domingo, 30 de enero de 2011

Distribución de la riqueza

Respecto de quién debe distribuir lo generado por el trabajo del hombre, existen dos propuestas extremas:

a) La mano invisible (el proceso del mercado)
b) La mano visible (el Estado)

Quienes adhieren a que sean las decisiones y el trabajo individuales los factores principales de la distribución, adoptan la postura promovida por el liberalismo. Estiman que la producción y la distribución de bienes y servicios deben quedar a cargo de la actividad privada, a través del mercado, reservando al Estado el cumplimiento de funciones tales como: la educación, la salud pública, la defensa exterior, la seguridad interior, la justicia, la supervisión de una moneda sana, la sanción de leyes, el hacer cumplir la ley. Proponen que el Estado no participe en forma directa en la producción y en la distribución para que pueda dedicarse en forma efectiva a sus funciones específicas.

Quienes adhieren a que sean las decisiones de quienes dirigen al Estado los que conformen el criterio distributivo, son las tendencia socialistas, ya sea el socialismo nacional (fascismo, nazismo, peronismo) o bien el socialismo internacional (marxismo). Estas tendencias se denominan “totalitarias”, por cuanto se orientan hacia el pleno dominio del Estado, que tendría a cargo las funciones mencionadas antes, además de las que atañen a la economía. Debe hacerse una distinción entre el socialismo internacional, que propone que el Estado cumpla con la misión tanto de producir como de distribuir y el socialismo nacional que propone que los empresarios produzcan, pero que el Estado distribuya.

¿Cómo distribuye el mercado? Supongamos el caso de un panadero que se hace rico porque es el único que produce pan en un pueblo. Por ser el único panadero, es posible que tienda a aumentar el precio del producto y a reducir el sueldo de sus empleados. Entonces podrá aparecer otro panadero que ha de competir por un sector del mercado en ese pueblo. El antiguo panadero esta vez no podrá aumentar el precio en forma arbitraria porque perderá a sus clientes. Tampoco podrá disminuir los sueldos porque perderá a sus empleados.

En este ejemplo puede observarse que el propio mecanismo del mercado corrigió la situación en la cual alguien pretendía ganar mucho dinero, incluso a costa de sus clientes y empleados. No hubo necesidad de que el Estado impusiera precios máximos al pan o sueldos mínimos a los empleados. Además, quienes promueven la plena vigencia del proceso del mercado, lo hacen justamente porque conocen su efectividad, y no porque quieran favorecer a los ricos, como generalmente suponen los que adhieren a alguna forma de totalitarismo.

¿Cómo distribuye el Estado? Antes de distribuir lo que no produjo, el Estado ha debido apoderarse de lo que otro hizo. Se dice que “el que parte y reparte, se queda con la mejor parte…”, por lo que el proceso distribuidor estatal no da ninguna garantía de ser “justo”.

La forma de apoderarse de la producción ajena consiste en la estatización de los medios de producción, en el caso del socialismo internacional, o bien de la confiscación de la mayor parte de las ganancias empresariales en el caso del socialismo nacional. Si el dinero que proviene de los impuestos al sector productivo no alcanza, el Estado se encarga de imprimir billetes u otorgar créditos sin tener presente lo que aconseja el mercado, o bien tratará de pedir préstamos (a veces para que sean pagados por un próximo gobierno).

Aun en el caso de que el gobierno totalitario tenga “buenas intenciones”, el deterioro de la economía será inevitable debido precisamente a la existencia de las leyes del mercado, de la “mano invisible” en la cual los socialistas “no creen”. Sin embargo, los efectos que se producen al transgredir algún tipo de ley natural ocurren ya sea que creamos o que no creamos en su existencia.

En el peor de los casos, el gobierno totalitario tiende a distribuir en forma desigual, favoreciendo al sector del pueblo que lo apoya. Incluso tal Estado tiene la posibilidad de castigar al sector opositor por cuanto tiene a su disposición la totalidad del poder, tanto político como económico. Por ello no resulta extraño que las grandes catástrofes humanas, con decenas de millones de muertos, se hayan producido justamente bajo gobiernos totalitarios, como los de Hitler, de Stalin y de Mao.

Demás está decir que tales personajes siniestros eran acérrimos enemigos del liberalismo y despreciaban las leyes del mercado, mientras que los mejores logros económicos se dan bajo la economía de mercado, o capitalismo. Sin embargo, con habilidad propagandística, los totalitarios han tergiversado la realidad de tal forma que la mayoría de la población supone que lo perverso es el capitalismo y no el socialismo.

El mensaje totalitario, dirigido al hombre masa, consiste esencialmente de los dos siguientes aspectos (según Carlos Mira):

1. Que es posible crear una casta protectora que prácticamente nos dé de comer en la boca sin costo ni esfuerzo propio.
2. Que la culpa de los males de la pobreza y la miseria la tiene un conjunto de privilegiados (que la casta aniquilará)

“De ambos, en un ataque de sinceridad brutal, podríamos decir que tienen relación con la vagancia (el primero) y con la rabia (el segundo)” (De “La idolatría del Estado” de Carlos Mira – Ediciones B Argentina SA – Buenos Aires 2009)

Uno de los objetivos básicos del socialismo internacional lo constituye la búsqueda de la igualdad (antes que buscar combatir la pobreza). Se asocia a la desigualdad económica la “desigualdad social”, ya que se ignoran otros valores humanos, como los aspectos afectivos e intelectuales. Se trata de que el envidioso no se sienta superado económicamente por otros.

Podemos hacer un resumen de las distintas posibilidades que se pueden presentar en el caso del panadero del pueblo:

a) No hay empresario panadero. Tal actividad laboral ha sido prohibida a nivel individual quedando a cargo de la planificación estatal. Si lo permitiera, los empleados constituirían una clase social inferior. Esto ocurre en los pocos países que acatan las sugerencias del socialismo internacional.
b) Panadero solo en un pueblo. No existen competidores, no hay mercado estrictamente hablando. Existe la posibilidad de que logre bastante riqueza personal. La ausencia de empresarios en una sociedad es lo que favorece este tipo de situación. Se da en el caso de países subdesarrollados.
c) Dos o más panaderos: aparece la competencia. Se reparten el mercado del pan en ese pueblo. Esta situación es conveniente para los consumidores y para la sociedad.
d) Dos o más panaderos; pero uno de ellos se hace “amigo” de las autoridades municipales del lugar para que lo favorezcan e incluso para que perjudiquen a los otros productores. El mercado se distorsiona seriamente. Tales autoridades reciben un beneficio monetario por la acción. Esto ocurre en los países en donde predomina la actitud propuesta por el socialismo nacional, en donde el gobierno es aliado de algunos empresarios y de los sindicalistas para beneficio de un sector de la sociedad, pero ineficaz para el resto.

Las situaciones mencionadas pueden asociarse a las actitudes básicas del hombre. Así, la prohibición estatal a la producción individual tiende a proteger al envidioso, pero la dependencia que existe respecto del Estado produce sociedades parecidas a una cárcel. La sociedad se guía por una expresión atribuida a Louis Blanc (y repetida por Marx): “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. Se produce en forma desigual pero se distribuye en forma igualitaria (en teoría al menos).

En el segundo caso, cuando hay pocos empresarios, predomina la negligencia. Se dice que “falla el sistema del mercado” y que se producen grandes desigualdades. Pero debe aclararse que ello no ocurre por culpa de los pocos empresarios que existen, sino de los que no están.

En el tercer caso, cuando son varios productores los que concurren al mercado, se produce una cooperación productiva y distributiva, lográndose los mejores resultados para todos. Alguien expresó: “Quien no es socialista de joven, no tiene corazón; quien no es liberal de adulto, no tiene cerebro”.

En el cuarto caso, predomina el egoísmo ya que se busca el beneficio de sectores (gobierno, algunos empresarios, sindicatos) en desmedro del resto de la sociedad. Se aducen, por supuesto, grandes objetivos nacionales que justificarían tal accionar. Benito Mussolini expresó: “El fascismo debería llamarse en realidad «corporativismo»”.

Los sistemas totalitarios gozan, sin embargo, de bastante aceptación por cuanto se interpreta que las grandes crisis económicas, como la reciente del 2008, son una muestra de la “debilidad del capitalismo”. Sin embargo, es necesario tener presente las causas principales que generaron tal crisis:

a) Otorgamiento de créditos blandos para viviendas (en EEUU), para sectores de pocos recursos, establecidos mediante una ley estatal sin tener en cuenta al mercado (actitud socialista)
b) Especulación financiera

El economista Ludwig von Mises escribió hace varias décadas: “La depresión es consecuencia de la expansión del crédito”. Además, el liberalismo propone al mercado como un proceso que facilita la producción y la distribución de bienes y servicios, no contemplando desvíos éticos tales como la especulación, acción en la que nada se produce ni nada se distribuye. No existe sistema económico que pueda suplantar los defectos éticos básicos y elementales.

jueves, 27 de enero de 2011

Producción y distribución


La fuerza productiva de una sociedad radica en los deseos de cada uno de nosotros de mejorar nuestra calidad de vida. Uno de los aspectos indiscutibles de la ciencia económica lo constituye este fundamento básico. Irving Kristol escribió: “La teoría económica sobrevive por estas verdades sólidas acerca de la condición humana que fueron enunciadas comprensivamente por primera vez en La Riqueza de las Naciones. Entre estas verdades están:

1) La abrumadora mayoría de los hombres y mujeres se interesan natural e incorregiblemente en mejorar sus condiciones materiales.

2) Los esfuerzos por reprimir este deseo natural sólo conducen a formas de gobierno coercitivas y empobrecidas.

3) Cuando a este deseo natural se le da altitud suficiente de modo que no se desalientan las transacciones comerciales, tiene lugar el crecimiento económico.

4) Como resultado de tal crecimiento, todos finalmente mejoran su condición, por desigualmente que sea en grado o tiempo.

5) Tal crecimiento económico resulta de una enorme expansión de las clases medias que poseen propiedades, una condición necesaria (aunque no suficiente) para una sociedad liberal en donde se respetan los derechos individuales.

(Del libro “La crisis en la teoría económica” de Daniel Bell e Irving Kristol –
Ediciones El Cronista Comercial – Buenos Aires 1983).

Esto implica que el mérito de todo Estado consiste en favorecer la tendencia natural de la producción mientras que su debilidad radica en la oposición que presenta a esa tendencia.

Para el liberalismo, el mercado constituye un mismo proceso de producción y de distribución, mientras que el socialismo propone al Estado como productor y distribuidor de la producción. De ahí que hay quienes sugieren una tercera posibilidad, el intervencionismo o distribucionismo, en donde se propone que produzcan los empresarios bajo el sistema de mercado, pero que distribuya el Estado a través de los gobernantes.

Se dice que el proceso del mercado es “democrático”, en el sentido de que todos tenemos la opción de elegir entre varios productos o entre varias empresas, mientras que la distribución a través del Estado implica una anulación de tal libertad elemental para ser reemplazada por las decisiones de los políticos a cargo del Estado.

En cuanto al socialismo y al intervencionismo, podemos decir que se basan en la desconfianza básica que existe respecto de las decisiones individuales que realiza toda persona cotidianamente en el mercado. Incluso se fundamentan en dos generalizaciones erróneas. La primera consiste en suponer que todo empresario en egoísta y perverso, mientras que la segunda consiste en suponer que todo político a cargo del Estado es “bueno por naturaleza” (generoso repartiendo lo ajeno).

El intervencionismo se caracteriza por establecer impuestos progresivos a las empresas, en lugar de proporcionales. Un impuesto proporcional implica un porcentaje fijo para todos los contribuyentes, de tal manera que el que gana diez veces mas que otro, paga diez veces más impuestos, mientras que el impuesto progresivo implica mayores tasas mientras mayores sean las ganancias, lo que entra en la categoría de una confiscación.

Las social-democracias, justamente, proponen que el empresario produzca con cierta libertad, mientras que luego el Estado confiscará gran parte de sus ganancias para distribuirla “igualitariamente” (en teoría al menos) entre la población. Esta tendencia goza de bastante aceptación en muchos jóvenes por cuanto no son adeptos al estudio y al trabajo y ven así una posibilidad de poder vivir a costa del resto de la sociedad.

Es imprescindible tener presente que la competencia que existe entre empresarios no se debe, en general, a las excesivas ambiciones materiales de los mismos, como se cree habitualmente. Podemos decir, por el contrario, que esta competencia nace de la “infidelidad” del cliente, que cambia de empresa en cuanto la empresa rival le ofrece un producto más ventajoso, en calidad o precio.

Gordon Moore, un directivo y fundador de Intel Corporation, expresó: “Este negocio está siempre al filo del desastre”. Esta expresión resulta llamativa tratándose de una de las mayores empresas de semiconductores que existe a nivel mundial. Si tal empresa deja de hacer inversiones, en investigación, que resultan del orden de los miles de millones de dólares, se arriesga a quedar fuera del mercado en un lapso no muy grande, por lo cual está obligada a hacerlo como una simple estrategia de supervivencia.

Alguien puede argumentar, a favor del intervencionismo, que si el Estado confisca también las ganancias de las empresas rivales de Intel, no sufriría la pérdida de un importante sector del mercado. Pero si la confiscación resulta masiva, la investigación y la innovación tecnológica bajan su nivel de crecimiento y las empresas trabajarán a “media máquina”, como siempre ha ocurrido en los países socialistas.

Al reducirse la inversión (formación de capitales), también se reducirán los salarios promedios de los trabajadores, ya que éstos dependen en forma directa del capital per capita invertido en un país. Ello significa que la productividad del trabajo (y los sueldos) se elevan notablemente disponiendo de elementos de trabajo asociados a un elevado nivel tecnológico. Alberto Benegas Lynch (h) escribió: “La aludida redistribución, al cambiar los destinos de los recursos de las áreas productivas a las no productivas, consume capital y, por tanto, disminuye ingresos y salarios en términos reales. En otras palabras, a través de la redistribución, entre otras cosas, se logran los objetivos opuestos a los deseados”. (De “Socialismo de mercado” de Alberto Benegas Lynch (h) – Ameghino Editora SA – Rosario 1997)

La economía contempla la posibilidad de describir el funcionamiento del mercado para adoptar las mejores decisiones orientadas a la producción. De ahí que no trata de favorecer ideales totalmente materialistas y superfluos como lo es “el sueño americano”, que no apunta a ser útil a la sociedad sino a obtener dinero como un objetivo personal en sí mismo. Este tipo de objetivos lleva a muchos a seguir el camino de la especulación, que tarde o temprano favorecerá la aparición de crisis económicas y sociales de todo tipo.

Mientras que el liberalismo promueve la economía de mercado para aumentar la producción y mejorar la distribución, las tendencias socialistas, y también las intervencionistas, tienden a buscar una “distribución igualitaria”, incluso en desmedro del nivel de producción a obtener. Las razones de esos objetivos provendrían de la búsqueda de cierta protección hacia quien posee una actitud envidiosa. Gonzalo Fernández de la Mora escribió:

“La experiencia ha demostrado de modo irrefragable que la gestión estatal es menos eficaz que la privada ¿Qué sentido tienen, pues, las nacionalizaciones? Principalmente el de desposeer, o sea, el de satisfacer la envidia igualitaria. También es un hecho que la inversión particular es mucho más rentable e innovadora y crea más puestos de trabajo que la pública no subsidiaria. Entonces ¿por qué se insiste en incrementar la participación estatal en la economía? En gran medida, para despersonalizar la propiedad, o sea, para satisfacer la envidia igualitaria. Es evidente que la mayor parte del gasto público no crea capital social, sino que se destina al consumo. ¿Por qué, entonces, arrebatar con una fiscalidad creciente a la inversión privada fracciones cada vez mayores de sus ahorros? También para que no haya ricos, es decir, para satisfacer la envidia igualitaria. Lo justo es que cada ciudadano tribute en proporción a sus rentas. Esto supuesto, ¿por qué, mediante la imposición progresiva, se hace pagar a unos hasta un porcentaje diez veces superior al de otros por la misma cantidad de ingresos? Para penalizar la superior capacidad, o sea, para satisfacer la envidia igualitaria. Lo equitativo es que las remuneraciones sean proporcionales a los rendimientos. En tal caso, ¿por qué se insiste en aproximar los salarios? Para que nadie gane más que otro y, de este modo, satisfacer la envidia igualitaria. El supremo incentivo para estimular la productividad son las primas de producción. ¿Por qué, entonces, se exige que los incrementos salariales sean lineales? Para castigar al más laborioso y preparado, con lo que se satisface la envidia igualitaria. Y así sucesivamente.”

“El igualitarismo ni siquiera es una utopía soñada; es una pesadilla imposible. Lo que sí cabe es satisfacer transitoria y localmente la envidia igualitaria al precio de la involución cultural y económica. Cuanto más caiga una sociedad en la incitación envidiosa, más frenará su marcha. La envidia igualitaria es el sentimiento social reaccionario por excelencia. Y es una irónica falsificación semántica que se autodenominen «progresistas» las corrientes políticas que estimulan tal flaqueza de la especie humana. La deletérea envidia igualitaria dicta las páginas oscuras de la Historia; la jerárquica emulación creadora escribe las de esplendor” (De “La endivia igualitaria” de Gonzalo Fernández de la Mora – Editorial Planeta SA – Barcelona 1984).

Las ambiciones desmedidas por poseer, las ambiciones desmedidas para que otros no posean, junto con la falta de ambiciones, no son otra cosa que las proyecciones, en el comportamiento económico, de las actitudes egoístas, de odio y negligencia que poseemos, en mayor o menor grado, los seres humanos. La búsqueda de beneficios simultáneos en todo intercambio no es otra cosa que la proyección, a la economía, de la actitud predicada por el cristianismo consistente en compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes.

Vemos que las distintas posturas, en economía, no dependen tanto de la postura filosófica adoptada por el individuo, sino principalmente de su actitud ética.

lunes, 10 de enero de 2011

Capitalismo operativo

Si nos atenemos a las definiciones establecidas por los economistas más representativos del capitalismo, podemos decir que se trata de un sistema de producción y de distribución de bienes y servicios, que promueve la adaptación de la sociedad a las leyes del mercado.

La palabra “adaptación” sugiere que todo individuo debe ser apto para desempeñarse bajo las reglas aceptadas por la sociedad o bien impuestas por la naturaleza (leyes naturales). En el caso de las leyes económicas derivadas del proceso del mercado, es necesario aclarar que una persona puede ser apta para distintas finalidades u objetivos, y poco apta para otros, si así lo decide, es decir, puede adaptarse tanto para utilizar el proceso en su propio beneficio y en perjuicio de los demás (actitud egoísta o competitiva) o bien podrá adaptarse para buscar un beneficio simultáneo con los demás (actitud cooperativa). Debemos distinguir entre competencia constructiva (cooperativa) y competencia destructiva, ya que son tendencias que provienen de actitudes muy distintas.

Suponiendo la existencia de una actitud característica en cada individuo, puede decirse que una misma actitud será mostrada en distintas circunstancias y que la misma actitud que un individuo muestra en el trato social cotidiano, será la que mostrará en sus intercambios de tipo económico. De ahí que la ética mostrada en sus decisiones económicas no será demasiado distinta de la mostrada en los otros aspectos de la vida. Por lo que el éxito de la economía de mercado parte de cierto nivel ético básico asociado a los individuos que componen la sociedad.

Podemos denominar “capitalismo operativo” al pequeño listado de sugerencias prácticas destinadas tanto al ciudadano común como a quienes toman decisiones desde el Estado. Estas sugerencias estarán orientadas al predominio de la actitud cooperativa sobre otras actitudes.

1)Trabajar (producir)
2)Ahorrar productivamente (generar capital)
3)Buscar el beneficio simultáneo entre las partes intervinientes en todo intercambio
4)Tener presente la ley de oferta y demanda
5)No gastar más de lo que se tiene
6)Respetar la propiedad ajena

Podemos hacer una síntesis de los principales casos en que no se respetan algunas de las leyes básicas de la economía. Cuando no se respeta la ley de la oferta y la demanda, ni tampoco la propiedad privada, se llega al capitalismo de Estado, o socialismo, cuyos pobres resultados quedan fuera de toda duda. Cuando no se respeta la ley elemental del trabajo, o del ahorro productivo, se obtienen pobres resultados económicos. Cuando no se respeta la búsqueda del beneficio simultáneo se cae en la especulación, actitud que favorece las graves crisis económicas. Cuando el Estado gasta más de lo que tiene, entra en un proceso inflacionario, algo corriente bajo la política social-demócrata.

Se dice que un seguidor del conquistador mongol Gengis Khan le recomienda que, en lugar del habitual exterminio de los pueblos conquistados, los hiciera trabajar en su provecho, apareciendo la esclavitud forzada como una ventaja social para la época. En forma similar, en lugar de la expropiación de las empresas privadas por parte del Estado, como lo establece el marxismo básico, se sugiere confiscar la mayor parte de sus ganancias para efectuar luego la distribución. Ello implicará una pobre capitalización y la transferencia de dinero de los sectores productivos a los no productivos, impidiendo el crecimiento de la producción y favoreciendo actitudes poco favorables hacia el trabajo.

En cuanto a tener presente la ley de oferta y demanda, ello no significa que esta ley deba ubicarse como rectora de la sociedad, de tal manera que se justifique cualquier decisión invocándola, como ocurre con algunos programas televisivos que transgreden elementales normas éticas aduciendo que lo hacen porque deben competir con otros programas rivales. Las normas éticas deben imperar sobre los resultados económicos, para obtener así los mejores beneficios para la sociedad.

Respecto a no gastar más de lo que se tiene, es oportuno considerar el caso de quienes toman decisiones desde el Estado con el dinero de todos. Generalmente, los políticos realizan sus actividades motivados por ambiciones personales y reparten, a través de planes sociales, lo que el Estado no posee, comenzando de esa forma los problemas inflacionarios y de otros tipos. Previamente agotaron lo recibido mediante impuestos.

En muchos países, si se tiene en cuenta la cantidad de pobres existentes y el monto destinado a ellos, se observa que en poco tiempo no debería haber pobreza. Pero la pobreza persiste por cuanto los “distribuidores de riquezas” absorben la mayor parte de tal ayuda. William E. Simon escribió: “¿Qué sucedió, entonces? La respuesta es que sólo parte del dinero llegó a sus destinatarios. Diría que la mayor parte del dinero fue a la gente que los consuela, que examina sus dificultades, que trata de ayudarlos e inventa estrategias para sacarlos de sus miserias. Fue a los consejeros, a los planificadores, ingenieros sociales, expertos en urbanismo y a los asistentes administrativos de los asistentes administrativos que trabajan para el gobierno federal” (De “La hora de la verdad” de William E. Simon – Emecé Editores SA – Buenos Aires 1980). El autor citado se refiere a los EEUU, pero esto ocurre también en otros países.

Estos generosos burócratas (generosos para repartir el dinero ajeno) se asignan atributos éticos elevados y descalifican a quienes los critican. El motivo aparente de sus acciones es buscar la “igualdad social”. Esta tendencia es conocida como “igualitarismo”. Al respecto, William E. Simon escribió: “La igualdad del igualitarismo es muy diferente [a la propuesta por la Constitución]. Es un concepto que considera a los hombres, idealmente, como unidades intercambiables y busca negar las diferencias individuales que hay entre ellos, sobre todo las diferencias decisivas de carácter, habilidad y capacidad para el esfuerzo. El igualitarista busca una igualdad colectiva, no igualdad de oportunidades sino de resultados. Desea tomar los beneficios que otros han ganado y repartirlos entre quienes no los ganaron. El sistema que busca crear es lo opuesto a la meritocracia. El que más logra, más castigado resulta; el que menos logra, más recibe. El igualitarismo es un ataque mortal contra el esfuerzo personal y la justicia. Su objetivo no es realzar los logros individuales sino nivelar a todos los hombres”.

Es oportuno mencionar la severa crisis que sufrió el Estado de Nueva York en la década de los 70. Para solventar los gastos realizados, cubrían préstamos anteriores con otros nuevos, hasta que los inversores entraron en desconfianza. Luego, los políticos neoyorkinos reclamaron la ayuda del Estado nacional para solucionar su irresponsable desempeño. Uno de los beneficios sociales otorgados a los empleados públicos establecía su jubilación con cuarenta años de edad, justamente en la plenitud laboral del trabajador.

Cuando alguien cree que el capitalismo caerá con la caída de EEUU, deberá distinguir entre la posible caída de tal país bajo el predominio de políticos distribucionistas e igualitaristas, lo cual es bastante probable, y la inefectividad de la economía de mercado en sí. La proliferación de políticos que promueven al Estado benefactor, ignorando las leyes elementales de la economía, aún en el marco aparente de la economía de mercado, hace afirmar a muchos que el “capitalismo no funciona”, es decir, es evidente que no funciona si no se respetan sus reglas más elementales.

El político irresponsable promueve que el ciudadano apto para el trabajo tienda a ir quedado en la condición de beneficiario del Estado a la par de los ancianos, los niños y los incapacitados para el trabajo. Incluso muchos entienden que es obligación del Estado proveerles de una “vivienda digna”. Como no resulta sencillo obtener recursos económicos suficientes para que el Estado provea viviendas a quienes no la poseen, surge el descontento ante tal incumplimiento. Aparecen las protestas e incluso algunos se atreven a usurpar viviendas o tierras sin el menor sentimiento de culpa por cuanto creen que están efectivizando un derecho que les fue otorgado. La actitud que promueve la situación caótica que ello conlleva fue descripta por José Ortega y Gasset, quien escribió:

“El politicismo integral, la absorción de todas las cosas y de todo el hombre por la política, es una y misma cosa con el fenómeno de rebelión de las masas que aquí se describe. La masa en rebeldía ha perdido toda capacidad de religión y de conocimiento. No puede tener dentro más que política, una política exorbitada, frenética, fuera de sí, puesto que pretende suplantarlos”.

“El hombre masa tiene sólo apetitos, cree que sólo tiene derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre que no tiene la nobleza que obliga”.

“Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estratificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado; es decir, la anulación de la espontaneidad histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos. Cuando la masa siente alguna desventura, o simplemente algún fuerte apetito, es una gran tentación para ella esa permanente y segura posibilidad de conseguirlo todo –sin esfuerzo, sin lucha, duda ni riesgo– sin más que tocar el resorte y hacer funcionar la portentosa máquina. La masa dice «El Estado soy yo», lo cual es un perfecto error”.

“Pero el caso es que el hombre-masa cree, en efecto, que él es el Estado y tenderá cada vez más a hacerlo funcionar con cualquier pretexto, a aplastar con él toda minoría creadora que lo perturbe –que lo perturbe en cualquier orden: en política, en ideas, en industria” (De “La rebelión de las masas” de José Ortega y Gasset – Editorial Planeta-De Agostini SA – Barcelona 1985).

Mientras que, en general, hablamos de un proceso de adaptación del hombre a las leyes naturales, en situaciones de crisis podemos hablar también del proceso que va en sentido inverso. El proceso de desadaptación del individuo a las leyes del mercado forma parte del proceso general de desadaptación del hombre a las leyes naturales. La ignorancia de las leyes del mercado produce crisis económicas de la misma forma en que la ignorancia de las leyes naturales que nos rigen a nivel psicológico y social implica algún tipo de sufrimiento personal. La mejora ética individual es, en definitiva, el comienzo de toda mejora posible.