces históricas del islamismo
Una explicación común sobre la razón de ser del islamismo plantea que éste sería una reacción ante la modernización que se difunde globalmente bajo la influencia occidental. Otros ponen el acento en la amenaza o intromisión político-militar de las potencias occidentales en el mundo musulmán. Este tipo de explicaciones tiene, sin duda, mucho de verdad, pero tiende a olvidar que las primeras reacciones islamistas anteceden en mucho a estos fenómenos y constituyen un rasgo permanente de la historia islámica.
Un breve recorrido por esa historia puede aclarar este punto. La expansión inicial del islam fue extraordinaria, y apenas cien años después de la muerte de Mahoma (632) el imperio árabe-musulmán se extendía desde el Indo hasta el Atlántico. Este desarrollo espectacular puso a una sociedad tribal en contacto con grandes culturas, como la helenística, la persa y la hindú. Bajo su atracción, el centro político del imperio islámico basculó rápidamente desde Medina hacia esas zonas más desarrolladas, asentándose primero en Damasco (bajo la dinastía de los Omeyas, 661-750) y luego, bajo los Abasíes, en la recién construida Bagdad, en plena Mesopotamia. Esta expansión creó un impulso dentro del islam similar a aquel que tempranamente experimentó el judeocristianismo, es decir, a dejar de ser una religión tribal para convertirse en una religión universal, capaz de difundirse entre otros pueblos e incorporar parte de la rica herencia cultural de los mismos (así, del mestizaje simbólico entre Jerusalén y Atenas nació el cristianismo).
Esta aspiración más abierta y cosmopolita fue el secreto del momento más esplendoroso de la civilización islámica: los dos primeros siglos del califato de Bagdad (750-944). Es en ese ambiente que surgen, ya en el siglo VIII, escuelas de pensamiento islámico como la de los mutazilíes, claramente influencidos por el racionalismo griego y hasta hoy objeto de odio de parte de las corrientes tradicionalistas del islam.
Ahora bien, fue justamente este inicio prometedor lo que desencadenó la primera reacción fundamentalista en la historia del islam, en lo que sería una de sus características recurrentes, donde los intentos de apertura y mestizaje cultural se ven revertidos por largos períodos de reacción islamista bajo la bandera del retorno a la pureza de los orígenes, es decir, al espíritu tribal del primer islam.
Con la desintegración del califato de Bagdad, ese mundo islámico en que las elites eran fieles al Corán pero leían también las traducciones de los clásicos de la Antigüedad grecolatina, tal como se inspiraban en la cultura jurídico-política de Bizancio y en los sofisticados estilos de vida persas, terminó siendo destruido por el localismo y la reacción popular, guiada por los ulemas ("doctores de la religión" y líderes locales). La consecuencia fue el surgimiento de una férrea ortodoxia jurídico-religiosa basada exclusivamente en el Corán y la sunna del Profeta (recolección de relatos autentificados de la vida y los dichos de Mahoma o hadices). A partir de ello se fija la ley divina o sharía, que rige toda la vida social, y el islam, especialmente en su versión sunita, pasa a ser una religión del recuerdo o la imitación (taqlid), que no conoce concepto más aborrecido que el de bida o innovación (sinónimo de herejía).
Wahabismo e islamismo
Durante la larga evolución histórica del islam se dieron nuevos ejemplos, habitualmente en las periferias del mundo islámico, de mestizaje y pluralismo. Fue así como se construyó el esplendor del califato de Córdoba (929-1031) o del reinado de Akbar en la India (1556-1605). En el caso de la España musulmana, la reacción vino, primero, desde Mauritania y Malí, origen de la expansión almorávide, y luego se intensificó con los almohades, de origen bereber. En el caso de la India musulmana, fue el emperador Aurangzeb (1658-1707) quien destruyó la notable obra de apertura y sincretismo religioso-cultural de Akbar.
Sin embargo, el caso más extremo y relevante de reacción islamista se da en la propia cuna del islam, la Península Arábiga. Se trata del wahabismo, también conocido bajo la denominación genérica de salafismo (de salaf o ancestro, referido a las primeras tres generaciones de seguidores de Mahoma, como ideal del musulmán). Esta es la principal corriente fundamentalista sunita, de la que provienen, entre otros, Al Qaeda, el Estado Islámico, Boko Haram (Nigeria), Al Shabaab (Somalia), Al Nur (Egipto) y los talibanes. Deriva su nombre de Mohamed ben Abdul Wahab (1703-1792), cuyas doctrinas ascéticas fueron una reacción extremadamente virulenta contra lo que interpretaba como una degeneración del islam, particularmente bajo los impulsos místicos del sufismo. Esto lo llevó a predicar la absoluta unidad y centralidad de Alá (al Tauhid), lo que incluso indujo a destruir cúpulas, minaretes y monumentos funerarios, especialmente aquellos asociados con Mahoma y sus compañeros, que pudiesen distraer al creyente del culto único a Alá. Esta obra de destrucción, que el Estado Islámico sigue promoviendo, conoció su momento culminante a comienzos en el siglo XIX, cuando las fuerzas saudíes conquistaron La Meca, Medina, Kerbala y Nayaf.
Una de las principales fuentes de inspiración de Mohamed ben Abdul Wahab fue Taqi al Din ben Taimiya (1263-1328), gran predicador fundamentalista de la yihad militar y el uso de la excomunión (takfir) contra otros musulmanes, que pasaban de esa manera a ser apóstatas. En su caso, los enemigos y falsos musulmanes eran los conquistadores mongoles y sus colaboradores, pero su llamado a la yihad contra otros (falsos) musulmanes fue retomado de manera genérica por Wahab, que pasa a constituir la referencia clave de todo el pensamiento salafista hasta nuestros días, tal como lo demuestran, entre otros, Osama ben Laden y los líderes del Estado Islámico.
Tanto el papel histórico de Wahab como su importancia actual se fundan en su alianza con un jefe tribal, Mohamed ben Saud, que adoptó sus doctrinas como base religiosa de sus intentos por unificar Arabia. Los descendientes de Ben Saud fundarían, en 1932, la Arabia Saudita que hoy conocemos, y que es la base de un fundamentalismo wahabí que extiende su influencia dentro y fuera del mundo musulmán con la ayuda de la riqueza petrolera de ese país. No es por ello ninguna casualidad que Osama ben Laden provenga de Arabia Saudita ni que muchas de las tribus iraquíes que sostienen el Estado Islámico estén emparentadas con tribus sauditas.
Tiempos de guerra
Vivimos en tiempos de guerra, global, implacable y prolongada, con el islamismo armado o yihadismo. El avance genocida del Estado Islámico y sus ramificaciones internacionales nos ha obligado a reconocer esta penosa realidad. El escenario actual de la guerra es el Oriente Medio, pero pronto lo veremos extenderse, bajo nuevas formas, por otras latitudes. Hay miles de jóvenes que viven en las sociedades occidentales que ya son parte o están deseosos de ser parte de la yihad global. Esto es lo urgente, lo que debemos combatir aquí y ahora con toda decisión. Sin embargo, lo decisivo será enfrentar la corriente ideológico-religiosa de la que se nutre el yihadismo y que, como hemos visto, está enraizada en los fundamentos mismos del islam.
Debemos, en otras palabras, reconocer que existe un problema dentro del islam que reside en su aspiración central, incompatible con una sociedad abierta y democrática, de regir la vida social en su integridad. Esta aspiración, y no sólo los métodos más o menos extremos para alcanzarla, es el quid del problema. En este sentido, es sintomático que la crítica al yihadismo proveniente del islam institucionalizado (como la del gran muftí de Egipto y otras autoridades similares) se centre en la brutalidad de los métodos usados o en la proclamación ilegítima del califato, sin entrar en el fondo del asunto, ya que en ese terreno el islamismo tiene muchos triunfos en la mano.
Esta es la gran encrucijada del islam contemporáneo, y debiera también ser encarada, clara y honestamente, por aquellos musulmanes reformistas que quieren hacer del islam una religión moderna. Para sobrevivir en el largo plazo, el islam debe iniciar una retirada desde su concepción original totalizante hacia la esfera puramente espiritual y privada. Queda por ver si ello será posible.
(De liberalismo.org) -
viernes, 23 de mayo de 2025
Combatiendo la pobreza (o creyendo hacerlo)
La pobreza existente en el planeta afecta a decenas o cientos de millones, y ello se debe, en primera instancia, a la insuficiente producción de alimentos y bienes en general. Si bien resulta obvio que la pobreza se debe, en última instancia, a la referida insuficiencia, también resulta obvio que deberíamos apoyar a los sectores productivos y desalentar a los sectores que poco o nada producen. Sin embargo, resulta llamativo que los sectores socialistas critican severamente a los sectores productivos (empresarios) mientras que casi nunca lo hacen con aquellos sectores que ni siquiera se interesan por prepararse mental y anímicamente para la producción de bienes y servicios.
El típico socialista parece suponer que los empresarios tienen, cada uno, unos 100 o 1.000 estómagos y que acaparan y consumen lo producido por sus trabajadores, y que por ello les faltan alimentos a los pobres. De ahí que creen conveniente expropiar toda empresa privada para establecer una economía socialista. En realidad, cuando en una sociedad existen pocos empresarios, necesariamente habrá déficit de producción, por lo que la pobreza y el hambre ocuparán pronto un lugar en la sociedad.
Como los empresarios crean y tienen mucha riqueza, aunque no todos, en las sociedades materialistas resultan ser las personas más exitosas. Pero en toda sociedad existe un gran porcentaje de gente envidiosa que simpatiza con el socialismo debido principalmente a las promesas de expropiación estatal de los medios de producción. En estos casos, la pobreza parece ser un auto-castigo que se imponen las sociedades con altos niveles de envidia.
Entre los ideólogos promotores de la pobreza, encontramos a varios sacerdotes que están convencidos de la “voracidad” de los empresarios sin tener en cuenta que las ganancias empresariales dependen principalmente de sus aptitudes productivas, es decir, los empresarios se enriquecen beneficiando a los integrantes de la sociedad, quienes adquieren voluntariamente sus productos. Mientras que tales ideólogos creen luchar a favor de los pobres, en realidad, con su actitud anti-empresarial, lo que hacen es promover la pobreza y la miseria generalizadas.
En los años 60, del siglo XX, en Estados Unidos se intentó reducir la pobreza con el aporte estatal de miles de millones de dólares, proceso que no tuvo éxito. Ello se debió a que muchos hombres pobres, al saber que el resto de la sociedad mantendría a su familia, dejaban de trabajar dedicándose a practicar “una buena vida”. Incluso gran parte del monto asignado a la ayuda social no llegaba a sus destinatarios debido a la burocracia y cierta corrupción asociada al proceso. De ahí la conclusión de que tales ayudas sociales no siempre producen los resultados esperados, mientras que sólo el trabajo productivo es el camino saludable para evitar la pobreza extrema.
Carlos Mugica, sacerdote que afirmaba luchar contra la pobreza, al promover el anticapitalismo y el antiempresarismo, en realidad estaba promoviendo acentuar la pobreza. Además, mientras fingía promover una lucha pacífica, varios de sus seguidores optaron por la violencia armada. Mugica escribió: “Una sociedad en la que se realicen plenamente los valores cristianos, será una sociedad sin empresarios” (De “Una vida para el pueblo”-Pequén Ediciones-Buenos Aires 1984).
También: “Para Cristo cada hombre es imagen y semejanza de Dios, por lo tanto, ofender a un hombre es ofender a Dios. Y el rol del que es ministro de Cristo es asumir la defensa del hombre, y sobre todo del pobre, del oprimido. Hay gente que dice: Ah, ustedes los sacerdotes, tanto hablan ahora de los pobres, ¿por qué no se ocupan de los ricos? Creo que sí, el sacerdote tiene el deber de ocuparse de los ricos. Su misión frente a los ricos es interpelarlos. Lo que pasa es que los ricos no quieren que uno se ocupe de ellos. Porque mi misión como sacerdote es denunciarlos. Yo tendría un problema de conciencia si no le hiciera ver al rico que, si no cambia de vida, debe poner sus bienes al servicio de la comunidad” (De "Peronismo y Cristianismo").
Alberto Benegas Lynch (h) cita algunos escritos que aparecen en el libro del sacerdote Carlos Mugica titulado “Peronismo y cristianismo” (Editorial Mierlin-Buenos Aires 1967):
“Para el rico la única posibilidad de salvación es dejar de serlo”. “Por eso el burgués o el que tiene mentalidad de burgués, es el menos capacitado para entender el mensaje de Jesucristo”.
“Uno de los grandes daños que nos hace esta sociedad llamada de consumo, pero de consumo de unos pocos y hambre para muchos, es el de hacernos creer que el amor es una cosa dulce, más o menos afectuosa. No. Por amor, muchas veces me veo obligado a hacer sufrir mucho a los seres que amo”.
“Qué nos puede importar que nos acusen de comunistas, de subversivos, de violentos y todo lo demás. Además, si yo soy cristiano, en alguna medida no soy signo de contradicción y si suscito simultáneamente el amor y el odio, mala fariña”.
“Jesucristo es mucho más ambicioso. No pretende crear una sociedad nueva, pretende crear un hombre nuevo y la categoría de hombre nuevo que asume el Che, sobre todo en su trabajo «El socialismo y el hombre», es una categoría netamente cristiana que San Pablo usa mucho”.
“Marx y Lenin al postular la comunidad de bienes más que parafrasear, copian el Evangelio. Cuando Marx habla de dar a cada uno según su trabajo o a cada uno según su necesidad, que para mí es profundamente evangélico, no hace más que asumir ese contenido”.
“Si hoy todos los que se dicen católicos en la Argentina pusieran todas sus tierras en común, todas sus casas en común, no habría necesidad de reformas agrarias, no habría necesidad de construir una sola casa”.
“Yo personalmente, como miembro del movimiento del Tercer Mundo, estoy convencido que en la Argentina sólo hay una salida a través de una revolución, pero una revolución verdadera, es decir simultánea: cambio de estructuras y cambio de estructuras internas. Como decían los estudiantes franceses de mayo del 68, tenemos que matar al policía que tenemos adentro, al opresor que tenemos adentro […] El cristiano, entonces, tiene que estar dispuesto a dar la vida”.
“Yo pienso que el sistema capitalista liberal que nosotros padecemos en un sistema netamente opresivo”. “Por eso, como norma los sacerdotes del Tercer Mundo propugnamos el socialismo en el cual se pueden dar relaciones de fraternidad entre los hombres”. “Los valores cristianos son propios de cualquier época, trascienden los movimientos políticos, en cambio el peronismo es un movimiento que asume los valores cristianos de determinada época”.
Un relato de cómo los sacerdotes del Tercer Mundo captaban en las diversas parroquias argentinas a jóvenes aptos para la guerrilla, lo manifiesta Juana Marcela Marty, quien escribió: "Mi prima (casi hermana) y mi primo, fueron captados por el padre Carlos Mugica entre los años 72 y 73. No fue rebeldía de chicos de familias bien, o de los que quieren más justicia, o ....Fue ODIO, FURIA, SALIR A MATAR. En un momento en que vivíamos cierta tranquilidad. Eduardo y yo quedamos en shock".
"Hablaban de armarse y salir a matar. Pero matar en serio. Muchas veces dije: mataría a tal o cual. Pero meterse en una organización extremista es algo mucho más profundo e irreversible. Matar, torturar, poner bombas, secuestrar, era algo a lo que se comprometieron".
"¿Les ha pasado conocer a alguien en un reportaje y después enterarse de que es un hdp? No lo parece. Creemos que tiene que tener un letrero en la frente que diga: «soy psicótico». Mi prima era mi hermana. La criaron, la educaron, la amaron mis padres. Y sin embargo, bastó una reunión para que descubriera (quizás ella ya lo sabía), un monstruo".
"Mugica era un tipo repulsivo. Eduardo y yo, éramos muy chicos, pero salimos de la reunión con el estómago revuelto. Y ahí quedaron prendados mis dos primos. Ahí iniciaron su camino. Todos, todos los argumentos de Mugica eran tan falaces, que había que tener un profundo problema psicológico para no asquearse. Era como ver a una Bonafini, pero jóven, atractiva, seductora".
"Mi prima era mi hermana: la misma edad, generalmente coincidíamos en gustos, en opiniones, .... y de un minuto a otro se transformó en mi acérrima enemiga" (De facebook.com).
El típico socialista parece suponer que los empresarios tienen, cada uno, unos 100 o 1.000 estómagos y que acaparan y consumen lo producido por sus trabajadores, y que por ello les faltan alimentos a los pobres. De ahí que creen conveniente expropiar toda empresa privada para establecer una economía socialista. En realidad, cuando en una sociedad existen pocos empresarios, necesariamente habrá déficit de producción, por lo que la pobreza y el hambre ocuparán pronto un lugar en la sociedad.
Como los empresarios crean y tienen mucha riqueza, aunque no todos, en las sociedades materialistas resultan ser las personas más exitosas. Pero en toda sociedad existe un gran porcentaje de gente envidiosa que simpatiza con el socialismo debido principalmente a las promesas de expropiación estatal de los medios de producción. En estos casos, la pobreza parece ser un auto-castigo que se imponen las sociedades con altos niveles de envidia.
Entre los ideólogos promotores de la pobreza, encontramos a varios sacerdotes que están convencidos de la “voracidad” de los empresarios sin tener en cuenta que las ganancias empresariales dependen principalmente de sus aptitudes productivas, es decir, los empresarios se enriquecen beneficiando a los integrantes de la sociedad, quienes adquieren voluntariamente sus productos. Mientras que tales ideólogos creen luchar a favor de los pobres, en realidad, con su actitud anti-empresarial, lo que hacen es promover la pobreza y la miseria generalizadas.
En los años 60, del siglo XX, en Estados Unidos se intentó reducir la pobreza con el aporte estatal de miles de millones de dólares, proceso que no tuvo éxito. Ello se debió a que muchos hombres pobres, al saber que el resto de la sociedad mantendría a su familia, dejaban de trabajar dedicándose a practicar “una buena vida”. Incluso gran parte del monto asignado a la ayuda social no llegaba a sus destinatarios debido a la burocracia y cierta corrupción asociada al proceso. De ahí la conclusión de que tales ayudas sociales no siempre producen los resultados esperados, mientras que sólo el trabajo productivo es el camino saludable para evitar la pobreza extrema.
Carlos Mugica, sacerdote que afirmaba luchar contra la pobreza, al promover el anticapitalismo y el antiempresarismo, en realidad estaba promoviendo acentuar la pobreza. Además, mientras fingía promover una lucha pacífica, varios de sus seguidores optaron por la violencia armada. Mugica escribió: “Una sociedad en la que se realicen plenamente los valores cristianos, será una sociedad sin empresarios” (De “Una vida para el pueblo”-Pequén Ediciones-Buenos Aires 1984).
También: “Para Cristo cada hombre es imagen y semejanza de Dios, por lo tanto, ofender a un hombre es ofender a Dios. Y el rol del que es ministro de Cristo es asumir la defensa del hombre, y sobre todo del pobre, del oprimido. Hay gente que dice: Ah, ustedes los sacerdotes, tanto hablan ahora de los pobres, ¿por qué no se ocupan de los ricos? Creo que sí, el sacerdote tiene el deber de ocuparse de los ricos. Su misión frente a los ricos es interpelarlos. Lo que pasa es que los ricos no quieren que uno se ocupe de ellos. Porque mi misión como sacerdote es denunciarlos. Yo tendría un problema de conciencia si no le hiciera ver al rico que, si no cambia de vida, debe poner sus bienes al servicio de la comunidad” (De "Peronismo y Cristianismo").
Alberto Benegas Lynch (h) cita algunos escritos que aparecen en el libro del sacerdote Carlos Mugica titulado “Peronismo y cristianismo” (Editorial Mierlin-Buenos Aires 1967):
“Para el rico la única posibilidad de salvación es dejar de serlo”. “Por eso el burgués o el que tiene mentalidad de burgués, es el menos capacitado para entender el mensaje de Jesucristo”.
“Uno de los grandes daños que nos hace esta sociedad llamada de consumo, pero de consumo de unos pocos y hambre para muchos, es el de hacernos creer que el amor es una cosa dulce, más o menos afectuosa. No. Por amor, muchas veces me veo obligado a hacer sufrir mucho a los seres que amo”.
“Qué nos puede importar que nos acusen de comunistas, de subversivos, de violentos y todo lo demás. Además, si yo soy cristiano, en alguna medida no soy signo de contradicción y si suscito simultáneamente el amor y el odio, mala fariña”.
“Jesucristo es mucho más ambicioso. No pretende crear una sociedad nueva, pretende crear un hombre nuevo y la categoría de hombre nuevo que asume el Che, sobre todo en su trabajo «El socialismo y el hombre», es una categoría netamente cristiana que San Pablo usa mucho”.
“Marx y Lenin al postular la comunidad de bienes más que parafrasear, copian el Evangelio. Cuando Marx habla de dar a cada uno según su trabajo o a cada uno según su necesidad, que para mí es profundamente evangélico, no hace más que asumir ese contenido”.
“Si hoy todos los que se dicen católicos en la Argentina pusieran todas sus tierras en común, todas sus casas en común, no habría necesidad de reformas agrarias, no habría necesidad de construir una sola casa”.
“Yo personalmente, como miembro del movimiento del Tercer Mundo, estoy convencido que en la Argentina sólo hay una salida a través de una revolución, pero una revolución verdadera, es decir simultánea: cambio de estructuras y cambio de estructuras internas. Como decían los estudiantes franceses de mayo del 68, tenemos que matar al policía que tenemos adentro, al opresor que tenemos adentro […] El cristiano, entonces, tiene que estar dispuesto a dar la vida”.
“Yo pienso que el sistema capitalista liberal que nosotros padecemos en un sistema netamente opresivo”. “Por eso, como norma los sacerdotes del Tercer Mundo propugnamos el socialismo en el cual se pueden dar relaciones de fraternidad entre los hombres”. “Los valores cristianos son propios de cualquier época, trascienden los movimientos políticos, en cambio el peronismo es un movimiento que asume los valores cristianos de determinada época”.
Un relato de cómo los sacerdotes del Tercer Mundo captaban en las diversas parroquias argentinas a jóvenes aptos para la guerrilla, lo manifiesta Juana Marcela Marty, quien escribió: "Mi prima (casi hermana) y mi primo, fueron captados por el padre Carlos Mugica entre los años 72 y 73. No fue rebeldía de chicos de familias bien, o de los que quieren más justicia, o ....Fue ODIO, FURIA, SALIR A MATAR. En un momento en que vivíamos cierta tranquilidad. Eduardo y yo quedamos en shock".
"Hablaban de armarse y salir a matar. Pero matar en serio. Muchas veces dije: mataría a tal o cual. Pero meterse en una organización extremista es algo mucho más profundo e irreversible. Matar, torturar, poner bombas, secuestrar, era algo a lo que se comprometieron".
"¿Les ha pasado conocer a alguien en un reportaje y después enterarse de que es un hdp? No lo parece. Creemos que tiene que tener un letrero en la frente que diga: «soy psicótico». Mi prima era mi hermana. La criaron, la educaron, la amaron mis padres. Y sin embargo, bastó una reunión para que descubriera (quizás ella ya lo sabía), un monstruo".
"Mugica era un tipo repulsivo. Eduardo y yo, éramos muy chicos, pero salimos de la reunión con el estómago revuelto. Y ahí quedaron prendados mis dos primos. Ahí iniciaron su camino. Todos, todos los argumentos de Mugica eran tan falaces, que había que tener un profundo problema psicológico para no asquearse. Era como ver a una Bonafini, pero jóven, atractiva, seductora".
"Mi prima era mi hermana: la misma edad, generalmente coincidíamos en gustos, en opiniones, .... y de un minuto a otro se transformó en mi acérrima enemiga" (De facebook.com).
miércoles, 21 de mayo de 2025
Justicia productiva vs. Justicia distributiva (o social)
En las sociedades en decadencia predomina la promoción de derechos sin una similar promoción de deberes. De ahí que poco se habla de la “justicia productiva”, por la cual cada integrante de la sociedad tiene el deber de producir por lo menos lo que consume. Si hay necesidades, por cada necesidad debe surgir un deber para satisfacerla. Por el contrario, cuando sólo se promueven derechos, se dice que “por cada necesidad surge un derecho”, lo que constituye la denominada “justicia distributiva” o “justicia social”.
Cuando algunos sectores de la sociedad son excluidos del deber de producir, se presupone que se trata de vagos e inútiles, mientras que otros sectores son obligados moralmente a producir para compensar la deficitaria producción de aquellos, siendo este el caso de los empresarios. Los políticos populistas, y sus seguidores, tienden a promover esta desigualdad asignando sólo derechos a algunos y sólo deberes a otros, mientras que la verdadera igualdad es la que reconoce iguales deberes e iguales derechos para todos.
Desde la política se promueve la vagancia e irresponsabilidad de los sectores poco productivos y se desalienta la laboriosidad y productividad del sector empresarial. De ahí que muchos suponen que la principal misión de los gobiernos implica igualar económicamente a todos, quitándole a los que producen y dándoselo a los que poco o nada producen. Walter E. Williams escribió: “Permítame ofrecerle mi definición de justicia social: Yo me quedo con lo que gano y usted se queda con lo que usted gana. ¿No está de acuerdo? Bueno, entonces explíqueme: ¿cuánto de lo que yo gano le pertenece a usted y por qué?”.
El caso extremo es el socialismo. Al menos teóricamente, se supone que todos deben recibir iguales remuneraciones bajo el lema: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. Si suponemos que en una población hay 1 millón de trabajadores, cada uno ha de recibir una millonésima parte de la producción total. Si uno de ellos decide no producir nada, o bien decide producir el doble, prácticamente no verá disminuido ni aumentado lo que recibe, de ahí que surge la tendencia a trabajar lo menos posible.
Los trabajadores socialistas, o gran parte de ellos, son presionados por el sistema a convertirse en parásitos sociales, ya que lo que reciben como pago, poco o nada depende de la productividad propia. Por el contrario, en las economías de mercado se establecen los intercambios asociados al trabajo, en lugar de la distribución estatal, ganando más quien más produce, o al menos esa es la tendencia predominante. Friedrich A. Hayek escribió: “El concepto de «justicia social» se utiliza hoy en todas partes como sinónimo de lo que hasta ahora se llamaba «justicia distributiva»”.
“Este concepto proporciona tal vez una idea algo más clara de lo que él puede significar. Y muestra, al mismo tiempo, por qué no puede ser aplicado a los resultados de una economía de mercado: no puede haber una justicia distributiva donde nadie distribuye nada. La justicia tiene sentido sólo como regla de comportamiento humano. Ninguna regla imaginable de comportamiento de los individuos que en una economía de mercado se abastecen mutuamente de bienes y servicios, podría generar una distribución de la que pudiera decirse razonablemente que sea justa o injusta”.
Los pobres resultados económicos logrados en los países socialistas, son similares a los que se producen en algunas sociedades africanas debido a tradiciones poco favorables a la producción. Hayek escribió al respecto: “Dicen los informes que en África hay comunidades en las que los jóvenes capaces se muestran reacios a servirse de métodos comerciales modernos –y por ello hayan imposible mejorar su situación-, porque las costumbres de la tribu les piden que compartan con el clan el producto de su mayor laboriosidad, de su capacidad y de su fortuna. El aumento de sus ingresos significaría simplemente para estas personas capaces que tendrían que compartirlos con un número creciente de beneficiarios. De ahí que les resulte imposible elevar su nivel de vida por encima del promedio de su tribu” (De “Breve lectura liberal” de Detmar Doering (compilador)-Editorial Dunken-Buenos Aires 2004).
La mayor injusticia puede advertirse cuando, de alguna forma, cultural o involuntaria, se obliga moral o materialmente a los más capaces a compensar el trabajo y la producción deficitaria de los demás. En el socialismo llega a tener valor aquello de que “El vivo vive del sonso y éste del trabajo”. Y cuando el sonso deja de trabajar para no ser explotado por los vagos y los ineptos, vía Estado, la economía se deteriora irremediablemente. De ahí que la “justicia social” vendría a ser realmente una “injusticia social” que perjudica a todos, ya sean aptos para la producción o bien ineptos para ello.
Cuando algunos sectores de la sociedad son excluidos del deber de producir, se presupone que se trata de vagos e inútiles, mientras que otros sectores son obligados moralmente a producir para compensar la deficitaria producción de aquellos, siendo este el caso de los empresarios. Los políticos populistas, y sus seguidores, tienden a promover esta desigualdad asignando sólo derechos a algunos y sólo deberes a otros, mientras que la verdadera igualdad es la que reconoce iguales deberes e iguales derechos para todos.
Desde la política se promueve la vagancia e irresponsabilidad de los sectores poco productivos y se desalienta la laboriosidad y productividad del sector empresarial. De ahí que muchos suponen que la principal misión de los gobiernos implica igualar económicamente a todos, quitándole a los que producen y dándoselo a los que poco o nada producen. Walter E. Williams escribió: “Permítame ofrecerle mi definición de justicia social: Yo me quedo con lo que gano y usted se queda con lo que usted gana. ¿No está de acuerdo? Bueno, entonces explíqueme: ¿cuánto de lo que yo gano le pertenece a usted y por qué?”.
El caso extremo es el socialismo. Al menos teóricamente, se supone que todos deben recibir iguales remuneraciones bajo el lema: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. Si suponemos que en una población hay 1 millón de trabajadores, cada uno ha de recibir una millonésima parte de la producción total. Si uno de ellos decide no producir nada, o bien decide producir el doble, prácticamente no verá disminuido ni aumentado lo que recibe, de ahí que surge la tendencia a trabajar lo menos posible.
Los trabajadores socialistas, o gran parte de ellos, son presionados por el sistema a convertirse en parásitos sociales, ya que lo que reciben como pago, poco o nada depende de la productividad propia. Por el contrario, en las economías de mercado se establecen los intercambios asociados al trabajo, en lugar de la distribución estatal, ganando más quien más produce, o al menos esa es la tendencia predominante. Friedrich A. Hayek escribió: “El concepto de «justicia social» se utiliza hoy en todas partes como sinónimo de lo que hasta ahora se llamaba «justicia distributiva»”.
“Este concepto proporciona tal vez una idea algo más clara de lo que él puede significar. Y muestra, al mismo tiempo, por qué no puede ser aplicado a los resultados de una economía de mercado: no puede haber una justicia distributiva donde nadie distribuye nada. La justicia tiene sentido sólo como regla de comportamiento humano. Ninguna regla imaginable de comportamiento de los individuos que en una economía de mercado se abastecen mutuamente de bienes y servicios, podría generar una distribución de la que pudiera decirse razonablemente que sea justa o injusta”.
Los pobres resultados económicos logrados en los países socialistas, son similares a los que se producen en algunas sociedades africanas debido a tradiciones poco favorables a la producción. Hayek escribió al respecto: “Dicen los informes que en África hay comunidades en las que los jóvenes capaces se muestran reacios a servirse de métodos comerciales modernos –y por ello hayan imposible mejorar su situación-, porque las costumbres de la tribu les piden que compartan con el clan el producto de su mayor laboriosidad, de su capacidad y de su fortuna. El aumento de sus ingresos significaría simplemente para estas personas capaces que tendrían que compartirlos con un número creciente de beneficiarios. De ahí que les resulte imposible elevar su nivel de vida por encima del promedio de su tribu” (De “Breve lectura liberal” de Detmar Doering (compilador)-Editorial Dunken-Buenos Aires 2004).
La mayor injusticia puede advertirse cuando, de alguna forma, cultural o involuntaria, se obliga moral o materialmente a los más capaces a compensar el trabajo y la producción deficitaria de los demás. En el socialismo llega a tener valor aquello de que “El vivo vive del sonso y éste del trabajo”. Y cuando el sonso deja de trabajar para no ser explotado por los vagos y los ineptos, vía Estado, la economía se deteriora irremediablemente. De ahí que la “justicia social” vendría a ser realmente una “injusticia social” que perjudica a todos, ya sean aptos para la producción o bien ineptos para ello.
Entrevista a Ernesto Sábato
Por Jorge Montes
Jorge Montes (J.M.): Poco después de publicar "El Túnel", usted declaró que tenía temor de morir y ser juzgado sólo por lo amargo de esa novela. ¿Por qué esa amargura?...¿De dónde viene?...¿Cómo fue su infancia?
Ernesto Sábato (E.S.): Fuimos once hermanos. A los dos menores, Arturo que fue presidente de YPF, y a mí, mamá nos "agarró" para ella; nos encerró y vivimos prácticamente enclaustrados, mirando las correrías de los demás chicos desde una ventana. Nada de ir al río, remontar barriletes, treparse a los árboles y otras cosas por el estilo. Yo no recuerdo ni haber jugado al trompo o a la bolita. De esa manera tuve una infancia muy melancólica, muy prisionera. Y no es que mi madre fuera mala. Por el contrario. Era una madre fenomenal, a la vez estoica, severa y cariñosa. Pero así fue, por lo que sea.
J.M.: ¿Está de acuerdo con una educación de ese tipo?
E.S.: Creo que no debe caerse en ninguno de los dos extremos. Ni en la educación extremadamente severa de antes, ni en la extremadamente blanda de hoy. La educación blanda de ahora es una catástrofe mundial; es uno de los errores más graves que está cometiendo la humanidad. Y la desorientación de los chicos es la consecuencia paradójica de su amplia libertad. Porque cuando los chicos están perdidos no tienen a quien recurrir. Uno no se apoya en columnas de manteca, se apoya en columnas de hierro. Los padres de antes eran columnas de hierro. La educación severa es sin duda terrible, deja sedimentos muy tristes. Pero la educación blanda tiene una cantidad de atributos negativos y catastróficos que sería largo de enumerar, empezando porque el hogar se está deshaciendo.
J.M.: ¿Tanto?
E.S.: Veinte mil años de experiencia de la humanidad entera han probado que es indispensable tener padre y madre. Mi casa era mi padre y mi madre, dos autoridades complementarias y diferentes; dos pilares opuestos e indispensables. La educación extremadamente severa tampoco es lo óptimo, claro. Pero no hay por qué tener que optar por alguno de estos dos extremos; lo óptimo es una posición intermedia constituida por dos atributos: autoridad y afectos. Creo que la educación debe ser a la vez afectuosa y firme. Y sin injusticias. Si el adulto no las tolera, el niño mucho menos.
J.M.: ¿Y la amistad entre padre e hijo?
E.S.: No se puede hablar de amistad entre padres e hijos. Es un grave error. Se es amigo entre iguales. El padre no es un igual. El padre es más y es menos que un amigo, es diferente. El chico pasa a menudo por grandes problemas de orientación, por grandes crisis, y necesita apoyarse en los padres como en columnas firmes, ahora, desdichadamente, cada día más infrecuentes. Vinculado a todo esto está el problema de las jerarquías. El padre no pertenece a la misma jerarquía que el hijo. No hay por qué enojarse con esta afirmación; es un hecho.
Del mismo modo que el jefe no tiene la misma jerarquía que el soldado o el profesor con el discípulo. La existencia de jerarquías es, paradójicamente, el mayor favor que podemos hacerle a los hijos, a los estudiantes, por lo mismo que dije antes de la necesidad de pilares en los momentos de desorientación. Se suele confundir, en esta época, la libertad con la liquidación de las jerarquías. Así le va a la humanidad contemporánea. Eso no lo digo yo solamente. Grandes pensadores y también esos sabios de la calle; como en nuestro caso Enrique Santos Discépolo cuando expresa grandes verdades en tangos ilustres y en particular en Cambalache, donde ve "llorar la Biblia junto a un calefón" y donde se dictamina "todo es igual, nada es mejor/lo mismo un burro que un gran profesor". La sabiduría popular, en suma, que es casi siempre infalible, porque es el resultado de miles de años de experiencias, de desdichas, de dolores, de esperanzas y no de 30 años de psicología moderna.
(Fragmentos de "Libros Elegidos"-Buenos Aires 1970)
Jorge Montes (J.M.): Poco después de publicar "El Túnel", usted declaró que tenía temor de morir y ser juzgado sólo por lo amargo de esa novela. ¿Por qué esa amargura?...¿De dónde viene?...¿Cómo fue su infancia?
Ernesto Sábato (E.S.): Fuimos once hermanos. A los dos menores, Arturo que fue presidente de YPF, y a mí, mamá nos "agarró" para ella; nos encerró y vivimos prácticamente enclaustrados, mirando las correrías de los demás chicos desde una ventana. Nada de ir al río, remontar barriletes, treparse a los árboles y otras cosas por el estilo. Yo no recuerdo ni haber jugado al trompo o a la bolita. De esa manera tuve una infancia muy melancólica, muy prisionera. Y no es que mi madre fuera mala. Por el contrario. Era una madre fenomenal, a la vez estoica, severa y cariñosa. Pero así fue, por lo que sea.
J.M.: ¿Está de acuerdo con una educación de ese tipo?
E.S.: Creo que no debe caerse en ninguno de los dos extremos. Ni en la educación extremadamente severa de antes, ni en la extremadamente blanda de hoy. La educación blanda de ahora es una catástrofe mundial; es uno de los errores más graves que está cometiendo la humanidad. Y la desorientación de los chicos es la consecuencia paradójica de su amplia libertad. Porque cuando los chicos están perdidos no tienen a quien recurrir. Uno no se apoya en columnas de manteca, se apoya en columnas de hierro. Los padres de antes eran columnas de hierro. La educación severa es sin duda terrible, deja sedimentos muy tristes. Pero la educación blanda tiene una cantidad de atributos negativos y catastróficos que sería largo de enumerar, empezando porque el hogar se está deshaciendo.
J.M.: ¿Tanto?
E.S.: Veinte mil años de experiencia de la humanidad entera han probado que es indispensable tener padre y madre. Mi casa era mi padre y mi madre, dos autoridades complementarias y diferentes; dos pilares opuestos e indispensables. La educación extremadamente severa tampoco es lo óptimo, claro. Pero no hay por qué tener que optar por alguno de estos dos extremos; lo óptimo es una posición intermedia constituida por dos atributos: autoridad y afectos. Creo que la educación debe ser a la vez afectuosa y firme. Y sin injusticias. Si el adulto no las tolera, el niño mucho menos.
J.M.: ¿Y la amistad entre padre e hijo?
E.S.: No se puede hablar de amistad entre padres e hijos. Es un grave error. Se es amigo entre iguales. El padre no es un igual. El padre es más y es menos que un amigo, es diferente. El chico pasa a menudo por grandes problemas de orientación, por grandes crisis, y necesita apoyarse en los padres como en columnas firmes, ahora, desdichadamente, cada día más infrecuentes. Vinculado a todo esto está el problema de las jerarquías. El padre no pertenece a la misma jerarquía que el hijo. No hay por qué enojarse con esta afirmación; es un hecho.
Del mismo modo que el jefe no tiene la misma jerarquía que el soldado o el profesor con el discípulo. La existencia de jerarquías es, paradójicamente, el mayor favor que podemos hacerle a los hijos, a los estudiantes, por lo mismo que dije antes de la necesidad de pilares en los momentos de desorientación. Se suele confundir, en esta época, la libertad con la liquidación de las jerarquías. Así le va a la humanidad contemporánea. Eso no lo digo yo solamente. Grandes pensadores y también esos sabios de la calle; como en nuestro caso Enrique Santos Discépolo cuando expresa grandes verdades en tangos ilustres y en particular en Cambalache, donde ve "llorar la Biblia junto a un calefón" y donde se dictamina "todo es igual, nada es mejor/lo mismo un burro que un gran profesor". La sabiduría popular, en suma, que es casi siempre infalible, porque es el resultado de miles de años de experiencias, de desdichas, de dolores, de esperanzas y no de 30 años de psicología moderna.
(Fragmentos de "Libros Elegidos"-Buenos Aires 1970)
domingo, 18 de mayo de 2025
¿Qué es la verdad?
La verdad es la exacta descripción de todo aquello que pueda describirse. Por lo general, en toda descripción realizada surge algún error, si bien la mayoría de las veces resulta ser un error tolerable. Podemos expresar la idea de la siguiente forma:
La descripción - Lo descrito = Error
Cuando el Error es nulo, implica que La descripción es igual a Lo descrito y que hemos llegado a la verdad.
El proceso de adquisición de conocimientos más eficaz es el de “Prueba y error”, que es el empleado en la ciencia experimental. Ello implica que todo experimento, para validar una teoría, es realizado para detectar el error cometido. Si el error es pequeño, dentro del ámbito de la rama científica considerada, puede aceptarse la teoría en cuestión. También se establecen experimentos para indagar acerca de “qué sucede” en ciertas circunstancias para luego establecer teorías o explicaciones al respecto.
Lo opuesto a la verdad es la mentira, es decir, cuando existe un error muy grande, puede provenir de una creencia o indagación por la cual se comete el error en forma involuntaria. Cuando el error es muy grande, y se trata de hacer pasar la descripción por verdadera, en forma voluntaria, se trata de una mentira.
En cuestiones humanas y sociales, alguien puede decir que 2 + 2 = 4, pero otro puede decir que 2 + 2 = 5. La tercera alternativa es la de los espíritus reconciliadores que afirman que 2 + 2 = 4,5. Este sería el caso de aquellos que emiten afirmaciones en las que se mezclan conceptos verdaderos y también falsos, que es la mejor forma posible de engañar a los demás. Es un caso similar al de quien quiere deshacerse de un billete falso y lo entrega en un pago junto a gran cantidad de billetes válidos.
En el caso de la religión advertimos que Cristo afirma: “Yo soy la verdad, el camino y la vida”. Como se trata de una cuestión moral, implica que sus prédicas apuntan a ofrecer el mejor camino a la felicidad (y a la posible vida eterna) luego de hacer una descripción del comportamiento humano con un error pequeño. Es decir, la verdad asociada a tal descripción queda ligada a la validez de sus mandamientos éticos.
Lo esencial del cristianismo es la ética propuesta, por cuanto se trata de una religión moral. Sin embargo, gran parte de los “creyentes” en realidad supone que no es la verdad y la efectividad de tal ética lo más importante, sino que la creencia se asocia a la resurrección, a la revelación y a otros aspectos inaccesibles a toda verificación, incluso inaccesibles a la lógica común. De ahí que poca predisposición a cumplir con los mandamientos se advierte en tal tipo de “creyentes”.
Quienes priorizan la verdad a los misterios, pueden acusar de “paganos” a quienes creen que podrán llegar al cielo sin cumplir con los mandamientos, como el “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Quienes priorizan la creencia en los misterios, por lo general acusan de “ateos” a quienes priorizan la moral.
Para enaltecer a Dios y rebajar al ser humano, muchos creyentes sostienen que la ética bíblica sólo pudo surgir de una transmisión o revelación de Dios a sus enviados. Por el contrario, las habilidades de Dios, como Creador, se verán enaltecidas si fue capaz de crear a un ser inteligente que pudo descubrir por sí mismo la ética necesaria para adaptarse al orden natural.
En oposición a la “religión cognitiva” de los creyentes en misterios, surge la “religión moral”, considerada por sectores que dejan un tanto de lado lo sobrenatural. Ya en el siglo XVI comienzan a surgir las “herejías” deístas, es decir, herejías desde el punto de vista de la ortodoxia católica. John H. Randall Jr. escribió: “El nuevo espíritu racionalista apareció por vez primera en el siglo XVI entre los socianos. Estos extremistas seguían a dos humanistas italianos que huyeron a Polonia donde fundaron un grupo denominado Hermanos Polacos, que floreció durante un siglo hasta que el renacimiento católico de 1661 acabó con ellos”.
“Los Socini, tío y sobrino, no se interesaban por la reacción medieval del protestantismo, pero eran humanistas típicos que, como Valla o Erasmo, buscaban una religión ética libre de misterios irracionales. De acuerdo con la típica concepción de los humanistas recalcaban el poder de la naturaleza humana para llevar una vida moral sin ayuda sobrenatural”.
“Por este motivo se sentían naturalmente inclinados a rechazar la mayor parte de la teología erigida sobre el supuesto de que la naturaleza humana era mala y que necesitaba un milagro divino para transformarla, supuesto compartido igualmente por católicos, luteranos y calvinistas. Negaban el pecado original: el hombre no es una criatura caída. Negaban la esclavitud moral del hombre, su incondicional predestinación, su necesidad de una mágica redención o transformación de su naturaleza, y por tanto encontraban inútil la doctrina del sacrificio de Cristo por los pecados de los hombres y, en realidad, toda alusión a la naturaleza divina de Cristo”.
“Este utilitarismo llegó a ser su doctrina más notable, si bien para los socianos, como para los demás unitarios, nunca ha sido la doctrina central sino un corolario que se desprende de su reiterada insistencia en la dignidad de la naturaleza humana. Desaparecía así la necesidad del sistema de los sacramentos eclesiásticos y de la fe protestante” (De “La formación del pensamiento moderno”-Editorial Nova-Buenos Aires 1952).
La solución de los actuales problemas planetarios, como las guerras y el hambre, y toda forma de sufrimiento, seguramente provendrá de una masiva adhesión al mandamiento bíblico del “amor al prójimo”, como una actitud por la cual adoptamos una predisposición firme y consciente a compartir penas y alegrías ajenas como propias. De ahí que la actual forma de promover la ética bíblica es bastante ineficaz. Una aproximación a la “herética” religión natural podría mejorar las cosas. Quienes sostienen que la ortodoxia católica y la protestante no deberían cambiar en lo más mínimo, aceptan tácitamente su oposición a todo cambio, incluso parecen suponer innecesaria la Segunda Venida de Cristo.
La profecía apocalíptica es interpretada por muchos como un posible fin del universo, o un fin de la vida terrestre o algo por el estilo. El Dios Padre y el Dios Amor es interpretado como un Hitler, un Mao o un Stalin que provocará miles de millones de muertes, posiblemente a partir de un cataclismo cósmico. Apenas se han enterado que la Biblia trata de cuestiones éticas y que el fin de los tiempos implica el fin de una era de sufrimientos promovidos por los propios seres humanos, para iniciar una etapa de paz y felicidad, algo completamente distinto a la creencia (y a los deseos) de una catástrofe universal con miles de millones de víctimas. El odio teológico parece no tener límites.
La descripción - Lo descrito = Error
Cuando el Error es nulo, implica que La descripción es igual a Lo descrito y que hemos llegado a la verdad.
El proceso de adquisición de conocimientos más eficaz es el de “Prueba y error”, que es el empleado en la ciencia experimental. Ello implica que todo experimento, para validar una teoría, es realizado para detectar el error cometido. Si el error es pequeño, dentro del ámbito de la rama científica considerada, puede aceptarse la teoría en cuestión. También se establecen experimentos para indagar acerca de “qué sucede” en ciertas circunstancias para luego establecer teorías o explicaciones al respecto.
Lo opuesto a la verdad es la mentira, es decir, cuando existe un error muy grande, puede provenir de una creencia o indagación por la cual se comete el error en forma involuntaria. Cuando el error es muy grande, y se trata de hacer pasar la descripción por verdadera, en forma voluntaria, se trata de una mentira.
En cuestiones humanas y sociales, alguien puede decir que 2 + 2 = 4, pero otro puede decir que 2 + 2 = 5. La tercera alternativa es la de los espíritus reconciliadores que afirman que 2 + 2 = 4,5. Este sería el caso de aquellos que emiten afirmaciones en las que se mezclan conceptos verdaderos y también falsos, que es la mejor forma posible de engañar a los demás. Es un caso similar al de quien quiere deshacerse de un billete falso y lo entrega en un pago junto a gran cantidad de billetes válidos.
En el caso de la religión advertimos que Cristo afirma: “Yo soy la verdad, el camino y la vida”. Como se trata de una cuestión moral, implica que sus prédicas apuntan a ofrecer el mejor camino a la felicidad (y a la posible vida eterna) luego de hacer una descripción del comportamiento humano con un error pequeño. Es decir, la verdad asociada a tal descripción queda ligada a la validez de sus mandamientos éticos.
Lo esencial del cristianismo es la ética propuesta, por cuanto se trata de una religión moral. Sin embargo, gran parte de los “creyentes” en realidad supone que no es la verdad y la efectividad de tal ética lo más importante, sino que la creencia se asocia a la resurrección, a la revelación y a otros aspectos inaccesibles a toda verificación, incluso inaccesibles a la lógica común. De ahí que poca predisposición a cumplir con los mandamientos se advierte en tal tipo de “creyentes”.
Quienes priorizan la verdad a los misterios, pueden acusar de “paganos” a quienes creen que podrán llegar al cielo sin cumplir con los mandamientos, como el “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Quienes priorizan la creencia en los misterios, por lo general acusan de “ateos” a quienes priorizan la moral.
Para enaltecer a Dios y rebajar al ser humano, muchos creyentes sostienen que la ética bíblica sólo pudo surgir de una transmisión o revelación de Dios a sus enviados. Por el contrario, las habilidades de Dios, como Creador, se verán enaltecidas si fue capaz de crear a un ser inteligente que pudo descubrir por sí mismo la ética necesaria para adaptarse al orden natural.
En oposición a la “religión cognitiva” de los creyentes en misterios, surge la “religión moral”, considerada por sectores que dejan un tanto de lado lo sobrenatural. Ya en el siglo XVI comienzan a surgir las “herejías” deístas, es decir, herejías desde el punto de vista de la ortodoxia católica. John H. Randall Jr. escribió: “El nuevo espíritu racionalista apareció por vez primera en el siglo XVI entre los socianos. Estos extremistas seguían a dos humanistas italianos que huyeron a Polonia donde fundaron un grupo denominado Hermanos Polacos, que floreció durante un siglo hasta que el renacimiento católico de 1661 acabó con ellos”.
“Los Socini, tío y sobrino, no se interesaban por la reacción medieval del protestantismo, pero eran humanistas típicos que, como Valla o Erasmo, buscaban una religión ética libre de misterios irracionales. De acuerdo con la típica concepción de los humanistas recalcaban el poder de la naturaleza humana para llevar una vida moral sin ayuda sobrenatural”.
“Por este motivo se sentían naturalmente inclinados a rechazar la mayor parte de la teología erigida sobre el supuesto de que la naturaleza humana era mala y que necesitaba un milagro divino para transformarla, supuesto compartido igualmente por católicos, luteranos y calvinistas. Negaban el pecado original: el hombre no es una criatura caída. Negaban la esclavitud moral del hombre, su incondicional predestinación, su necesidad de una mágica redención o transformación de su naturaleza, y por tanto encontraban inútil la doctrina del sacrificio de Cristo por los pecados de los hombres y, en realidad, toda alusión a la naturaleza divina de Cristo”.
“Este utilitarismo llegó a ser su doctrina más notable, si bien para los socianos, como para los demás unitarios, nunca ha sido la doctrina central sino un corolario que se desprende de su reiterada insistencia en la dignidad de la naturaleza humana. Desaparecía así la necesidad del sistema de los sacramentos eclesiásticos y de la fe protestante” (De “La formación del pensamiento moderno”-Editorial Nova-Buenos Aires 1952).
La solución de los actuales problemas planetarios, como las guerras y el hambre, y toda forma de sufrimiento, seguramente provendrá de una masiva adhesión al mandamiento bíblico del “amor al prójimo”, como una actitud por la cual adoptamos una predisposición firme y consciente a compartir penas y alegrías ajenas como propias. De ahí que la actual forma de promover la ética bíblica es bastante ineficaz. Una aproximación a la “herética” religión natural podría mejorar las cosas. Quienes sostienen que la ortodoxia católica y la protestante no deberían cambiar en lo más mínimo, aceptan tácitamente su oposición a todo cambio, incluso parecen suponer innecesaria la Segunda Venida de Cristo.
La profecía apocalíptica es interpretada por muchos como un posible fin del universo, o un fin de la vida terrestre o algo por el estilo. El Dios Padre y el Dios Amor es interpretado como un Hitler, un Mao o un Stalin que provocará miles de millones de muertes, posiblemente a partir de un cataclismo cósmico. Apenas se han enterado que la Biblia trata de cuestiones éticas y que el fin de los tiempos implica el fin de una era de sufrimientos promovidos por los propios seres humanos, para iniciar una etapa de paz y felicidad, algo completamente distinto a la creencia (y a los deseos) de una catástrofe universal con miles de millones de víctimas. El odio teológico parece no tener límites.
sábado, 17 de mayo de 2025
El legado social del Papa Francisco
Por Alberto Benegas Lynch (h)
A pesar de la condena histórica al marxismo en el ámbito teológico, el pensamiento socialista sigue permeando las declaraciones de algunos miembros de la Iglesia Católica.
La muerte de una persona bondadosa y bienintencionada siempre llama a la inclinación y a devotas oraciones. Claro que las intenciones no bastan, lo relevante son los resultados de las propuestas que en este caso nos circunscribimos a la materia social. Como han señalado una y otra vez los premios Nobel en economía Friedrich Hayek, Ronald Coase, James M. Buchanan, Edmund Phelps, Gary Becker, Milton Friedman y George Stigler, el bienestar social se logra sólo en una sociedad abierta (para recurrir a terminología popperiana), lo cual implica mercados libres y la institución fundamental de la propiedad privada. Esto ha sido refrendado por la realidad de los hechos cuando se observan políticas comparadas. También estos pilares fueron subrayados con énfasis por Pontífices, especialmente León XIII, Pio XI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Como es de público conocimiento, el Papa Francisco ha formulado repetidas declaraciones y escritos en Italia, Chile, Perú, Cuba, Estados Unidos y Brasil que van a contracorriente de las opiniones de los antes mencionados personajes. En esta nota periodística resumimos sus ideas con dos ejemplos clave. En una entrevista de Eugenio Scalfari –director de La Reppublica publicada el 11 de noviembre de 2016 le preguntaron al papa Francisco qué opinaba cuando en muchas ocasiones se le acusa de comunista o marxista. A lo que respondió: “Mi respuesta siempre ha sido que en todo caso son los comunistas los que piensan como los cristianos”.
En su mensaje a la Organización Internacional del Trabajo desde el Vaticano el 17 de junio de 2021, el Papa Francisco afirmó: “Siempre junto al derecho de propiedad privada está el más importante anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y por tanto el derecho de todos a su uso. Al hablar de propiedad privada olvidamos que es un derecho secundario que depende de ese derecho primario que es el destino universal de los bienes”. A nadie se le escapa que con este peculiar silogismo la propiedad privada queda sin efecto e irrumpe lo que en ciencia política se conoce como la tragedia de los comunes, es decir, lo que es de todos no es de nadie, lo cual perjudica muy especialmente a los más vulnerables debido a la extensión de la pobreza que significa el derroche de los siempre escasos recursos.
En este cuadro de situación es imprescindible tener presente lo estipulado por la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede que puntualizó el 30 de junio de 1977 en su Declaración sobre la promoción humana y la salvación cristiana que “el teólogo no está habilitado para resolver con sus propias luces los debates fundamentales en materia social […] Las teorías sociológicas se reducen de hecho a simples conjeturas y no es raro que contengan elementos ideológicos, explícitos o implícitos, fundados sobre presupuestos filosóficos discutibles o sobre una errónea concepción antropológica. Tal es el caso, por ejemplo, de una notable parte de los análisis inspirados por el marxismo y leninismo […] Si se recurre a análisis de este género, ellos no adquieren suplemento alguno de certeza por el hecho de que una teología los inserte en la trama de sus enunciados”.
León XIII en Rerum Novarum afirma: “Quede, pues, sentado que cuando se busca el modo de aliviar a los pueblos, lo que principalmente, y como fundamento de todo se ha de tener es esto: que se ha de guardar intacta la propiedad privada. Sea, pues, el primer principio y como base de todo que no hay más remedio que acomodarse a la condición humana; que en la sociedad civil no pueden todos ser iguales, los altos y los bajos. Afánense en verdad, los socialistas; pero vano es este afán, y contra la naturaleza misma de las cosas. Porque ha puesto en los hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio, ni la salud ni la fuerza; y a la necesaria desigualdad de estas cosas le sigue espontáneamente la desigualdad en la fortuna, lo cual es por cierto conveniente a la utilidad, así de los particulares como de la comunidad; porque necesitan para su gobierno la vida común de facultades diversas y oficios diversos; y lo que a ejercitar otros oficios diversos principalmente mueve a los hombres, es la diversidad de la fortuna de cada uno”.
Por su parte, Pio XI ha señalado en Quadragesimo Anno que “Socialismo religioso y socialismo cristiano son términos contradictorios; nadie puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero”, Juan Pablo II ha precisado bien el significado bienhechor del capitalismo especialmente en la sección 42 de Centesimus Annus y Joseph Ratzinger/Benedicto XVI en Jesús de Nazaret (tres tomos) critica “el experimento marxista”, señala que “el mensaje de Jesús es estrictamente individualista” y marca los problemas graves del abuso del poder político que “ha convertido al Tercer Mundo en Tercer Mundo” que “creyó transformar piedras en pan, pero ha dado piedras en lugar de pan”.
La Enciclopedia de la Biblia –bajo la dirección técnica de R. P. Sebastián Bartina y R. P. Alejandro Díaz Macho con la supervisión del Arzobispo de Barcelona– aclara que “fuerzan a interpretar las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, en sentido moral de renuncia y desprendimiento” y que “la clara fórmula de Mateo –bienaventurados los pobres de espíritu– da a entender que ricos o pobres, lo que han de hacer es despojarse interiormente de toda riqueza” (tomo VI, págs. 240/241).
Y el sacerdote polaco Miguel Poradowski –doctor en teología, doctor en derecho y doctor en sociología– en uno de sus libros titulado El marxismo en la teología escribe que “No todos se dan cuenta hasta dónde llega hoy la nefasta influencia del marxismo en la Iglesia. Muchos, cuando escuchan algún sacerdote que predica en el templo, ingenuamente piensan que se trata de algún malentendido. Desgraciadamente no es así. Hay que tomar conciencia de estos hechos porque si vamos a seguir cerrando los ojos […] tarde o temprano vamos a encontrarnos en una Iglesia ya marxistizada, es decir, en una anti-Iglesia”. En este sentido, no sólo preocupan las declaraciones reproducidas arriba del Papa Francisco que reflejan su pensamiento sino que al margen debe consignarse que su primera concelebración en San Pedro fue con el Padre Gustavo Gutiérrez, el creador de la línea marxista llamada “teología de la liberación” con las consecuentes y reiteradas declaraciones y escritos de sacerdotes que comparten esa visión degradada de la Biblia.
Por otra parte y en un plano distinto, es pertinente recordar lo manifestado por el dignatario de la Iglesia católica y teólogo Hans Urs von Balthasar nominado Cardenal por Juan Pablo II que por aquello de “mi reino no es de esta mundo” propone modificar el Estado Vaticano –consolidado por Mussolini vía el Tratado de Letrán, en 1929– por una figura del derecho internacional que proteja la cabeza de la Iglesia alejado de avatares partidarios (para no decir nada del Banco del Vaticano).
Pero lo más importante en esta instancia es celebrar junto a nuestra grey católica y a todo el mundo libre, independientemente del credo al que se adhiera, la designación como nuevo Papa a Robert Prevost que asume como León XIV y con el debido respeto rezo fervientemente para que este Pontífice muestre la miseria moral y material que tiene lugar cuando los aparatos de la fuerza que denominamos gobierno se apartan de los Mandamientos de no robar y no codiciar los bienes ajenos… para bien de todos pero muy especialmente de los más vulnerables.
(De www.elcato.org)
A pesar de la condena histórica al marxismo en el ámbito teológico, el pensamiento socialista sigue permeando las declaraciones de algunos miembros de la Iglesia Católica.
La muerte de una persona bondadosa y bienintencionada siempre llama a la inclinación y a devotas oraciones. Claro que las intenciones no bastan, lo relevante son los resultados de las propuestas que en este caso nos circunscribimos a la materia social. Como han señalado una y otra vez los premios Nobel en economía Friedrich Hayek, Ronald Coase, James M. Buchanan, Edmund Phelps, Gary Becker, Milton Friedman y George Stigler, el bienestar social se logra sólo en una sociedad abierta (para recurrir a terminología popperiana), lo cual implica mercados libres y la institución fundamental de la propiedad privada. Esto ha sido refrendado por la realidad de los hechos cuando se observan políticas comparadas. También estos pilares fueron subrayados con énfasis por Pontífices, especialmente León XIII, Pio XI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Como es de público conocimiento, el Papa Francisco ha formulado repetidas declaraciones y escritos en Italia, Chile, Perú, Cuba, Estados Unidos y Brasil que van a contracorriente de las opiniones de los antes mencionados personajes. En esta nota periodística resumimos sus ideas con dos ejemplos clave. En una entrevista de Eugenio Scalfari –director de La Reppublica publicada el 11 de noviembre de 2016 le preguntaron al papa Francisco qué opinaba cuando en muchas ocasiones se le acusa de comunista o marxista. A lo que respondió: “Mi respuesta siempre ha sido que en todo caso son los comunistas los que piensan como los cristianos”.
En su mensaje a la Organización Internacional del Trabajo desde el Vaticano el 17 de junio de 2021, el Papa Francisco afirmó: “Siempre junto al derecho de propiedad privada está el más importante anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y por tanto el derecho de todos a su uso. Al hablar de propiedad privada olvidamos que es un derecho secundario que depende de ese derecho primario que es el destino universal de los bienes”. A nadie se le escapa que con este peculiar silogismo la propiedad privada queda sin efecto e irrumpe lo que en ciencia política se conoce como la tragedia de los comunes, es decir, lo que es de todos no es de nadie, lo cual perjudica muy especialmente a los más vulnerables debido a la extensión de la pobreza que significa el derroche de los siempre escasos recursos.
En este cuadro de situación es imprescindible tener presente lo estipulado por la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede que puntualizó el 30 de junio de 1977 en su Declaración sobre la promoción humana y la salvación cristiana que “el teólogo no está habilitado para resolver con sus propias luces los debates fundamentales en materia social […] Las teorías sociológicas se reducen de hecho a simples conjeturas y no es raro que contengan elementos ideológicos, explícitos o implícitos, fundados sobre presupuestos filosóficos discutibles o sobre una errónea concepción antropológica. Tal es el caso, por ejemplo, de una notable parte de los análisis inspirados por el marxismo y leninismo […] Si se recurre a análisis de este género, ellos no adquieren suplemento alguno de certeza por el hecho de que una teología los inserte en la trama de sus enunciados”.
León XIII en Rerum Novarum afirma: “Quede, pues, sentado que cuando se busca el modo de aliviar a los pueblos, lo que principalmente, y como fundamento de todo se ha de tener es esto: que se ha de guardar intacta la propiedad privada. Sea, pues, el primer principio y como base de todo que no hay más remedio que acomodarse a la condición humana; que en la sociedad civil no pueden todos ser iguales, los altos y los bajos. Afánense en verdad, los socialistas; pero vano es este afán, y contra la naturaleza misma de las cosas. Porque ha puesto en los hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio, ni la salud ni la fuerza; y a la necesaria desigualdad de estas cosas le sigue espontáneamente la desigualdad en la fortuna, lo cual es por cierto conveniente a la utilidad, así de los particulares como de la comunidad; porque necesitan para su gobierno la vida común de facultades diversas y oficios diversos; y lo que a ejercitar otros oficios diversos principalmente mueve a los hombres, es la diversidad de la fortuna de cada uno”.
Por su parte, Pio XI ha señalado en Quadragesimo Anno que “Socialismo religioso y socialismo cristiano son términos contradictorios; nadie puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero”, Juan Pablo II ha precisado bien el significado bienhechor del capitalismo especialmente en la sección 42 de Centesimus Annus y Joseph Ratzinger/Benedicto XVI en Jesús de Nazaret (tres tomos) critica “el experimento marxista”, señala que “el mensaje de Jesús es estrictamente individualista” y marca los problemas graves del abuso del poder político que “ha convertido al Tercer Mundo en Tercer Mundo” que “creyó transformar piedras en pan, pero ha dado piedras en lugar de pan”.
La Enciclopedia de la Biblia –bajo la dirección técnica de R. P. Sebastián Bartina y R. P. Alejandro Díaz Macho con la supervisión del Arzobispo de Barcelona– aclara que “fuerzan a interpretar las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, en sentido moral de renuncia y desprendimiento” y que “la clara fórmula de Mateo –bienaventurados los pobres de espíritu– da a entender que ricos o pobres, lo que han de hacer es despojarse interiormente de toda riqueza” (tomo VI, págs. 240/241).
Y el sacerdote polaco Miguel Poradowski –doctor en teología, doctor en derecho y doctor en sociología– en uno de sus libros titulado El marxismo en la teología escribe que “No todos se dan cuenta hasta dónde llega hoy la nefasta influencia del marxismo en la Iglesia. Muchos, cuando escuchan algún sacerdote que predica en el templo, ingenuamente piensan que se trata de algún malentendido. Desgraciadamente no es así. Hay que tomar conciencia de estos hechos porque si vamos a seguir cerrando los ojos […] tarde o temprano vamos a encontrarnos en una Iglesia ya marxistizada, es decir, en una anti-Iglesia”. En este sentido, no sólo preocupan las declaraciones reproducidas arriba del Papa Francisco que reflejan su pensamiento sino que al margen debe consignarse que su primera concelebración en San Pedro fue con el Padre Gustavo Gutiérrez, el creador de la línea marxista llamada “teología de la liberación” con las consecuentes y reiteradas declaraciones y escritos de sacerdotes que comparten esa visión degradada de la Biblia.
Por otra parte y en un plano distinto, es pertinente recordar lo manifestado por el dignatario de la Iglesia católica y teólogo Hans Urs von Balthasar nominado Cardenal por Juan Pablo II que por aquello de “mi reino no es de esta mundo” propone modificar el Estado Vaticano –consolidado por Mussolini vía el Tratado de Letrán, en 1929– por una figura del derecho internacional que proteja la cabeza de la Iglesia alejado de avatares partidarios (para no decir nada del Banco del Vaticano).
Pero lo más importante en esta instancia es celebrar junto a nuestra grey católica y a todo el mundo libre, independientemente del credo al que se adhiera, la designación como nuevo Papa a Robert Prevost que asume como León XIV y con el debido respeto rezo fervientemente para que este Pontífice muestre la miseria moral y material que tiene lugar cuando los aparatos de la fuerza que denominamos gobierno se apartan de los Mandamientos de no robar y no codiciar los bienes ajenos… para bien de todos pero muy especialmente de los más vulnerables.
(De www.elcato.org)
viernes, 16 de mayo de 2025
El descanso del guerrero
La vida inteligente resulta ser el objetivo o finalidad implícita del orden natural, ya que dicha vida actúa como la autoconsciencia del universo. De ahí que la vida humana sea lo más valioso de todo lo existente. Quienes destruyen la vida humana, desde este punto de vista, son los que menos valen, por el hecho de ser los más destructivos. Este es el caso de los asesinos comunes y principalmente de los ideólogos que promueven asesinatos masivos, como es el caso de los promotores de los diversos totalitarismos.
En los años 70, en Uruguay, actúa el grupo terrorista Tupamaros, cuyos actos delictivos se sintetizan en 76 asesinatos, 102 robos, 43 atentados y 20 secuestros extorsivos. Entre los principales integrantes de ese grupo estaba José 'Pepe' Mujica, quien posteriormente llega a la presidencia del Uruguay mediante elecciones democráticas.
Si bien se advierte una mejora notable al abandonar su vida de delincuente, estableciendo una aceptable presidencia, por lo que puede considerarse como un “socialista no destructivo” para diferenciarlo de los “socialistas destructivos” al mando de otros países de la región.
Su reciente fallecimiento (Mayo del 2025) ha despertado importantes elogios de muchos sectores y también varios calificativos negativos atribuidos principalmente por su pasado delictivo. En algunas notas periodísticas se menciona que “fue secuestrado por el gobierno militar” sin siquiera mencionar que fue a la cárcel por asesinar, robar y por las demás actividades del grupo Tupamaros.
Esta omisión puede deberse a la intención de exaltar su figura, como una especie de héroe socialista, o bien puede deberse a la frecuente desvaloración extrema de la vida humana, principalmente de la gente común. De la misma forma en que los socialistas intentan establecer una sociedad humana a imagen y semejanza de un hormiguero o una colmena, las vidas no socialistas son valoradas casi como las de un insecto y poco cuentan ante su eliminación como opositores al establecimiento del socialismo.
Las personas que se van acercando a la vejez, por lo general hacen un repaso mental de sus aciertos pasados como también de sus errores, adoptando una postura más bien humilde ante posibles elogios recibidos, ya que interiormente saben que tales elogios pueden no ser tan merecidos como se supone. De ahí que llama la atención de que nunca se ha escuchado decir al propio Mujica, que lleva en su conciencia el dolor de haber cometido uno o varios asesinatos, cierto arrepentimiento y pena permanente. Ello puede deberse posiblemente por valorar pobremente las vidas humanas como la mayoría de los socialistas lo hacen.
Aquellas expresiones de que Mujica “amaba a su pueblo” contrasta bastante con el desprecio por la vida humana que mostró durante su etapa criminal. En caso de poseer una normal conciencia moral, resulta ser un personaje digno de cierta lástima ante el peso de sus graves acciones. En caso de ser alguien que careció de empatía emocional, materializando el ideal del Che Guevara que apuntaba a que el guerrillero socialista debía ser “una fría máquina de matar”, se advierte que sólo se trataba de un auténtico marxista-leninista, si bien pudo advertirse una evidente y meritoria mejoría moral.
En los años 70, en Uruguay, actúa el grupo terrorista Tupamaros, cuyos actos delictivos se sintetizan en 76 asesinatos, 102 robos, 43 atentados y 20 secuestros extorsivos. Entre los principales integrantes de ese grupo estaba José 'Pepe' Mujica, quien posteriormente llega a la presidencia del Uruguay mediante elecciones democráticas.
Si bien se advierte una mejora notable al abandonar su vida de delincuente, estableciendo una aceptable presidencia, por lo que puede considerarse como un “socialista no destructivo” para diferenciarlo de los “socialistas destructivos” al mando de otros países de la región.
Su reciente fallecimiento (Mayo del 2025) ha despertado importantes elogios de muchos sectores y también varios calificativos negativos atribuidos principalmente por su pasado delictivo. En algunas notas periodísticas se menciona que “fue secuestrado por el gobierno militar” sin siquiera mencionar que fue a la cárcel por asesinar, robar y por las demás actividades del grupo Tupamaros.
Esta omisión puede deberse a la intención de exaltar su figura, como una especie de héroe socialista, o bien puede deberse a la frecuente desvaloración extrema de la vida humana, principalmente de la gente común. De la misma forma en que los socialistas intentan establecer una sociedad humana a imagen y semejanza de un hormiguero o una colmena, las vidas no socialistas son valoradas casi como las de un insecto y poco cuentan ante su eliminación como opositores al establecimiento del socialismo.
Las personas que se van acercando a la vejez, por lo general hacen un repaso mental de sus aciertos pasados como también de sus errores, adoptando una postura más bien humilde ante posibles elogios recibidos, ya que interiormente saben que tales elogios pueden no ser tan merecidos como se supone. De ahí que llama la atención de que nunca se ha escuchado decir al propio Mujica, que lleva en su conciencia el dolor de haber cometido uno o varios asesinatos, cierto arrepentimiento y pena permanente. Ello puede deberse posiblemente por valorar pobremente las vidas humanas como la mayoría de los socialistas lo hacen.
Aquellas expresiones de que Mujica “amaba a su pueblo” contrasta bastante con el desprecio por la vida humana que mostró durante su etapa criminal. En caso de poseer una normal conciencia moral, resulta ser un personaje digno de cierta lástima ante el peso de sus graves acciones. En caso de ser alguien que careció de empatía emocional, materializando el ideal del Che Guevara que apuntaba a que el guerrillero socialista debía ser “una fría máquina de matar”, se advierte que sólo se trataba de un auténtico marxista-leninista, si bien pudo advertirse una evidente y meritoria mejoría moral.
¿Es posible el diálogo interreligioso?
Si bien es posible que se junten varios líderes religiosos a dialogar, es difícil que logren acuerdos. Ello se debe a que incluso no pueden ponerse de acuerdo los distintos sectores de una misma religión. Además, como se trata de un ámbito regido por creencias antes que por evidencias, sólo serán posibles los acuerdos surgidos de renuncias ideológicas de algunos líderes, algo que por el momento parece imposible.
El principal problema a solucionar implica poner en evidencia el peligro real que presenta el Islam, que promueve una violencia extrema contra los adeptos de otras religiones mientras intenta establecer un totalitarismo teocrático en todo lugar en donde sus seguidores constituyan una mayoría. Y todo ello está escrito en el Corán, inspirado en Dios o incluso "dictado" por Dios al profeta, según las diversas creencias. Oriana Fallaci escribió, dirigiéndose principalmente a los colaboracionistas cómplices con el Islam: "Pese a las guerras, las masacres y los homicidios de todo tipo ungen con el calificativo de santo, a un camellero bárbaro y asesino que sólo quería la destrucción de todos aquellos que no aceptaban ser sometidos por su soldadesca. El autor de un libro que parece escrito por Satanás y que ustedes osan tratar con el mismo respeto con que se trata a los Diez Mandamientos y los Evangelios".
"Me cuesta creer que una Iglesia que en nombre de la Vida lucha contra la masacre de embriones y el aborto ponga en el mismo plano a los Evangelios y el Corán, es decir, un libro, un Mein Kampf, que prohíbe pensar distinto del camellero".
"¿Realmente tenemos que volver al Coliseo y dejarnos comer por los leones para sobrevivir, o al menos ir al Paraíso? Me parece una decisión, además de insensata, ilógica, absolutamente idiota. La única explicación es que haya, detrás de tal decisión, una estrategia política que me resulte inasible. Pero en tal caso la estrategia sería bastante cínica, ya que (por ahora) requiere el martirio de los curas asesinados en la iglesia y de las mujeres cristiano-maronitas; los incendios hoy en las embajadas, mañana de las iglesias y pasado mañana de nuestras casas. Precios frente a los cuales el pueblo terminaría, o mejor dicho, terminará por rebelarse. Empezando por el pueblo de los fieles" (De "La vida es una batalla de cada día"-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2018).
La citada autora, consciente del peligro que afronta la civilización ocidental ante el embate islámico, ataque apoyado por la izquierda política y promovido irresponsablemente por los colaboracionistas de sectores la Iglesia, hace un llamado para evitar la destrucción cultural del sector occidental y, posteriormente, de todo el planeta:
"¿Qué más quieren? ¿Qué más necesitan para admitir lo que saben perfectamente bien, pero no quieren reconocer, por miedo, hipocresía o conveniencia? Es decir, que estamos en guerra: una guerra que ellos declararon. No nosotros. Que se da de todas las formas posibles, es decir, con sangre, asesinatos, incendios de embajadas (¿para cuándo los de iglesias?) y con amenazas, palabras y persecusiones como las que sufro yo, por ejemplo, con decapitaciones reales o simuladas. ¿Qué más quieren? ¿Qué otra cosa necesitan para despertar y comprender que es preciso defenderse?".
"¿Qué más quieren? ¿Qué más necesitan para comprender que nuestra libertad está en peligro, que está en peligro nuestra civilización, que la democracia está inerme, es débil, es suicida? ¿Qué más quieren? ¿Qué más necesitan para salir de la inercia, o mejor dicho de la servidumbre en la que se han atrincherado para proteger a sus propios atacantes, a sus propios invasores, a sus propios enemigos?".
El principal problema a solucionar implica poner en evidencia el peligro real que presenta el Islam, que promueve una violencia extrema contra los adeptos de otras religiones mientras intenta establecer un totalitarismo teocrático en todo lugar en donde sus seguidores constituyan una mayoría. Y todo ello está escrito en el Corán, inspirado en Dios o incluso "dictado" por Dios al profeta, según las diversas creencias. Oriana Fallaci escribió, dirigiéndose principalmente a los colaboracionistas cómplices con el Islam: "Pese a las guerras, las masacres y los homicidios de todo tipo ungen con el calificativo de santo, a un camellero bárbaro y asesino que sólo quería la destrucción de todos aquellos que no aceptaban ser sometidos por su soldadesca. El autor de un libro que parece escrito por Satanás y que ustedes osan tratar con el mismo respeto con que se trata a los Diez Mandamientos y los Evangelios".
"Me cuesta creer que una Iglesia que en nombre de la Vida lucha contra la masacre de embriones y el aborto ponga en el mismo plano a los Evangelios y el Corán, es decir, un libro, un Mein Kampf, que prohíbe pensar distinto del camellero".
"¿Realmente tenemos que volver al Coliseo y dejarnos comer por los leones para sobrevivir, o al menos ir al Paraíso? Me parece una decisión, además de insensata, ilógica, absolutamente idiota. La única explicación es que haya, detrás de tal decisión, una estrategia política que me resulte inasible. Pero en tal caso la estrategia sería bastante cínica, ya que (por ahora) requiere el martirio de los curas asesinados en la iglesia y de las mujeres cristiano-maronitas; los incendios hoy en las embajadas, mañana de las iglesias y pasado mañana de nuestras casas. Precios frente a los cuales el pueblo terminaría, o mejor dicho, terminará por rebelarse. Empezando por el pueblo de los fieles" (De "La vida es una batalla de cada día"-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2018).
La citada autora, consciente del peligro que afronta la civilización ocidental ante el embate islámico, ataque apoyado por la izquierda política y promovido irresponsablemente por los colaboracionistas de sectores la Iglesia, hace un llamado para evitar la destrucción cultural del sector occidental y, posteriormente, de todo el planeta:
"¿Qué más quieren? ¿Qué más necesitan para admitir lo que saben perfectamente bien, pero no quieren reconocer, por miedo, hipocresía o conveniencia? Es decir, que estamos en guerra: una guerra que ellos declararon. No nosotros. Que se da de todas las formas posibles, es decir, con sangre, asesinatos, incendios de embajadas (¿para cuándo los de iglesias?) y con amenazas, palabras y persecusiones como las que sufro yo, por ejemplo, con decapitaciones reales o simuladas. ¿Qué más quieren? ¿Qué otra cosa necesitan para despertar y comprender que es preciso defenderse?".
"¿Qué más quieren? ¿Qué más necesitan para comprender que nuestra libertad está en peligro, que está en peligro nuestra civilización, que la democracia está inerme, es débil, es suicida? ¿Qué más quieren? ¿Qué más necesitan para salir de la inercia, o mejor dicho de la servidumbre en la que se han atrincherado para proteger a sus propios atacantes, a sus propios invasores, a sus propios enemigos?".
miércoles, 14 de mayo de 2025
Similitudes totalitarias
La gente generalmente se escandaliza, con justa razón, cuando en política aparece un partido neonazi. Pero no ocurre lo mismo cuando se trata de un partido socialista, siendo que históricamente han sido igualmente peligrosos para el ciudadano común. Desde un principio se advierte el engaño al denominarse “partidos”, lo que da idea de que son partes o sectores de la sociedad en igualdad de derechos con otros partidos. Sin embargo, tanto el nazismo como el socialismo real tienden a prohibir a toda oposición, o a eliminarla, incluidos otros partidos políticos, si las circunstancias lo permiten.
Mientras que los nazis proclaman públicamente sus perversas intenciones, los socialistas las disfrazan revistiéndolas con nobles adjetivos, por lo que la peligrosidad sería mayor en este caso. Leemos en Wikipedia: “En su libro Le Malheur du siėcle, Alain Besançon afirmó que el comunismo es más perverso que el nazismo porque utiliza el espíritu universal de justicia y bondad para difundir el mal. Cada experiencia comunista empieza desde la inocencia para llevar hasta el crimen en nombre del bien”.
En cuanto a los “padres fundadores” del socialismo marxista, puede advertirse cierto racismo, que, sumado a la discriminación de clase social, conforman una tendencia a sembrar y a expandir ideológicamente la violencia destructiva en toda la sociedad. Jean-Françoise Revel escribió: “Escribe Watson que «el genocidio es una teoría propia del socialismo». Engels pedía en 1849 el exterminio de los húngaros que se habían levantado contra Austria. Da a la revista dirigida por su amigo Karl Marx, la Neue Rheinische Zeitung, un sonado artículo cuya lectura recomendaba Stalin en 1924 en sus Fundamentos del leninismo”.
“Engels aconseja en dicho artículo que, además de a los húngaros, se hiciera desaparecer a los serbios y otros pueblos eslavos, a los vascos, bretones y escoceses. En Revolución y contrarrevolución en Alemania, publicado en 1852 en la misma revista, el mismo Marx se pregunta cómo desembarazarse de «esos pueblos moribundos, los bohemios, carintios, dálmatas, etcétera»”.
“La raza cuenta mucho para Marx y Engels. Éste escribe en 1894 a una de las personas con las que mantenía correspondencia, W. Borgius: «Para nosotros, las condiciones económicas determinan todos los fenómenos históricos, pero la raza es en sí un dato económico…». En este principio se basaba Engels, siempre en la Neue Rheinische Zeitung (15 de febrero de 1849), para negar a los eslavos toda capacidad de acceder a la civilización. «Aparte de los polacos», escribe, «los rusos y, quizá, los eslavos de Turquía, ninguna nación eslava tiene porvenir pues a los demás eslavos les faltan las bases históricas, geográficas, políticas e industriales necesarias para la independencia» y para la capacidad de existir”.
“Es cierto que Engels atribuye parte de la «inferioridad» eslava a circunstancias históricas, pero considera que el factor racial imposibilita la mejora de esas circunstancias. ¡Imaginemos la indignación que provocaría un «pensador» al que se le ocurriera formular el mismo diagnóstico sobre los africanos!”.
“Según los fundadores del socialismo, la superioridad racial de los blancos es una verdad «científica». En las notas preparatorias del Anti-Dühring, evangelio de la filosofía marxista de la ciencia, Engels escribe: «Si, por ejemplo, los axiomas matemáticos son en nuestros países perfectamente evidentes para un niño de ocho años, sin ninguna necesidad de recurrir a la experimentación, es como consecuencia de la 'herencia acumulada'. Por el contrario, sería muy difícil enseñárselos a un bosquimano o a un negro de Australia»”.
“Ya en el siglo XX, algunos intelectuales socialistas, grandes admiradores de la Unión Soviética, como H.G. Wells y Bernard Shaw, reivindican para el socialismo el derecho de liquidar física y masivamente a las clases sociales que obstaculizan o retrasan la revolución. En 1933, en el periódico The Listener, Bernard Shaw, dando muestras de gran capacidad de anticipación, llega a urgir a los químicos para que «descubran un gas humanitario que cause una muerte instantánea e indolora, en suma, un gas refinado –evidentemente mortal- pero humano, desprovisto de crueldad», destinado a acelerar la depuración de los enemigos del socialismo”.
“Recordemos que durante su juicio en Jerusalén en 1962, el verdugo nazi Adolf Eichmann invocó como defensa el carácter «humanitario» del zyclon B con el que se gaseó a los judíos durante la Shoah. El nazismo y el comunismo tienen como objetivo común la metamorfosis, la redención «total» de la sociedad, es decir, de la humanidad. Por ello, se sienten con derecho a aniquilar a todos los grupos raciales o sociales que se considera que obstaculizan, aunque sea involuntaria e inconscientemente -«objetivamente» en la jerga marxista-, la sagrada empresa de la salvación colectiva” (De “La gran mascarada”-Taurus-Madrid 2000).
Mientras que los nazis proclaman públicamente sus perversas intenciones, los socialistas las disfrazan revistiéndolas con nobles adjetivos, por lo que la peligrosidad sería mayor en este caso. Leemos en Wikipedia: “En su libro Le Malheur du siėcle, Alain Besançon afirmó que el comunismo es más perverso que el nazismo porque utiliza el espíritu universal de justicia y bondad para difundir el mal. Cada experiencia comunista empieza desde la inocencia para llevar hasta el crimen en nombre del bien”.
En cuanto a los “padres fundadores” del socialismo marxista, puede advertirse cierto racismo, que, sumado a la discriminación de clase social, conforman una tendencia a sembrar y a expandir ideológicamente la violencia destructiva en toda la sociedad. Jean-Françoise Revel escribió: “Escribe Watson que «el genocidio es una teoría propia del socialismo». Engels pedía en 1849 el exterminio de los húngaros que se habían levantado contra Austria. Da a la revista dirigida por su amigo Karl Marx, la Neue Rheinische Zeitung, un sonado artículo cuya lectura recomendaba Stalin en 1924 en sus Fundamentos del leninismo”.
“Engels aconseja en dicho artículo que, además de a los húngaros, se hiciera desaparecer a los serbios y otros pueblos eslavos, a los vascos, bretones y escoceses. En Revolución y contrarrevolución en Alemania, publicado en 1852 en la misma revista, el mismo Marx se pregunta cómo desembarazarse de «esos pueblos moribundos, los bohemios, carintios, dálmatas, etcétera»”.
“La raza cuenta mucho para Marx y Engels. Éste escribe en 1894 a una de las personas con las que mantenía correspondencia, W. Borgius: «Para nosotros, las condiciones económicas determinan todos los fenómenos históricos, pero la raza es en sí un dato económico…». En este principio se basaba Engels, siempre en la Neue Rheinische Zeitung (15 de febrero de 1849), para negar a los eslavos toda capacidad de acceder a la civilización. «Aparte de los polacos», escribe, «los rusos y, quizá, los eslavos de Turquía, ninguna nación eslava tiene porvenir pues a los demás eslavos les faltan las bases históricas, geográficas, políticas e industriales necesarias para la independencia» y para la capacidad de existir”.
“Es cierto que Engels atribuye parte de la «inferioridad» eslava a circunstancias históricas, pero considera que el factor racial imposibilita la mejora de esas circunstancias. ¡Imaginemos la indignación que provocaría un «pensador» al que se le ocurriera formular el mismo diagnóstico sobre los africanos!”.
“Según los fundadores del socialismo, la superioridad racial de los blancos es una verdad «científica». En las notas preparatorias del Anti-Dühring, evangelio de la filosofía marxista de la ciencia, Engels escribe: «Si, por ejemplo, los axiomas matemáticos son en nuestros países perfectamente evidentes para un niño de ocho años, sin ninguna necesidad de recurrir a la experimentación, es como consecuencia de la 'herencia acumulada'. Por el contrario, sería muy difícil enseñárselos a un bosquimano o a un negro de Australia»”.
“Ya en el siglo XX, algunos intelectuales socialistas, grandes admiradores de la Unión Soviética, como H.G. Wells y Bernard Shaw, reivindican para el socialismo el derecho de liquidar física y masivamente a las clases sociales que obstaculizan o retrasan la revolución. En 1933, en el periódico The Listener, Bernard Shaw, dando muestras de gran capacidad de anticipación, llega a urgir a los químicos para que «descubran un gas humanitario que cause una muerte instantánea e indolora, en suma, un gas refinado –evidentemente mortal- pero humano, desprovisto de crueldad», destinado a acelerar la depuración de los enemigos del socialismo”.
“Recordemos que durante su juicio en Jerusalén en 1962, el verdugo nazi Adolf Eichmann invocó como defensa el carácter «humanitario» del zyclon B con el que se gaseó a los judíos durante la Shoah. El nazismo y el comunismo tienen como objetivo común la metamorfosis, la redención «total» de la sociedad, es decir, de la humanidad. Por ello, se sienten con derecho a aniquilar a todos los grupos raciales o sociales que se considera que obstaculizan, aunque sea involuntaria e inconscientemente -«objetivamente» en la jerga marxista-, la sagrada empresa de la salvación colectiva” (De “La gran mascarada”-Taurus-Madrid 2000).
lunes, 12 de mayo de 2025
Posible cisma de la Iglesia Católica
Dentro de la Iglesia se hace evidente una división entre conservadores y progresistas, según afirman algunos observadores. Los conservadores son aquellos que sugieren que el pueblo debe adaptarse a las directivas y decisiones de la Iglesia y se oponen a los cambios que proponen los progresistas, quienes sugieren que es la Iglesia la que debe adaptarse al pueblo. Estos últimos también proponen la promoción de Papas que sean esencialmente carismáticos, de manera de tener la capacidad de atraer a grandes sectores de la población.
Cuando la Iglesia propone cierta flexibilidad respecto de sus prohibiciones tradicionales, existe cierta predisposición a extralimitarse respecto de las mismas, por lo que la Iglesia siempre ha sido una especie de guardián del orden social, con fallas y limitaciones evidentes. Si la Iglesia pretende ser “popular”, en un sentido próximo al de la política, resultaría ser un paso adelante hacia el libertinaje y el caos social. Se acercaría al lema destructivo del “todo vale” en materia moral y cultural.
En realidad, corresponde que tanto Iglesia como pueblo se adapten a las leyes naturales que conforman el orden natural, de manera de aceptar primeramente los mandamientos bíblicos para, luego, ponerlos en práctica. No debemos olvidar que el cristianismo es una religión moral que tiene como objetivo promover el masivo cumplimiento de los mandamientos bíblicos.
Algunos autores comentan que la Iglesia se ha transformado en una ONG (Organización no gubernamental) promoviendo el cuidado del medio ambiente, la aceptación de inmigrantes, la defensa y cuidado de los pobres, etc. Debe tenerse presente que si se logra que pueblos y gobernantes tengan la predisposición a compartir penas y alegrías ajenas como propias, ocupándose con interés por la seguridad y bienestar de todo habitante del planeta, el cuidado del medio ambiente, la buena intención de recibir inmigrantes y el cuidado de los pobres se dará por añadidura, o como una consecuencia posterior. Pero, si la Iglesia se comporta como una gran ONG, estará descuidando su misión principal, sin lograr ningún resultado positivo.
La tarea de la Iglesia debería limitarse a promover el cumplimiento de los mandamientos bíblicos junto con una visión del mundo por la cual se admite la existencia de un evidente orden natural al que nos debemos adaptar. Dicho orden es la obra de un Creador, o bien dicho orden ocupa el lugar de un Dios con atributos humanos, siendo cualquiera de las dos alternativas, favorables al cumplimiento de los mandamientos, ya que tal cumplimiento responde al sentido de la vida objetivo impuesto a cada ser humano por dicho orden.
Se adjunta un artículo respecto de la situación actual de la Iglesia Católica:
DOS VISIONES DIVERGENTES Y LA VERDAD CONFUNDIDA CON EL ERROR
El grave presente de una Iglesia dividida
Por Agustín De Beitia
El deseo de crear una Iglesia humana, según la época y según nuestras ideas, viene de lejos y derivó en un cisma latente.
La casi unánime aclamación que acompañó desde el principio al papa Francisco y se prolongó hasta estos días, sólo matizada durante las recientes reuniones de cardenales, no alcanza a ocultar la nota más llamativa del tumultuoso pontificado que acaba de cerrarse: esa nota insoslayable es que el aprecio por Bergoglio siempre se manifestó más entre ateos y católicos liberales que entre aquellos que quieren mantenerse fieles a la tradición, a quienes el papa argentino denigró y persiguió. Un elocuente síntoma de un pontificado anómalo, radicalizado y perjudicial. Pero la exaltación de estos últimos días, como es evidente, perseguía un objetivo concreto: fijar un canon interpretativo sobre Bergoglio, aquel del “papa de los pobres” o “de la misericordia”, que sale a buscar a la oveja perdida. Una narrativa llamada a condicionar a todo crítico, y condicionar, especialmente, a su sucesor, para que no revierta sino, a lo sumo, modere la velocidad, en el rumbo que sigue la Iglesia. Rumbo que, salvo para los ya convencidos, es el de una Iglesia claudicante, dispuesta a renunciar a su misión con tal de congraciarse con el mundo, y que no empezó ciertamente con Francisco. Hasta dónde llegará ese condicionamiento sobre el nuevo papa está por verse.
Hay poderosos intereses en juego para que ese rumbo se consolide, y no puede descartarse que también sean políticos y financieros. El ahora excomulgado arzobispo italiano Carlo María Viganò habló en una reciente entrevista de un “complot globalista contra la Iglesia”. Y lo cierto es que la extraña abdicación de Benedicto XVI y la impúdica forma en que, de un día para el otro, organismos externos pasaron a auditar las finanzas y la administración del Vaticano le dan la razón.
Aun si Viganò va lejos con su razonamiento, al sugerir que la renuncia del papa alemán puede no haber sido libre -y por lo tanto nula la elección de Bergoglio-, no pueden soslayarse sus denuncias sobre la injerencia externa que sufre la Iglesia. Como tampoco puede soslayarse que el lobby subversivo mundial que busca allanar el establecimiento de un Nuevo Orden Mundial no sólo quiere gobiernos totalmente controlados sino también una nueva Religión de la Humanidad. Religión que Francisco favoreció visiblemente, sino en la intención, al menos en los hechos.
Pero, al margen de cualquier factor externo, habrá que admitir que el primer condicionamiento que tiene hoy la Iglesia para cumplir su misión es interno. Una parte de la jerarquía eclesiástica está obsesionada con reformar la Iglesia para “aggionarla”, y otra buena parte acompaña esos “progresos” desde hace años con cara de “aquí no pasa nada”.
CISMA
Conviene, pues, detenerse en el brutal contraste que pudo verse en estos días entre el arrobamiento más o menos sincero con Francisco y la indignación que manifestaron unos pocos por la forma en que se socavaron en estos años nociones esenciales de la fe. Una indignación que sólo empezó a abrirse paso con más fuerza en los días previos al cónclave.
Ese contraste -que ahora está a la vista y que a muchos los toma por sorpresa-, es el reflejo de dos miradas que conviven en la Iglesia, a las que separa un abismo de incomprensión. Son como dos Iglesias, si se permite el sentido figurado, que conviven en una misma estructura. Y esto dice mucho sobre el presente y sobre el futuro más inmediato de la institución, dañada en una profundidad y un alcance que no quiere reconocerse.
Hay, podría decirse, un cisma de hecho, si bien no declarado formalmente. Este cisma es entre quienes se preocupan por la fidelidad a la Revelación y el Magisterio de siempre, y quienes pretenden reformar la Iglesia para que sea “más humana”, “más fraterna”, “más inclusiva”, y así “abrazar” a más cantidad de personas.
Es un cisma entre quienes aún reconocen que el drama de todo ser humano es “rendir el hombre que son al hombre que deben ser”, como decía Juan Pablo II, y quienes creen que es la Iglesia la que debe rendirse al hombre moderno y su forma de vida actual, sin aclarar cuál será el destino del alma inmortal.
Esta división se explica porque el espíritu del mundo irrumpió dentro de la Iglesia desde hace largo tiempo. Y el deseo de crear una Iglesia humana, según la época y según nuestras ideas, también. Para encontrar la fuente de ese deseo se puede remontar hasta el Concilio Vaticano II, o al “espíritu” del Concilio que terminó imponiéndose, pero habría que ir aún más lejos. De hecho, la llamada “nueva teología” viene de antes, y las admoniciones de la Iglesia contra el modernismo, también.
Lo novedoso de la situación actual es que se está borrando la conciencia de que hay una verdad y un error, y así todo queda resumido a una cuestión de opiniones o preferencias.
El abad Claude Barthe, liturgista, ensayista y punzante observador de la realidad eclesial, acaba de admitirlo en un artículo para el blog Rorate Caeli. Barthe reconoce que la unidad de la Iglesia se ha perdido y que, si no pudieron reconstruirla ni los pontífices de la “restauración”, Juan Pablo II y Benedicto XVI, ni el papa del “progreso” que fue Francisco, tampoco lo logrará ningún papa que se proponga una versión más moderada del progreso. Y señala, con gran perspicacia, que el problema subyacente es “magisterial”: se relaciona con la falta de ejercicio del magisterio, con la ausencia de toda condena a la herejía.
El resultado de esa ausencia es este cisma latente que se ve hoy, donde los fieles ya no saben dónde está la frontera entre la fe y el error. “Hoy la autoridad se abstiene de desempeñar el papel de instrumento de unidad en el sentido clásico, que es la unidad en la fe, y se presenta en cambio como gestora de cierto consenso en la diversidad”, afirma con notable penetración.
“En el último medio siglo, salvo en casos excepcionales o marginales, las jerarquías episcopales o romanas no han pronunciado ninguna sentencia de exclusión de la Iglesia por herejía”, apunta.
DESASTROSO
“Los fieles, sacerdotes, cardenales e incluso un papa, pueden hacer afirmaciones divergentes sobre cuestiones de fe o moral que antes se consideraban fundamentales (por ejemplo, el respeto debido únicamente a la religión de Cristo o la indisolubilidad del matrimonio), sin dejar de ser considerados católicos. Esto es, obviamente, desastroso para la misión de la Iglesia, pero también -y lo uno explica lo otro- desastroso para la propia existencia de los católicos”, prosigue.
Ese es el punto central de todo el asunto, que no se llega a entender en estos días: lo dramático es cuál será el destino de esas almas.
Nunca ha estado más claro este novedoso papel de los papas como gestores de consensos que en la sinodalidad impulsada en los últimos años. El acento deja de estar puesto en la Verdad de Cristo y pasa a estarlo en los deseos de la mayoría. Los documentos postsinodales más recientes son un reflejo de ese compendio de voluntades discordantes.
El espíritu del mundo se irradia, va impregnando la mente, y se percibe hasta en detalles como el saludo inicial de los pontífices a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro. Del “Lodato sia Gesu Cristo” de Juan Pablo II al “Buona sera” de Francisco, ese cambio de mentalidad se advierte con claridad.
Bergoglio, hombre conciliar, llevó al extremo ese “espíritu” del Concilio Vaticano II, causando embarazo y escándalo a los fieles conscientes de su fe.
Pero hubo pocos sorprendidos y dispuestos a clarificar las cosas para los fieles. Ni cuando los pronunciamientos del papa fueron contrarios a la doctrina católica, ni frente a sus constantes ambigüedades, ni frente a su renuncia a la evangelización.
Sus pronunciamientos más problemáticos -sino heréticos- en referencia al matrimonio, la moral sexual o la recepción de los sacramentos, fueron “normalizados”. Así ocurrió con la afirmación de que la comunión no es un premio para los “perfectos” (Evangelii Gaudium, V, 47), con su apertura para que las personas divorciadas y vueltas a casar puedan comulgar (Amoris Laetitia, VIII, nota al pie 336) y su apertura para que las parejas del mismo sexo puedan recibir una bendición (Fiducia Supplicans). Y lo mismo puede decirse de sus expresiones que favorecieron el indiferentismo religioso, o de su persecución a los sacerdotes y comunidades religiosas que celebraban según la liturgia tradicional.
DUBBIA
Para apreciar hasta qué punto es grave la situación actual bastará con recordar que el pedido de aclaraciones al pontífice sobre algunos de estos puntos problemáticos (las dubbia) sólo logró convocar a cuatro cardenales, en un Colegio Cardenalicio que hoy está compuesto por 252 purpurados.
Una gran mayoría de los sacerdotes, obispos y cardenales demostraron que están dispuestos a retorcer la doctrina todo lo que haga falta por poder o comodidad. Y una mirada honesta a la realidad obliga a aceptar que no fueron pocos, tampoco, los católicos, incluso aquellos que acreditan una fe sostenida a lo largo del tiempo, que se negaron a ver cualquier inconsistencia en las expresiones del pontífice, tanto verbales como escritas en documentos magisteriales.
No se atrevieron a considerar lo que ya en el siglo V afirmó san Vicente de Lerins: que “hay papas que Dios los concede, otros que los tolera y otros que los inflige”, como alguna vez recordó el papa Benedicto XVI.
En estos años muchos no se concedieron, siquiera, la posibilidad de pensar que un papa puede equivocarse, y que afirmarlo no es faltar a la piedad filial ni al respeto que merece todo Santo Padre. La opción no es el “libre examen”; es el examen riguroso y honesto de la propia fe.
San Vicente de Lerins, monje benedictino, dejó un método para discernir la fe católica en medio de las herejías, que es seguir las Escrituras a la luz de la tradición de la Iglesia según la regla: “quod ubique, quod semper, quod oba ómnibus creditum est” (lo que se ha creído en todas partes, siempre y por todos).
SIN RAZÓN
Pero el abandono del uso de la razón, la papolatría cegadora que se ha visto exacerbada en estos años, fue una preocupante señal de la infantilización de la fe en muchos fieles.
Por eso la presente situación de la Iglesia es más grave aún de lo que se ha postulado en estos días. Nada hace prever que estas dinámicas que atraviesan la Iglesia vayan a desaparecer ni que se revierta radicalmente el presente curso de las cosas, al menos hasta donde alcanza a ver la vista humana.
Aunque lo ocurrido en los años pasados haya dejado expuestas las deficiencias de esos postulados que trajo el “espíritu del concilio”, la cruda realidad no permite ser muy optimistas sobre la posibilidad de que tales iniciativas vayan a ser abandonadas. Y no parece que pueda esperarse un ejercicio del magisterio orientado a condenar las herejías, porque eso también va contra la mentalidad eclesiástica dominante.
Mientras rezamos por el nuevo pontífice, para que Nuestro Señor lo asista y lo ilumine, y por la Iglesia toda, es oportuno recordar, junto con san Vicente de Lerins, que Dios permite a veces que algunos hombres eminentes se conviertan en autores de novedades heréticas para probarnos. Es una prueba para ver si nos aferramos a la Iglesia con fe, o si nos amamos a nosotros mismos. Y el verdadero católico ama a la Iglesia por encima de la autoridad de cualquier hombre.
(De www.laprensa.com.ar)
Cuando la Iglesia propone cierta flexibilidad respecto de sus prohibiciones tradicionales, existe cierta predisposición a extralimitarse respecto de las mismas, por lo que la Iglesia siempre ha sido una especie de guardián del orden social, con fallas y limitaciones evidentes. Si la Iglesia pretende ser “popular”, en un sentido próximo al de la política, resultaría ser un paso adelante hacia el libertinaje y el caos social. Se acercaría al lema destructivo del “todo vale” en materia moral y cultural.
En realidad, corresponde que tanto Iglesia como pueblo se adapten a las leyes naturales que conforman el orden natural, de manera de aceptar primeramente los mandamientos bíblicos para, luego, ponerlos en práctica. No debemos olvidar que el cristianismo es una religión moral que tiene como objetivo promover el masivo cumplimiento de los mandamientos bíblicos.
Algunos autores comentan que la Iglesia se ha transformado en una ONG (Organización no gubernamental) promoviendo el cuidado del medio ambiente, la aceptación de inmigrantes, la defensa y cuidado de los pobres, etc. Debe tenerse presente que si se logra que pueblos y gobernantes tengan la predisposición a compartir penas y alegrías ajenas como propias, ocupándose con interés por la seguridad y bienestar de todo habitante del planeta, el cuidado del medio ambiente, la buena intención de recibir inmigrantes y el cuidado de los pobres se dará por añadidura, o como una consecuencia posterior. Pero, si la Iglesia se comporta como una gran ONG, estará descuidando su misión principal, sin lograr ningún resultado positivo.
La tarea de la Iglesia debería limitarse a promover el cumplimiento de los mandamientos bíblicos junto con una visión del mundo por la cual se admite la existencia de un evidente orden natural al que nos debemos adaptar. Dicho orden es la obra de un Creador, o bien dicho orden ocupa el lugar de un Dios con atributos humanos, siendo cualquiera de las dos alternativas, favorables al cumplimiento de los mandamientos, ya que tal cumplimiento responde al sentido de la vida objetivo impuesto a cada ser humano por dicho orden.
Se adjunta un artículo respecto de la situación actual de la Iglesia Católica:
DOS VISIONES DIVERGENTES Y LA VERDAD CONFUNDIDA CON EL ERROR
El grave presente de una Iglesia dividida
Por Agustín De Beitia
El deseo de crear una Iglesia humana, según la época y según nuestras ideas, viene de lejos y derivó en un cisma latente.
La casi unánime aclamación que acompañó desde el principio al papa Francisco y se prolongó hasta estos días, sólo matizada durante las recientes reuniones de cardenales, no alcanza a ocultar la nota más llamativa del tumultuoso pontificado que acaba de cerrarse: esa nota insoslayable es que el aprecio por Bergoglio siempre se manifestó más entre ateos y católicos liberales que entre aquellos que quieren mantenerse fieles a la tradición, a quienes el papa argentino denigró y persiguió. Un elocuente síntoma de un pontificado anómalo, radicalizado y perjudicial. Pero la exaltación de estos últimos días, como es evidente, perseguía un objetivo concreto: fijar un canon interpretativo sobre Bergoglio, aquel del “papa de los pobres” o “de la misericordia”, que sale a buscar a la oveja perdida. Una narrativa llamada a condicionar a todo crítico, y condicionar, especialmente, a su sucesor, para que no revierta sino, a lo sumo, modere la velocidad, en el rumbo que sigue la Iglesia. Rumbo que, salvo para los ya convencidos, es el de una Iglesia claudicante, dispuesta a renunciar a su misión con tal de congraciarse con el mundo, y que no empezó ciertamente con Francisco. Hasta dónde llegará ese condicionamiento sobre el nuevo papa está por verse.
Hay poderosos intereses en juego para que ese rumbo se consolide, y no puede descartarse que también sean políticos y financieros. El ahora excomulgado arzobispo italiano Carlo María Viganò habló en una reciente entrevista de un “complot globalista contra la Iglesia”. Y lo cierto es que la extraña abdicación de Benedicto XVI y la impúdica forma en que, de un día para el otro, organismos externos pasaron a auditar las finanzas y la administración del Vaticano le dan la razón.
Aun si Viganò va lejos con su razonamiento, al sugerir que la renuncia del papa alemán puede no haber sido libre -y por lo tanto nula la elección de Bergoglio-, no pueden soslayarse sus denuncias sobre la injerencia externa que sufre la Iglesia. Como tampoco puede soslayarse que el lobby subversivo mundial que busca allanar el establecimiento de un Nuevo Orden Mundial no sólo quiere gobiernos totalmente controlados sino también una nueva Religión de la Humanidad. Religión que Francisco favoreció visiblemente, sino en la intención, al menos en los hechos.
Pero, al margen de cualquier factor externo, habrá que admitir que el primer condicionamiento que tiene hoy la Iglesia para cumplir su misión es interno. Una parte de la jerarquía eclesiástica está obsesionada con reformar la Iglesia para “aggionarla”, y otra buena parte acompaña esos “progresos” desde hace años con cara de “aquí no pasa nada”.
CISMA
Conviene, pues, detenerse en el brutal contraste que pudo verse en estos días entre el arrobamiento más o menos sincero con Francisco y la indignación que manifestaron unos pocos por la forma en que se socavaron en estos años nociones esenciales de la fe. Una indignación que sólo empezó a abrirse paso con más fuerza en los días previos al cónclave.
Ese contraste -que ahora está a la vista y que a muchos los toma por sorpresa-, es el reflejo de dos miradas que conviven en la Iglesia, a las que separa un abismo de incomprensión. Son como dos Iglesias, si se permite el sentido figurado, que conviven en una misma estructura. Y esto dice mucho sobre el presente y sobre el futuro más inmediato de la institución, dañada en una profundidad y un alcance que no quiere reconocerse.
Hay, podría decirse, un cisma de hecho, si bien no declarado formalmente. Este cisma es entre quienes se preocupan por la fidelidad a la Revelación y el Magisterio de siempre, y quienes pretenden reformar la Iglesia para que sea “más humana”, “más fraterna”, “más inclusiva”, y así “abrazar” a más cantidad de personas.
Es un cisma entre quienes aún reconocen que el drama de todo ser humano es “rendir el hombre que son al hombre que deben ser”, como decía Juan Pablo II, y quienes creen que es la Iglesia la que debe rendirse al hombre moderno y su forma de vida actual, sin aclarar cuál será el destino del alma inmortal.
Esta división se explica porque el espíritu del mundo irrumpió dentro de la Iglesia desde hace largo tiempo. Y el deseo de crear una Iglesia humana, según la época y según nuestras ideas, también. Para encontrar la fuente de ese deseo se puede remontar hasta el Concilio Vaticano II, o al “espíritu” del Concilio que terminó imponiéndose, pero habría que ir aún más lejos. De hecho, la llamada “nueva teología” viene de antes, y las admoniciones de la Iglesia contra el modernismo, también.
Lo novedoso de la situación actual es que se está borrando la conciencia de que hay una verdad y un error, y así todo queda resumido a una cuestión de opiniones o preferencias.
El abad Claude Barthe, liturgista, ensayista y punzante observador de la realidad eclesial, acaba de admitirlo en un artículo para el blog Rorate Caeli. Barthe reconoce que la unidad de la Iglesia se ha perdido y que, si no pudieron reconstruirla ni los pontífices de la “restauración”, Juan Pablo II y Benedicto XVI, ni el papa del “progreso” que fue Francisco, tampoco lo logrará ningún papa que se proponga una versión más moderada del progreso. Y señala, con gran perspicacia, que el problema subyacente es “magisterial”: se relaciona con la falta de ejercicio del magisterio, con la ausencia de toda condena a la herejía.
El resultado de esa ausencia es este cisma latente que se ve hoy, donde los fieles ya no saben dónde está la frontera entre la fe y el error. “Hoy la autoridad se abstiene de desempeñar el papel de instrumento de unidad en el sentido clásico, que es la unidad en la fe, y se presenta en cambio como gestora de cierto consenso en la diversidad”, afirma con notable penetración.
“En el último medio siglo, salvo en casos excepcionales o marginales, las jerarquías episcopales o romanas no han pronunciado ninguna sentencia de exclusión de la Iglesia por herejía”, apunta.
DESASTROSO
“Los fieles, sacerdotes, cardenales e incluso un papa, pueden hacer afirmaciones divergentes sobre cuestiones de fe o moral que antes se consideraban fundamentales (por ejemplo, el respeto debido únicamente a la religión de Cristo o la indisolubilidad del matrimonio), sin dejar de ser considerados católicos. Esto es, obviamente, desastroso para la misión de la Iglesia, pero también -y lo uno explica lo otro- desastroso para la propia existencia de los católicos”, prosigue.
Ese es el punto central de todo el asunto, que no se llega a entender en estos días: lo dramático es cuál será el destino de esas almas.
Nunca ha estado más claro este novedoso papel de los papas como gestores de consensos que en la sinodalidad impulsada en los últimos años. El acento deja de estar puesto en la Verdad de Cristo y pasa a estarlo en los deseos de la mayoría. Los documentos postsinodales más recientes son un reflejo de ese compendio de voluntades discordantes.
El espíritu del mundo se irradia, va impregnando la mente, y se percibe hasta en detalles como el saludo inicial de los pontífices a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro. Del “Lodato sia Gesu Cristo” de Juan Pablo II al “Buona sera” de Francisco, ese cambio de mentalidad se advierte con claridad.
Bergoglio, hombre conciliar, llevó al extremo ese “espíritu” del Concilio Vaticano II, causando embarazo y escándalo a los fieles conscientes de su fe.
Pero hubo pocos sorprendidos y dispuestos a clarificar las cosas para los fieles. Ni cuando los pronunciamientos del papa fueron contrarios a la doctrina católica, ni frente a sus constantes ambigüedades, ni frente a su renuncia a la evangelización.
Sus pronunciamientos más problemáticos -sino heréticos- en referencia al matrimonio, la moral sexual o la recepción de los sacramentos, fueron “normalizados”. Así ocurrió con la afirmación de que la comunión no es un premio para los “perfectos” (Evangelii Gaudium, V, 47), con su apertura para que las personas divorciadas y vueltas a casar puedan comulgar (Amoris Laetitia, VIII, nota al pie 336) y su apertura para que las parejas del mismo sexo puedan recibir una bendición (Fiducia Supplicans). Y lo mismo puede decirse de sus expresiones que favorecieron el indiferentismo religioso, o de su persecución a los sacerdotes y comunidades religiosas que celebraban según la liturgia tradicional.
DUBBIA
Para apreciar hasta qué punto es grave la situación actual bastará con recordar que el pedido de aclaraciones al pontífice sobre algunos de estos puntos problemáticos (las dubbia) sólo logró convocar a cuatro cardenales, en un Colegio Cardenalicio que hoy está compuesto por 252 purpurados.
Una gran mayoría de los sacerdotes, obispos y cardenales demostraron que están dispuestos a retorcer la doctrina todo lo que haga falta por poder o comodidad. Y una mirada honesta a la realidad obliga a aceptar que no fueron pocos, tampoco, los católicos, incluso aquellos que acreditan una fe sostenida a lo largo del tiempo, que se negaron a ver cualquier inconsistencia en las expresiones del pontífice, tanto verbales como escritas en documentos magisteriales.
No se atrevieron a considerar lo que ya en el siglo V afirmó san Vicente de Lerins: que “hay papas que Dios los concede, otros que los tolera y otros que los inflige”, como alguna vez recordó el papa Benedicto XVI.
En estos años muchos no se concedieron, siquiera, la posibilidad de pensar que un papa puede equivocarse, y que afirmarlo no es faltar a la piedad filial ni al respeto que merece todo Santo Padre. La opción no es el “libre examen”; es el examen riguroso y honesto de la propia fe.
San Vicente de Lerins, monje benedictino, dejó un método para discernir la fe católica en medio de las herejías, que es seguir las Escrituras a la luz de la tradición de la Iglesia según la regla: “quod ubique, quod semper, quod oba ómnibus creditum est” (lo que se ha creído en todas partes, siempre y por todos).
SIN RAZÓN
Pero el abandono del uso de la razón, la papolatría cegadora que se ha visto exacerbada en estos años, fue una preocupante señal de la infantilización de la fe en muchos fieles.
Por eso la presente situación de la Iglesia es más grave aún de lo que se ha postulado en estos días. Nada hace prever que estas dinámicas que atraviesan la Iglesia vayan a desaparecer ni que se revierta radicalmente el presente curso de las cosas, al menos hasta donde alcanza a ver la vista humana.
Aunque lo ocurrido en los años pasados haya dejado expuestas las deficiencias de esos postulados que trajo el “espíritu del concilio”, la cruda realidad no permite ser muy optimistas sobre la posibilidad de que tales iniciativas vayan a ser abandonadas. Y no parece que pueda esperarse un ejercicio del magisterio orientado a condenar las herejías, porque eso también va contra la mentalidad eclesiástica dominante.
Mientras rezamos por el nuevo pontífice, para que Nuestro Señor lo asista y lo ilumine, y por la Iglesia toda, es oportuno recordar, junto con san Vicente de Lerins, que Dios permite a veces que algunos hombres eminentes se conviertan en autores de novedades heréticas para probarnos. Es una prueba para ver si nos aferramos a la Iglesia con fe, o si nos amamos a nosotros mismos. Y el verdadero católico ama a la Iglesia por encima de la autoridad de cualquier hombre.
(De www.laprensa.com.ar)
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