miércoles, 6 de septiembre de 2017

Moralistas correctores vs. Destructores

En casi todas las épocas se presentan situaciones de crisis que favorecen el surgimiento de moralistas pretendiendo solucionarlas. No todos tienen éxito en sus intentos, a pesar de las mejores intenciones que puedan motivarlos. Sólo serán escuchados aquellos que comuniquen sus ideas con sencillez, mientras que, probablemente, sólo una parte de quienes los escuchan acatará sus sugerencias. Aun así, sentirán la satisfacción de haber hecho por los demás todo lo que estaba a su alcance, siendo el premio único y suficiente que podrán esperar con cierta seguridad. Recordemos que varios de los más destacados educadores del pasado recibieron, como respuesta, la muerte, por parte precisamente de aquellos a quienes pretendieron educar, como fueron los casos de Sócrates, Séneca, Cicerón, Cristo y Gandhi.

Entre las posturas adoptadas por los moralistas podemos encontrar dos extremos, que comprenden varios casos intermedios. Uno de esos extremos lo constituye el moralista simple, que se reconoce pecador como la mayoría, que trata de corregir los errores que advierte en los comportamientos sociales, pretendiendo de esa forma restaurar el nivel moral de épocas mejores. En el otro extremo tenemos al moralista que se comporta como si careciese de defectos y que, además, supone poseer toda la verdad. Este es el caso de quien prefiere destruir la sociedad en crisis para suplantarla por una sociedad ideal que existe sólo en su mente. Puede hacerse una síntesis de las posturas extremas mencionadas:

a- Moralista corrector: Trata de mejorar la moral individual para mejorar la moral de la sociedad.
b- Moralista destructor: Trata de destruir la sociedad en crisis para reemplazarla por una nueva, la que permitirá posteriormente la mejora individual.

En el primer caso, es posible lograr algún éxito, mientras que en el segundo caso (marxismo-leninismo principalmente), se supone que la abolición de la propiedad privada generará espontáneamente la mejora individual. Como ello generalmente no ocurre, se empleará la violencia para establecer una adaptación forzada del individuo a la nueva sociedad.

El moralista corrector puede considerarse como un lazo de realimentación dentro del sistema autorregulado que constituye el orden natural. Observa el comportamiento de los seres humanos y lo compara, mentalmente, con las exigencias que nos impone el orden natural en vista a nuestra adaptación al mismo. Si la diferencia advertida es grande, difunde sus ideas (y las de otros “lazos de realimentación”) tratando de reducir esa diferencia y de avanzar en el proceso de adaptación cultural a dicho orden.

El moralista corrector acude por lo general a toda la sabiduría existente que nos ha legado el pasado, y no descarta la posibilidad de convertirse en un simple difusor de ideas ajenas si considera que en algún libro se ha dicho todo lo que se debe decir, y en una forma óptima. De tanto buscar ese libro que nunca encuentra, termina escribiendo uno propio con la ayuda de todos los moralistas correctores que la historia ha legado. Agustín Álvarez escribió al respecto: “Yo vierto a mis expresiones las ideas que encuentro en otros y las doy por mías. Pero es que yo no quiero sacar partido para recoger de los demás sacadores de partido lo que Stendhal llamaba certificado de semejanza, sino encontrar la verdad y no para reacuñarla sino para resembrarla”.

“No quiero acuñar la gloria para el país en mi persona; no soy creador sino propagandista de verdades útiles, como el departamento de agricultura es propagador de semillas útiles. No me siento con autoridad para hablar de mi cuenta, ni es mi propósito el brillo; quiero solamente brindar a otros los andamios que me van sirviendo para reeducarme por si se quiere aprovecharlos y ninguna conspiración de silencio me impone silencio, porque no busco el ruido”.

“Creo como lo sostiene Ihering, que no se puede llegar al dominio de la verdad sino empezando por ser su esclavo, y que es el abuso de la facultad de emitir reglas y principios y verdades, como se emite moneda de papel, lo que, haciendo más caudal a los que emiten, hace más daño a los que admiten, dado que la seguridad es producida para las teorías por la circunstancia misma que debería inducir la desconfianza”.

Dardo Olguín escribe al respecto: “Si bien las lecturas copiosas dan información y pertrechos combativos, el impulso moralizador de Álvarez arranca de la contemplación directa de la realidad nacional de su época, de la inmoralidad política introducida en nuestras costumbres, y de las corruptelas creadas por el núcleo oligárquico que se había entronizado en el poder. Esa es la razón de que la urgencia de una terapéutica inmediata no le permitiera enfrascarse en disquisiciones puramente especulativas”.

“En este sentido no ha sido creador de sistemas éticos o filosóficos; ha sido un moralista actuante y un educador. Sus ideas políticas y sociales se transforman merced a ello, en una «medicina de la vida social» y tienen por misión el saneamiento del conglomerado nacional. Apegado al concepto de Durkheim, estima que si la sociología no tuviera un resultado práctico, no valdría una hora de pena” (De “Tres ideólogos mendocinos”-Mendoza 1952).

Álvarez se opone a quienes creen que las mejores leyes e instituciones generarán el progreso, en forma independiente de los hábitos y las costumbres. Dardo Olguín escribe al respecto: “Los Estados autónomos argentinos disfrutan sólo en el papel de las constituciones más adelantadas de la Tierra. Porque dictar leyes y echarse a dormir es el «ideal de los climas templados» y de los «ciudadanos que duermen siesta». Como no se puede transplantar el carácter de un pueblo, los que copien la letra de sus instituciones no pueden esperar el mismo fruto, sino el que corresponda a su propio modo de ser. La Historia enseña que estos desventurados pueblos sudamericanos no disfrutaron nunca los beneficios de la libertad teórica escrita en sus cartas”. “No basta mejorar la ley escrita, hay que mejorar la conciencia moral”.

“Hemos tenido la desgracia de caer en dos virtudes nacionales, que son, por casualidad, compatibles con todos los vicios nuestros y también con los ajenos, y que traen consigo dos corolarios, a cual más desastroso: «la insolencia» y «la declamación». El valor para atropellar al prójimo, y la ilustración para deslumbrarlo y engañarlo, son las dos llaves del porvenir para un argentino, porque son las dos cualidades que allegan más consideración pública. Dando instrucción damos poder. La inteligencia da los reglamentos enérgicos, y la voluntad los defrauda”.

En cuanto al otro extremo, el de quienes están empeñados en la destrucción de la “sociedad capitalista”, es decir, democrática, se encuentran quienes asumen la tarea destructiva con cierta alegría. José María Vidal Villa escribió al respecto: “Mayo, 1968. París. Una fecha y un lugar. Un mito, una leyenda. Una historia. La historia de una explosión social que modificaría profundamente a toda una generación, pero que no cambiaría la faz de la Tierra. El origen de una gran decepción, pero la vivencia de una gran fiesta…”.

“Mayo 1968. Crisis social y política, pero, sobre todo, gran explosión de ira, de cólera contenida y reprimida, de rebelión contra el «vieux monde» [vieja sociedad] que hastía, que aburre, que condena a la estupidez de por vida…En mayo del 68 se liberaron los más profundos sentimientos y los más acuciantes anhelos de miles y miles de jóvenes; VIVIR, sin cortapisas, sin represión, sin reglamentos, sin oscurantismo, sin consumismo, VIVIR, gozar de la vida y, a través de ella, subvertir el orden social que la impide, que la condiciona, que la convierte en una carrera sin objetivo”.

“Vivir es luchar contra la sociedad burguesa, contestar todos sus valores, sus métodos y, sobre todo, sus objetivos…Que sabio fue aquel que en plena ocupación de la Sorbona escribió sobre uno de los monumentales cuadros que adornan sus viejos despachos esta lúcida frase: «La humanidad será feliz el día en que el último de los burócratas habrá sido colgado con las tripas del último de los capitalistas»” (De “Mayo’68”-Editorial Bruguera SA-Barcelona 1978).

Los movimientos revolucionarios vienen precedidos por ideas que los promueven. En el caso de Mayo del 68, sus “autores intelectuales” se conocen como el grupo de las 3 M: Marx, Mao, Marcuse. Los revolucionarios, bajo la aparente legalidad que les otorgan las ideologías y los ideólogos aceptados por la sociedad, se sienten exentos de toda culpa por sus acciones y con plenos derechos a destruirlo todo. En la actualidad no existen límites éticos en filosofía, política, sociología, y en todo ámbito en donde actúen los “moralistas destructivos”; en realidad, inmorales desde el punto de vista del moralista corrector.

Herbert Marcuse, a diferencia de otros “moralistas” indirectos, pareciera buscar la destrucción por la destrucción misma, si bien establece oscuros e indescifrables objetivos para el hombre una vez pasada la tormenta de la violencia. Eliseo Vivas escribe al respecto: “Un fantasma frecuenta nuestro mundo, el espectro del nihilismo. El fantasma que Marx y Engels dejaron suelto en su mundo fue una amenaza calamitosa. Pero tenía una gracia redentora. Ellos querían la destrucción de nuestra sociedad con el fin de crear, decían, un mundo sin iniquidad y sin explotación. El fantasma que frecuenta nuestro mundo no se propone otra cosa que la destrucción. El nihilismo contemporáneo no tiene planes para construir un mundo mejor y se jacta de no tenerlos. Está empecinado en destruir por destruir…Todo lo que existe sirve únicamente para la botella incendiaria, y luego para la bomba y la dinamita” (De “Contra Marcuse”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 1973).

Otra diferencia que existe entre Marcuse y el marxismo tradicional es que, en lugar de promover la violencia entre la clase trabajadora, o proletariado, Marcuse la promueve entre los jóvenes, estudiantes principalmente, por cuanto los trabajadores en esta época no responden a los revolucionarios. Vivas agrega: “Hay muchos intelectuales que están completamente de acuerdo con esta actitud completamente negativa de puro odio, hombres educados que experimentan extáticos, el vértigo de la destrucción total. La mayoría de estos nihilistas no pertenecen a la clase más desheredada de nuestra sociedad. El grupo está integrado por profesores universitarios y por los estudiantes que ellos pervierten al convertirlos a su destructiva visión, maestros de escuelas primarias, miembros del clero y profesionales del derecho e incluso de la medicina e ingeniería”.

“Son los soñadores de la libertad «in vacuo», los de las consignas abstractas y las teóricas fórmulas políticas de los miembros de la Cosa Nostra intelectual de la Nueva Izquierda, con sus causas prefabricadas, sus histriónicas quejas y su humanitarismo abstracto…lo peor de lo peor…los termites intelectuales del mundo occidental”.

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