lunes, 29 de abril de 2013

Acerca de la libertad

Entre los valores adoptados, y que caracterizan a la mentalidad occidental, aparece la libertad, concepto que, sin embargo, no es tan valorado por la tradición oriental, al menos según la opinión de algunos especialistas en el tema. Orlando Patterson escribió: “Nadie negaría que hoy la libertad es el valor supremo del mundo occidental. Los filósofos discuten interminablemente acerca de su naturaleza y significado; es palabra clave de todo político, evangelio secular de nuestro sistema económico de «libre empresa», fundamento de todas nuestras actividades culturales. Es también un valor central del cristianismo: ser redimido, ser liberado por y en Cristo es el objetivo último de los cristianos. Es el único valor por el cual mucha gente parece estar dispuesta a morir –sin duda según lo que dicen y a menudo según lo que hacen-. Durante la prolongada pesadilla de la Guerra Fría, los lideres de Occidente llegaron a dividir el mundo en dos grandes bandos, el mundo libre y el mundo no libre, y más de una vez declararon –con siniestra sinceridad- que estaban dispuestos a arriesgar un holocausto nuclear para defender este ideal sagrado que llamamos libertad” (De “La libertad”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1991).

Si contemplamos al hombre bajo la perspectiva de la evolución biológica y su posterior adaptación al medio; proceso continuado por la evolución y adaptación cultural, a cargo del hombre, podemos decir que la libertad es la condición del hombre plenamente adaptado al orden natural. Tal atributo implica ser gobernado por la ley natural. De ahí que la libertad plena es un objetivo a lograr, que se va adquiriendo paulatinamente. Marco Tulio Cicerón escribió: “Seamos esclavos de la ley para que podamos ser libres”. La validez esencial de esta sentencia radica en considerar no sólo la ley humana, sino, sobre todo, la ley natural.

Si bien la definición, o descripción, anterior es bastante general y puede decirnos bastante poco, es conveniente analizar el tema desde esta perspectiva. De ahí que podamos decir que, debido a que el hombre actúa tanto por la influencia recibida del medio social como por su herencia genética, la libertad dependerá tanto de una necesidad natural como también será una conquista cultural que hubo de aparecer en algún momento de la historia de la humanidad.

Si nuestras acciones son consecuencias parciales de la influencia social recibida, podemos afirmar que nadie se encuentra ajeno a tal influencia, por lo que, en principio, la libertad, como atributo de quien obra sin estar ligado a la influencia externa, dejaría de tener sentido. Sin embargo, podemos distinguir entre una influencia “mala”, que nos induce a actuar en función de lo que piensa un hombre que desconoce la ley natural, y una influencia “buena” que es la de quienes realizan sus vidas acorde a dicha ley. En otras palabras, ser gobernado mentalmente por otros hombres implica no ser libre, mientras que ser inducido por otros hombres a ser gobernado por las leyes naturales implica adoptar el rumbo de una libertad genuina. Recordemos la frase bíblica: “La verdad os hará libres”.

Como vemos, la condición de libres implica no solamente serlo respecto de nuestra capacidad de obrar cotidiana, sino también respecto de las ideas que predominan en nuestra mente, ya que las ideas son las que, tarde o temprano, deciden nuestra conducta individual como también las conductas colectivas del grupo social. De ahí que seremos libres en la verdad y esclavos en la mentira. Lord Acton dijo: “El gran objeto, al tratar de comprender la historia es ir más allá de los hombres y captar las ideas. Las ideas tienen una radiación y un desarrollo, un linaje y una posteridad propios, en que los hombres desempeñan el papel de padrinos y madrinas, más que de padres legítimos. Las fuerzas impersonales que rigen al mundo, [doctrinas e ideas] empujan las cosas hacia ciertas consecuencias sin ayuda de motivos locales o temporales o accidentales”. “Es nuestra función comprender el movimiento de las ideas, que no son el efecto sino la causa de los hechos públicos” (Citado en “El pensamiento europeo moderno” de Franklin L. Baumer-Fondo de Cultura Económica-México 1977).

Una vez que definimos la libertad individual, todo tipo de orden social, legal o económico propuesto, deberá contemplar su compatibilidad con dicha libertad. De lo contrario habría de oponerse o anular un valor esencial del hombre, como también habría de oponerse a la tendencia de la humanidad al logro de mayores niveles de adaptación. Así, los sistemas totalitarios (todo en el Estado) promueven el colectivismo para anular todo individualismo. Promueven la vigencia del hombre masa, el que ha de ser dirigido mentalmente por el ideólogo socialista y materialmente por el político totalitario a cargo del Estado.

La pérdida de la libertad implica muchas veces perder los atributos esenciales del hombre por cuanto la negativa influencia exterior actúa como el ruido que encubre la información en un sistema de comunicaciones. Pero dicha pérdida, muchas veces, no depende solamente de quienes buscan un excesivo poder, político o económico, que los hace sentir importantes, sino del que prefiere establecer el cambio de protección y seguridad a costa de la libertad.

Podemos imaginar el caso de un hombre que pierde su trabajo y que, de pronto, queda en la calle. Es una situación indeseable ya que ese individuo, y su familia, pierden la base material de su existencia. Sin embargo, tal individuo “goza de una libertad total”, lo que resulta ser una expresión poco afortunada. Tal individuo necesita trabajo imperiosamente y, seguramente, preferirá perder parte de su libertad a cambio de cierta seguridad esencial.

Este también es el caso de la mujer con pocas aptitudes para realizar diversos trabajos, cuando tiene que soportar el maltrato hogareño y cotidiano, que proviene de su marido, ante la imposibilidad de irse de su casa, situación en la que podrá quedar totalmente desprotegida.

Nótese que no todo individuo, en tales circunstancias, pasará momentos difíciles, como es el caso de quienes pueden desempeñarse adecuadamente en varias actividades laborales. La eficaz preparación del adolescente para el trabajo futuro le permitirá asegurarse alguno de los trabajos que pueda realizar.

La servidumbre medieval, y otros tipos de dependencia laboral, se han dado muchas veces en forma voluntaria, como un intercambio de libertad por seguridad, siendo un caso parecido al del presidiario que prefiere seguir viviendo en la cárcel por cuanto allí siente mayor seguridad, o la de quienes prefieren vivir bajo un régimen totalitario por cuanto carecen de voluntad para tomar decisiones por ellos mismos. De ahí la gran cantidad de adeptos hacia ese tipo de gobierno.

También la libertad debe ir acompañada de responsabilidad. Todos buscamos, desde niños, que los padres nos permitan mayor libertad. Sin embargo, si esa capacidad de conducirnos según nuestro criterio no va acompañada de ciertos conocimientos y de cierta responsabilidad, será un valor que puede conducirnos a consecuencias negativas, como es el caso de los adolescentes que conducen vehículos en una forma poco segura.

El precio que debemos pagar por nuestra libertad radica en que no sólo tenemos la opción de elegir el bien sino también el mal. Cuando elegimos esta última posibilidad, generalmente sin advertirlo, nos damos cuenta que la libertad es un arma de doble filo. De ahí la solución propuesta por varios sectores, la que consiste en recurrir al Estado “todopoderoso” que sabiamente conoce todo lo que el ciudadano común ignora. Como el Estado está constituido por seres humanos, tal carácter todopoderoso deriva de una supuesta superioridad racial, social, ideológica, ética, o alguna otra, atribuida a los integrantes del grupo totalitario. Ludwig von Mises escribió:

“Libertad, en definitiva, significa derecho a equivocarse. Destaquemos esto. Tal vez nos desagraden sobremanera los hábitos de nuestros contemporáneos, su forma de vivir y de gastar; posiblemente pensemos que lo que practican es tonto y nocivo. Pero, en una sociedad libre, hay múltiples vías de expresión para airear los ajenos errores, para expresar qué debieran hacer los demás, en nuestra opinión. Cabe escribir libros, publicar artículos, dar conferencias, perorar en los parques, como en algunas ciudades se hace. Lo que no resulta permisible –si se quiere vivir en libertad- es prohibir, por la fuerza o la coacción, a los demás que sigan sus personales vías de actuación simplemente porque a mí, sujeto, me desagradan”.

Si bien la libertad es un valor esencial para Occidente, existe una lucha abierta y encubierta, por abolirla. Y ella surge principalmente del marxismo, ideología que critica, esencialmente, a las sociedades previas a la aparición del capitalismo. Ello se debe a que, antes de tal aparición, no existía movilidad social y, efectivamente, las sociedades estaban estratificadas en clases sociales bastante definidas. Sin embargo, tal caracterización sigue vigente, en la mente de muchos, y es utilizada para tratar de restringir la libertad individual. El autor citado agrega:

“Karl Marx, en el primer capitulo del «Manifiesto Comunista», ese pequeño panfleto con el que se inicia su movimiento socialista, cuando proclama la existencia de una inevitable lucha clasista, para probar su tesis, no consigue, sin embargo, presentar más que ejemplos y situaciones de las épocas precapitalistas. Entonces sí hallábase la sociedad dividida en diversos estamentos de condición hereditaria, similares a las castas de la India” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”-Union Editorial SA-Madrid 1981).

La abolición de la libertad, justamente, es la que genera la división de la sociedad en clases antagónicas ya que el individuo, al ceder el gobierno de su propia vida a quienes dirigen al Estado, permite el surgimiento de una esencial situación de servidumbre, ya que aparece una clase gobernante y una gobernada. Ludwig von Mises escribe al respecto: “”El consumidor americano es, a la vez, comprador y productor –por esto es, en cierto sentido, amo- de la mercancía que al mercado accede. En los grandes almacenes neoyorquinos, a la salida, suelen verse carteles que agradecen al cliente su visita, rogándole vuelva pronto. En la Rusia soviética o en la Alemania nazi, por el contrario, lo que se le decía al comprador es que debía agradecer al correspondiente supremo «padrecito» su bondad extrema demostrada suministrándole la correspondiente mercancía”.

“No es el vendedor, sino el comprador, en los países socialistas, quien debe estar reconocido por el favor que se le hace. El comprador –el amo bajo el capitalismo- por eso allí no manda. Es el Jefe, el Comité, la Junta Central, los entes que dirigen y mangonean las cosas. Los humildes callan y tragan cuanto la Autoridad tenga a bien echarles”. “La soberanía en el sistema capitalista radica en el mercado; son los consumidores los que tienen el poder, quedando así garantizada la libertad individual”
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sábado, 27 de abril de 2013

Las actitudes autoritarias

En la Argentina transitamos por una etapa que nos lleva, con paso lento y seguro, hacia el totalitarismo. Las autoridades del gobierno utilizan el lema “vamos por todo” que, seguramente, implica también “vamos por todos”, lo cual podría interpretarse como un anhelo de la cúpula gobernante por lograr poder político y económico suficiente que permita dominar la vida de cada uno de los millones de argentinos que habitamos este suelo. Quienes apoyan y comparten este poco disimulado proyecto de imperialismo interno, buscan sentirse como los amos y señores que dominarán indirectamente a los sectores opositores, que se vislumbran como las principales victimas de tal proceso.

El político autoritario, apoyado por la legitimidad del voto popular, se siente omnipotente y, con su soberbia característica, se dirige a los opositores como si fuera realmente el dueño de la Nación. El trato siempre es de mayor a menor, nunca igualitario. Aunque los segundos mandos, de la misma manera en que tratan de denigrar o someter a los opositores, tienden a rebajarse y a adular al líder en una forma poco decorosa. A la legitimidad del ingreso al poder se le opone la ilegitimidad de su ejercicio poco legal.

Todo proceso populista y totalitario puede resumirse en la aparición de un líder político que tiene algún problema psicológico o afectivo. Su tendencia a la búsqueda ilimitada de poder hace que se rodee de personas serviles que lo aclamarán. Luego, todo un país deberá sufrir los excesos que provienen de las deficiencias psíquicas de la persona elegida para el más alto cargo gubernamental. La psicóloga Ruth Schwarz escribió:

“Existen momentos en los cuales es evidente que una persona funciona en el mundo del poder. No nos cuesta reconocer la omnipotencia manifiesta: nos irrita –o lo admiramos secretamente- cuando alguien se toma todos los derechos, absorbe la atención de todos, «toma posesión de todo el espacio», pretende saberlo todo, y tener toda la razón. O cuando alguien –en el trabajo- no delega, no confía en nadie, descalifica, confunde a los demás con instrucciones contradictorias, incita a unos contra otros, somete a los demás a sus caprichos e impuntualidad, cambios repentinos de humor, de conversación. Todas estas «maniobras» impiden que los demás logren estructurarse y capacitarse para la tarea”.

“En estos dos casos está claro que el individuo en cuestión no tolera iguales que podrían hacerle competencia. Tiene una necesidad neurótica de imponerse por sobre los demás o por lo menos mantenerlos controlados y confundidos. Generalmente, estas actitudes se racionalizan en un descreimiento en la capacidad y sinceridad de todos aquellos que podrían representar un peligro a la propia autoridad imaginada, pero esconden una intensa resistencia emocional a capacitar a otros (porque ello se vive como «darles armas al competidor potencial»). Estos individuos sólo pueden encontrar virtudes en aquéllos que se someten o fingen someterse a su superioridad y autoidolatría”. “La necesidad de ser único, por encima de todos, se expresa en:

a) El cinismo, la costumbre de atacar y degradar los valores de los demás, de despojarlos de su seguridad y fe.
b) La mitificación y la mentira, con las cuales se intenta impedir que otro se ubique constructivamente en la realidad, y sea capaz de rivalizar por las mismas ventajas o privilegios. (Señalemos el uso común de la terrible frase porteña: «No hay que avivar a los giles»).
c) El perfeccionismo y la crítica agresiva, a través de los cuales se ataca la confianza en sí del otro o de uno mismo.
d) La rigidez moralizadora, a través de la cual una persona pretende tener el derecho de imponer su criterio en nombre de valores supremos y como juez último del bien y del mal.
e) El pesimismo mordaz y la permanente crítica quejosa que atacan la confianza básica, y frenan en los demás los impulsos constructivos que permiten enfrentar activamente situaciones y problemas difíciles.
f) La viveza de buscar permanentemente «ventajitas».

“Es evidente que estas conductas caracterizan a un individuo «agrandado» (con un Yo inflado) que tiene una necesidad imperiosa de anular a los demás y demostrarles que los desprecia. Pero a menudo no es tan fácil percibir cuanta inseguridad básica subyace a estas actitudes del mundo del poder. La fascinación que suele ejercer el poder, o la rebelión que despierta, son obstáculos que hacen más difícil percibir detrás de él señales de vulnerabilidad, de miedo al rechazo, o la desesperanza de poder lograr respeto y afecto genuinos (o autorespeto y una verdadera aceptación de sí mismo). Por ello cuesta darse cuenta de hasta qué punto muchas de estas actitudes de superioridad a cualquier precio expresan a la vez temor y envidia hacia todo lo que queda fuera de su control y dominio”.

“Quien necesita criticar y degradar cínicamente expresa solapadamente su desesperación de estar impedido de alegrarse con algo bueno y valioso; quien necesita mitificar y mentir no puede escapar a la angustia de que la verdad es el aire puro (la zona de confianza) que le está vedado; los que imponen en todo momento su prepotencia nunca pueden estar seguros de la posibilidad de ser aceptados por sí mismos y no por su poder, su dinero, su fama, etc. Y los que se pretenden «superiores por naturaleza» nunca pueden saber si realmente sirven. También reconocemos el mundo del poder en el prejuicio social y el racismo, es decir la necesidad de afirmar la superioridad absoluta de un grupo humano sobre otro, y en el fundamentalismo o el fanatismo religioso o ideológico que desplaza la superioridad esencial y absoluta a las ideas y los dogmas con los cuales uno se identifica” (De “Idolatría del poder o reconocimiento”-Grupo Editor Latinoamericano SRL-Buenos Aires 1989).

La descripción anterior se adapta bastante a la personalidad del líder populista, aunque también pueden verse síntomas similares en las personalidades de los súbditos de tal personaje. Ruth Schwarz continúa: “Nos cuesta mucho más reconocer la idolatría del poder en su aspecto pasivo, por ejemplo cuando una persona actúa y se comunica bajo el peso de su sometimiento a la idolatría del poder”. “Esto puede expresarse en su sometimiento acompañado de dependencia exagerada de una persona prepotente (o agresiva y violenta o descalificadora), o en un sentimiento permanente de inferioridad. También se manifiesta en la queja impotente, en la depresión melancólica o en el estado crónico de la duda. Todo ello significa que uno no tiene libertad interior, ni seguridad de merecer ocupar un lugar y ser aceptado por sí mismo. Esta carencia de derechos y de confianza no se produce en el vacío: es el resultado de un vínculo persecutorio interior con una parte internalizada que no nos acepta como somos, que nos critica, que nos descalifica, que nos confunde, que no nos permite movilizar nuestras capacidades ni salir de la confusión. También nos exige en todo una perfección imposible, y compara permanentemente nuestra «insignificancia» de persona real, con sus límites y defectos, con lo que debiéramos ser”.

“Sólo si comprendemos que la prepotencia, con sus formas activas de dominio y desvalorización del otro, tiene la misma raíz emocional que la timidez y la inseguridad excesiva o la autoacusación melancólica, podemos entender por qué ciertas personas pueden pasar tan fácilmente de una actitud a la otra. En el primer caso se trata de la superioridad autoidólatra asumida; en el otro, la angustia por la «superioridad y perfección absoluta» perdidas. Lo que está obliterado en ambos casos es la aceptación genuina de uno mismo y del mundo que permite confiar en el intercambio y relacionarse con los demás sin tanta autoobservación”.

Para entender el comportamiento de los gobernantes, no hace falta solamente recurrir a los manuales acerca de las ideas políticas, sino que también debemos recurrir a los libros de psiquiatría. De ahí que podamos entender mejor por qué razón el kirchnerismo desprecia tanto a la oposición, al pueblo e incluso a la Constitución nacional, tanto en su espíritu como en su letra. En cuanto a nuestra actual Presidente, la periodista Sylvina Walger escribió: “Cristina Fernández de Kirchner tiene un único y exclusivo objeto de interés: ella misma; lo cual no es una afirmación arriesgada, ya que concentra una alta dosis de egocentrismo, como gran parte de los humanos que aspiran a convertirse en los más destacados dentro de su profesión, oficio o métier”. “Su soberbia le permite convivir con alguien al lado sin haberle dirigido la palabra. A lo sumo, puede llegar a preguntarle a algún ayudante, con categoría de siervo de la gleba: «¿Cómo tengo el pelo?»” (De “Cristina”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2010).

En cuanto al “original” estilo K, para gobernar, resulta ser una forma típica de la guerrilla marxista de los 70. Al respecto la citada autora escribe: “Un dirigente peronista que actuó en aquella época y en ese ambiente le definió a Carlos Pagni la pareja presidencial: «Los Kirchner son herederos de un modo de conducción propio de la ´orga´. En eso son setentistas puros. Hay un grupo cerrado, hermético, minúsculo, donde se toman las decisiones. Sólo allí se delibera. Y lo que resuelven se baja al resto, del que sólo se espera acatamiento. Ejecutores irreflexivos como Julio De Vido o Guillermo Moreno sólo son apreciables en ese orden de funcionamiento»”.

Respecto al origen de la inseguridad mencionada por la psicóloga citada, leemos en el libro “Cristina”: “Cristina, agrega Brunetti [amiga de la infancia] «podría haber sido una chica común y corriente si su madre no la hubiera empujado a ascender socialmente. Ahí nacen todas sus inseguridades y, por ende, sus mentiras. De ella aprendió a despreciar a su padre». Fernández era un chofer de colectivo trabajador, radical balbinista y simpatizante de San Lorenzo con un defecto insoportable a los ojos de sus mujeres: era tartamudo”.

Por lo general, quienes muestran actitudes de soberbia y desprecio hacia los demás, e incluso cuando al hablar con alguien parecen descender de un altísimo pedestal imaginario, despiertan repugnancia o asco, mientras que, además, las causas profundas de tal comportamiento le hacen sentir cierto odio por la sociedad. De ahí que, cuando existen mutuas acusaciones, entre oficialismo y oposición, de promover el odio entre sectores, debe tenerse presente que el partidario del kirchnerismo es el que festeja un atentado como el de las torres gemelas, mientras que el opositor está lejos de llegar a tal actitud. De ahí que debe distinguirse perfectamente entre el odio totalitario y el asco democrático. ¿Alguien en su sano juicio puede sentir “odio” (burla + envidia) por una líder con los atributos mencionados? Sólo puede llegar a compadecerse por el futuro que nos espera a los argentinos.

viernes, 26 de abril de 2013

La revolución liberal

Las revoluciones auténticas constituyen un positivo cambio político y económico que ocurre en una sociedad como efecto de una previa maduración de las ideas en ella dominantes. La revolución liberal implica, entre otros aspectos, que por primera vez se reconoció que el interés de cada individuo no se oponía al interés de la sociedad. Armando Ribas escribe al respecto: “Cuando se habla de la Gran Revolución, en general se entiende que nos estamos refiriendo a la revolución francesa (las minúsculas son a propósito) de 1789. Pero ésa no es la Gran Revolución, sino la gran confusión histórica que permitió que los crímenes de lesa humanidad que fueron la guillotina y el terror, puedan ser concebidos como origen de la libertad y los derechos del hombre en Occidente”.

“La verdadera Gran Revolución tuvo lugar paulatinamente en la historia y podemos encontrar en ella los hitos que la representaron. Esa Gran Revolución fue una transformación ética a partir de un principio gnoseológico. Tuvo lugar cuando el hombre en sociedad tomó conciencia de la importancia de la armonía entre el interés general y los intereses particulares. Sólo a partir de esta concepción ética es posible la búsqueda de la felicidad, que es motor de la acción humana, sujeta a la norma de derecho de carácter general”.

“Este principio, que armoniza los intereses particulares con el interés general, es el que permite a su vez la separación de los poderes como instrumento de la sociedad para limitar el poder político. Ese límite es la contrapartida de los derechos individuales o privados, que sólo pueden existir sobre la base de que no haya un antagonismo irreductible entre ellos y el interés general”. “En tal sentido, el «socialismo», más que una ideología (si lo es), es una enfermedad que ataca el cuerpo social en el medio de la República. Esa enfermedad es la confusión entre privilegio y propiedad, al tiempo que pretende el regreso a la ética rousseauniana que enseña que los intereses privados son necesariamente contrarios al interés general”.

“Ese proceso histórico, que comenzó fundamentalmente con la Revolución Gloriosa, en Inglaterra, en 1688, y los principios del parlamentarismo fueron los que establecieron límites al poder político. Esa revolución liberal siguió en 1776 con la declaración de la independencia de las colonias inglesas en Norteamérica y tomó forma definitiva en Filadelfia, en 1787, con la Constitución Federal. Finalmente, este lujo de la historia llegó al Río de la Plata con la caída de Rosas y el establecimiento de la Constitución argentina de 1853” (De “Entre la libertad y la servidumbre”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1992).

Por lo general, tendemos a pensar que el subdesarrollo es una anormalidad, ya que implica perder las condiciones que caracterizan al desarrollo, y que existían previamente a la llegada de una crisis. Sin embargo, la realidad es que, históricamente, ha sido el subdesarrollo lo normal y el desarrollo la innovación destacable. Alain Peyrefitte escribió:

“El no desarrollo es la suerte común de los hombres desde su aparición en la Tierra, hace ya cuatro millones de años. Comparados con estos cuatro millones de años, un siglo o dos de desarrollo genuino es un lapso equivalente a los dos o cuatro últimos segundos de un día de veinticuatro horas. Es necesario entonces preguntarse ¿por qué la casi totalidad de la historia humana ha estado signada por el no desarrollo, por qué tres cuartas partes de la humanidad pertenece aún al mundo no desarrollado? Es más lógico plantearse la pregunta inversa. ¿Cómo apareció, alrededor de tres siglos atrás, una forma de civilización que se extendió lentamente de vecino a vecino y que permite hoy a una cuarta parte de los hombres escapar totalmente de aquel trágico destino?”. “Por paradójico que sea, incluso chocante, debemos reconocer que el no desarrollo no es un escándalo: el milagro es el desarrollo” (De “Milagros económicos”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1997).

Se supone, por lo general, que los países desarrollados, de alguna forma, perjudican a los menos desarrollados para establecer sus ventajas, creencia que asegura perdurar en la misma categoría al país subdesarrollado que mantiene tal supuesto. Tal creencia es desmentida, al menos parcialmente, en el caso de las ayudas que los países en crisis reciben desde el exterior en forma de créditos, especialmente. Como es distinta la mentalidad dominante en los distintos pueblos, el aprovechamiento, o no, de estas ayudas financieras, depende mucho del receptor. Así, mientras que, luego de la Segunda Guerra Mundial, se produjo el “milagro alemán”, como consecuencia de la inicial ayuda de EEUU (plan Marshall), en otros países europeos no ocurrió algo similar. Incluso las ayudas que llegan a los países subdesarrollados, a veces terminan empeorando la situación. El autor antes citado escribe al respecto:

“A prorrata de la población, Francia, Bélgica y Holanda recibieron tanto o más subsidios norteamericanos que la Republica Federal Alemana, sin que la expresión «milagro» se emplease en sus casos. Por ejemplo, sumas igualmente sustanciales invertidas en Francia no produjeron un efecto decisivo, pues sólo aseguraron los fines de mes del Estado. Capitales del mismo orden de magnitud colocados en América Latina fecundaron el clientelismo y la inflación, no el crecimiento”.

“Las condiciones iniciales pueden jugar para un lado o para otro. Por lo tanto, hay que invocar las causas morales del milagro económico: voluntad encarnizada de salir de la miseria y la derrota, espíritu de iniciativa, convicción de que el restablecimiento se efectuará en el terreno económico, papel del político reducido al de simple regulador. Liberada de la concepción nazi del Estado, la economía alemana reflotó muy pronto, portadora de un pujante anhelo de éxito”.

Podemos sintetizar los principios implícitos en la revolución liberal, que involucran no sólo lo económico, ya que también se requiere de un marco político adecuado:

1- División de poderes en el Estado
2- Identificación entre intereses privados y sociales
3- División, o especialización, del trabajo
4- Intercambios libres en el mercado
5- Formación y acumulación de capitales (ahorro e inversión)

Entre las principales consecuencias de esta innovación social, aparecen: a) Aumento de la productividad debido a la acumulación de capitales e innovación tecnológica, b) Liberación de los antiguos esclavos que pasan a ser trabajadores libres bajo un salario, c) Movilidad social (“En adelante se podrá nacer pobre y morir rico, y viceversa”).

Las ideas que promovieron tal revolución resultan ser precisamente aquellas que se requieren en la actualidad para pasar del subdesarrollo al desarrollo. Todo cambio de mentalidad implica la asimilación de información que no se tenía previamente. Es el mismo caso de la computadora que adquiere un nuevo programa que ha de agregarse a los anteriores. Es la misma máquina de antes, pero con una diferencia, que es el nuevo programa adquirido. Alberto Benegas Lynch escribió:

“Los progresos que deslumbraron al mundo de entonces, realizados durante aquella etapa iniciada a fines del siglo XVIII, fueron consecuencia y no causa del cambio que se operó en el campo de las ideas. No fueron primero adoptadas las nuevas formas de producción y de gobierno político y después creada la superestructura ideológica, como pretenden los marxistas”. “Quesnay, Turgot, Say, Adam Smith, Ricardo, Bastiat, Cobden, Locke, Burke, Lord Acton, Hume, Montesquieu, Tocqueville, Stuart Mill y, más tarde, Menger y Böhm-Bawerck, figuran en la historia del pensamiento entre los principales forjadores de la filosofía de la libertad. Hoy, los nombres de los profesores von Mises y Hayek, no pueden dejar de mencionarse entre los eminentes pensadores contemporáneos pertenecientes a la escuela liberal” (De “Destino de libertad”-Centro de Estudios sobre la libertad-Buenos Aires 1961).

Podemos decir que un país tiene muchas posibilidades de llegar al desarrollo si existe una cultura nacional compatible con los principios liberales, mientras que transitará por el subdesarrollo si tal cultura se le opone en forma terminante. Incluso, aunque exista cierto reconocimiento de las bondades del mercado y la democracia, un pueblo no podrá consustanciarse con ellas si no existe una cultura de la innovación y el trabajo, además de un nivel ético básico aceptable.

Tampoco el desarrollo es una etapa que, tarde o temprano, seguirá al subdesarrollo, ya que nadie puede asegurar cuál será la mentalidad predominante en una sociedad o en un país en un futuro más o menos distante. Así, tenemos el caso de la Argentina, desarrollada a principios del siglo XX y subdesarrollada en años posteriores. Desarrollada cuando predomina el liberalismo implícito en la Constitución de 1853 y subdesarrollada cuando predominan los sucesivos populismos. Alain Peyrefitte escribió: “Más vale reconocer que desarrollo y subdesarrollo no constituyen el pasado y el porvenir de toda sociedad como dos etapas sucesivas de una maduración irreversible; más bien articulan una bifurcación ante la que los grupos humanos vacilan sin que sean patentes los móviles de su impulso o las causas de su resignación” (De “La sociedad de la confianza”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1996).

Mientras que el liberalismo surge de una innovación política y económica que tiende a favorecer la adaptación del hombre al orden natural, tendencia que será adoptada en lo sucesivo por la ciencia experimental y la tecnología, el socialismo, por el contrario, puede considerarse como una “contrarrevolución” respecto del liberalismo, ya que promueve el retorno de la sociedad, en muchos aspectos, a etapas previas a la de la revolución liberal. Ante la división de poderes propone el poder absoluto del Estado, y no sólo político sino también económico. Ante la identificación entre el beneficio individual y social del liberalismo, sostiene que existe un antagonismo esencial entre ambos. Ante el libre intercambio cuya necesidad surge luego de la división del trabajo, propone la planificación estatal de la producción. Ante la libertad asociada a la propiedad privada propone la coerción del Estado sobre todo individuo que vive o trabaja en propiedad ajena, es decir, estatal. J. Salwin Schapiro escribió:

“La revolución científica de los siglos XVI y XVII estaba íntimamente relacionada con el surgimiento del liberalismo. Reveló que el mundo era una máquina gobernada por leyes universales, automáticas, inmutables, que operaban fácil e infaliblemente. El método científico para el descubrimiento de la verdad se convirtió en el modelo para el liberalismo”. “Como sistema de pensamiento puede decirse que el liberalismo recibió expresión definitiva durante el siglo XVIII. Ese periodo, conocido como el del Iluminismo y Edad de la Razón, presenció una revolución intelectual que se extendió por casi todos los países del mundo occidental”.

“En el siglo XVIII se dio un nuevo significado a la ley natural, que en sí era una vieja idea. Se hizo de ella la prueba de toque de la legitimidad del orden existente político y social. Si una institución funcionaba mal debido a los privilegios, prejuicio y tiranía, se consideraba que tenía un carácter artificial; por eso debía ser abolida y establecerse una institución nueva, esclarecida, basada en la ley natural. En los asuntos de los hombres, tanto como en los de la naturaleza, existían leyes naturales que podían descubrirse por el método científico de investigación” (De “Liberalismo”-Editorial Paidós-Buenos Aires 1965).

martes, 23 de abril de 2013

De la República al totalitarismo

La propuesta presidencial de “democratizar la justicia” ha suscitado controversias en los distintos ámbitos de la Nación. Recordemos que, entre las leyes propuestas, aparece un Consejo de la Magistratura que será integrado por una mayoría de integrantes surgidos de los partidos políticos y elegidos mediante votación pública, integrando listas partidarias junto a los candidatos propuestos para integrar los demás poderes. Dicho Consejo se encarga de promover nuevos jueces e incluso de separar a los que están en actividad en caso de juicios políticos adversos, siendo una importante institución dentro del Poder Judicial.

En caso de que exista un gobierno tiránico, los funcionarios ubicados en puestos jerárquicos, tanto de los distintos poderes como en las reparticiones estatales, serán mantenidos o removidos en función de su afinidad o lealtad personal mostrada respecto del Presidente de la Nación. De ahí que, si los jueces en actividad, o los jueces a designar, no muestran “lealtad personal al Presidente”, verán peligrar su estabilidad laboral e, incluso, la libertad para ejercer sus funciones, que debe surgir de actitudes neutrales, imparciales e independientes. Es por ello que, entre los posibles efectos de la nueva ley a promulgar, aparece un sometimiento del Poder Judicial a la persona que dirige al Poder Ejecutivo.

El economista Alfonso Prat Gay mencionó una analogía ilustrativa comparando la justicia con el fútbol. Debido a que existe un Consejo de Árbitros que decide los ascensos de futuros árbitros y penalidades para los que están en actividad, si los integrantes de tal Consejo fuesen elegidos “democráticamente”, seguramente que la mayoría de ellos será electa con el importante apoyo del voto de los simpatizantes de Boca Juniors, por lo cual los árbitros tendrían cierta predisposición a favorecer a dicho club para poder mantenerse en la actividad.

El conjunto de leyes que regula los distintos poderes del Estado debe prever que, en ciertas circunstancias, pueden surgir gobernantes con pretensiones tiránicas, aunque ello no sea siempre así. Al adoptar tal medida de seguridad, se protegerá a la Nación de convertirse en un totalitarismo. Por ello, gran parte de los países han adoptado el principio de la división de poderes, para salvaguardar precisamente la libertad y la dignidad de todos los ciudadanos. Al respecto podemos leer en una Enciclopedia:

“La división de poderes se atribuye a Montesquieu (1689-1755), filósofo y escritor francés que en su obra «El Espíritu de las leyes», aparecida en 1748, dice que «todo poder por naturaleza tiende a convertirse en tiránico y que la única manera de evitar la tiranía es conseguir que el poder detenga al poder». Esto puede conseguirse si el Estado dispone de tres clases de poder: el legislativo, que elabora y aprueba las leyes; el judicial, que, mediante la aplicación e interpretación de las leyes, resuelve las controversias que existen entre los propios ciudadanos o entre éstos y las administraciones públicas, y el ejecutivo, que es el encargado de hacer cumplir las leyes”.

“El primero de estos poderes es el que legisla, el segundo juzga y el tercero ejecuta los actos por los que se manifiesta el poder legislativo, o sea las leyes. El poder judicial se vale de las sentencias y el poder ejecutivo actúa a través de actos políticos y de la administración”. “Cada uno de estos tres órganos sólo debe disponer de un poder público, de modo que al estar separados y actuar autonómicamente, se equilibran sus fuerzas y se impide el poder tiránico”. “Del equilibrio de estos tres poderes separados depende el equilibrio del propio Estado, que también se halla sometido a la ley”.

Respecto del Estado de derecho, podemos leer: “Si la división de poderes constituye el presupuesto político para la existencia del derecho administrativo, lo que llamamos Estado de derecho será el presupuesto jurídico para esa misma existencia”. “Esta forma de Estado se instaura en el continente europeo a partir de la Revolución Francesa, con la pretensión de establecer una situación radicalmente opuesta a la anterior, despótica y absolutista, que ha quedado reflejada en las palabras que dirigió a Luis XIV uno de sus cortesanos: «todos vuestros súbditos os deben su persona, sus bienes, su sangre, sin tener derecho a pretender nada. Sacrificando todo lo que ellos tienen, cumplen con su deber y no os dan nada, porque todo es vuestro»”.

“Con el establecimiento de esta nueva forma de Estado se procura tutelar la libertad humana frente a la opresión estatal. Nace pues, como una reacción contra el Estado policía y el medio jurídico empleado, para evitar que el príncipe penetre en la esfera de los particulares. Consiste justamente en el reconocimiento de una zona libre de cualquier intromisión estatal”. “Lo que caracteriza, por tanto, al Estado de derecho es el otorgamiento a los particulares de los medios idóneos para la defensa de los derechos públicos reconocidos como tales. Y esto se conseguiría mediante el sometimiento del Estado a la LEY, en mayúscula y en sentido amplio, equiparable en este caso a DERECHO”.

“Todo lo anteriormente expuesto nos permite definir el Estado de derecho como aquella forma de Estado en que se reconocen y tutelan los derechos públicos subjetivados de los ciudadanos, mediante el sometimiento de la administración a la ley” (De “Mentor Enciclopedia de Ciencias Sociales”-Océano Grupo Editorial SA-Barcelona 1999).

Adviértase que los párrafos anteriores han sido extraídos de una Enciclopedia editada para ser utilizada en ámbitos educativos, y que incluso resulta adecuada para establecer un autoaprendizaje. Ello significa que los políticos oficialistas, abogados en su mayoría, y que promueven en la Argentina el sometimiento del Poder Judicial, además del Legislativo ya “conquistado”, al arbitrio del Poder Ejecutivo, son plenamente conscientes del paso que se pretende dar, es decir, desde la República hacia el totalitarismo. Las nuevas leyes propuestas por el gobierno, de ser promulgadas, harán de la Argentina una “tiranía constitucional”.

Los gobiernos populistas se caracterizan por pretender lograr el poder absoluto (“vamos por todo”) preocupándose sólo por la legitimidad del acceso al poder, pero dejando de lado la legitimidad de su ejercicio (“yo tengo los votos y hago lo que quiero”). Se genera, de esa forma, una reacción legitima de la ciudadanía, ya que se considera “parte interesada” por las acciones y decisiones del gobierno. Germán J. Bidart Campos escribió: “El primer atisbo [de desobediencia a la autoridad] lo hallamos ya en el Nuevo Testamento, en el texto de los Hechos de los Apóstoles donde dice que hay que obedecer primero a Dios que a los hombres”.

“Desde este planteo de base religiosa y ética, se salta a muy ulteriores concepciones, que al distinguir en el poder y en el gobernante una legitimidad de origen (cuando el acceso al poder es legal y regular) y una legitimidad de ejercicio (cuando el poder se usa conforme a derecho y justicia), van a fabricar la idea de que la legitimidad de ejercicio se pierde por el mal uso del poder. Ese ejercicio desviado llega a autorizar, en situaciones de extrema gravedad, la desobediencia y la resistencia. Estamos ante el tirano de ejercicio, o sea, aquél que pese a su titulo legal en el acceso al poder, emplea el poder en contra del bien común, de la ley natural, de la ley divina, de la justicia, etc.” (De “Lecciones elementales de política”-Ediar SA Editora CIyF-Buenos Aires 1996).

La legitimidad de origen surge del principio mayoritario asociado al proceso electoral, mientras que la legitimidad de ejercicio surge principalmente por la constitucionalidad de las decisiones y de las nuevas leyes propuestas, además de la buena gestión del Estado. Mariano Grondona escribió: “Recordemos que la democracia contemporánea incluye dos elementos principales, el principio mayoritario y la división del antiguo poder del monarca absoluto en varios poderes que se controlan recíprocamente. Si llamamos «democrático» al primero de esos elementos y «republicano» al segundo, tendremos que reconocer que las democracias contemporáneas más avanzadas no empezaron por ser democráticas sino republicanas, convirtiéndose recién después en el régimen mixto, democrático-republicano, también llamado democracia constitucional, que hoy las caracteriza” (De “El desarrollo político”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2011).

Ante las nuevas leyes propuestas, no sólo se advierte la búsqueda de un incremento del poder presidencial sobre los restantes poderes del Estado, sino también un intento por incrementar el poder del Estado al debilitar instancias para el reclamo de los derechos individuales del ciudadano común. Roberto Cachanosky responde a la Presidente, a través de un personaje ficticio, luego del intento de expropiación de un predio de la Sociedad Rural: “Señora, en esta isla [la Argentina] rige el principio de que toda persona es inocente hasta que se demuestra lo contrario y Ud. pretende expropiar un terreno, que el juez no acepte la medida cautelar y que luego los productores demuestren que son inocentes. Ud. está dando vueltas el orden jurídico de la isla. Para Ud. son todos culpables hasta que demuestren lo contrario y por eso quiere eliminar las medidas cautelares” (De www.economiaparatodos.com.ar ).

Resulta irónico que un movimiento político autodenominado progresista, nacional y popular, en realidad proponga un retroceso hasta las épocas previas a la Revolución Francesa, incluso siendo tal procedimiento interpretado como una traición a la patria por la propia Constitución. La propuesta presidencial es considerada como una venganza contra la justicia por oponerse ésta, legalmente, a la aplicación de la Ley de Medios y a la expropiación del predio de la Sociedad Rural en Palermo. El ex fiscal Julio Strassera manifestó en declaraciones a Radio El Mundo: “Esto es gravísimo; es cambiar el sistema republicano de gobierno por un totalitarismo. La Justicia nunca depende de procesos electorales porque es un contrapoder, es para contener los excesos de aquellos que son producto de la voluntad popular, entonces esto hay que separarlo, como en cualquier república normal”.

“Todo esto lo van a aprobar los que van a quedar alcanzados por el articulo 29 de la Constitución, legisladores infames y traidores a la patria, porque ponen la fortuna, los bienes y la vida de los ciudadanos a merced del Poder Ejecutivo”. (Art.29.- “El Congreso no puede conceder al Ejecutivo nacional, ni las legislaturas provinciales a los gobernadores de provincia, facultades extraordinarias, ni la suma del poder público, ni otorgarles sumisiones o supremacías por las que la vida, el honor o las fortunas de los argentinos queden a merced de gobiernos o persona alguna. Actos de esta naturaleza llevan consigo una nulidad insanable, y sujetarán a los que los formulen, consientan o firmen, a la responsabilidad y pena de los infames traidores a la patria”).

La justicia argentina, como muchas de otras instituciones, padece una severa crisis, en todos los sentidos. De ahí que se proponen dos soluciones diferentes: destruirla (propuesta oficial) o mejorarla (propuesta de la oposición).

viernes, 19 de abril de 2013

Derecho natural vs. positivismo jurídico

Puede establecerse una analogía entre el proceso por el cual surgen las distintas posturas religiosas y aquellas de las que surge el derecho positivo, que es el conjunto de leyes establecido por la sociedad para lograr un ordenamiento de la misma. Tanto la religión como el derecho promueven la vigencia de cierto orden social. La religión moral supone la previa existencia de un orden natural, o sobrenatural, mientras que en el segundo caso puede seguirse este criterio (derecho natural) o bien se supone la inexistencia de tales órdenes (positivismo jurídico). Víctor Cousin escribió: “Se llama derecho positivo al conjunto de reglas o leyes que gobiernan las relaciones sociales de los individuos. El derecho positivo descansa en el derecho natural, que le sirve a su vez de fundamento, medida y límite. Ley suprema de toda ley positiva es el de no ser contraria a la ley natural” (Citado en el “Diccionario del Lenguaje Filosófico”).

No es de extrañar que, desde la postura religiosa, se sostenga que las leyes promulgadas por el derecho deban tener una directa vinculación con las leyes naturales. W. Luypen escribió: “El tomismo distingue explícitamente la ley natural del derecho positivo. El derecho positivo se concibe como expresión concreta o formulación más detallada de la ley natural, que se da junto a la naturaleza del hombre. La ley natural es el fundamento y la justificación del derecho positivo, pero puede ocurrir que la ley natural tilde de injustas a disposiciones impuestas por el derecho positivo” (De “Fenomenología del derecho natural”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1968).

La veracidad de toda descripción de la realidad, ya sea que provenga de la ciencia, de la filosofía o de la religión, depende del grado de vinculación o correspondencia de tal descripción con la ley natural. Sin embargo, no toda religión tiene en cuenta las leyes naturales, por lo que entramos en el mundo de la literatura de ficción o bien en el de las curiosidades del pensamiento libre y subjetivo. R. Charles escribió: “Nacido exclusivamente de un voluntarismo supremo, el derecho musulmán ignora nuestro concepto de derecho natural, ya que todas sus prescripciones pertenecen al positivismo de un derecho divino inscrito siempre en el marco contractual: la justicia es la fidelidad prometida a Dios” (Citado en el “Diccionario del Lenguaje Filosófico”).

Tanto en la religión como en el derecho puede ocurrir que se propongan leyes subjetivas, que no tienen en cuenta las leyes naturales o que apenas las tienen en cuenta. Se llega por este camino al gobierno mental y material del hombre sobre el hombre. Las tendencias totalitarias, justamente, se caracterizan por promover conjuntos de leyes que incluso buscan distintos efectos cuando son aplicadas a los adherentes o bien a los opositores; de ahí la expresión de Juan D. Perón: “A los enemigos, ni justicia”.

En años recientes, las máximas autoridades de la “justicia” argentina, para encubrir los miles de asesinatos, atentados y secuestros extorsivos realizados por la guerrilla marxista en los 70, sentenció que “no es terrorista quien carece del apoyo del Estado”. Lo grave del caso no radica en que tales autoridades crean en la inocencia de los “jóvenes idealistas”, sino que sectores de la población aceptan, como acción legitima, hechos que son considerados asesinatos, secuestros y atentados desde el punto de vista de la ética elemental y del sentido común. F. Weil escribió:

“El derecho natural se convierte en lo que se sobreentiende, lo que una comunidad considera como obligación y derecho tan evidentes que le parecería ridículo formularlos y por ello se remite a los usos y costumbres. El derecho natural se convierte así en el derecho no escrito, superior al derecho escrito porque no necesita de éste para ser reconocido. No por ello es menos histórico, aunque no se halle inscrito sobre tablas y en códigos; por el contrario, es él el que, evolucionando, obliga a evolucionar al derecho escrito” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1966).

Los líderes totalitarios reclaman un riguroso respeto por las leyes que ellos mismos han establecido. Se caracterizan también por ignorar las leyes previas y por querer reformar la Constitución respectiva, generalmente de una manera arbitraria. Solamente son respetuosos de la ley electoral, si los favorece. Suponen que la legitimidad de un gobierno depende exclusivamente del apoyo electoral (en caso de que no hayan utilizado otros medios), aunque luego desconozcan todo tipo de legalidad vigente, e incluso que pretendan cambiarla según sea su conveniencia ocasional y personal. Todavía se recuerda en Italia la respuesta de Benito Mussolini a su propia hija (“las leyes son las leyes”), cuando ésta le pedía que revirtiera su decisión de imponer la pena de muerte a su marido, el conde Galeazzo Ciano.

Las posturas ateas y las posturas conocidas como “positivismo jurídico”, en el derecho, coinciden en que no existen leyes naturales, y de ahí que tampoco existiría un orden natural al que nos debemos adaptar, por lo que, el orden social proveniente de las leyes humanas, habría de ser un diseño enteramente humano. W. Luypen escribió: “En tiempos de paz y de tranquilidad interna, puede ocurrir que no se manifieste con claridad esta consecuencia del positivismo jurídico. Pero el siglo XX ha deparado al hombre experiencias tan amargas que ya no se acepta más la proposición: «El Derecho es lo que el Estado legisla». Aun cuando los argumentos teóricos contra el positivismo jurídico no convenciesen al hombre, las desastrosas consecuencias del absolutismo de Estado bastarían para abrirle los ojos. La muerte por medios mecánicos de millones de seres humanos ha despojado de su coraza al positivismo jurídico. Sus argumentos eran poderosos pero se derrumbaron bajo el peso del asesinato en masa legalizado”.

Los totalitarismos surgidos en el siglo XX, no sólo promovieron limitaciones a las libertades económicas restringiendo o anulando el proceso del mercado, sino también limitando las libertades civiles, imponiendo legislaciones desvinculadas del derecho natural. Gustav Radbruch escribió:

“La concepción tradicional del derecho, el positivismo que durante décadas dominó sin oposición a los juristas alemanes, y su doctrina de que «la ley es la ley», quedaron indefensas e impotentes frente a tamaña injusticia encubierta bajo la forma de derecho. Los partidarios de esta concepción se vieron precisados a reconocer como «justo» aun a ese derecho inicuo. La ciencia del derecho debe volver a tomar en consideración el milenario sentido común de la Antigüedad, de la Edad Media cristiana y del Siglo de las Luces y reflexionar sobre la existencia de una justicia superior al derecho (positivo), un derecho natural, un derecho divino, un derecho de la razón: en síntesis, una justicia que trasciende a la ley. Medida con la vara de esta justicia superior, la injusticia sigue siendo injusticia aunque adopte la forma de una ley. A los ojos de esta justicia superior, la sentencia dictada sobre la base de esa ley injusta tampoco es administración de justicia, sino más bien de injusticia” (Citado en “Fenomenología del derecho natural”).

Varias son las razones por las cuales desde el Derecho se tiende a despreciar todo vínculo con la ley natural. Una de ellas es que, se supone, la ley natural implica ser la misma ley de Dios y, por lo tanto, algo propio de la religión. Como se pretende que el derecho tenga una validez universal, debería prescindir de todo vínculo con la religión. Sin embargo, la ley natural es también la que describe la ciencia experimental, por lo que resulta ser algo neutral, que está sobre las distintas actividades cognitivas sin que sea su conocimiento un objetivo exclusivo de alguna de ellas.

Si bien las leyes naturales no están escritas en ninguna parte, al ser descriptas por el hombre (ley natural humana) adquieren cierta realidad tangible. El rechazo también proviene de la posibilidad de que se hagan falsas o erróneas descripciones de tales leyes, o bien de que se tomen aspectos irrelevantes en lugar de aquellos que tienen un carácter relevante. Así, tanto el amor y la actitud cooperativa como el odio y la actitud competitiva, forman parte de nuestra naturaleza. Y, de hecho, estas actitudes básicas dan origen a distintas posturas filosóficas, políticas y religiosas, tan “naturales y legítimas” una como la otra. Sin embargo, si se tiene en cuenta que el derecho, como la religión, deben tratar de establecer un ordenamiento social que optimice el nivel de felicidad de los seres humanos, pronto se advertirá que sólo una de esas posturas es la que responde efectivamente a esa finalidad.

Los derechos esenciales del hombre, considerados por el derecho natural, consisten en los siguientes:

a) Derecho a la vida: de donde surge la prohibición del homicidio y del suicidio.
b) Derecho a la personalidad: involucra el derecho a la libertad y a la igualdad.
c) Derecho a la propiedad: como parte del derecho a la libertad.
d) Derecho a las obligaciones: es el derecho por el que se exige cumplimiento a quienes deben respetar pactos o contratos.

De todas las leyes naturales existentes, son de relevancia aquellas que rigen al individuo y a su comportamiento. De ahí que, si contemplamos los derechos básicos que deben ser respetados en todo individuo, estamos estructurando y reforzando al componente elemental de la sociedad. Luego, y a partir de tales derechos, surgen las obligaciones respectivas de cada uno, las que implican, justamente, el respeto hacia nuestros iguales. José María Mas Solench escribió: “Los derechos naturales son individuales, atañen principalmente al individuo –su vida, su personalidad-, mas no podemos considerar a un individuo aislado, separado del resto de la comunidad en que vive; por ello, los derechos naturales tienen una clara proyección social” (De la “Enciclopedia Labor” Tomo 9-Editorial Labor SA-Barcelona 1960).

Por lo general, los términos derecho y justicia se utilizan indistintamente. Podemos decir que la religión moral, como debiera serlo el derecho positivo, se establece con la finalidad de que exista justicia. Como la justicia natural nos exige, esencialmente, la adopción de una actitud cooperativa, encontramos sentido a la expresión de Cristo: “Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”.

El concepto de ley natural aparece también en los escritos de algunos destacados políticos y juristas romanos, tal como Marco Tulio Cicerón, quien dijo al respecto: “El universo entero ha sido sometido a un solo amo, a un solo rey supremo, al Dios todopoderosos que ha concebido, meditado y sancionado esta ley. Desconocerla es huirse a si mismo, renegar de su naturaleza y por ello mismo padecer los castigos más crueles aunque escapara a los suplicios impuestos por los hombres”.

miércoles, 17 de abril de 2013

Lo esencial del socialismo

Se ha dicho acertadamente que una imagen vale por cien palabras, ya que, por lo general, cuando utilizamos palabras para establecer descripciones parciales de la realidad, estamos tratando de transmitir una imagen más o menos definida que previamente disponemos en nuestra memoria. De ahí que, si se requiere describiral socialismo, o a lo que sea, conviene primeramente intentar transmitir una imagen concreta sobre la cual basaremos nuestra descripción.

Como han señalado varios autores, puede entenderse al socialismo en base a la observación de una sociedad de hormigas, es decir, un simple hormiguero. Podemos observar que existe una meta común para todas las hormigas, ya que participan cooperativamente, unidas en el trabajo, buscando el objetivo mencionado. Por lo general transportan pequeñas ramitas, u otros elementos, cuyos pesos y tamaños resultan comparables al propio peso y tamaño de cada una.

No existen metas individuales, por cuanto casi nunca veremos una hormiga que realice una actividad fuera del objetivo compartido, buscando sus propias metas y su propio beneficio. El individualismo es algo prohibido en la sociedad de las hormigas y existe una igualdad en el trabajo y en las recompensas. No existe propiedad individual, ya que existe una propiedad compartida, lo que no resulta sorprendente teniendo presentes los objetivos previamente mencionados. Además, los objetivos básicos para la supervivencia apuntan a la permanencia del conjunto antes que a la permanencia de cada uno de sus integrantes. El individuo sobrevive y perdura en el tiempo como parte del conjunto.

El funcionamiento adecuado del hormiguero exige de la colaboración de todas sus integrantes, más aún, del altruismo de cada una, ya que, trabajar bastante más o bastante menos que las demás, no le reportará una diferencia significativa al individuo, pero sí al conjunto. El altruismo implica, justamente, renunciar a la búsqueda de ventajas para uno mismo para buscar solamente el éxito del grupo, o de la sociedad. Respecto del socialismo, Henri Lefevbre escribió:

“Las relaciones fundamentales de toda sociedad humana son por lo tanto las relaciones de producción. Para llegar a la estructura esencial de una sociedad, el análisis debe descartar las apariencias ideológicas, los revestimientos abigarrados, las fórmulas oficiales, todo lo que se agita en la superficie de esa sociedad, todo el decorado: debe penetrar bajo esa superficie y llegar a que las relaciones de producción sean las relaciones fundamentales del hombre con la naturaleza y de los hombres entre sí en el trabajo” (De “El marxismo”-EUDEBA-Buenos Aires 1973).

El hormiguero resulta ser una sociedad igualitaria ya que todos sus integrantes tienen iguales obligaciones y derechos. Ser igual implica que, al ser reemplazado por otro, nadie notará la diferencia. El valor de cada hormiga, desde ese punto de vista, es el mismo para todas. Como la naturaleza humana resulta ser bastante distinta a la naturaleza de las hormigas, se han propuesto diversos métodos de adaptación, conducentes a la formación del hombre-hormiga, es decir, al hombre plenamente adaptado al socialismo. Uno de esos intentos fue la formación del “hombre nuevo soviético” que debería universalizarse con la difusión del socialismo a escala mundial.

Debido a la naturaleza propia de las hormigas, se llega a una sociedad autoorganizada, en la que no hace falta que exista una “superhormiga” que piense por todas y decida cuales son los objetivos y los medios para establecer la supervivencia del conjunto. De ahí que, cuando se trata de aplicar al hombre un sistema social similar, surge la clase gobernante del sistema socialista, ya que alguien debe decidir por todos. Comienza, de esa forma, a surgir la desigualdad esencial del socialismo, ya que aparecen dos clases netamente diferenciadas; la de quienes dirigen y piensan en oposición a la de quienes sólo deben obedecer.

Mientras que en la sociedad de insectos no existe algo similar al amor y al odio, tal como existe en los seres humanos, los ideólogos socialistas deben “elegir” una de tales actitudes básicas del hombre, además del altruismo mencionado. Dicho altruismo, dirigido hacia la sociedad y el Estado, coexiste con el odio hacia los sectores individualistas, que son los que se oponen a la implantación del socialismo, es decir, al que promueve una sociedad libre o estrictamente humana, y hacia quienes van dirigidas descalificaciones, difamaciones y calumnias de todo tipo. Al proveerle de un enemigo a quien odiar, el ideólogo socialista le brinda a cada individuo un adicional sentido de la vida.

Debido a nuestra naturaleza humana, por el contrario, se tiende a establecer una sociedad autoorganizada en la que se producen intercambios voluntarios (mercado) sin necesidad de que alguien piense y decida por todos. De ahí que en las sociedades democráticas se busque el gobierno de las leyes antes que el gobierno de los individuos, tratando de lograr el autogobierno personal que es el que, en definitiva, nos dará la sensación y la seguridad de vivir en libertad. El vínculo de unión que permitirá establecer la sociedad humana ha de ser el amor, actitud por la cual compartimos las penas y las alegrías de nuestros semejantes, mientras que los vínculos laborales, o los surgidos de los intercambios mencionados, será una consecuencia de existir previamente una actitud cooperativa predominante.

Para ilustrar la forma en que funciona una sociedad comunista, o socialista, podemos mencionar un caso ocurrido en Cuba, cuando la “superhormiga” que la dirigía planifica una cosecha de azúcar record, siendo relatado tal acontecimiento por una “hormiga” que tuvo que padecer la situación. La médica Hilda Molina escribió al respecto:

“Con el confesado objetivo de mejorar la desastrosa situación económica del país, Fidel Castro concibió otra de sus delirantes campañas. Se trataba de la «Zafra de los diez millones». Él y otros dirigentes aseguraron que la salvadora cifra de diez millones de toneladas de azúcar que íbamos a producir proporcionaría bonanza y prosperidad a la nación. Y paralizaron el país. Todos los cubanos nos involucramos compulsivamente en esa zafra sin precedentes inaugurada por el propio Fidel Castro el 27 de octubre de 1969”.

“Los alumnos y profesores de la Escuela de Medicina participamos en la zafra a tiempo completo, distribuidos en diferentes regiones. A nuestro grupo le correspondió un campamento ubicado en Aguada de Pasajeros, localidad de la provincia de Cienfuegos. Se repetía la pesadilla. Otra tarea inútil de obligatorio cumplimiento. Lejanía de la familia. Campamento desolado, con un local sin paredes destinado a cocina-comedor. Barracones mal construidos, en penumbras, donde dormíamos hacinadas, heladas de frío, sin privacidad y rodeadas de insectos y de sapos. Dos letrinas de madera sucias y pestilentes. Nos bañábamos prácticamente a la intemperie, usando el débil chorro de agua helada que fluía durante una hora diaria através de un tubo agujereado”.

“Así malvivimos en una locura que parecía interminable. Los alumnos y profesores del grupo sobrellevamos con disciplina, dedicación al trabajo, respeto y algunas pinceladas de humor juvenil aquella abusiva movilización de crueldad e inutilidad memorables”.

“Los bribones jefes de la región y de la provincia, integrantes de la elite de poder y también adictos al acoso sexual, se movían con prepotencia en sus jeeps soviéticos impartiendo órdenes y exigiéndonos a nosotros, sus esclavos, más productividad y mayores sacrificios. Una vez finalizada su cotidiana payasada, nos abandonaban a nuestra suerte y marchaban a sus hogares donde, sin que les temblaran las conciencias, comían y dormían cómodamente junto a sus familias”.

“El país vibró durante nueve meses en incontrolable frenesí y movido por directrices arbitrarias contrapuestas y yuxtapuestas. Se gastaba más de lo que se producía. Los sensatos vaticinaban en voz baja el fracaso. El ministro de la Industria Azucarera fue destituido precisamente por oponerse a tamaña locura y por predecir el fracaso. Esa guerra de nervios concluyó el 26 de julio de 1970 con el anuncio de Fidel Castro de que la meta no se cumpliría puesto que sólo seproducirían algo más de ocho millones de toneladas de azúcar. Pero, como político astuto, allí mismo enardeció a las masas hipnotizadas, convocándolas a «nuevas batallas» con la recién creada consigna de «¡A convertir el revés en victoria!»” (De “Mi verdad”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2010).

Siendo la ética la rama de la ciencia que estudia el comportamiento humano, y que atribuye el adjetivo de “bueno” a lo que favorece la consecución de objetivos y “malo” a lo que nos aleja de ellos, podemos afirmar que existe una ética socialista que diferirá bastante de la ética natural o humana, por cuanto los objetivos y medios de ambas sociedades son bastante distintos.

Cierta vez se mencionaba el caso de un profesional que, con el excedente de sus ingresos mensuales, inicia la construcción de viviendas para alquilar pensando en una seguridad económica futura. Además, para construirlos permitía que algunas personas trabajaran en esas construcciones y que, con el tiempo, podría solucionar, quizás parcialmente, el problema habitacional de otras personas. Indirectamente promovía, además, una pequeña reducción del déficit habitacional que sufre la sociedad argentina. Sin embargo, a pesar de promover beneficios a varias personas, su accionar fue calificado como “no ético” por una marxista; algo que resultó inicialmente bastante sorprendente. Tal comportamiento “no ético”, asociado al sector productivo, conduce a considerarlo como la clase social enemiga del socialismo; la burguesía individualista.

Recordemos que, para el socialista, el hombre debe realizar todas sus actividades dentro del Estado, que para él es la materialización de la sociedad. Toda acción fuera del Estado es considerada como una acción no social y, por lo tanto, alejada de la ética socialista.

Para muchos seres humanos, el socialismo presenta diversos atractivos, ya que la búsqueda de objetivos comunes nos invita a asociarnos a otros individuos dejando de lado el egoísmo y los antagonismos existentes entre los integrantes de una sociedad en crisis. Sin embargo, al confundirse egoísmo con individualismo, y al prohibirse todo emprendimiento individual, se restringe y se anulan las capacidades e iniciativas individuales, con lo cual se tiende a desnaturalizar a la sociedad humana auténtica.

Si alguien nos recuerda que estamos en pleno siglo XXI y que el socialismo es una cosa del pasado, debido precisamente a los reiterados fracasos que se produjeron ante su implantación, podemos responderle que, sin embargo, en la actual Argentina, y en algunos países vecinos, principalmente a través de los medios masivos de difusión oficiales, en forma bastante reiterada se promueve una ideología que insta a cada individuo a orientarse hacia el socialismo, por lo cual es necesario informar de qué se trata en realidad.

martes, 9 de abril de 2013

La lucha contra Occidente

Uno de los criterios que permite encontrarle sentido a gran parte de los acontecimientos que vivió la humanidad en el siglo XX, y que sigue viviendo actualmente, consiste en considerar la lucha, abierta o encubierta, contra la civilización occidental. Tanto los totalitarismos políticos (fascismo, nazismo, marxismo) como el totalitarismo teocrático (Islam), se han caracterizado por oponerse y pretender destruir, y luego reemplazar, a los valores predominantes en los pueblos occidentales.

En realidad, los totalitarismos políticos mencionados surgieron en Europa, por lo que serian tan “occidentales” como los valores democráticos y liberales que pretendieron reemplazar, sin embargo, cuando se habla de Occidente, se lo asocia al cristianismo y al liberalismo, como tendencias predominantes, sin que ello signifique que todo habitante de Europa o de EEUU comparta el deseo de una vigencia permanente de tales valores. Friedrich Hayek escribió al respecto:

“Aquí no sólo se abandonan los principios de Adam Smith y de Hume, de Locke y de Milton. Aquí se abandonan las características más básicas de la civilización desarrollada por los griegos y los romanos y el Cristianismo, es decir, de la civilización occidental. Aquí no se renuncia sólo al liberalismo del siglo XVIII y del XIX, es decir, al liberalismo que completó dicha civilización. Aquí se renuncia al individualismo que gracias a Erasmo de Rótterdam, a Montaigne, a Cicerón, a Tácito, a Perícles, a Tucídides, heredó dicha civilización. El individualismo, el concepto de individualismo, que a través de las enseñanzas proporcionadas por los filósofos de la antigüedad clásica, del Cristianismo, del Renacimiento y de la Ilustración nos ha hecho tal y como somos. El socialismo se basa en el colectivismo. El colectivismo niega el individualismo. Y el que niega el individualismo niega la civilización occidental” (Citado en “La Fuerza de la Razón” de Oriana Fallaci-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2004).

Incluso actividades como la ciencia experimental, ligada principalmente a Occidente, sufre continuos ataques, no tanto por sus resultados, sino por sus orígenes. Steven Weinberg escribió: “Sospecho que Gerald Holton está cerca de la verdad al ver el ataque radical a la ciencia como un síntoma de una hostilidad más amplia hacia la civilización occidental, una hostilidad que ha envenenado a los intelectuales occidentales desde Oswald Spengler en adelante. La ciencia moderna constituye un blanco obvio para esta hostilidad; el gran arte y la gran literatura han surgido de muchas de las civilizaciones del mundo pero, desde Galileo, la investigación científica ha estado abrumadoramente dominada por Occidente” (De “El sueño de una teoría final”-Crítica-Barcelona 1994).

La guerra fría del siglo XX fue en realidad una lucha, a veces no tan “fría”, entre los EEUU, que trataba de mantener la vigencia de los valores occidentales (liberalismo político y económico, cristianismo) en oposición a la URSS, que trataba de suplantarlo por el totalitarismo marxista. Alexander Solyenitsin escribía al respecto: “Durante decenios, en los años veinte, treinta, cuarenta y cincuenta, toda la prensa soviética decía: «¡Capitalismo occidental, llegó tu fin! ¡Te aniquilaremos!» Pero los capitalistas hicieron oídos sordos: no podían entenderlo ni creerlo”. “Pero, para desgracia de los comunistas, en 1945 esta línea directa tropezó con vuestra bomba atómica. Con la bomba atómica norteamericana. Y entonces los comunistas cambiaron de táctica. Entonces se convirtieron, de repente, en partidarios de la paz a cualquier precio. Empezaron a reunirse los Congresos de la Paz y se redactaron peticiones por la paz. Y el mundo occidental cayó en este engaño. Pero los propósitos y la ideología no cambiaron: aniquilar vuestro régimen, aniquilar el modo de vida occidental”.

“¡Y cuando se lleva a cabo el aflojamiento de la tensión, la convivencia pacifica y el comercio, insisten en que la guerra ideológica debe continuar! ¿Y qué es la guerra ideológica? Un cúmulo de odio, la repetición del juramento: el mundo occidental debe ser aniquilado. Como otrora en el Senado de Roma un famoso senador terminaba sus alocuciones con la sentencia «Cartago debe ser destruida», también hoy, en cada acto de comercio o de relajamiento de la tensión, la prensa comunista, las instrucciones reservadas y miles de conferenciantes repiten: ¡El capitalismo debe ser aniquilado!” (De “En la lucha por la libertad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1976).

Con la caída del Imperio Soviético y la adopción de la economía de mercado por parte de China, los marxistas se sienten identificados con el Islam por cuanto gran parte de los seguidores de esta religión comparte el mencionado objetivo destructivo del marxismo. Para el Islam, occidente es una zona poblada por “infieles” a los que hay que convertir. En el Corán aparece la siguiente expresión: “La recompensa de los que corrompiendo la Tierra se oponen a Alá y a su Profeta será ser masacrados o crucificados o mutilados de manos y pies, es decir, ser expulsados con infamia de este mundo” (Citado en “La Fuerza de la Razón”).

Luego del atentado contra las torres de Nueva York, que ocasionó miles de víctimas, un sondeo de opinión realizado en Buenos Aires determinó que el 55% de los encuestados apoyó la expresión de “haber festejado” el acto terrorista emitida por una dirigente representativa de la izquierda, que en cierta forma concuerda con el porcentaje de votos otorgados al kirchnerismo. En Italia, un gran porcentaje de inmigrantes islámicos, luego nacionalizados, y de italianos convertidos al Islam, apoyan electoralmente a la izquierda de ese país. Oriana Fallaci escribió: “Pero la mayor culpa con la que se manchó la Izquierda durante los últimos cincuenta años no es siquiera la de habernos quitado la confianza y el respeto por la política, la de habernos arrojado a un desierto donde no cae una gota de agua y no crece una brizna de hierba. Es la culpa de haber favorecido, junto a la Iglesia Católica y a los restos del Movimiento Social Italiano, la islamización de Italia. Es obvio que Europa se ha convertido en Eurabia porque en todos los países la Izquierda se ha comportado y se comporta como en Italia”.

Los pueblos que han trascendido a sus épocas, debido a los aportes realizados a la cultura universal, son aquellos que han sabido adoptar previamente las mejores costumbres disponibles en su tiempo, aunque hayan provenido de otros pueblos, como es el caso de Roma, que no tiene inconvenientes en adoptar la cultura griega o la religión cristiana, surgida en una de sus colonias. Por el contrario, los pueblos que poco contribuyen a la cultura planetaria son precisamente aquellos que sólo han manifestado la intención de imponer sus costumbres con un evidente espíritu competitivo.

Roma entendió que de todas las propuestas culturales, ya fueran religiosas, legales, filosóficas, científicas, etc., algunas de ellas producen mejores resultados que las restantes. De ahí que no existe una igualdad cultural en el sentido de que no han de ser igualmente válidas dos posturas que conducen a resultados muy distintos. Si el relativismo cultural es válido (o si se lo acepta como válido), suponiendo que toda propuesta distinta produce resultados similares, entonces ello asegura la continuidad de los conflictos para todo el futuro de la humanidad.

Veamos como ejemplo lo que sucede en Italia con el “multiculturalismo”; cuando un italiano es polígamo, viola una ley impuesta por el Estado, excepto que sea musulmán, por cuanto el Islam admite hasta cuatro mujeres por cada hombre. Cuando un italiano asesina a su madre, bajo cualquier pretexto, será condenado por la ley (y por la sociedad), mientras que si un musulmán asesina a su madre aduciendo que “incumplió una ley del Corán” se acepta su acción por cuanto “forma parte de su cultura” y de una tradición milenaria. De ahí que cualquier italiano que cometa alguna de las infracciones mencionadas podrá luego decir que “se convirtió al Islam” y que, por lo tanto, se deben respetar sus creencias, algo que no se le podrá negar debido a la igualdad cultural que debe respetarse a todos los ciudadanos. De ahí en más, las leyes italianas perderán su vigencia adquiriendo mayor relevancia las leyes que provienen del Corán. Oriana Fallaci escribe:

“…si eres un bígamo italiano o francés o inglés, etcétera, vas derecho a la cárcel. Pero si eres un bígamo argelino o marroquí o paquistaní o sudanés o senegalés, etcétera, nadie te toca un pelo”. “Porque si dices lo que piensas del Vaticano, sobre la Iglesia Católica, sobre el Papa, sobre la Virgen, sobre Jesucristo, sobre los santos, no te pasa nada. Pero si haces lo mismo con el Islam, con el Corán, con Mahoma o con los hijos de Alá, te conviertes en racista y xenófobo y blasfemo y culpable de discriminación racial”.

Ante las afirmaciones, respecto de los aportes de la cultura islámica a la ciencia, resulta oportuno mencionar que, hasta el año 1979, sólo un científico musulmán había logrado un Premio Nobel, como es el caso del físico paquistaní Abdus Salam, situación que no ha cambiado esencialmente. Seguramente este ha sido el precio de ubicar a la sabiduría (el Corán) en una categoría superior al conocimiento (la ciencia).

Es necesario que los pueblos europeos, especialmente los que poco o nada hacen para resistir la invasión islámica, tengan presentes los distintos aspectos de esa cultura que se irán incorporando progresivamente a sus países. Uno de esos aspectos es el trato del hombre hacia su mujer (o hacia sus mujeres). Oriana Fallaci agrega: “…el término «tradición islámica» significa total subordinación de la mujer. Esclavitud total. Y que tal esclavitud incluye el derecho que tiene el marido a pegarle, flagelarla y golpearla. «Las mujeres virtuosas obedecen incondicionalmente al marido. Las desobedientes deben ser alejadas por él de su lecho y apaleadas», enseña el Corán”.

El Islam es un claro ejemplo de religión pagana, ya que no tiene presentes las más sencillas y elementales leyes naturales que rigen al hombre. Incluso, como existe una similar tasa de natalidad de hombres y de mujeres, en todos los pueblos y en todas las épocas, si algunos tienen hasta cuatro esposas, otros se quedarán sin ninguna. Vemos que, para algunos pueblos, las leyes propuesta por un hombre resultan ser más importantes que las leyes naturales, impuestas por Dios.

En cuanto a las Cruzadas, tan criticadas aun cuando ocurrieron hace más de mil años, se advierte que se trata de encubrir la acción del otro bando. Los historiadores parecen decirnos que la Biblia desaconseja las respuestas armadas, por lo cual los cruzados cristianos cometieron un serio pecado, mientras que el Corán promueve la Guerra Santa, por lo cual sus adeptos realizan sus conquistas en forma “legítima”. (Debemos respetar las consecuencias de haber aceptado previamente el “Relativismo Cultural”). La autora mencionada escribió: “Pero antes que una serie de expediciones encaminadas a reconquistar el Santo Sepulcro, las Cruzadas fueron la respuesta a cuatro siglos de invasiones, ocupaciones, vejaciones, carnicerías. Fueron una contraofensiva para bloquear el expansionismo islámico en Europa”.

Para el que odia al prójimo en forma intensa, la infelicidad de la persona odiada resulta más importante que la felicidad propia. De ahí que las madres de los terroristas islámicos sienten cierta felicidad al saber que, aunque pierdan a sus hijos, las victimas de sus atentados suicidas sufrirán bastante. Incluso se supone que el terrorista tendrá recompensas eternas por haber eliminado al enemigo. Esto contrasta con el sufrimiento que sienten quienes siguen las prédicas cristianas y comparten las penas y las alegrías de sus semejantes como si fuesen propias. La cultura del odio pretende reemplazar la cultura del amor. De todas formas, no implica que toda persona que sea tradicionalmente islámica haya de seguir estrictamente lo que le sugiere el Corán, ni tampoco que toda persona que sea tradicionalmente cristiana ha de seguir el comportamiento ético sugerido por su religión. De todas formas, toda sugerencia para la acción debe contemplar los valores éticos elementales. El sentido de la vida debe ser una consecuencia de haber aceptado una sugerencia a adoptar una actitud cooperativa, y no una actitud de odio hacia un importante sector de la humanidad.

Entre los aspectos discutibles, asociados a la cultura islámica, se encuentran algunos preceptos del Corán respecto del vinculo matrimonial, como el que indica que: “Si un hombre se casa con una menor que ha cumplido los nueve años y le rompe inmediatamente el himen, no puede gozarla más”. Otro: “Si una mujer viuda o repudiada no ha cumplido los nueve años, puede casarse inmediatamente después de la viudez o del repudio sin esperar los cuatro meses y diez días prescriptos. Y eso, aunque haya mantenido recientemente relaciones íntimas con su primer marido”. Otro: “Si un hombre ha mantenido relaciones sexuales con un animal, por ejemplo con una oveja, no puede comer su carne. Caería en pecado” (Citados en “La Fuerza de la Razón”).

Entre los aspectos sorprendentes para la mentalidad occidental, además de los mencionados, encontramos el de la castración a las niñas pequeñas. La citada autora escribe al respecto: “¿Sabes, realmente, en que consiste la infibulación? Es la mutilación que los musulmanes imponen a las niñas para impedirles, una vez que hayan crecido (o incluso antes, si se casan a los nueve años), gozar del acto sexual. Es la castración femenina que los musulmanes practican en veintiocho países del África islámica y por la que todos los años dos millones de criaturas (cifra proporcionada por la World Health Organization) mueren por infección o desangradas”.

En cierta oportunidad, el Papa Juan Pablo II pidió perdón al Islam por las Cruzadas, aunque el Islam no hizo otro tanto con el cristianismo. Oriana Fallaci escribió (dirigiéndose simbólicamente al Papa): “¿Nunca le han pedido perdón por haber dominado durante más de siete siglos la catoliquísima Península Ibérica, invadido y usurpado todo Portugal y tres cuartas partes de España, perseguido al pueblo, desnaturalizado sus costumbres y sus idiomas, así que si en 1492 Isabel de Castilla y Fernando de Aragón no hubiesen tomado cartas en el asunto, hoy en España y Portugal se hablaría todavía el árabe?” (De “La rabia y el orgullo”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2004).

La intromisión de la religión islámica involucra aspectos que avasallan a la individualidad aun en cuestiones tan elementales como la manifestación de sentimientos básicos personales, como fue el caso ocurrido en Afganistán. Oriana Fallaci escribe: “¿No saben que en al Afganistán de los Talibanes las mujeres no pueden reírse, que a las mujeres les está también prohibido reírse?”.

Como las leyes europeas, y la propia sociedad, condenan todo tipo de discriminación, los musulmanes hacen lo que más les conviene para la conquista cultural de Europa, mientras que sus victimas callan y observan ante el temor a ser consideradas “discriminadoras”. La citada autora agrega: “Si un guardia urbano se les acerca y murmura: «Señor Hijo de Alá, Excelencia, ¿le importaría apartarse un poquito para dejar pasar a la gente?». Se lo comen vivo. Lo agarran más bestialmente que los perros rabiosos. Como mínimo, insultan a su madre y a su progenie. Y la gente calla resignada, intimidada, chantajeada por la palabra «racista»”.

Nos gustaría escuchar que todo lo que comenta la periodista y escritora italiana no es verdad. Sin embargo, gran parte de sus afirmaciones son comprobables o verificables por otras vías. Por querer proteger a su patria, y a su continente, de la influencia creciente del totalitarismo religioso, ha sido repudiada en su propio país. En realidad, es lo mismo que sucede con quienes se oponen a la implantación del totalitarismo marxista en su propia patria, ya que por lo general se les niega un derecho tan elemental.

La lucha de los totalitarismos contra Occidente forma parte de la antiquísima lucha entre el Bien y el Mal, entre la cooperación y la competencia, entre el amor y el odio. Con ello, sin embargo, no se dice nada nuevo, incluso tales conceptos son utilizados por marxistas y musulmanes con un significado totalmente opuesto al asignado por los ciudadanos de Occidente. Sin embargo, es sencillo apreciar que, quien lucha a favor del Bien, es el que tiende a compartir las penas y las alegrías de quienes le rodean, por lo que se trata de alguien que no tiene enemigos. Por el contrario, quien lucha a favor del Mal se caracteriza porque centra sus esfuerzos y sus pensamientos en la destrucción de su enemigo, por lo general algún pueblo que ha alcanzado cierto éxito en alguna actividad emprendida.

martes, 2 de abril de 2013

Las actitudes religiosas

Una de las ideas más simples que aparece en una temprana indagación acerca del mundo, es la de un Creador que lo hizo todo y que estaba presente antes de la aparición del hombre sobre la Tierra. Luego surgirán distintas caracterizaciones y se le asociarán distintos atributos. Una posibilidad es que el Dios imaginado consista en un ser similar a un hombre, que decide las cosas a cada instante, o bien alguien que ha establecido leyes, divinas o naturales, a las cuales nos debemos adaptar. De ahí que la religión es “el reconocimiento de la trascendencia absoluta del Creador y de la consiguiente dependencia absoluta de la criatura” (José Graneris) (De “La religión en la historia de las religiones”-Editorial Excelsa-Buenos Aires 1946).

Ante el avance del conocimiento científico, del cual deriva la imagen de un mundo totalmente regido por leyes naturales, resulta adecuado identificarlas con las leyes de Dios. Dichas leyes constituyen un vínculo, o un intermediario, entre Dios y el hombre, y nuestro interés ha de recaer en su descripción y en su difusión, dejando de lado la indagación acerca de los supuestos atributos mencionados.

Existe una tendencia, respecto a la idea que tenemos de Dios, que va desde un ser con atributos humanos, el Dios personal, hasta la idea de un mundo ordenado por leyes, es decir, un orden natural, acerca del cual podemos atribuir un sentido, o una finalidad, tal como el asociado a la voluntad de un Dios personal. Pierre Teilhard de Chardin escribió: “Se han multiplicado los sistemas en los que el hecho religioso es interpretado como un fenómeno psicológico ligado a la infancia de la humanidad. De intensidad máxima en los comienzos de la civilización, debería desvanecerse gradualmente y ceder el paso a construcciones más positivas, de las que Dios (sobre todo un Dios personal o trascendente) se encontraría excluido” (De “La energía humana”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1972).

Podemos decir que la importancia que tiene la religión para el hombre no debería decaer en el futuro, por cuanto resulta absurdo pretender vivir en un lugar acerca del cual ignoramos “las reglas del juego”. El decaimiento del pensamiento religioso sólo provocará malestar y caos individual y social; efecto similar a establecer una religión incompatible con las leyes naturales existentes. Lo que seguramente ha de cambiar, ha de ser la imagen que nos formamos de Dios, que va desde un Dios personal (teísmo) hasta un Dios diseñador de leyes naturales invariantes (deísmo o religión natural) que tiende a hacerse algo más abstracta al dejar de lado la imagen previa dominante. La Iglesia Católica, si bien admite posibles intervenciones divinas, se fundamenta en la ley natural, de ahí sus justas pretensiones de ser una Iglesia “católica”, o universal. Pío XII expresó: “¡La ley natural! He aquí el fundamento sobre el cual reposa la doctrina social de la Iglesia” (Alocución del 25/9/1949).

El alejamiento del hombre de las formas religiosas tradicionales no implica que exista necesariamente un ateismo creciente, que también podría existir, sino tan sólo un cambio esencial de la imagen predominante que tiende a identificarse con la visión científica del universo. Por otra parte, la postura atea, que descarta la existencia de leyes naturales y de un orden natural, resulta bastante difícil de imaginar. De ahí que la descalificación que desde el teísmo se hace a la religión natural, identificándola como atea, sólo responde a cierta perversidad propia del idólatra que supone que logrará un mejor lugar en la vida eterna en cuanto desprecie las opiniones religiosas diferentes con mayor intensidad.

Uno de los deístas de mayor trascendencia fue Baruch de Spinoza, quien fue separado de la sinagoga judía acusado de ateismo, entre otras cosas. Sin embargo, sus aportes al entendimiento de la Biblia fueron de gran importancia, incluso en su libro “Ética” fue capaz de definir, con cierta precisión, el significado del amor, que es el fundamento del cristianismo y que, debido a la amplitud de interpretaciones subjetivas, resulta ser un concepto que ha quedado sepultado bajo un conjunto de misterios y de oscuros conceptos, lo que ha llevado a un deterioro significativo del mensaje original. Tal definición implica esencialmente al fenómeno de la empatía, por medio del cual compartimos las penas y las alegrías de quienes nos rodean. Carl Gebhardt escribió sobre Spinoza:

“….Sólo así se logra comprender la violencia con que se defiende de la acusación de ateismo. Ninguna carta está tan llena de profunda indignación como la que rechaza esa denominación. El hombre actual difícilmente puede comprender este sentimiento; para éste el ateo es un dogmático como cualquier otro. En aquel tiempo, el que no reconocía a Dios, rechazaba absolutamente todo orden ético del mundo, pues la moral sólo se fundaba en la fe en el más allá” (De la Introducción del “Epistolario” Baruch de Spinoza-Proyectos Editoriales-Bs. As. 1988).

Es oportuno mencionar la actitud del Dalai Lama, líder budista, respecto de la ciencia experimental y su relación con la religión. Al respecto expresó: “El diálogo entre la ciencia y el budismo es una interacción bidireccional, puesto que los budistas podemos servirnos de los descubrimientos realizados por la ciencia para esclarecer nuestra comprensión del mundo en el que vivimos, mientras que la ciencia, por su parte, también puede aprovecharse de algunas de las comprensiones proporcionadas por el budismo”. “Con cierta frecuencia he dicho que, si la ciencia demuestra hechos que contradicen la visión budista, deberíamos modificar ésta en consecuencia” (De “Emociones destructivas” de Daniel Goleman-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2003).

Las religiones actuales constituyen un elemento más para la discriminación entre sectores y el debilitamiento del orden social. Si consideramos una de las definiciones de la palabra religión, como proveniente de “unir a los adeptos”, podemos decir que, en general, no funcionan como verdaderas religiones. Incluso en algunos casos se pretende establecer dominios de tipo cultural a través de la imposición de creencias, y de formas de vida propias, a otros pueblos.

El tan difundido multiculturalismo, que implicaría la aceptación de todo tipo de cultura, creencia o forma de vida, en realidad es una especie de trampa que favorece a los sectores que, en realidad, pretenden suplantar una cultura por otra. Uno de esos casos es el del Islam, que exige su plena aceptación en los distintos países, pero para suplantar y someter, en el futuro, a todo aquel que se mantenga “infiel” a dicha religión.

El creyente musulmán no trata de adaptarse a las leyes y a las costumbres de los pueblos a donde va, ni tampoco trata de mantenerse en su lugar respetando las diferencias, sino que tiende a presionar a los pueblos originarios a adoptar su propia forma de vida. La periodista Oriana Fallaci escribió:

“En este planeta nadie defiende su identidad y se niega a integrarse tanto como los musulmanes. Nadie. Porque Mahoma prohíbe la integración. La castiga. Si no lo sabe, échele un vistazo al Corán. Que le trascriban las suras que la prohíben, que la castigan. Mientras tanto le reproduzco un par de ellas. Ésta, por ejemplo: «Alá no permite a sus fieles hacer amistad con los infieles. La amistad produce afecto, atracción espiritual. Inclina hacia la moral y el modo de vivir de los infieles, y las ideas de los infieles son contrarias a la Sharia. Conducen a la pérdida de la independencia, de la hegemonía, su meta es superarnos. Y el Islam supera. No se deja superar». O esta otra: «No seáis débiles con el enemigo. No le ofrezcáis la paz. Especialmente mientras tengáis la superioridad. Matad a los infieles dondequiera que se encuentren. Asediadlos, combatidlos con todo tipo de trampas». En otras palabras, según el Corán tenemos que ser nosotros los que nos integremos. Nosotros los que aceptemos sus leyes, sus costumbres, su maldita Sharia [moral islámica]” (De “La Fuerza de la Razón”-Editorial El Ateneo-Bs. As. 2004).

La táctica adoptada por el Islam, para lograr su dominio sobre Europa, consiste esencialmente en mantener la superior tasa de nacimientos del sector musulmán, residente en Europa, respecto de la reducida tasa de nacimientos de los pueblos europeos originarios. En cuanto al expansionismo islámico, la autora citada escribe: “Porque éste es el único arte en el que los hijos de Alá han destacado siempre, el arte de invadir, conquistar, subyugar. Su presa más codiciada siempre ha sido Europa, el mundo cristiano”.

El trato que se le da a la mujer, en el Islam, es totalmente desigual, teniendo el marido pleno poderes ante un ser que sólo debe mostrar sumisión y obediencia. El nombre del Islam significa justamente “entrega, sumisión”, no sólo respecto de Dios, o Alá, sino también de la mujer hacia su marido. Ya se están viendo en Europa casos en que los propios familiares asesinan a una mujer por cuanto, aducen, no cumplió con algunos de los preceptos del Islam, sin que sean castigados por el hecho de haber matado a una persona. Si bien el Islam pretende ser una continuidad del judaísmo y del cristianismo, al legitimar asesinatos en varias circunstancias, se opone radicalmente a los mandamientos bíblicos, por lo que resulta falsa la afirmación acerca de tal continuidad. Oriana Fallaci escribe:

“El noventa y cinco por ciento de los musulmanes rechaza la libertad y la democracia, no sólo porque no saben lo que es sino también porque, si se lo explicas, no lo entienden. Son conceptos demasiado opuestos a aquellos sobre los que se basa el totalitarismo teocrático. Demasiado ajenos al tejido ideológico del Islam. En dicho tejido es Dios el que manda, no los hombres. Es Dios el que decide el destino de los hombres, no los propios hombres. Un Dios que no deja espacio a la elección personal, al raciocinio, al razonamiento. Un Dios para el que los hombres no son ni siquiera sus hijos: son sus súbditos, sus esclavos”.

En los países europeos se han promulgado leyes que protegen al musulmán de la discriminación religiosa, aunque en esos mismos países se les permita a ellos discriminar y ofender a los “perros-infieles”, como designan al europeo común. Oriana Fallaci escribe al respecto: “Esa Suiza en la que los hijos de Alá son ya más numerosos, más potentes, más arrogantes que en La Meca, y donde para su uso y consumo se aprobó en 1995 el artículo 261 bis del Código Penal. Artículo en virtud del cual un inmigrante musulmán puede ganar cualquier proceso ideológico o sindical o privado apelando al racismo religioso y a la discriminación racial («No-me-ha-despedido-porque-haya-robado-sino-porque-soy-musulmán»)”.

Los serios conflictos tienden a perpetuarse por cuanto las religiones dominantes se basan en creencias subjetivas que producen sentimientos de unión entre los adherentes a su mismo grupo, pero antagónicos respecto de los demás. El afianzamiento de la religión natural, fundamentada en la ciencia y la razón, puede constituir una alternativa válida para superar los conflictos, ya que sus fundamentos científicos le otorgan el carácter universal que debería tener toda religión. El cristianismo puede interpretarse como una religión natural aunque, seguramente, gran parte de los cristianos prefieran que las cosas sigan como hasta ahora, ante la disyuntiva de tener que cambiar en algo sus creencias.